Charles Manson: montaje y fragmentos sobre la política del horror
Para la señora Bercovich, por ayudarme
a abra(s/z)ar el Mal que hay en mí
Porque te amo has de permitir que te haga este regalo.
Salvador Elizondo
Uno puede contagiar sus delirios a otro, Sara.
Eso es la religión. Eso fue el Reich.
Dr. Josef Klemperer
I. Ficción
“La ficción trabaja con la creencia y en este sentido conduce a la ideología, a los modelos convencionales de realidad y por supuesto también a las convenciones que hacen verdadero (o ficticio) a un texto. La realidad está tejida de ficciones. La Argentina de estos años es un buen lugar para ver hasta qué punto el discurso del poder adquiere a menudo la forma de una ficción criminal. El discurso militar ha tenido la pretensión de ficcionalizar lo real para borrar la opresión.”
Ricardo Piglia, “La literatura de ficción”
II. Masacre
¿Vale la pena repetir los datos que conocen todos? Quizá, si con ello se busca una diferencia de términos, esto es, si el objetivo es transgredir el placer reiterativo del espectáculo. Ocurrió en Los Ángeles, California, en agosto de 1969. Un grupo de jóvenes, a quienes hoy recordamos como la Familia Manson, asesinó a nueve personas. Más que un simple dar muerte, la horda perpetró un acto de saña, un manifiesto de carnicería: las víctimas fueron golpeadas con brutalidad, desolladas, apuñaladas hasta vaciarse de sangre. La carne abierta de los agredidos apareció simultáneamente como la inscripción de un mensaje: más que el asesinato, buscamos un despliegue intolerable y gozoso de la crueldad.
Los Manson entraron a la mansión de Sharon Tate y de Roman Polanski. La primera se encontraba allí, embarazada de ocho meses; el segundo estaba en Londres en ese momento. Murieron cinco: Abigail Folger, de veinticinco años, perteneciente a una familia de empresarios importantes; Jay Sebring, de treinta y cinco, estilista; Voytek Frykowski, de treinta y dos, escritor y actor polaco; Steven Parent, de dieciocho años, amigo del vigilante de la casa; Sharon Tate, de veintiséis, modelo y actriz a punto de dar a luz. Charles Manson, quien no necesita presentación (los bufones insípidos son los que más se empeñan en difundirse), no movió un dedo. Solo dio la orden. Esa noche, los encargados de obedecer fueron Patricia Krenwinkel, Susan Atkins, Linda Kasabian y Tex Watson. Con la sangre de Tate, Atkins escribió la palabra pig en la puerta principal.
Horas después vino el segundo mar de sangre. Rosemary y Leno LaBianca, matrimonio dedicado al sector de los supermercados, fueron asesinados con la misma crueldad, también en el interior de su hogar. Al grupo de la primera masacre se sumaron Steve Grogan y Leslie van Houten. Manson dio la instrucción nuevamente; la obediencia llegó de inmediato. Leno recibió más de diez puñaladas, los jóvenes tallaron la palabra war en su abdomen. Rosemary fue atacada con más de cuarenta cuchillazos en su propia habitación. Con sangre, otra vez, los jóvenes escribieron las palabras Haelter skelter en el refrigerador. Además de los anteriores, los Manson resultaron responsables de dos asesinatos más: el de Donald Shea, un doble de películas hollywoodenses, y el de Gary Hinman, músico.
Hoy se cumple medio siglo de la matanza. Charles Manson ha muerto, algunos de sus hijos nominales también; otros, como Leslie van Houten, continúan en la lucha por la libertad condicional. Los hechos dejaron una huella imborrable en la memoria colectiva estadounidense y en la del mundo entero. La atención que aún depositamos en los asesinatos no se alimenta solo de la crueldad cínica del evento; la mediatización que entonces se hizo del juicio, así como su tono siniestro, ocasionan que lo recordemos como un extraño espectáculo de circo. Una vez, por ejemplo, Charles Manson se abalanzó sobre el juez con el fin de atacarlo. Cuando fue sometido por uno de los oficiales presentes, las mujeres de la secta entonaron una letanía indescifrable ante la incredulidad de los asistentes. La fascinación no se agota en 1969. El lector puede hacer una revisión de cuántos libros y películas existen alrededor del caso. Hay más de una treintena de piezas. Laura Elizabeth Woollett, jovencísima y prolífica novelista australiana1, no se equivoca cuando habla de manson-manía.
No pretendo agotar los pormenores del asunto: hay demasiada bibliografía, demasiado periodismo, demasiada hemeroteca llena de polvo, demasiada recepción acrítica de la sangre. Como casi siempre. Sin embargo, durante mi investigación del evento caí en una sospecha de la que no he podido librarme: la masacre de Manson, con todo y su crueldad, con todo y la ficción que tuvo que ser enunciada y asimilada para ejecutarse, devela algunos de los nervios más íntimos de la violencia política contemporánea. No me interesa la infancia de Charles Manson ni la historia de sus afectos. Me interpela, eso sí, la generación actual de jefes de Estado, que parecen más mansonianos que Manson mismo. Me interesa la carnicería que en 1969 parecía excepcional, pero que hoy es moneda común en el intercambio entre seres humanos.
III. Horrorismo
Adriana Cavarero, enorme académica italiana y escritora feminista2 considera que hay una insuficiencia en la nominación de la violencia contemporánea. La agresión bélica, hoy en día, posee dimensiones específicas por la brutalidad que manifiesta: el mundo es testigo (y esta palabra es clave) de una crueldad creciente sobre el desarmado, el desprotegido, el inerme. La agresión no se conforma con el asesinato, se colma solo con la destrucción del cuerpo.
“Markr Al-Deeb, 19 de mayo de 2004. En una aldea iraquí, en los alrededores de la frontera con Siria, misiles lanzados por las fuerzas norteamericanas caen sobre los participantes en una boda. Entre las cuarenta y cinco víctimas hay mujeres y niños, además de algunos músicos que estaban animando la ceremonia. Dada la potencia explosiva, la carnicería es impresionante. Circula la tesis de que los terroristas se habían escondido en el grupo, pero es rápidamente desmentida y abandonada. En la guerra, admiten los asesinos, puede suceder que uno se equivoque.”
Adriana Cavarero, Horrorismo
Pero no hay equívoco en la carne rota, en el destazamiento del cuerpo, en la producción sistémica de dolor que se ha instaurado como la insignia política de nuestros días. La niebla está en otra parte. Las palabras “terrorismo” y “guerra”, vocablos omnipresentes en el discurso del Estado y los medios hegemónicos, no alcanzan a nombrar los procedimientos de la violencia contemporánea; al contrario, su uso indiscriminado y su enunciación desde el poder tienden al borrado de la misma. He allí la fuente del conflicto de nominación: la agresión crece hasta lo espeluznante, y la lengua del régimen (la nuestra, finalmente) ya no logra representarla. Lo mismo ocurre con una figura clave de la narrativa bélica tradicional: el “daño colateral”, que no es otra cosa que civiles inocentes asesinados, pero ahogados en la red de un concepto gris. La retórica de la guerra desdibuja la realidad del horror.
Hablemos de horror, una noción más cercana al registro del crimen que al de la estrategia. Situados en la mirada del inerme, en el cuerpo desprotegido sobre el que caen las llamas, el horror aparece como una dimensión más fiel a la herida abierta. Cavarero, por lo tanto, inaugura una palabra que destina a las víctimas: “horrorismo”. Aunque lleguen a emplearse como sinónimos, el terror y el horror guardan diferencias sustanciales. El primero camina sobre el terreno del miedo, etimológicamente remite a terreo y tremo, vocablos que conducen al acto de temblar y al escape ante la amenaza; el segundo, más pertinente para los fines de la autora, opera y se mueve en el fango de la repugnancia. “Horror” proviene del latín horreo, que alude a poner los pelos de punta. Esto abre un nuevo registro: el acto de horror puede pensarse como una puesta en escena y, en ese caso, exige un espectador.
Hay una manifestación física en quien mira el horror: el congelamiento, la parálisis, la petrificación. Huir es imposible. Cavarero escribe que: “invadido por el asco frente a una forma de violencia que se muestra más inaceptable que la muerte, el cuerpo reacciona agarrotándose y erizando los pelos”. La masacre, la tortura sobre el indefenso, los barriles de ácido de los cárteles o las filmaciones de ISIS dan cuenta de ello: se busca la ofensa hacia la dignidad ontológica de la víctima, el objeto no es el asesinato, sino la deshumanización, la desfiguración, la saña sobre el cuerpo, su destrucción. La escena horrorista es de violencia unilateral, asimétrica, en ella hay un verdugo armado hasta los dientes, infinitamente cruel, y del otro lado está la víctima desprotegida, incapaz de respuesta. La repugnancia parece más eficiente que el uso estratégico del terror. En el cuadro se inscribe un mensaje, o mejor, se despliega un modelo específico de poder. Debemos aprehender la función del horror para comprender nuestro presente político y, por obvio que parezca, también el presente del espectáculo.
IV. Polanski
Roman Polanski pasó sus primeros años en el ghetto judío de Cracovia durante la ocupación nazi en Polonia. Allí, cuando era niño, presenció el asesinato de una mujer a mitad de la calle, cometido por un oficial alemán. Ella gritaba en yiddish, incomprensible para el pequeño testigo. El soldado la ultimó con un disparo. Del cuerpo, recuerda Polanski, salió una burbuja de sangre.
Tiempo después sus padres fueron llevados a campos de concentración. Su madre, la señora Bula Liebling, no volvió nunca.
V. Ficción II: H(a)elter Skelter
Como la civilización, la carnicería no brota del simple mandato. Entre sus condiciones de posibilidad yace una que es tan elemental como las armas: la ficción. Mucho se sabe y dice sobre Charles Manson: que pisó la cárcel antes de conformar su horda, que esta lo percibía como a un dios, que todos vivieron en el Rancho Spahn antes y durante la masacre. Sin embargo, hay un punto que merece especial atención: el sentido, la narrativa alrededor del crimen, la supuesta misión a cumplir a través de la sangre. El fenómeno sectario se distingue, entre otros rasgos, por dos líneas que corren siempre una al lado de la otra: primero, un régimen de abuso sistemático sobre el adepto, es decir, ese que se ha incorporado al engranaje de la secta y que ha cedido el cuerpo, el trabajo, el capital, la vida erótica y emotiva al servicio del ideal colectivo; segundo, el ideal mismo, una misión aparente que exige compromiso irrestricto para concretar su promesa de bienestar, sea cual sea su figuración.
Un suicidio en masa garantiza el paraíso, una orgía de pedofilia e incesto promete el eterno amor de Dios, una batería de interrogatorios busca la depuración de lo más racional de la mente humana. Cada uno de estos rituales esconde un mensaje destinado a infectar el corazón del adepto: el sacrificio de la vida individual es imperativo para el bien de todos; Dios está en la carne que nos regaló y en la transmisión de un goce infinito, indiscriminado, lleno de baba; es posible llevar el intelecto a un estado metafísico de perfección. La promesa de Manson era la de una minoría blanca, la suya, tomando el control y reinado de una masa de afroamericanos recién sublevados.
Charles Manson profetizaba una guerra racial. Muy pronto, decía, la comunidad negra de Estados Unidos se rebelará contra el poder político y económico de los yanquis blancos. El surgimiento y la incidencia de las Panteras Negras le hizo pensar que aquello terminaría en un enfrentamiento armado, que la estructura vigente de la civilización estaba por derrumbarse. Después del inminente triunfo del bloque negro, decía, vendrá su incertidumbre: no tendrán idea de cómo gobernarse, entonces llegaremos nosotros, la Familia, hecha toda de blancos, para gobernarlos, para que nos sirvan, obedezcan y sostengan como sus amos. Sus adeptos asimilaron la narración hasta sus últimas consecuencias.
Manson encontró un soporte en “Helter Skelter”, canción de los Beatles publicada en The White Album de 1968. Catherine Share, integrante de la Familia, declaró que “Charlie escuchaba el Álbum Blanco una y otra vez. Creía que los Beatles hablaban de lo que él había predicado durante años. Según él, cada una de las canciones del disco hablaba de nosotros”. Charles Manson estableció con el disco la misma relación que el profeta con su texto sagrado: se asumió como el único capaz de desentrañar el mensaje y, por lo tanto, como el maestro que debía difundirlo.
Sin embargo, el Apocalipsis anhelado tardaba mucho en llegar. El bloque negro parecía temeroso de dar el primer golpe. Había que animar a los futuros rebeldes. Se necesitaba una matanza para disparar la guerra. El objetivo era asesinar a un grupo de víctimas blancas y que la policía inculpara a sociedades de negros armados y resentidos. Entonces vendría el fuego, la caída del imperio caucásico y el Estado paradisíaco liderado por Manson y sus discípulos. Conocemos el desenlace.
Las aproximaciones al fenómeno sectario deben considerar, sin excepciones, una dimensión crucial: el flujo frenético de ilusión, creencia, relatos y, por otra parte, una relación compleja de lo anterior con el duro terreno de la realidad. Para concretar su engranaje servil, las sectas narran. No hay secta posible sin un despliegue sistemático de ficciones. Y la ficción, sobra decirlo, no es igualable a la pura invención, mucho menos a la falsedad o la mentira; lo ficticio está en el núcleo mismo del lenguaje y el efecto de sentido. La palabra y lo real están escindidos, su tentativa de comunión concluye en un fracaso continuo, un frecuente volcarse sobre sí. El sinsentido, perpetua condición de la realidad, exige un cúmulo de ficciones. La función sectaria del relato es, en principio, una función política.
El Estado narra. Ricardo Piglia subrayó siempre la agencia narradora del Estado: para sostenerse necesita configurar un relato social. A lo largo de su vida, Piglia citó a Paul Valéry: “La era del orden es el imperio de la ficción. Ningún poder es capaz de sostenerse con la sola opresión de los cuerpos sobre los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias”.
La violencia armada sobre la juventud del 68 no hubiese sido posible sin un discurso de Estado dispuesto a demonizar la protesta. Charlottesville, con todo y antorchas y bufones blancos, no hubiera ocurrido así de no ser por el relato de un mandatario que ataca con cinismo a los extranjeros, las mujeres y las comunidades negras. Es muy probable, además, que sin el ideal de blanca aristocracia post bélica, las víctimas de Manson hubiesen conservado sus vidas. Un relato social puede buscar metas diversas: relaciones libres, división y enemistad, obediencia absoluta. Estado y secta guardan un punto común más allá del acto de narrar: la ficción que construyen necesita, para funcionar exitosamente, la designación de un enemigo, un otro, un culpable. Ambos ejercen una política de la paranoia.
La pregunta es en qué medida el adepto y el gobernado asimilarán esa ficción, cómo incorporarán sus efectos en la realidad y en la región más íntima de sus vidas. En situaciones de crisis colectiva, la eventual aceptación del relato está en función de un rasgo puntual: la esperanza de bienestar, de alivio del sufrimiento.
VI. Pasajes I
“Recuerde que la fe salva. No le pedimos sino que tenga fe. Admita usted que en el fondo de estas cosas que le mostraremos existe una sabiduría secular; que todas ellas contienen una esencia que redime del mal. Su caso nos apasiona. Por ello hemos tomado un interés especial en usted y tenemos la mejor intención de ayudarle a salir de esa confusión de la que es presa. Afortunadamente contamos con los medios para lograr una cura radical. Manténgase inmóvil. Abandónese a nosotros. No desconfíe usted.”
Salvador Elizondo, Farabeuf
VII. La voz de las mujeres
“Yo buscaba desesperadamente a alguien para amar, alguien a quien pudiera aferrarme y al que pudiese llamar mío. De alguna forma, la partida de mi padre dejó un vacío. Yo estaba muy apegada a él. Quedó un hueco cuando se fue.”
Leslie van Houten, la más joven de los asesinos, sobre el divorcio de sus padres
VIII. Corazón y técnica
Cuando estudié la maestría fui alumno de Juan Carlos Mosca, psicoanalista argentino, gran maestro. Por él encontré uno de los textos que más he visitado en los últimos años: “Seducción totalitaria”, una conferencia dictada por Contardo Calligaris en 1987. Hablar en términos psicoanalíticos es un arma de doble filo, sobre todo si no somos clínicos: el argumento siempre será más retórico que casuístico. Lo anterior no es necesariamente deleznable, al contrario, podemos permitirnos el privilegio del juego y de la torsión, no tomarnos tan en serio.
Calligaris recupera la figura de Albert Speer, el funcionario del Reich que era responsable del aparato bélico e industrial; su autodefensa en el proceso de Núremberg puede resumirse así: “la guerra era inevitable porque estaban los medios técnicos para hacerla”. Calligaris hace una acotación: Speer tiene razón, pero solo parcialmente, pues la técnica no se reduce a las balas y las cámaras de gas; el triunfo técnico solo es posible en la medida en que los seres humanos funcionan como parte del engranaje, es decir, como instrumentos de la maquinaria de genocidio.
De acuerdo con Calligaris, nos atraviesa una pasión por la instrumentalización, por reducir la subjetividad propia y convertirla en una herramienta. Esto puede significar una salida exitosa del sufrimiento neurótico banal, es decir, el dolor que a muchos nos abrasa en lo cotidiano: el vacío, la sensación permanente de soledad, la angustia frente a nuestros deseos y su eventual cumplimiento. No somos dueños de nosotros mismos, la extrañeza brota a diario del cuerpo y la lengua.
El saber en la estructura neurótica, dice Calligaris, no es otra cosa que el saber paterno, que siempre está supuesto. Ello se traduce en un efecto concreto, dolorosamente conocido: los neuróticos estamos en constante incertidumbre acerca de lo que deseamos. Por otra parte, siempre corremos tras algo que significaría el pago final de la deuda con el padre. Si el saber paterno es siempre supuesto, entonces nuestra carrera está condenada a la infinitud: cuando conseguimos lo que anhelábamos descubrimos, con amargura, que no era eso lo que queríamos.
Para salir del sufrimiento neurótico existen algunas alternativas. Una de ellas, de relativa sencillez, es un acto de fe: encontrar un saber paterno que no sea supuesto, sino sabido. Un saber que, por declarado abiertamente, pueda compartirse; una ilusión de certeza; un saber que, al dictar lo que deseamos, también nos indica qué hacer. Aquí yace nuestra tendencia a la instrumentalización, en la pasión que somos susceptibles de sentir al convertirnos en las herramientas de un saber sabido.
Sin embargo, el saber sabido no está escrito en ningún sitio, no existe. Este saber, a pesar de erigirse como la verdad, es sólo un semblante de certeza, una máscara. Su contenido no importa, puede ser cualquiera, lo esencial es que se asuma como verdadero y pueda compartirse. Su objetivo es hacernos funcionar como instrumentos de su ejecución.
Lo anterior parece arbitrario, quizá descabellado. Sin embargo, siempre he percibido un fondo muy elocuente en ello. Calligaris nos recuerda un elemento de importancia crucial: como muchos ejecutores de la solución final, Albert Speer no era un sádico, no disfrutaba con el hecho de producir las máquinas que matarían a millones de personas. En su vida privada era un hombre común. No obstante, trabajó con ahínco de la mano de Hitler en su travesía por el horror. Más que el diagnóstico de un funcionario, imposible y ocioso para estos fines, busco acentuar un riesgo inherente a la vida humana: cualquiera de nosotros, bajo las condiciones adecuadas, es susceptible a transformarse en un soldado de obediencia apasionada. Trabajar para Hitler o para Manson, al final qué importa si la masacre tendrá lugar.
IX. Polanski II
“Vi la ropa del bebé, vi la habitación que ella estaba pintando, vi muchísima sangre derramada en todo el lugar.”
Roman Polanski, roto en llanto, sobre el asesinato de Sharon Tate
X. Ficción III: QAnon
El caos rige la actual vida política estadounidense. Esto se debe, en gran medida, a la vena irascible de Donald Trump. La situación ha generado narrativas que exigen un trabajo crítico urgente. Sus simpatizantes, empeñados en sostener la creencia de que su jefe de Estado tiene todo bajo control, formularon en años recientes una teoría de la conspiración, un relato que se ha propagado rápidamente entre los que desean confiar en la administración en curso. Para ellos, la investigación rusa y los escándalos legales de la Casa Blanca son un montaje, una simulación. Trump, según creen, ejerce un mando eficaz, la aparente crisis de su gobierno es sólo la tapadera de una misión secreta mucho más digna. En realidad, dicen, el mandatario busca desmantelar una red oculta y enorme de pederastas, liderada por la élite del Partido Demócrata, esto es, la familia Clinton.
QAnon, o The Storm, es una teoría conspirativa ampliamente incorporada por muchos trumpistas. Están convencidos de que existe una organización de trata entre los demócratas, una red clandestina que goza la carne de niños en cautiverio. Con ello, los simpatizantes de Trump se auto dirigen un mensaje: el presidente hace lo correcto, la crisis que nos ahoga es una mentira, el culpable y el enemigo es la crema y nata del bando liberal. El origen del relato se encuentra en un cúmulo de publicaciones disponibles en 4chan, provienen de un usuario que se hace llamar Q y que dice ser un informante del Estado. Sus palabras gozan de una gran audiencia dispuesta a creer lo que dice, es decir, un grupo de gente deseosa de incorporar la narración, el semblante.
La teoría de la conspiración puede concebirse como una tentativa de navegar el barro negro de lo real: dar orden al caos, proveer de sentido a lo que carece completamente del mismo, sofocar lo siniestro y lo amenazante de un mundo que de continuo se muestra indescifrable. Bien enraizado, el relato parece inmune a la crítica; cualquier contraargumento que pueda hacerse servirá para reforzar el contenido y la función de su narrativa. Si me atacan es porque temen, y si temen es porque tengo razón.
QAnon funciona en un grupo de personas porque el discurso sostiene lo que desean creer. La narración, además, es muy conveniente en sus supuestos intereses: el objetivo, se dicen sus creyentes, no es proteger a Donald Trump, sino salvar a los niños. Mediante un ideal supuestamente heroico, el relato ocasiona un efecto real: el apoyo total hacia régimen del odio y la humillación.
El discurso conspirativo, como la ficción sectaria, es muy infeccioso en tiempos de crisis, confusión, tragedia y dolor. La herida abierta es vulnerable de ceder a un relato que prometa su cura, basta que incorpore una dosis radical de esperanza. Una vez que se ha puesto en marcha, sepámoslo, la narración tendrá consecuencias en el terreno de la realidad.
XI. Pasajes II
“Estas formas se encuentran en psicosis que nosotros hemos estudiado particularmente, conservándoles su etiqueta antigua (y etimológicamente satisfactoria) de ‘paranoia’. Estas psicosis se manifiestan clínicamente por un delirio de persecución, una evolución crónica y unas reacciones criminales particulares. […]
Por una parte, en efecto, el campo de la percepción está impregnado en estos sujetos de un carácter inmanente e inminente de ‘significación personal’ (síntoma llamado ‘interpretación’), y este carácter excluye la neutralidad afectiva del objeto que es exigida, virtualmente cuando menos, por el conocimiento racional. […]
No menos notable es el hecho de que las reacciones criminales de estos enfermos se produzcan con gran frecuencia en un punto neurálgico de las tensiones sociales de la actualidad histórica.”
Jacques Lacan, “El problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experiencia”
XII. Familia
Los años sesenta fueron un caldo de cultivo de asociaciones sectarias. Estados Unidos, sobre todo, engendró un gran número de grupos coercitivos. A esto se suma un fenómeno elocuente: en repetidas ocasiones, dichas sociedades incluyeron el vocablo “familia” en sus nominaciones.
En 1968, David Berg dio vida a los Niños de Dios. Sus prácticas constituían una especie de evangelización a través del sexo. Así, cometieron incontables actos de prostitución religiosa, pederastia e incesto. Diez años después de su fundación cambiaron su nombre a La Familia del Amor. En la década de los ochenta se nombraron La Familia a secas. Hoy se llaman La Familia Internacional. Por otra parte, también surgió La Familia de Anne Hamilton-Byrne. Aunque no haya nacido en Estados Unidos sino en Australia, el culto también incorporó esa palabra en su nominación. Se les recuerda, sobre todo, por ejercer un régimen de abuso sistemático sobre menores. Los hermanos Manson no son los únicos de su tipo.
¿Qué indica la incorporación de lo familiar en el núcleo de estas sociedades, cuál es la especificidad del lazo que tienden y en cuyo fondo yace la práctica de lo abyecto? Esta fraternidad parece cimentarse en la violencia y la imposición sobre el cuerpo. Sonia M. Frías escribió un artículo agudísimo para Horizontal, su título es “La cultura de la violencia sexual en México y sus víctimas”. Frías hace una pregunta crucial: ¿por qué violar a una mujer? La respuesta, nos dice, es multifactorial y debe ser comprendida como el efecto de pactos patriarcales. Se asume que el cuerpo femenino es un terreno de dominio y, además, un medio propicio para sellar tratos entre varones: “que la apropiación de la sexualidad de la mujer se vea como un acto de exhibición de hombría o virilidad”. Una violación, dice Frías, es una suerte de mensaje de destinatarios múltiples: las mujeres, para empezar, a quienes se impone el adueñamiento del cuerpo, y los otros hombres, con los que se busca afianzar la lealtad mediante la vejación de un ser ajeno. Una violación puede ser entendida, en los términos de Frías, como un pacto de semen, un gesto de fraternidad masculina.
La hermandad de los agresores tumultarios parece un correlato de las fratrías sectarias. El lazo se escribe mediante la violencia sobre un cuerpo. El pacto patriarcal (hegemónico, por lo tanto) posee la misma estructura del asesinato, la pederastia o el incesto forzado. Una secta destructiva es, sobre todo, la radicalización de las coerciones más aberrantes del poder dominante.
XIII. Carroña
Clive James entrevistó a Roman Polanski en 1983. El intercambio fue grabado para la televisión y está disponible en internet. Durante la conversación sobre los asesinatos, Polanski toca un tema de relevancia vigente: algunos periódicos de la época utilizaron el caso como palanca de ventas y, peor aún, se dedicaron a culpar a las víctimas. Se habló de rituales de magia negra y de orgías, todo supuestamente organizado por Sharon Tate. Los rumores implicaban que la masacre era responsabilidad de los propios muertos. El circo mortuorio trascendió los tribunales y llegó a los diarios. Como casi siempre.
XIV. Horrorismo II
“Bagdad, 12 de julio de 2005. Un piloto suicida hace explotar su coche en medio de la multitud, matando a veintiséis ciudadanos iraquíes y un soldado norteamericano. Entre las víctimas de la carnicería (cuerpos desmembrados, miembros sangrantes, manos cortadas) la mayoría son niños a quienes los norteamericanos les estaban distribuyendo caramelos. ¿Los habrán querido castigar por servilismo con respecto a las tropas ocupantes? ¿Habrán pensado que el uso de la violencia es mucho más eficaz cuando no se tiene escrúpulos en masacrar a niños?
Se deduce, de las diversas proclamas, que los asesinos de este tipo se dan a sí mismos los gloriosos nombres de mártires y combatientes. La lengua de Occidente tiende en cambio a llamarlos terroristas. A pesar de ser opuestas, ambas denominaciones implican que la masacre forma parte de una estrategia o bien, simplemente constituye el medio para un objetivo más alto. Sin embargo, si se observa la escena de la masacre desde el punto de vista de las víctimas inermes, en lugar del de los guerreros, el cuadro cambia: el objetivo se desvanece y el medio cobra sustancia. Más que el terror, lo que sobresale es el horror.”
Adriana Cavarero, Horrorismo
XV. Narvarte
Ocurrió en julio de 2015. Un asesinato múltiple, perpetrado en un departamento de la colonia Narvarte en la Ciudad de México, cobró la vida de cinco personas: Olivia Alejandra Negrete, trabajadora doméstica; Mile Virginia Martín, modelo colombiana; Yesenia Quiroz Alfaro, estudiante; Nadia Vera Pérez, activista; Rubén Espinosa Becerril, fotoperiodista. Los dos últimos habían salido de Veracruz recientemente, se sentían perseguidos por el gobierno de Javier Duarte.
Hacia julio de 2018, cuando se cumplieron tres años del multifeminicidio, diversos medios recordaron el incidente y señalaron que, hasta ese momento, se desconocía el móvil del crimen. La Procuraduría de la Ciudad argumentó en un principio que la masacre se debió a un problema de narcotráfico, en el que Mile Virginia Martín estaba supuestamente implicada. Sin embargo, de acuerdo con una investigación de Arturo Ángel, no hay un solo elemento probatorio de lo anterior. Por otro lado, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal dijo que la hipótesis de la Procuraduría ocasionó la estigmatización de las víctimas. Los abogados de Patricia Espinosa, hermana de Rubén, mencionaron que las autoridades nunca se tomaron en serio la línea de investigación que apuntaba al gobierno de Javier Duarte.
Los cadáveres presentaban huellas de tortura, heridas que no buscaban dar muerte, sino ocasionar dolor.
XVI. Ficción IV
“El problema no es oponer la realidad a sus apariencias. Es construir otras realidades, otras formas de sentido común, es decir, otros dispositivos espacio-temporales, otras comunidades de las palabras y las cosas, de las formas y de las significaciones. Esta creación es el trabajo de la ficción, que no consiste en contar historias sino en establecer nuevas relaciones entre las palabras y las formas visibles, la palabra y la escritura, un aquí y un allá, un entonces y un ahora. En este sentido, The Sound of Silence es una ficción, Shoah o S21 son ficciones. El problema no es saber si lo real de esos genocidios puede ser puesto en imágenes y en ficción. El problema es saber de qué modo lo es, y qué clase de sentido común es tejido por tal o cual ficción, por la construcción de tal o cual imagen. El problema es saber qué clase de humanos nos muestra la imagen y a qué clase de humanos está destinada, qué clase de mirada y de consideración es creada por esa ficción.”
Jacques Rancière, “La imagen intolerable”
XVII. El bufón verdugo
Esta investigación me reveló que, a pesar de su relevancia, Charles Manson no me interesa. No me importa su infancia ni su historia psicosexual, tampoco si deseaba triunfar en la música y fracasó en el intento. Lo único que me convoca es su cualidad de bufón. Manson es, sobre todo, una especie de payaso; malo y sin gracia, pero payaso al fin. Algunas de sus entrevistas dan cuenta de ello: en una ocasión, cuando le piden que defina su ser, inicia una retahíla de gestos y torsiones oculares, sonríe y encoge los hombros, alza las cejas con ridiculez. Es un espectáculo largo y vergonzoso. Después, en esa misma conversación, se proclama rey y dice tener todo el dinero del mundo.
Incubé una sospecha: la bufonería de Manson, me dije, es similar a la de otros payasos, y quizá esto arroje algo de luz sobre nuestra vida pública actual. Recuerdo la sesión fotográfica de Heinrich Hoffmann, en la que Hitler ensaya su retórica corporal y parece un cantante pop o un Hamlet churrigueresco. La gestualidad oratoria de Mussolini viene a mi mente también. Recuerdo, por otro lado, a Jair Bolsonaro y su invitación “en broma” a fusilar militantes petistas. Pienso en Trump, en su grotesca imitación de Serge Kovaleski, en la compulsiva reiteración de su supuesto genio.
Tengo la impresión, desde hace tiempo, de que el fascismo pretende ser gracioso. Vladimir Safatle, escritor y académico brasileño, habla en los mismos términos. En su artículo “¿Qué es el fascismo?”, menciona que esta política “expresa un liderazgo que parece estar por encima de la ley, uno que puede decir lo que quiera sin culpas, exponer sus peores sentimientos sin preocupación alguna por las consecuencias, demostrar los más bajos deseos de violencia como la expresión de lo que concibe como la mayor libertad conquistada. Por eso es necesario que estos líderes sean cómicos, una mezcla de militar y de payaso de circo. Porque solo así, a través de esta ironía, sus juicios pueden circular con baja fricción. Finalmente, no nos tomamos en serio todo lo que ellos dicen, ¿pero quién sabe qué es exactamente lo que hay que tomarse en serio, qué es real y qué es fanfarronería?”.
XVIII. Pasajes III
“Los paranoicos son como los poetas. Nacen así. Además, interpretan siempre la realidad en el sentido de su obsesión, a la cual se adapta todo. Supongamos, por ejemplo, que la mujer de un paranoico toca una melodía al piano. Su marido se persuade al instante de que se trata de una señal intercambiada con su amante, escondido en la calle. Y todo así.”
Luis Buñuel, Mi último suspiro
XIX. Ficción V: pizza
En 2016, poco tiempo después de la última elección presidencial estadounidense, un hombre armado abrió fuego en una pizzería ubicada en Washington D.C. Edgar Maddison Welch, de veintiocho años, ingresó en el restaurante Comet Ping Pong con un objetivo heroico: rescatar a los niños supuestamente encerrados en la trastienda del lugar, los mismos que servirían para saciar la pedofilia de una poderosa red de tratantes liderada por Hillary Clinton. Las balas no dejaron heridos.
Convencido de que la pizzería ocultaba una red de tráfico sexual infantil, el hombre buscaba castigar la vena pederasta de la élite demócrata. Como muchos otros, Welch leyó sobre el supuesto caso en internet. Momentos antes de ejecutar su rescate (y fracasar en el intento), escribió a un amigo que asaltaría una red de pedófilos, que posiblemente sacrificaría las vidas de unos cuantos, pero que valdría la pena si salvaba la existencia de muchos. Al comprobar que en Comet Ping Pong no había un solo niño en cadenas, el tirador se entregó.
XX. Corazón y técnica II: el goce del aparato
Rudolf Hoess, comandante de Auschwitz, era un funcionario ejemplar. Su goce, dice Calligaris, no era matar personas sino ser un operador modelo, y para lograr esa consigna había que estar dispuesto al asesinato. La satisfacción de los responsables, pues, estaba en el correcto funcionamiento del aparato, no en la masacre en sí misma.
La pasión de ser instrumento puede concebirse así, como el goce de ser una pieza eficiente en la maquinaria que, por lo menos en apariencia, funciona como ha prometido.
XXI. Vampirización
El relato de Manson colocó en el centro la promesa de la guerra racial. Sin embargo, alrededor del núcleo también había discurso. La narración de la Familia incorporaba una parte del espíritu contestatario de los años sesenta. Se hablaba de combatir el poder hegemónico, los bolsillos de los millonarios y la violencia del Estado. Lo anterior coexistía, sin problema alguno, con la idea de un enfrentamiento masivo entre razas, en cuyo fondo late una asunción delicada: la comunidad negra no podrá gobernarse, así que la Familia se coronará como el agente rector. Lo torcido de la retórica no reduce el racismo tras ella.
La Familia Manson creó una amalgama extraña, mezcló sin reservas dos corrientes discursivas que podríamos considerar opuestas: la emancipación y la lucha contra el poder por un lado, y la celebración de la violencia y el sometimiento por otro. No fue la única secta en gestar un híbrido así. Los Niños de Dios, que repudiaban las religiones oficiales y las instituciones capitalistas, tomaron el amor libre y crearon con él su ideal del sexo como transmisión del amor divino. De la subversión del cuerpo vino la erótica obligatoria, la prostitución, la pederastia y el incesto.
Existe cierta práctica distintiva de algunos grupos conservadores y privilegiados. Ante el brote de movimientos de emancipación de los oprimidos, esto es, protestas que buscan un cambio sustancial en las relaciones existentes de poder, el bloque dominante se adueña de las formas de lucha creadas por aquellos que desean liberarse. En años recientes hemos sido testigos de surgimientos ominosos: la declaración abierta (y pestilente) de white lives matter, una respuesta supremacista a la actividad de Black Lives Matter; las manifestaciones públicas del orgullo heterosexual, que mucha homofobia contienen; Jair Bolsonaro, como muchos otros derechistas, convencido de que los nazis eran de izquierda; #MeTooHombres.
Vladimir Safatle escribió que el fascismo abandera un culto ciego de la violencia, sus militantes están seguros de que el poder hegemónico será vencido mediante la fuerza individual armada, asumen que podrán enunciar la aberración que deseen sin temer el juicio “dictatorial” de la corrección política. El fascismo, dice Safatle, ofrece una forma siniestra de libertad, se constituye a partir de una vampirización de la revuelta.
XXII. Pasajes IV
“La vida, ese proceso que se suspende y que a la vez se sintetiza en la apariencia de esa carroña que usted, querido maestro, está acostumbrado a manipular y a tasajear yerta, verdosa, inmóvil y exangüe, sobre todo cuando se trata de los cadáveres de hombres y mujeres que han sido muertos violentamente, caro data vermibus en fin, ¿es acaso diferente ahora de lo que era entonces? Usted está en contacto con esa esencia inmutable hasta cierto punto que es el cuerpo (maloliente o perfumado, terso o escrofuloso), pero siempre el mismo en realidad; los órganos, para los efectos del interés que en usted provocan, son iguales ahora que entonces y la lluvia que empaña los cristales o que empapa los hombros de su abrigo es ¿o no? la misma lluvia que caía en Pekín aquel día en que usted, acompañado de su amante (sí, doctor Farabeuf, de su amante), con grandes trabajos, tratando de que su aparato fotográfico no se mojara, profiriendo las mismas imprecaciones e interjecciones que profieren en nuestros días, aun en los lugares públicos, los obreros y la gente de la clase inferior adicta a los partidos radicales, se abrió paso a codazos y empellones entre una muchedumbre estupefacta hasta conseguir profanar y perpetuar esa imagen única en la historia de la iconografía erótico-terrorística.”
Salvador Elizondo, Farabeuf
XXIII. Polanski III
A finales de los años setenta, Roman Polanski drogó y violó a Samantha Geimer, una niña de trece años. Huyó a Francia antes de que se le dictara sentencia.
No ha vuelto a Estados Unidos.
XXIV. Horrorismo III
“Como igualmente es sabido, una carnicería en el escenario de las masacres hace difícil recomponer las partes de los cuerpos de las víctimas para proceder al recuento de los restos mortales y a su reconocimiento. Dada la dificultad de la operación, las confusiones de miembros, entre las víctimas y verdugos, son frecuentes.”
Adriana Cavarero, Horrorismo
XXV. Dar la orden
Charles Manson no empuñó el cuchillo, solo dio la orden que sus hijos siguieron. La responsabilidad del líder está en la narración, el discurso, la gestación de las condiciones que posibilitaron los asesinatos. Manson se erigió como un amo, estableció un relato que perforó el corazón de sus escuchas, luego vino la hermandad de la carne rota.
Los días posteriores a la victoria de Trump fueron, sobre todo, un escenario de violencia incontenible. Musulmanes, inmigrantes, mujeres y niñas sufrieron intimidaciones, agresiones físicas y verbales. Por si fuese poco, en sitios como Filadelfia o Nueva York aparecieron esvásticas trazadas en algunos edificios, acompañadas de la consigna Make America great again.
En Brasil, durante la campaña presidencial de Jair Bolsonaro, también se registraron ataques y hechos de violencia. Simpatizantes del ahora mandatario agredieron físicamente a periodistas y partidarios de Fernando Haddad. En México, el discurso y la actividad pública del Frente Nacional por la Familia ha ocasionado un debate sobre homofobia y discurso de odio. Organizaciones defensoras de la comunidad LGBT, como Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana A.C., han realizado estudios que arrojan resultados escalofriantes: el nuestro es uno de los países con mayor índice de ataques de odio hacia las sexualidades fuera de la heteronorma. En este contexto, cabe la pregunta sobre la verdadera función de asociaciones como el Frente y su aversión al matrimonio igualitario y la adopción homoparental: ¿en verdad se trata de proteger a los niños?, ¿no será que el objetivo no declarado, pero evidente, es alimentar el flujo discursivo que condena y disuelve las eróticas no institucionales?
El poder totalitario busca la domesticación de los cuerpos y corazones de los gobernados. El fascismo actual, con todas sus especificidades, pretende engendrar un pueblo que ejecute la violencia enaltecida desde el trono del rey. Estos jefes de Estado dan cauce y enemigo concreto a la maldad más honda que nos atraviesa. Como Charles Manson, ellos también dan la orden. Hay una vena profundamente mansoniana en Donald Trump, en Jair Bolsonaro y en ciertas cúpulas de asociaciones político-religiosas.
La Familia Manson, lejos de ser una excepción cruenta, es un síntoma de la violencia política contemporánea: enaltecimiento de la brutalidad, gestación cínica de dolor y de muerte.
XXVI. Pasajes V: masa
“Ensayemos, entonces, con esta premisa: vínculos de amor (o, expresado de manera más neutra, lazos sentimentales) constituyen también la esencia del alma de las masas. Recordemos que los autores no hablan de semejante cosa. Lo que correspondería a tales vínculos está oculto, evidentemente, tras la pantalla, tras el biombo de la sugestión. Para empezar, nuestra expectativa se basa en dos reflexiones someras. La primera, que evidentemente la masa se mantiene cohesionada en virtud de algún poder. ¿Y a qué poder podría adscribirse ese logro más que al Eros, que lo cohesiona todo en el mundo? En segundo lugar, si el individuo resigna su peculiaridad en la masa y se deja sugerir por los otros, recibimos la impresión de que lo hace porque siente la necesidad de acuerdo con ellos, y de no oponérseles; quizás, entonces, ‘por amor de ellos’ […]
“Pero aun durante el Reinado de Cristo estaban fuera de este lazo quienes no pertenecían a la comunidad de creyentes, quienes no lo amaban y no eran amados por Él; por eso una religión, aunque se llame religión del amor, no puede dejar de ser dura y sin amor hacia quienes no pertenecen a ella. En el fondo, cada religión es de amor por todos a quienes abraza, y está pronta a la crueldad y la intolerancia hacia quienes no son sus miembros.”
Sigmund Freud, Psicología de masas y análisis del Yo
XXVII. La voz de las mujeres II
Después de todo, ¿quién fue Sharon Tate? Más allá de su relación con Roman Polanski, de haber sido asesinada brutalmente, ¿qué nos queda de ella, qué hay detrás del espectro de la esposa, la víctima, la modelo jovencísima y de belleza inusual? Begoña Gómez Urzaiz publicó un artículo en Vogue, titulado “50 años después de su asesinato, ¿sigue Sharon Tate condenada a ser solo la chica de la foto?”. La autora tiene razón: más allá de su matrimonio y su asesinato, no le conocemos mucho. Es preciso leer el texto, da cuenta del borrado histórico de su voz, de la negación de la misma mientras vivía.
XXVIII. Familia II
El tema sectario ha cobrado relevancia en los días recientes. Dos casos llamaron la mirada de la opinión pública: la detención de Naasón Joaquín García, director de la Iglesia la Luz del Mundo, por acusaciones de pornografía infantil, violación de menores y trata de personas; el líder de la secta Nxivm, Keith Raniere, que fue declarado culpable de sostener una sociedad de esclavas sexuales. Las mujeres de Nxivm eran obligadas a tener sexo, a fotografiarse desnudas y a dejarse marcar el cuerpo como si fueran reses. Este grupo, además, involucra a gente de nuestro país. Emiliano Salinas Occelli, hijo del ex presidente Carlos Salinas de Gortari, resultó ser un elemento muy importante de la asociación. El cachorro no es el único señalado. Otras personalidades de la élite política y financiera de México figuran entre los principales operadores de Nxivm.
Atestiguamos la explosión del debate sobre qué son las sectas y cómo operan hoy en día. Los medios reportan a diario estos incidentes y sus respectivas actualizaciones. Esto, me parece, anuncia una oportunidad: ahondar y problematizar en el asunto sectario, dilucidar un ejercicio de poder específico que, aunque repulsivo, no se deslinda de dispositivos más cotidianos. Una secta plantea un sistema de abuso psíquico, emotivo y erótico que se presta muy bien para vender periódicos. El afán comercial suele inhibir el potencial crítico del abordaje, la carroña se impone a la interrogación.
No desconsideremos qué mexicanos resultaron manchados por el barro de Nxivm, no ignoremos el oro en las cunas, no omitamos su ya cuestionable relación primaria con el poder.
Las situaciones descritas aquí parecen guardar, entre otros, un aberrante punto común: el uso, la disposición y el sometimiento de la carne y el corazón de las mujeres. La Familia Manson, los Niños de Dios, el ghetto de Cracovia, el olvido de Tate y las otras asesinadas, las manadas y las fratrías, los periódicos y las culpas, la tortura de la Narvarte, los jefes de Estado y las violaciones, Samantha Geimer y las babas, Nxivm y las yerras, todo, absolutamente todo involucra una política de imposición sobre lo femenino. Si proviene del Estado o de una cofradía de vampiros, qué más da.
XXIX. Supongo que lo amábamos
“Si lo hicimos porque creíamos que eso haría feliz a Charlie, entonces supongo que lo amábamos. O algo por el estilo.”
Lynette Fromme, ex miembro de la Familia Manson
- Ha publicado libros como The Wood of Suicides (The Permanent Press, 2014), The Love of a Bad Man (Scribe, 2016) y Beautiful Revolutionary (Scribe, 2018).
- Es profesora en la Universidad de Verona, ha realizado estancias académicas en Harvard, Berkeley, entre otras. Además de Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea, Cavarero ha escrito obras como In Spite of Plato: A Feminist Rewriting of Ancient Philosophy y Relating Narratives: Storytelling and Selfhood.