La fotografía de Bob Schalkwijk
El artista no ve todo: inventa y escoge. No se ve con los ojos, se ve con un concepto de la vida. Todo el mundo tiene una cámara, pinta o escribe. Ser artista con la cámara, el pincel o la pluma es otro asunto.
Luis Cardoza y Aragón.
La semana pasada se abrió un diálogo entre los columnistas web de Tierra Adentro en el que la Redacción nos invitaba a reflexionar en torno a dos declaraciones: la realizada por Sean Penn en la entrega de los Premios Oscar y la del Papa Francisco en una carta enviada al diputado Gustavo Vera. En dicho diálogo analizamos, desde distintos puntos de vista, la forma en la que se construye «lo mexicano» desde el extranjero. Después de reflexionar sobre el tema y en una conversación privada, el escritor Davo Valdés y yo llegábamos a la conclusión de que esa definición no existe como algo tangible sino como una especie de máscara inventada que los mexicanos nos ponemos cuando nos sentimos heridos y necesitamos defendernos.
Dicha construcción de la identidad se encuentra frecuentemente en la fotografía realizada por extranjeros, porque a veces, a través de imágenes capturadas desde los ojos de la «otredad», podemos mirarnos a nosotros mismos. Ricardo Pérez Monfort explica que los artistas han tenido un papel importante en la creación de estereotipos desde su propia concepción de la mexicanidad: «Cada uno intentó hacer su retrato o descripción del México que vio. Desde las negativas visiones de Vicente Blasco Ibáñez […] hasta las apologías de Paul Strand y Anita Brenner, estas imágenes del “pueblo de México” circularon tanto en el país como en el extranjero […]».[1] Sin duda, la cultura del escritor o del fotógrafo influye en la forma en la que mira el mundo, pero también en la forma en la que asimila, entiende, describe y construye al «otro».
Un claro ejemplo de lo mencionado anteriormente es la obra del fotógrafo holandés Bob Schalkwijk (Rotterdam, 1933) expuesta actualmente en el Jardín Borda de Cuernavaca. Se trata de una serie de 22 fotografías realizadas en cuatro municipios de Morelos (Tepoztlán, Cuernavaca, Cuautla y Yautepec) entre las décadas de 1960 y 1980. Schalkwijk llegó a México en 1958, después de tomar un Curso de Ingeniería en Oleoductos en Houston, Texas. Se había enterado por medio de la revista Esquire —según comenta Gina Rodríguez Hernández— que en Ajiquix (Guadalajara) una pareja podía vivir con ciento cincuenta dólares al mes. Así fue como decidió viajar a México a bordo de un vocho.[2] Las fotografías de Schalkwijk —tanto las de Morelos como las de otros estados de la república— muestran la visión de un extranjero en México y su interpretación de la identidad nacional, mostrando así distintas caras de nuestra cultura.
Schalkwijk visitó y fotografió la ciudad de México, la Sierra Tarahumara al norte del país, Hidalgo, Chiapas y Morelos. El proyecto fotográfico Sierra Tarahumara (publicado el año pasado) presenta un total de ciento veintiocho fotografías en las que muestra a los rarámuris en su cotidianidad. No construyó imágenes tal como lo hiciera un fotógrafo que dirige su trabajo al arte o a la publicidad sino que documentó su trabajo como lo haría un fotógrafo etnográfico. Sin embargo, Sierra Tarahumara sólo muestra una realidad cultural de México de entre todas las tradiciones y culturas que coexisten en él. Schalkwijk era consciente que retratar sólo ciertas zonas no muestra una representación total del país, es decir, que estas imágenes no forman un modelo de «lo mexicano».
En una entrevista realizada para la Secretaría de Cultura de Morelos, Schalkwijk menciona que «México tiene varios países dentro del país, tiene muchas montañas, tiene una variedad increíble de culturas, paisajes, gente […]».[3] Dicha declaración muestra a un México heterogéneo visto a través de los lentes del fotógrafo holandés. Tal como lo menciona José Iturriaga en su libro recientemente publicado La identidad morelense en miradas forasteras, «Los otros nos ven y nos juzgan, unos lo hacen con pasión y otros con inteligencia, van de los elogios a la descalificación, de la angustia al temor y al gozo, sus imaginaciones nos pintan y nos despintan, nos disfrazan con atuendos que su imaginación nos viste, echan porras o rechiflas. Esa amplia literatura nos sirve para conocer mejor nuestros defectos y virtudes».[4] O en otros casos, diría yo, para hacernos con esa literatura una bandera y refugiarnos, e incluso defendernos, en esa construcción que los otros nos hicieron.
Es cierto que una parte de la población en México no usa sombrero a diario, pero el mexicano en el extranjero lo porta con orgullo en señal de su nacionalidad y de este modo el arquetipo de «lo mexicano» se exporta al mundo. Somos los primeros en apropiarnos de una identidad imaginaria cuando estamos fuera de casa. Cuando Schalkwijk se expresa sobre de los rarámuris, salen a la luz esos elogios que José Iturriaga menciona en su libro. El fotógrafo holandés dice «Son muy guapos, gente muy bien vista, chistoso, el hombre es delgado, la mujer es más bien gordita. El hombre es alto, relativamente, y la mujer es más chaparra. Nos fascinó». En esas palabras queda impresa la visión antropológica sobre una comunidad de la Sierra Tarahumara, esa visión que también parece un tanto colonialista y que expone la mirada europea observando al americano. Tiene mucho sentido que encontremos algunas fotografías de la serie Sierra Tarahumara con un tinte pintoresquista (más cercano a lo idílico y a lo romántico) con la naturaleza como marco central de la fotografía. La imagen de Shalkwijk en la que se observan los pastizales llenos de cabras es un claro ejemplo, muy similar a lo que el fotógrafo francés Desiré Charnay había venido haciendo al sureste del país desde finales del XIX.
Durante un tiempo, Schalkwijk se dedicó a realizar fotografía de murales de Diego Rivera y de algunas obras de arquitectura en México, tal como lo hiciera Tina Modotti cuando en el año de 1930 fue expulsada de México dejando pendiente el trabajo de la serie de murales en edificios públicos y que Álvarez Bravo se encargaría de continuar.[5] La exploración de Schalkwijk fue un tanto similar, primero acercándose al arte de los muralistas, luego a la arquitectura de la ciudad para continuar fotografiando a la gente en su cotidianidad sin necesidad de construir la imagen, sino esperando el momento indicado para apretar el obturador. A inicios de la segunda mitad del siglo XIX, el fotógrafo francés Desiré Charnay había llegado a México en una misión del Ministerio de Instrucción Pública de Francia para fotografiar el territorio. En 1862 —año en el que Napoleón III iniciaba la intervención en territorio mexicano— Charnay (quien había iniciado su viaje de exploración en Estados Unidos para luego continuar en México), publicó Le Mexique, obra en la que relataba sus viajes por algunos estados de la república.[6] Bob Schalkwijk por su parte, arribó a México en 1958, no tanto por una expedición o una misión del extranjero, sino por la necesidad del viaje mismo. Su llegada es un tanto similar a la de algunos otros extranjeros, que miran a México desde una perspectiva un tanto cientificista, por lo que muestran a un México a veces homogéneo, otras veces multicultural y exótico. Su mirada no se centra en los íconos pero si se enfoca en explorar a los diversos tipos de mexicano, casi todos ellos de estirpe indígena. En ese sentido, los humanos que muestra Schalkwijk se asemejan más a los «tipos populares» que el fotógrafo francés Francois Aubert o que los fotógrafos mexicanos Cruces y Campa habían retratado en la segunda mitad del siglo XIX y que evidentemente fueron parte importante de la construcción de lo mexicano.
[1] José N. Iturriaga, La identidad morelense en miradas forasteras. 240 textos de extranjeros del siglo XVI al XXI, pág. 56.
[2] Entrevista realizada por la Secretaria de Cultura del Estado de Morelos.
[3] Ibid.
[4] José N. Iturriaga, Op. Cit., pág. 38.
[5]Elena Poniatowska, El sueño es blanco y negro en Luna Córnea, No.1, pág. 34.
[6] Olivier Debroise, Fuga mexicana. Un recorrido por la fotografía en México, pág. 138