Tierra Adentro

Titulo: Nahui Olin

Autor: Adriana Malvido

Editorial: Circe

Lugar y Año: 2018

Aunque sigue un orden cronológico, Nahui Olin, de Adriana Malvido, originalmente publicado por Diana en 1992, no es una biografía convencional sino una recopilación de testimonios acerca de Carmen Mondragón, mujer excepcional, que rompió con las normas de su tiempo.

Malvido entrevistó tanto a Manuel y Lola Álvarez Bravo como a Andrés Henestrosa, revisó los diarios de Paul Weston y otros libros en que se le menciona, sin faltar, claro, Gentes profanas en el convento, de Gerardo Murillo, el Dr. Atl, con quien tuvo una tormentosa relación durante cinco años. Además, Malvido entrevistó al viudo de una prima de Carmen, a una sobrina, y a uno de los discípulos de Rodríguez Lozano. En fin, realizó una investigación apasionante y meticulosa que da como resultado un bello libro, ilustrado con retratos de la protagonista y algunas de sus obras. Reeditado hace unos meses, vale la pena regresar a Nahui Olin en estos días.

En general, Adriana Malvido se limita a exponer las diferentes versiones de los hechos, y en el caso del matrimonio de Carmen Mondragón con Manuel Rodríguez Lozano, sólo menciona que no se llevaban bien y que tuvieron un hijo que falleció poco después, dando lugar a relatos diversos. Todos los que conocieron a Rodríguez Lozano “coinciden en que, según él les aseguró, Carmen asfixió al niño poco después de nacer, él la repudió por eso y ya no pudo soportarla… También dicen que ella lo perseguía para satisfacer sus necesidades sexuales, pero que él no le correspondía. Dicen que a ella no le gustaba el grupo de bohemios que frecuentaba Rodríguez Lozano y que asfixió al niño cuando se dio cuenta de que su marido era homosexual. Dicen que él estaba dispuesto a rectificar su vida cuando naciera su hijo y que sus ilusiones desaparecieron cuando el niño murió. Dicen que la muerte del niño provocó la locura paulatina de Carmen Mondragón. Otros dicen que la muerte del niño pudo deberse a un accidente y que Rodríguez Lozano inventó el argumento para justificar sus relaciones homosexuales. Otros dicen que no era homosexual”.

Se trata, como ven, de un bellísimo párrafo, completamente borgeano, con las anáforas características del argentino y, como remate, un espléndido anticlímax.

Anota, por cierto, que Rodríguez Lozano usaba ese membrete por conveniencia y que su relación con los Contemporáneos se dio por medio de Antonieta Rivas Mercado, según uno de sus discípulos.

También es muy cauta en lo que se refiere a las relaciones de Carmen con sus parientes, pues sólo menciona que “la familia la empezó a eliminar de sus reuniones sociales”; “Era rechazada [pero] tenía sus aliados: Maruca, su hermana María Luisa y sus sobrinos Yolanda y Benjamín”.

Ya en su vejez, Nahui Olin “cuenta con una aliada predilecta: su sobrina Beatriz Nieto Pesado, hija de Benjamín”, que iba a traerla a su casa para comer con ellos los domingos, y, cuando Beatriz cumplió diecisiete años, todos los miércoles recogía a Nahui y se la llevaba al centro a comer en el Sorrento y luego al cine Metropolitan;  más tarde volvían a su casa, por cierto “de tres pisos” y en “cuya planta baja había un estanquillo”. Al entrar “olía a viejo… los techos eran altísimos. Su habitación con muebles antiguos, su tocador, el retrato en su mesita de noche y los libros de Alejandro Dumas”. En esa casa, que “le heredó su padre”, vivía con sus gatos. Sus parientes, según su sobrina, no sabían ni lo que hacía… “Simplemente no era tema de conversación”. Se había convertido en una pariente incómoda, por su escandalosa relación con el Dr. Atl, su divorcio de Rodríguez Lozano y las fotos en que posó desnuda.

En los cincuenta trabajó como profesora de dibujo en una escuela primaria vespertina que dirigía su hermana Guadalupe, quien se la llevó a una secundaria a la que fue ascendida.

Aunque Adriana Malvido relanzó el libro con fotos inéditas y un epílogo donde recopila todo lo que ha pasado a partir de los años noventa, cuando Tomás Zurián y Blanca Garduño organizaron la exposición sobre ella en el Museo Estudio Diego Rivera, no le hizo algunos retoques al libro, aprovechando algunos datos que han aflorado.

Menciona el “borrador de la impugnación al testamento de su madre, Doña Mercedes Valseca, y las hojas referentes al juicio testamentario que finalmente ella y su cuñada María Teresa, viuda de Manuel Mondragón Valseca, establecen contra la validez de una herencia de la que han sido excluidas” y “el documento en que su hermano Guillermo defiende la voluntad de su madre”,  pero no entra en detalles.

Tampoco da mucha información sobre el pintor y caricaturista Matías Santoyo, con quien Carmen Mondragón viajó a Los Ángeles hacia 1927-28.

Anota que, según Henestrosa, era “un hombre hermoso”, pero ni siquiera registra que cuando viajó a Hollywood con Nahui, ella tenía treinta y cuatro años, y él sólo veintitrés.

Ahora incluso hay algunas notas en “la nube”, según las cuales él había estado becado en Nueva York, donde publicó algunas caricaturas en revistas; posteriormente hizo algunos murales en Cuernavaca y en Baja California, en el Hotel Rosarito Beach, donde pintó una sirena cuyos ojos, se dice, recuerdan a los del retrato que hizo de Nahui Olin.

En Ensenada se conserva el mural que pintó en el casino, ahora Centro Social, Cívico y Cultural Riviera, pero el que se hallaba en el vestíbulo del Hotel Rosarito Beach corrió al parecer la misma suerte que el mural pintado por el Dr. Atl en el colegio de San Pedro y San Pablo, donde aparecía Nahui desnuda. Vasconcelos ordenó vestir a los personajes que lucían sus órganos sexuales y más tarde los mandó raspar “otro funcionario”, según Malvido, que no quiso mencionar al culpable Narciso Bassols.

Tampoco aporta mucha información sobre Antonio Garduño y ni siquiera menciona el viaje que hizo a Nautla, Veracruz, con un amigo y Carmen para tomarle fotos con traje de baño en la playa, y del que se publicó una crónica en la revista El Automóvil de México (mayo, 1926), mencionada por Elena Poniatowska en Las siete cabritas (2000), y que ahora cualquiera puede ver en “la nube”.

En una entrevista, Malvido declaró que “Nahui sigue enamorando a muchos, como al empresario Samuel Podolsky”, quien “compró la casa de Tacubaya donde ella nació y murió para convertirla en bodegas, pero alguien le regaló el libro y se enamoró de Nahui… Decidió que no la iba a demoler. Tiene toda la intención de restaurarla. Sería como de sueño que se convirtiera en un centro cultural o en un museo de sitio”[1]. Desafortunadamente, en el libro no lo menciona.

[*]  Adriana Malvido. Nahui Olin: la mujer del sol. Barcelona: Circe, 2017.

[1] http://www.excelsior.com.mx/expresiones/2018/03/11/1225580