Tierra Adentro

Titulo: O reguero de hormigas

Autor: Yolanda Segura

Editorial: Secretaría de Cultura / Fondo Editorial Tierra Adentro

Lugar y Año: Ciudad de México, 2016

 

Me lo dijeron muy claramente: no toques las espinas. Pero como ustedes supondrán no hice caso. Lo que recuerdo son mis manos sobre los cornizuelos –a los que los pobladores de la comunidad llamaban carnizuelos (cambiaban el corno por la carne, quizá porque era ésta hacia donde se dirigirían las hormigas)–, mi dedo pulgar haciendo presión sobre una de las puntas de esa cornamenta en miniatura.

Dice una página de internet sobre biología básica que el cornizuelo es un árbol pequeño siempre verde que hace negocio con las hormigas. Así lo dice, literal. El pacto es éste: el cornizuelo les proporciona a las hormigas su sustento (azúcar, proteínas y grasas), además de que les brinda, en sus grandes espinas en forma de cuernos de toro, una casa dónde vivir; a cambio, las hormigas le dan protección contra insectos, bejucos y enredaderas.

Ahora bien, los cornizuelos suelen albergar tres tipos de hormigas: la ferruginea, la nigrocincta y la belti, roja, roja y negra, respectivamente. Todas son enormes y gordas y pican endemoniadamente. Lo supe de manera empírica entonces porque las que salieron de las espinas que recorté del árbol eran rojas. Apenas sentí la ligera cosquilla de su caminar por mi piel cuando ya era mi mano un conjunto de agujas encajadas, de carne entumecida que ardía como si fuego, como si a punto de reventar la sangre.

Me dijeron que no, pero fue más la curiosidad, el impulso, el deseo de arrancar algo y hacerlo mío. Al final fueron cinco o seis piquetes en una mano que se volvió un amasijo de hinchazón y dolor. Al final los remedios del pueblo, los tés, los fomentos, ahuyentaron a la fiebre tan temida. Al final, las hormigas, en su lenguaje sobre mi carne, me dijeron que no podía llevarme sus casas sin sufrir las consecuencias. Que había, en todo caso, un precio que pagar.

Todo lo rojo tiene un costo, una trampa, un doble fondo. Todo lo rojo es un paredón, una antesala, un trueque. Lo rojo o la rojeidad como una alegoría acerca del cuerpo, de los cuerpos, de lo que surge de o hacia dónde se adentran nuestros cuerpos: la sangre, el miedo, la muerte, el menstruo, lo prohibido, lo expuesto, la vida, el peligro, la irrupción, la salud y la enfermedad, la higiene como método de control, la herida, la ausencia y la violencia, el dolor y la memoria; la identidad versionada. Todo lo rojo que define este cuerpo físico y social que somos está en O reguero de hormigas apenas nombrado, apenas sugerido, como quien para decir algo únicamente moviera los labios y, sin embargo, nosotros pudiéramos comprender esas palabras cuya articulación es una suerte de avizoramiento de todo lo otro que no está ahí, que no se está diciendo y sin embargo está ahí porque se está diciendo sin decirse. Es decir, te digo esto para decirte lo otro. Enuncio sólo una parte de todo lo que está por decirse, pero que no he pronunciado justo porque quien tiene que proferirlo desde tu cuerpo eres tú. Esto es lo que nos ofrece Yolanda Segura: una poética oblicua; un libro donde la poética toda es el tropo.

Al inicio del libro los
lectores empezamos a seguir con la mirada una hilera de hormigas que emerge de una hendidura, pero el viaje que emprendemos junto con ellas no es, en absoluto, lineal. Los poemas de O reguero de hormigas están dispuestos en una estructura que integra estrategias escriturales que van de la intertextualidad a la reescritura, pasando por los usos de reciclaje, la manipulación textual, así como al juego con la espacialidad de la caja tipográfica y un variado muestrario de las posibilidades de resolución formal del poema. La dialoguicidad, la repetición incesante, la austeridad o brevedad fulminante, el uso de signos ajenos a la cotidianeidad poética, la enumeración, la reversibililidad y la incompletitud son recursos cuya certera ejecución abona a la patente concatenación interna que une a todos los textos de este libro. Se trata, pues, de un asedio al rojo y a todo lo que el rojo significa planteado desde múltiples escorzos, agotado por todos los flancos, expuesto como una cartografía de un territorio que se torna heredades expandidas que por vastas se antojan enriquecedoramente inabarcables.

Porque del rojo de O reguero de hormigas vamos a la sangre del origen; a la nota roja de un país en rojo sangre (es decir, éste, nuestro país, un país de estampas rojas que se repiten todos los días); al rojo del parto; al simbólico rojo de los cuentos para niños; y de la infancia al rojo biológico de cada mes, que es sangre, pero también imposición, heteropatriarcado, enfermedad, suciedad proveniente de una higiene moral que nos conmina a esconder lo que nos escurre por entre las piernas; a las instrucciones para disolver una mancha de sangre en la ropa y a la pregunta sobre si alguien podría devolvernos tanta sangre cuántos litros qué cuerpo qué historia; al rojo de la progenie en la sangre y al rojo de la prognosis de la sangre. Porque del rojo vamos al negro de la sangre seca, del moretón que enmascara a lo molido de la sangre: a la memoria. A las hormigas rojas y negras, sí, como mensajes cifrados, sí, como código, sí, como banderas.

La sangre, desde luego, también es un mapa. Y a Yolanda Segura le basta escribir un país o / una mancha / en la ropa para que pensemos en toda la sangre de nuestras mujeres muertas, de nuestros desaparecidos, de la guerra que a diez años nos sigue minando. Le basta escribir: abriste algo: / era el miedo, para remitirnos a la vulnerabilidad del cuerpo, a la violencia que se ejerce sobre el cuerpo, a la precariedad del cuerpo frente a todo lo otro. Le basta escribir |mirar|herida|tocar para aproximarnos hacia la intimidad de los ojos puestos sobre el cuerpo propio o sobre el cuerpo del otro como propio, pero también para hacernos sentir cómo el tacto sobre la carne abierta, cómo las palabras pueden ser una posibilidad de cura. Le basta, pues, conjurar a las hormigas para que éstas aparezcan y, como las de cornizuelo, nos recuerden con su inevitable aguijoneo que pensar la sangre también es una herida.

Todo este libro se trata del rojo, en efecto. Pero se trata también de escribir sobre el rojo de otra manera. De explorar la posibilidad de hacer poesía en otras formas. De que la escritura misma sea otra cosa, otra clase de proceso. Cada uno de los poemas de este libro nos habla de esto, nos ejemplifica esto y nos pide, también, ser leído, mirado, tocado, desde otra idea de poesía. Hay en O reguero de hormigas una sensibilidad más ligada al hipervínculo, al rizoma, a una arboreidad heurística propia de lo digital que a la unidad temática análoga característica de muchos de los libros de poesía recientes. Hay, en el modo en el que Yolanda Segura va de un poema a otro en este volumen, una transición que alude a un orden, a una vinculación, a una conjunción de significados, que es en sí misma una poética que propone otro proceder, otros caminos más diversos para decirse.

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