Tierra Adentro

 

Vi el primer capítulo de El cuento de la criada en Texas donde portar armas es legal y donde se concentran más de veinte grupos de odio, entre otros, los tristemente célebres neonazis, los confederados y el Ku Klux Klan. Aunque la serie no se refiere explícitamente a este contexto, es difícil no reconocer al supremacismo blanco, al God Save America, en la distopía de Margaret Atwood.

Tras una guerra civil en Estados Unidos, se instaura la república teocrática de Gilead que se propone recuperar valores familiares tradicionales y enfrentar la crisis de esterilidad con métodos novedosos. June (Elisabeth Moss) nota pequeños cambios pero no les da importancia. Es hasta que cambia la Ley y se cierran las fronteras que empieza a sentir miedo. Hombres vestidos de negro y con armas largas sacan violentamente a las mujeres de los centros de trabajo y cancelan sus cuentas bancarias. En el reordenamiento social, las mujeres fértiles se consagrarán a concebir los hijos de los jerarcas militares. June pierde a su hija, a su esposo y hasta su identidad; se convierte en Offred, nombre de la familia a la cual debe entregar un bebé. Cada intento por quedar embarazada es una violación social y coreográfica.

Poco a poco, Offred se da cuenta que la única forma de sobrevivir es aliarse con sus iguales: «Si no querían que fuéramos un ejército, nunca debieron darnos uniformes». Entonces vemos a ese grupo de mujeres de rojo tomar las calles para «hacer las compras».

Quien no ha visto la serie, seguramente reconoce de inmediato los hábitos rojos y el tocado blanco de las criadas de Gilead, parte ya de la cultura popular. Además del vestuario, cada detalle significa: el rojo de la sangre y los hábitos frente al resto de tonos neutros; las tomas temblorosas, o fijas y claustrofóbicas, aquellas en las que la protagonista sale de espaldas convertida en objeto. Cada escena tiene un toque pictórico que aporta al desarrollo de la acción. La estructura de la serie, como la del libro, interrumpe el presente tortuoso y violento con recuerdos de la vida de June simulando un cuerpo herido, fragmentado.

Al recordar su pasado, Offred se recrimina «dejamos que sucediera», normalizamos la violencia y no supimos leer las señales. Hoy, cuando los constantes tiroteos no logran provocar un debate sobre la regulación de las armas, cuando las manifestaciones racistas se sienten cobijadas por la presidencia, la adaptación del libro publicado en la década de 1980 se vuelve una advertencia: no dejemos que suceda.