¿Para qué sirve una escuela de escritores?
La experiencia vital de cada autor es distinta, pero parece haber dos caminos principales para su desarrollo: el autodidacta y el de las escuelas. ¿Necesita un escritor que alguien le enseñe? Cristina Rascón (Hanami) y Guillermo Fadanelli (El billar de los suizos) dirimen al respecto.
La brújula de un viaje personal
Cristina Rascón
¿Que si para qué sirven las «escuelas de escritores»? Si escribir se define como articular palabras y signos de puntuación para narrar una historia o plasmar un sentimiento, yo digo sí, se puede enseñar a escribir. Pero si escribir es crear textos únicos, originales, inolvidables, con propuesta rítmica y estética, que nos lleven a lo más complejo de la naturaleza humana y a crear nuevos lenguajes… entonces mi respuesta es: en parte. Así como un viaje dependerá en parte del mapa y en parte de las decisiones e intuición. La parte propia de cada individuo en el camino de la escritura es el compromiso con la lectura constante, el ejercicio personal de curiosidad e indagar en uno mismo para encontrar lo que se «tiene que decir». Pero la otra parte es oficio y técnica. Desde la selección de buenas lecturas hasta formas para lograr un efecto de tensión, diálogos relevantes, poemas con ritmo, cuestiones que, como en otras disciplinas artísticas, se estudian, analizan y practican. Las escuelas de formación literaria son el apoyo para conocer los cómo narrar, cómo construir un poema, cómo iniciar o finalizar un texto, en otras palabras: cómo jugar en el tablero literario. Escritor y lector se comunican con reglas tácitas que, muchas veces, no han sido verbalizadas, menos explicadas. Quien creció en un ambiente literario tuvo a su alcance buenas lecturas o la guía para elegir dichas lecturas, pero quienes se aproximan con distancia y desconocimiento, una escuela de escritores es la linterna en el camino.
¿Por qué existe el mito de que un escritor puede surgir de la soledad? Porque, en el pasado, su «escuela» era invisible: eran amigos, tutores, tertulias, guías cercanos (¡hasta cartas!) que indicaban: esa lectura no, ésta sí, éste texto funciona, éste no. Yo crecí en Sonora, donde no había más que un par de talleres literarios al que poca gente tenía acceso, por tiempo, costo o traslado. No cursé estudios académicos de letras ni crecí en un ambiente donde se disertara sobre literatura. Fueron los talleres los que funcionaron como una brújula en mi camino de escritora. Por eso fundé, tras años de coordinar e impartir talleres literarios en México y otros países, Skribalia: Escuela Global de Escritores en Línea, junto con el escritor Mauricio Molina y Carmina Jiménez, donde apostamos por la inclusión de toda persona con inquietud literaria. El talento puede estar en cualquier ciudad, pueblo, lengua, estrato social o económico, pero las herramientas, técnicas y orientación no están en todas partes: hay que llevar la estafeta, hacerla accesible. Habrá quienes se conviertan en escritores profesionales, habrá quienes vivan la escritura de forma íntima, sin publicar. La literatura ganará creadores y lectores, ganará formas de apreciación, diálogo y despertar de individuos que (se) cuestionen y ejerzan su libertad creativa. Quien desea ser escritor encuentra en este tipo de escuelas una brújula avizora en su particular viaje de exploración.
Los profesionales
Guillermo Fadanelli
Comienzo este brevísimo conato verbal a costa de una confesión. A los diecinueve años escribí una novela romántica, una auténtica bildungsroman, sin haber leído a Hermann Hesse, ni haber puesto mis ojos en Las desventuras del joven Werther, la novela de Goethe. Lo hice por mero impulso animal y desbocado. Luego, a los veintiuno, escribí una novela teñida de realismo mágico (no logré sacudirme el acoso hipnotizador de Cien años de soledad). Después escribí otra novela, Cuartópolis, y aún no sabía de la existencia de Viaje alrededor de mi cuarto, de Xavier de Maistre. Ya comenzaba a germinar en mí la enfermedad nihilista. A los veintitrés obtuve de mi máquina de escribir una novela que imitaba el talante, el lenguaje y la opresión por la imagen que tomé de Alain-Robbe Grillet (su Casa de citas me había abierto una ventana y yo, naturalmente, me lancé por ella y me estrellé contra el piso). ¿Qué sucedió con estas novelas? Las tiré, abandoné en alguna caja o me las comí a dentelladas regadas por litros de Côte du Rhône, el vino con el que me embriagaba mientras me las daba de gran escritor. Tenía veinticinco años y me seducía el periplo y la imagen del escritor creando su obra en la estrechez de un cuartucho. Nunca se me ocurrió asistir a un taller literario, ni estudiar literatura; me bastaba con leer y escribir. No quería aprender nada, sólo expresarme a gritos, responder los golpes que me atizaban mis lecturas tempranas, ¿qué más? Me irritaba la sola idea de ser un profesional o un especialista de mis pasiones.
No estoy en contra de los talleres literarios. Es posible que de tales ergástulas emane un par de buenos lectores. De haber acudido yo a uno de estos mítines escleróticos habría terminado ofendiendo mi soledad y quebrantando mi estado de excepción o cuarentena perpetua: ¿qué escritor respetable vive acompañado? Es probable que quien desee convertirse en escritor de ficciones y se enrole en las filas de un taller de literatura fracase. Se lo merece. En lo personal los escritores que más me intrigan son una piara de solitarios, vanidosos enloquecidos, o anacoretas. Milan Kundera lo describe así en El telón: «Es la maldición del novelista: su honestidad está atada al potro infame de su megalomanía». Si uno carece de la capacidad de intrigar y sus textos no provocan un mínimo estupor, entonces tendría que dedicarse a vender seguros. Poseo una visión poco eficaz, funcional y contemporánea acerca de lo que debe ser un escritor de mercado (el mercado: la tumba ideal para el joven escritor). Si una persona acude a los talleres literarios a estudiar gramática, ortografía o sintaxis debe ser porque no puso demasiada atención en sus primeros años escolares; o no sabe leer; o no aprende de las equivocaciones de su vecino; o sólo busca sexo o compañía. Cada quien arrastra su propio cuerpo en la batalla ¿Quieres ser escritor? Ponte a leer y a escribir como una mula y no te detengas hasta encontrar un lugar deshabitado en el bosque del lenguaje.