Hip hop para todos
Al paso del tiempo, el hip hop se ha convertido en una importante manifestación de la cultura que dejó de ser sólo del barrio y para el barrio: tras conquistar nuevos públicos, su mensaje impulsa visiones críticas sobre la sociedad.
Hipi Hapa
Dr. Montiverzo
De fondo suena el bum bap inconfundible del hip hop en estado puro, el que nació en los barrios más bajos de Estados Unidos para darle voz a una comunidad silenciada por el gran desarrollo, imperceptible a los ojos del gran capital. Suena el compás de un gigante dormido que se levantó para no olvidar y con un grito desesperado decir: «¡Aquí estamos, esto somos!». Un mensaje tan importante no puede existir sin ser escuchado.
Esa mezcla de realidades, habilidades, esperanzas, aspiraciones, inspiraciones, contradicciones, lucha y paz, encontró en el grafiti, break dance, DJ, en el ritmo y la poesía la correspondencia perfecta para danzar en la oscuridad e iluminar todo a su paso.
El hip hop abrió el apetito de los guetos para comerse al mundo.
Hoy, la realidad es que la cultura urbana dio lugar a un monstruo que creció a sus costillas; le llaman industria. Las letras contestatarias y honestas, las paredes multicolores, los ritmos africanos moviendo cuerpos y cabezas de arriba abajo contagiaron a las personas y de alguna manera pasaron a ser parte de un contenido digerible, entretenido y bailable para el grueso de la gente; la premisa inicial fue perdiendo energía, pero la música es capaz de transmitir, trasgredir y transmutar; es resiliente, fuerte, amable, y el hip hop no es la excepción.
El planeta entero se inundó con su esencia; hoy no existe un lugar en el mundo libre de su poder hiptonizante. Los puristas claman por el alma perdida de aquella revolución cultural y observan atónitos la inclusión al poder de la globalización de lo que ellos llaman música real. El hip hop ya no es sólo del barrio para el barrio, es ahora una fusión de culturas, conciencias, pensamientos, intereses y negocios; ha salido de casa, creció y está tomando su propio rumbo, forcejeando entre lo bueno y lo malo, forjando su propio camino.
Si bien es presa de un jefe capitalista que lo maneja a su antojo, existe también libre y creativo, desordenado y lleno de energía; nos transporta a otros universos; sigue escupiendo verdades desde abajo: «¡Aquí estamos, esto somos!». Acapara lo que puede y como puede, con hambre insaciable, desde una pequeña trinchera, desde el lugar más recóndito del barrio más pobre hasta el escenario más imponente del globo, ha llegado a todas las clases y estratos sociales, no importa dónde lo escuches, no importa dónde lo veas, desde el boom de los setenta hasta lo mainstream de los 2000, el hip hop siempre será del mundo o quizá el mundo siempre será del hip hop porque «el mundo es un barrio, homs».
Hip hop deslactosado light
Roco Casillas
«Llaves, teléfono y cartera…». Así empieza una de las canciones más famosas de Lng/SHT, rapero que dedica su lírica a temas del adulto joven clasemediero. En muchos sentidos, la realidad de la que habla es a la que pertenezco. No cargo con armas (en mi vida he sostenido una en mis manos) y mi encuentro más grave con la policía consiste en que invadí el carril del Metrobús de Eje 4.
Más allá de su regular habilidad como MC, hay algo en sus letras que me repele por soso. No creo que sea una cuestión de que Gastón (su verdadero nombre) no sea true. Realmente creo que cada aseveración que expresa corresponde a su vida y a sus experiencias. Y aunque las temáticas de sus canciones son bastante cercanas a la realidad que vivo, éstas no me ponen. Siento que estoy tomando leche deslactosada light. Hay algo agresivo en el Hip Hop (con mayúsculas) que me atrae intensamente. Incluso cuando hay opulencia en las rimas, ésta es sórdida, ponzoñosa… y eso me hace falta cuando escucho a este tipo de raperos.
Entonces sale a flote mi contradicción: cuando veo de frente la realidad que es campo fértil para el hip hop más espeso, cuando se me queda viendo a los ojos, le rehuyo. Para muestra, un botón: un día iba en el pesero y subió un vato a tirar rimas por monedas; era un virtuoso. Como constantemente busco músicos con quiénes colaborar intercambiamos perfiles de Facebook. Días después, el susodicho subió un álbum de fotos donde posaba con armas. Lo eliminé de mi lista de amigos. Lo que yo admiraba como la violenta ficción del hip hop resultó ser real.
El hip hop y su crudeza me atrae como cuando juego Grand Theft Auto o veo películas de guerra. Me gusta habitar ficciones por un rato y luego volver a mi vida, donde estoy en problemas porque el portal del SAT no me deja subir mi declaración anual de impuestos. Me gusta salir de la ficción para volver a mi realidad gastonesca. Con las letras de Lng/SHT siento que viajo como turista. Es como ver un documental particularmente aburrido en vez de una película de superhéroes.
Hay otra cosa que me incomoda cada que escucho este tipo de rap, algo más profundo. Sospecho que no trago el hip hop condechi porque está escrito desde una posición de privilegio social y económico. A pesar de que escribo desde un estado muy similar al de Gastón, no creo que uno deba andar presumiéndolo: «Nuestro crew haciendo bulla/ ¿Y la tuya mi artista?/ No pagan cover, mejor ponlos en la lista». Así reza un tema donde Lng/SHT y Sabino (otro deslactosado light) hacen una apología de sus temas y los autoproclaman como una novedad. Pero ni novedad, virtud, virtuosismo o destreza caracterizan a estos raperos.
¿Será que lo que los ha proyectado tanto se llama privilegio? Al tener una carga verbal tan importante, el hip hop se volvió el arte mainstream para transmitir leyendas, pesares y fantasías de sociedades marginadas. Para ponerlas en el reflector, apreciarlas y validarlas; para empoderar a la gente que ahora vomita todas las palabras que tuvo que tragarse durante tanto tiempo. Así que, ¿realmente vale la pena tomar el micrófono para rapear de nuestro privilegio sin siquiera cuestionarlo?