Tierra Adentro
Portada del álbum homónimo de Rites of Spring, 1985.
Portada del álbum homónimo de Rites of Spring, 1985.

I, I believed memory might

Mirror no reflections on me

I, I believed that in forgetting

I might set myself free

But I woke up this morning

With a piece of past caught in my throat

And then I choked

For want of
Rites of Spring

En toda genealogía existen nodos fundacionales que se ignoran de forma injusta. La música —particularmente, la que pertenece a una transición cultural importante— está repleta de casos en los que ciertos artistas germinales, cuya discreta influencia extiende los dedos a través de varias décadas, permanecen guardando polvo en una que otra tienda de vinilos. Pocos grupos encarnan este fenómeno como Rites of Spring. 

     Se trata de una bastardización lamentable. No hay otro género en el mundo como el punk (y sus anexos) que haya sufrido tan profundamente un hurto estético por parte del mainstream, degradado a una suerte de etiqueta que puede significar cualquier cosa en el espectro que va de lo rebelde a lo incómodo. Sin articular en términos políticos y culturales sobre qué es rebelde y qué es incómodo, ¿es posible siquiera hablar de punk?  

Los charts musicales están repletos de chiquillos pálidos a los que les bastó una guitarra y tres o cuatro tatuajes en el cuello para vender su música pop como una variante del rock alternativo. El emo —ese vicio con el que los millenials ocuparon su adolescencia, ciegos ante cualquier matiz ideológico que no fuera el de su rímel y sus medias de rayas bicolor— solía ser uno de los efluentes del hardcore, una expansión necesaria dentro de las limitantes que había mostrado la escena punk a mediados de los ochenta. 

Washington D. C. sirvió de caldo de cultivo para la formación de varias de las bandas más inventivas de la segunda mitad del siglo XX. A inicios de los ochenta y tras un par de décadas marcadas por la hegemonía del liberalismo cultural, Estados Unidos había dado un giro conservador gracias a dos eventos decisivos: la llegada de Ronald Reagan al poder y el establecimiento de la mayoría moral evangélica. Como ocurre siempre que un movimiento reaccionario se hace del poder, estos factores resultaron en un ambiente hostil hacia las minorías y los disidentes. Las bandas de punk, en Los Ángeles y Washington, pasando por Nueva York, emergieron con renovada fuerza como una respuesta juvenil ante el neoconservadurismo. Sus letras no solo criticaban a las autoridades y a los órganos de represión cultural, sino que apuntaban con precisión hacia problemas imperantes como el militarismo, la xenofobia y el racismo. 

En 1981, un año después de que Reagan ganó la presidencia, el legendario Ian MacKaye y sus colegas lanzaron el feroz Minor Threat, álbum con el que se pronunciaron ante el surgimiento de sentimientos reaccionarios en la escena local (MacKaye consideraba que dicho entorno se había vuelto violento y misógino) mediante un posicionamiento ético claro, en el que promovieron el straight edge, lo mismo que la resistencia contra las políticas establecidas por los republicanos. Grupos como Bad Brains y Government Issue habían contribuido, de forma simultánea, con sus propias propuestas.

     Una de las bandas pioneras de la escena hardcore en Washington D. C. había sido Insurrection, trío en el que unieron fuerzas por primera vez Guy Picciotto (vocalista y guitarrista), Mike Fellows (con el bajo) y Brendan Canty (a cargo de la batería). Tuvo que llegar Eddie Janney, proveniente de The Faith, para que naciera Rites of Spring, cobijada por Dischord Records, el sello que fundó MacKaye. Su álbum homónimo se estrenó en 1985.  

     Desde el nombre de la banda puede advertirse la naturaleza de la disrupción que perseguían sus miembros: hace referencia al ballet The Rite of Spring, de Stravinski. ¿Un ballet? Pero no cualquiera. En su consagración de la primavera, el compositor ruso empleó ritmos impredecibles y cambiantes, impregnados de una sensación de perpetua inestabilidad. Se trata de una pieza disonante, llena de choques tonales que obedecen a la lógica del contraste. ¿Acaso Picciotto y el resto del grupo, hartos de la regresión ideológica y el estancamiento emocional que había mostrado el punk, decidieron reinventar el estruendoso nacimiento de la primavera en sus propios términos? 

     La cuota mínima del punk es el disentimiento. Sin importar qué tan bien un artista ajeno al movimiento sea capaz de emular las estructuras clásicas del género, la legitimidad de su sonido no resistirá prueba alguna si no tiene por origen la estridencia y la provocación. Ya desde sus tramos iniciales, Rites of Spring le deja claro al oyente que tendrá que escuchar, durante poco más de cincuenta y dos minutos, un ensamble de canciones agresivas y estimulantes. En ellas, su frenético avance no se limita a las secciones rítmicas vertiginosas, sino que también incorpora una sensibilidad melódica desconocida por el resto del gremio.

“Spring”, la canción que inaugura el álbum, anticipa el portento técnico que habrá de oírse en el resto de la obra; llena de cambios estructurales que acontecen de forma repentina, mantiene un tempo elevado con variaciones de velocidad muy sutiles. Llena de apremio y de neurosis, la canción acelera entre acordes abiertos, mientras Picciotto construye una evocación en la que comparten sitio la nostalgia y el despojo:  

Atrapado en el tiempo, tan lejos

del lugar en el que nuestros corazones realmente querían estar,

procurando encontrar la manera

de volver a donde estuvimos. 

Y si el verano te dejó vacío,

sin nada más que intentar,

esta vez…

     En el perímetro creativo de Rites of spring hay espacio tanto para canciones breves y dinámicas como para piezas con estructuras fragmentadas e irregulares, abundantes en cambios de ritmo. Mientras que “All there is” consume su corta duración mediante una progresión sencilla, el track inmediato, “Drink Deep”, ofrece un punto emocionalmente intenso en el que se alternan armonías disonantes que producen un espacio tenso, en disputa constante. Picciotto, imperativo, exige al oyente que experimente su propia vida con entusiasmo genuino: 

      Bebe profundo

      Es sólo un trago 

      Y quizás no vuelva a presentarse así otra vez.

     Aunque buena parte del álbum se perfila hacia la introspección emocional y la búsqueda identitaria, sería ingenuo asumir que Rites of Spring abandonó la esencia anti establishment típica del punk hegemónico. Un claro ejemplo de esta continuidad es “By Design”, canción en la que las letras de Picciotto denuncian, desde la rabia, la pasividad política y la complicidad social ante el clima reaccionario de los ochenta. El foco aquí no es  el dolor íntimo, sino la apatía colectiva ante la injusticia, y la facilidad con que muchos aceptan ciertas narrativas de victimización. La canción atina al espíritu del punk, señalando que la indiferencia no es una posición neutral, sino una elección que fortalece el orden establecido: 

     Créeme, habría deseado

que evitáramos esto.

Por favor, no me pidas que explique

todas las cosas que causaron tu dolor.

Solo quiero que te des cuenta

de que la pasividad equivale a complicidad.

     Dejas que se te escape de las manos

y acabas siendo víctima de las demandas de otros.

A través de una estructura musical compacta y repetitiva que refuerza su mensaje, Rites of Spring utiliza todos sus recursos técnicos para acentuar esta crítica. Punk, sin más rodeos. 

La particularidad esencial de Rites of Spring radica en cómo lograron conciliar pulcritud técnica con una visceralidad absoluta. A diferencia de otros discos de hardcore punk de la época, su álbum homónimo posee una claridad sonora inusual, resultado directo de la producción meticulosa de Ian MacKaye, que permitió capturar intacta la energía de las interpretaciones en vivo.  Cada elemento se hizo de un lugar propio en la mezcla, otorgando a las composiciones un balance exacto entre el caos y el refinamiento melódico. Sin mayores efectos de producción, en Rites of Spring aparece plenamente audible la urgencia emocional y las luchas políticas de una generación entera. Es esta combinación el principal motivo por el cual, cuarenta años después de su lanzamiento, el álbum continúa sonando vigente, emotivo y profundamente alucinante.