Tierra Adentro
Ilustración realizada por Rosario Lucas
Ilustración realizada por Rosario Lucas

Sin tapujos, entre la inocencia y el asombro de quien tiene 13 años de edad, Andy le narra directamente a la audiencia lo que sucede cuando viaja desde la escuela en Santa María la Ribera hacia su casa en Ecatepec, en el último vagón del metro de la Ciudad de México. Entre tierno y excitado habla sobre las miradas, los guiños, los roces, los apretujones entre la multitud que puebla el convoy, la adrenalina ante ser visto, la palpitación al bajar del tren para seguir a otro hombre, de mayor edad que él, hacia un sitio apartado. Primero con curiosidad, después con franca familiaridad, Andy comparte su travesía con un público que lo mira entre enternecido y azorado. De hecho, algunos espectadores no pueden evitar soltar alguna expresión que acompaña y empatiza lo que Andy va revelando: hay goce y ganas ante lo clandestino, pero también dolor y hastío ante el abuso. 

Andy es el protagonista de Percusiones, una pieza dramática de Aldo Martínez Sandoval, un joven dramaturgo que con este texto entra de lleno en un asunto que por un lado es tabú y por otro secreto a voces: el cruising, el metreo, desde la óptica de un adolescente que está descubriendo su sexualidad y todo lo que conlleva ejercerla en un país como el nuestro. El enamoramiento y la aceptación de un entorno intrafamiliar violento forman parte de esta obra que recientemente estuvo en cartelera y que fue publicada hace un par de años, apenas pasando la pandemia por COVID-19, en la editorial Los Textos de La Capilla.

Al contrario de lo que ha sucedido en otros momentos de la historia del teatro mexicano, en esta ocasión Percusiones no es una obra aislada ni solitaria en la escena actual. Se trata de apenas un ejemplo de lo que actualmente está sucediendo con la dramaturgia y los montajes de contenido LGBTQ+ en México y eso es que hay una variedad de propuestas que aluden a todo -o casi todo- lo relacionado con la diversidad de expresiones y disidencias y ya no solamente a los avatares del hombre homosexual o, en menor medida, a la mujer lesbiana. La actual cartelera de teatro recibe obras nacionales y extranjeras que revisan las identidades y relaciones bi, trans, drag, no binarie y queer.

En el caso de las de dramaturgia nacional, el conflicto trans se ha abordado en obras como Beautiful Julia de Maribel Carrasco -reciente Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón-, Aquí en la tierra de Luis Eduardo Yee, Transbordador Zel de Tony Corrales Y Transcraf de Mariano Ruiz, todas pensadas para hablarle a las infancias y jóvenes audiencias, pero con un impacto definitivo en todas las edades. Fuera de la ficción, Les desertores de Laura Uribe es una obra documental que da voz y cuerpo a las historias de varias personas transgénero, que se plantan sobre el escenario para relatarlas, sin necesidad de actrices ni actores que les interpreten. En una unión de teatro y cabaret, César Enríquez dirige una dramaturgia colectiva en la que las obras de Shakespeare son reinterpretadas y resignificadas por un grupo de mujeres trans que aprovechan los personajes isabelinos para contar sus historias contemporáneas.

Cada vez se abren más clósets teatrales y, amén de la producción, en distintos géneros y formatos, de textos extranjeros traducidos, algunos con mayor éxito y calidad que otros, la dramaturgia mexicana dedicada a la exploración de las actualidades LGBTQ+ se ha enriquecido, al menos en la Ciudad de México, con los montajes recientes de obras actuales como, entre otras, Shanghái de Gibrán Portela, La ley del ranchero de Hugo Salcedo, Estúpida historia de amor en Winnipeg de Carlos Talancón, Tú eres tú de Amaranta Leyva, Humana y tradescantia de Jimena Eme Vázquez, El edén de las musas de Francisco Jácome, además de un muy exitoso nuevo montaje de Príncipe y Príncipe de Perla Szuchmacher.

Tres obras destacan por sus amplias referencias hacia momentos históricos de la comunidad LGBTQ+: 41 detonaciones sobre la puerta de un clóset de Sara Pinedo y David Gaitán, sobre el célebre Baile de los 41; Novo en un clóset de cristal cortado, un monólogo de Alejandro Román en el que Salvador Novo hace y deshace su propia biografía; y Junio en el 93 de Luis Mario Moncada, en el que se rinde un homenaje a Alejandro Reyes, uno de los actores más destacados de su generación, quien falleció en 1996 debido a complicaciones derivadas por el VIH-SIDA. La obra, basada en las memorias del propio histrión, mereció en 2022 dos premios de la crítica a la mejor obra de teatro.

Si bien los ejemplos anteriores ya dan cuenta de una riqueza en cuanto a la presencia en la cartelera de dramaturgia mexicana con temática LGBTQ+, hay que decir que ésta ha estado acompañada por dramaturgias de otros rincones del mundo. Tan solo en los últimos años ha sido importante la presencia del autor uruguayo afincado en Francia Sergio Blanco con obras como Kassandra, Tebas Land y La ira de Narciso, que exploran diversas formas de la diversidad sexual en entornos entre sórdidos y exquisitos. 

Entre reposiciones y estrenos, textos traducidos como Los chicos de la banda de Mart Crowley -en una nueva versión alejada del escándalo de censura que atravesó el primer montaje dirigido por Nancy Cárdenas-, Ángeles en América de Tony Kushner en traducción de David Olguín, Torch Song de Harvey Fiernstein en una traducción de Alejandro Villalobos (distinta a la que en la década de los ochenta hizo Carlos Monsiváis), Rotterdam de John Brittain en traducción de Roberto Cavazos, Straight de Scott Elmegreen y Drew Fornarola en traducción de Manolo Caro, Orgullo de Alexi Kaye Campbell traducida por Angélica Rogel, MMF de David M. Kimple, Una disculpa a Lady Gaga de Ed Cooke y Orlando y Mikael: los arrepentidos de Marcus Lindeen, traducida por María Renée Prudencio, han permitido que el poliamor, la bisexualidad, el drag y lo no binario tengan visibilidad no solamente en los carteles de los teatros independientes o subvencionados, sino en las marquesinas de teatros privados e, incluso, de los abiertamente comerciales.

Mientras algunas de estas obras convivían en la cartelera, llegaba la noticia de una reposición, la primera después de 33 años de su muy exitoso estreno, de una obra que se convirtió en un clásico del teatro mexicano LGBTQ+: El Eclipse de Carlos Olmos, la obra que su autor consideraba su pieza más personal y con la cual reafirmó su sitio en el Olimpo de los autores nacionales. Lo que en 1990 cobró un éxito avasallante gracias a la dirección del legendario Xavier Rojas y las actuaciones de un elenco de primera línea, volvió a ser exitoso y relevante para una nueva generación, pues fue atinadamente abordada por dos creadoras teatrales jóvenes: la dramaturga Jimena Eme Vázquez, responsable de la adaptación, y la directora Gina Botello, quien logró a través de su trabajo con el teatro de sombras y objetos, una puesta en escena que refrescó al texto y, sobre todo, la manera de aproximarse a las temáticas centrales de la obra: el descubrimiento de la homosexualidad de “el hombre de la casa” y el duelo que viven cuatro mujeres de distintas generaciones frente a la pérdida real y simbólica de sus hombres. Al mismo tiempo que esta nueva versión teatral, El Eclipse tiene una reciente versión cinematográfica: Estoy todo lo iguana que se puede -verso de Carlos Pellicer- adaptada y dirigida por Julián Robles se estrenó en el Palacio de Bellas Artes en febrero de 2023; en ella los temas de la obra se abordan desde una perspectiva distinta a la del montaje de Gina Botello, pero también permite que el texto de Olmos se actualice y se ubique en un presente que sabemos tan lejos y tan cerca de aquel 1990 en el que se estrenaba la obra maestra de Carlos Olmos, uno de esos dramaturgos y creadores escénicos que, al igual que Salvador Novo, Sergio Magaña, Emilio Carballido, Nancy Cárdenas, Oscar Liera, Luis Zapata, José Dimayuga, José Antonio Alcaráz, Gonzalo Valdés Medellín, Jesusa Rodríguez y Tito Vasconcelos, entre otros, abrieron el camino para que hoy en día existan obras en las que se intenta que las expresiones de la diversidad sean la situación de normalidad y no el conflicto.