Tierra Adentro
Fotograma de "Doña Herlinda y su hijo" (1985). Director: Jaime Humberto Hermosillo
Fotograma de “Doña Herlinda y su hijo” (1985). Director: Jaime Humberto Hermosillo

En la historia del cine hay familias inolvidables. Si hablamos de los Corleone o los García –y también, si se quiere, de los Nobles, sí, con la letra ese, que no se agrega al plural de los apellidos– no hace falta decir los títulos de sus películas, de sobra se conocen sus aventuras y desdichas. Algunos directores crearon familias cuyos integrantes tienen nombres recurrentes, por ejemplo Claude Chabrol, que desarrolló en más de tres películas, sin ninguna conexión entre ellas, variantes del triángulo amoroso entre Charles, Hélène y Paul. Otros ampliaron la biografía de un personaje emblemático, es el caso de Truffaut y los cinco filmes sobre Antoine Doinel. En ciertas filmografías los títulos anuncian a los protagonistas. ¿Qué les dicen los nombres de Susana, Nazarín, Viridiana y Tristana? Decía Chantal Akerman, creadora de Jeanne Dielman (1975) y Los encuentros de Ana (1978), que “dar el nombre de alguien, de un personaje, como título de una película, hace que el personaje tenga más vida. Pienso en Jeanne Dielman como si hubiera existido. Efecto de realidad, también Ana. También Madame Bovary. También Ana Karenina”. Hay más. Algunos personajes son la parentela de su creador: La verdadera vocación de Magdalena, La pasión según Berenice, Doña Herlinda y su hijo, María de mi corazón, El verano de la señora Forbes, De noche vienes, Esmeralda y El malogrado amor de Sebastián. Ya desde los títulos de los filmes que lo conforman, el cuerpo de obra de Jaime Humberto Hermosillo se distingue como familia, retrato que agrupa películas realizadas en un periodo de cuarenta años; sin embargo, no se trata de una ocurrencia sino de una singularidad que estructura el tema principal del universo fílmico de Hermosillo, la familia como espacio que contiene, resguarda, encubre y ahorca los deseos. Ni mucho ni poco, las nuevas generaciones no saben ni jota de Jaime Humberto, el primer director abiertamente homosexual del cine mexicano en una época aciaga para los raros y diferentes. Como un viaje rulfiano para conocer o reencontrarse con los parientes, y sobre todo para conocer a su creador, se propone aquí un recorrido por la filmografía patronímica de Jaime Humberto. 

Los tuyos, los míos y los nuestros

Ya desde sus primeras tentativas, el creador, que nació en 1942 en la ciudad de Aguascalientes, tenía en mente un nombre fundacional que iba a marcar sus motivos y original estilo. Su primera película es el cortometraje inacabado Otro final para Thelma Ritter (1964). Aunque siempre hizo roles secundarios, Thelma Ritter, inolvidable actriz de soporte de Hollywood, es recordada como la enfermera lengualarga de La ventana indiscreta (1954) de Hitchcock, y sobre todo como la devota doméstica de Bette Davis en una película de Mankiewicz que en español se llama La malvada, aunque es preferible, siguiendo la estela de nombres propios inolvidables, el original Todo sobre Eva (1950). Si en el pecado –o el nombre– se lleva la penitencia, a Jaime Humberto Morbosillo, como le decían sus contemporáneos, siempre le fascinó asomarse, tomando el papel de voyeur, a la intimidad de sus personajes. En el cine de Jaime Humberto, lo malsano y lo anormal dependen no sólo del contexto o la época, también de la distancia y del encuadre, es decir, del procedimiento para filmar. Alternando entre panorámicas que despistan, fachadas que revisten estampas familiares, y acercamientos que descubren rasgos, trazos y expresiones que desvelan y desnudan la individualidad, la ironía de las apariencias es en su obra mojiganga y oda al mismo tiempo, la entretela de los deseos ocultos. Infelices cada una a su manera, las familias, que se empeñan en ocultar en los dobleces la naturaleza de quienes las conforman, ejercen una fuerza coercitiva que condena a las personas bajo llave, en la habitación de la desdicha; el baño es el lugar del aislamiento por excelencia en el cine de Jaime Humberto, como se ve en la cinta experimental Intimidades en un cuarto de baño (1991), ejercicio en el que la cámara inmóvil está situada en el lugar del espejo; el baño, espacio de alivio, apuros, huidas, sitio privilegiado de la libertad.   

El interés por la casa, metáfora de la familia, como lugar principal de la acción –concepto que no hay que tomarse muy en serio, Jaime Humberto más bien se enfocó en trabajar como naturalezas muertas los tiempos muertos que generan un panorama doméstico de las costumbres y los hábitos familiares– ya está en Los nuestros (1970), trabajo de tesis para el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. En esta cinta inaugural plantea los asuntos que tratará en toda su obra. El título anuncia a la familia como el eje de la trama. María Guadalupe Delgado, madre del director, es la protagonista, ama de casa que vive con sus tres hijos en un departamento modesto, típico de la clase media. Sus días pasan mientras hace la comida, pone la mesa, espera a los hijos, ve la televisión, saca a pasear al perro y platica con la vecina del edificio de enfrente. La rutina se interrumpe cuando se entera de que su hija tiene una nueva relación. No es el muchacho que ya se ganó su simpatía como suegra, así que le endilga a otro de los hijos que averigüe quién es. No solo se trata de un hombre casado, sino del esposo de la vecina. Entonces planea deshacerse de ella, asesinarla para asegurar más que la felicidad, el honor de la hija. La madre chantajea a la inmoralidad, fantasma que igual que un pariente incómodo se instala en casa ajena, y hace todo por cubrir las apariencias –mejor casarse con un viudo que ser la otra o el motivo de un divorcio– y evitar el escándalo. Muchos directores han incluido a sus madres en sus películas, por ejemplo Almodóvar, posterior al director mexicano y con quien se le suele comparar; pero ninguno ha ido tan lejos como Jaime Humberto al discutir y criticar la figura materna que, obligada o convencida, es capaz de hacer todo en nombre del honor familiar.

Afincado en el melodrama, de niño el creador huía de casa para ir al cine con su hermano, donde se fascinó con las películas para mujeres de Cukor y Ophüls, también con las de John Ford y los melodramas italianos de Valerio Zurlini. En La verdadera vocación de Magdalena (1972) su intención era echar mano de una ironía que desbordaba la ficción. La cinta sobre chantajes y celos maternos fue pensada para Rita Macedo y Julissa, madre e hija en la vida real. La vida de la protagonista de Rosenda (1948) –otra película-nombre emblemática del cine mexicano– está documentada en Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo, libro en el que Cecilia Fuentes, la hija que la legendaria actriz tuvo con Carlos Fuentes, delinea, entre otras cosas, su espinosa faceta maternal. Sin embargo, fueron Carmen Montejo y Angélica María quienes tomaron los roles principales. Con esta película, con la que el director entró como Pedro por su casa en el cine mexicano, pues se trató de su primer largometraje, plantea un conflicto generacional, el jaloneo entre la madre, oportunista y manipuladora, y la hija, que al descubrir su vocación se aleja de ella. Hacia el final, Jaime Humberto hace una imagen que de forma temprana resume sus empeños como cineasta, descorre el telón, pero solo un poco, para asomarse y entrever el reverso de las apariencias y la utopía de la libertad: Magdalena, ya convertida en una gran estrella del canto y la actuación, aparece en una pantalla de televisión mientras la entrevistan; luego, ya sin el recuadro del televisor, directamente, la cámara la descubre en un set que sugiere que su felicidad –o éxito– son una fabricación, un montaje o ensayo. 

La colección de madres de Hermosillo tiene una cumbre, la comedia Doña Herlinda y su hijo (1985). De ambivalente filigrana, el personaje de la matriarca, una alcahueta que se hace de la vista gorda para cubrir la homosexualidad de su hijo, no es fácil de asir, sus intenciones son difusas. En el libro Los hijos homoeróticos de Jaime Humberto Hermosillo, Aarón Díaz Mendiburo recoge que el cinefotógrafo Néstor Almendros decía que doña Herlinda es “un nuevo arquetipo de las artes narrativas: Doña Herlinda es como Don Juan, Don Quijote, Hamlet, La Celestina, etc.; un personaje que quedará para siempre como un modelo. Ella es la madre de todos los homosexuales, con sus ambigüedades, su saber y no saber, su querer y no querer reconocer, con su amor y comprensión. ¡Bravo!”. De nombre adusto, en doña Herlinda también se reconoce a la madre que ama al pecador pero odia el pecado. La película se filmó en Guadalajara, ciudad de contrastes, tan conservadora –o tapada– que en la jerga de ambiente se le conoce como Guadalagay. Quizá doña Herlinda, interpretada por Guadalupe del Toro, la mamá de Guillermo del Toro, es una madre deliciosa, servicial y simpática, y también egoísta que tolera los gustos y la forma de vivir de su hijo para no quedarse sola. Probablemente es todo lo anterior al mismo tiempo.

Variaciones sobre un mismo tema  

Hay habladurías sobre Berenice. Poco se sabe de ella. Su rostro guarda una cicatriz que retiene el misterio. La viuda de La pasión según Berenice (1976) es una profesora de taquimecanografía que vive en Aguascalientes. “Otra vez volviste a soñar con el fuego, Berenice”, le dice su madrina, una usurera en las últimas que se resiste a morir, como si adivinara las entretelas que resguardan las honduras de su vida. Mantilla para ir a misa y suéter de cuello alto para la función de cine los domingos. La atmósfera quieta y seca de Aguascalientes, fuerza opaca y sutil, se anima con los chismes de las vecinas y las comadres. Se comentan, por ejemplo, las andanzas de la joven viuda a la zona roja de la ciudad. Más que la opresión de Berenice, ya prefigurada en sus sueños incandescentes, es la llama de Rodrigo, un médico que regresa a la ciudad, la que termina por encender el deseo de huir; la fuga implica destruir todo, la casa provincial con el patio al centro, el carro recién comprado y deshacerse de la madrina. En La pasión según Berenice, filme sobre la posibilidad de ser libre, Emma Roldán, la molona y avara madrina a cargo de su ahijada, representa la unión familiar, nudo y soga en la cuerda que tensa las relaciones. Es la relación inquebrantable en el cine de Jaime Humberto, que después va a reelaborar y ensayar con las vecinas de Naufragio y las patronas y las empleadas domésticas de Confidencias (1982) y Encuentro inesperado (1993).  

En 1988 el realizador dirigió en La Habana la adaptación del cuento de García Márquez “El verano feliz de la señora Forbes” con Hanna Schygulla, la actriz emblemática del cine de Fassbinder, como protagonista. Una década después de Berenice, el director invierte los asuntos de la represión y la libertad, intercambia el clima seco de Aguascalientes por la humedad para contar la historia de una institutriz alemana –también misteriosa y elusiva– a la que se le encomienda disciplinar a dos niños incorregibles durante las vacaciones. Imperturbable y severa de día, de noche, a diferencia de Berenice, la señora Forbes es arrebatada y voluptuosa. Igual que los espectadores, los niños la espían en su habitación, que se parece a un hábitat con adornos que recuerdan la flora marina, y hacen conjeturas sobre sus cálidos hábitos nocturnos. Más que el fuego, aquí se trata de la metáfora del agua, imagen de violenta libertad que arrasa con todo y todo lo invade: Schygulla en el fondo del mar, que también es su habitación, suspendida en el líquido, se entrega a sus fantasías morbosas, por fin plenas y felices. Embriaguez, locura o sueño se confunden en El verano de la señora Forbes, dueña de una teutona y gélida lujuria que recuerda al cine de Schroeter, Haneke y Ulrich Seidl.       

Ave María 

María Rojo ocupa un lugar especial en la familia fílmica de Jaime Humberto, juntos hicieron más de diez películas. Tanto María de mi corazón (1979) como De noche vienes, Esmeralda (1997) son filmes que abordan dos espacios de control, el manicomio y el ministerio público. En la primera, Rojo interpreta a una maga que actúa en carpas ambulantes. Durante un viaje, su camioneta se descompone, así que toma el autobús para continuar su recorrido, pero se trata de un camión equivocado que la lleva a un hospital donde la confunden con una enferma mental. A Esmeralda, por su lado, la acusan de haberse casado en múltiples ocasiones –dentro y fuera de la ley, de manera ficticia– y de cohabitar con varios hombres. Son los motivos por los que un agente le lee la cartilla. La medicina y la ley, como la familia, constriñen en espacios bien definidos. El manicomio de María de mi corazón, probablemente la película más sobrecogedora de Jaime Humberto, es también una cárcel, imposible de franquear, que enferma y castiga en la misma medida. Ni siquiera Héctor, el esposo de María, cree en su sanidad una vez que da con su paradero. El tono oscuro de la película se opone a la fantasía de De noche vienes, en la que el director cuenta la historia de Esmeralda y convierte el ministerio público en un set que cambia de decorados por el que desfilan actores emblemáticos de Jaime Humberto como Martha Navarro, la protagonista de La pasión según Berenice, Roberto Cobo, Farnesio de Bernal, Ana Ofelia Murguía, Tito Vasconcelos y Alberto Estrella. A la manera de Fellini, las fantasías de Esmeralda son los argumentos que la protegen de la cruel realidad, sus explicaciones y pretextos la mantienen sana y vital, pícara, dicharachera y deseosa. Quizá por eso, la película es una oda a la representación misma y al cine como espacio de creación en el que –¡por fin!– la libertad es posible. 

El cine como antro

No fue su última película, pero la imagen apoteósica que guarda la asez fructífera carrera de Jaime Humberto es la del final de El malogrado amor de Sebastián. Ya en su última etapa filmada en digital, en 2006 adaptó el cuento “Agapi Mu”, de Luis González de Alba. Se trata de la historia de Sebastián, un muchacho que trabaja como mesero en una fiesta en la que conoce a Antonio. El flechazo es instantáneo. Para Sebastián, la flecha es la punta que horada su ternura, herida de la que mana la desdicha. Caminan, platican, recorren los parques de la capitalina colonia Del Valle y se encierran en el departamento que tiene a su cargo Sebastián. Sin embargo, un día Antonio desaparece sin decir nada. ¿Qué fue lo que pasó? Queriendo asir el resplandor del fogonazo de su breve amor, Sebastián, con la astilla bien clavada en el corazón, va en su búsqueda. Más que el recuerdo del cuerpo amado, Antonio se convierte en una presencia, un espectro que Sebastián tiene que exorcizar. El antro elegido para el exorcismo es la sala de cine. Para un cinéfilo como Jaime Humberto no podría haber un lugar mejor. La sala está poblada sólo por hombres. La película que se proyecta es Las apariencias engañan (1983), otra de las cumbres del director mexicano. Ni bien ocupa una butaca, el hombre a su lado toca la mejilla de Sebastián. Luego toma la mano del muchacho y la ajusta en su paquete o bragueta. Sebastián se desnuda, se acerca al balcón que da a la pantalla, ahí permanece dándole la espalda a las butacas. El hombre duda, pero se acerca y se la mete. Luego sigue otro de los espectadores, después uno más y otro más. Anestesiado por el dolor, Sebastián termina envuelto en un gang bang en el que él es el objetivo, el culo a penetrar. Antes de terminar con un primerísimo primer plano del rostro imperturbable de Sebastián, que no expresa placer ni dolor, un hombre con una pierna enyesada entre las butacas observa la escena grupal. ¿Se trata de Jaime Humberto? Es una referencia al Jeffries de La ventana indiscreta y la mejor manera de decir que el cine, como los sueños, es el depósito privilegiado de los deseos y una de las maneras más eficaces de representarlos. Esta escena culminante, con la que se podría resumir una de las filmografías más audaces del cine mexicano, es más que una alusión a las prácticas sexuales de hombres gays, es un recordatorio de que el arte es siempre un espacio de libertad, a veces en peligro de ser controlado o censurado e incluso de desaparecer. 

La obra de Jaime Humberto es un portento de imaginación, de ingenio, de genio para encontrar maneras eficaces, pero más que nada poéticas para enunciar, señalar, criticar o simplemente representar dinámicas, hábitos, deseos, pulsiones y calenturas blancas, sucias, turbias, pícaras o sencillamente inconfesables. Magdalena, Berenice, doña Herlinda, María, la señora Forbes, Esmeralda y Sebastián son parte de la parentela de Jaime Humberto Hermosillo y una manera de conocer su obra, de adentrarse en su singular visión del mundo. Durante los cincuenta años que estuvo activo, el director insistió en la familia como agente que influye de formas insospechadas en la vida de las personas. Hay que conocer a esta gran familia cinematográfica para que se le haga justicia a lo que sabiamente se dice por ahí: ¡respeta tu cultura, maricón! 


Autores
Es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario. Colabora en las revistas mexicanas Letras Libres, Nexos y Arquine. También en la argentina Otra Parte y en la mexico-estadounidense Literal Magazine. Como traductor, es uno de los autores del libro colectivo Las mariposas beben de las lágrimas de la soledad (Ediciones Del Lirio, 2024), de Anne Genest. En 2023 fue parte de la residencia de traducción Seneffe-Passa Porta en Bélgica, donde tradujo una obra de Chantal Akerman. Actualmente prepara dos libros sobre Roberto Gavaldón y Arturo Ripstein.
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