Tierra Adentro
Ilustración realizada por Iurhi Peña
Ilustración realizada por Iurhi Peña

Es un hecho: las personas LGBTQIA+ somos propensas al suicidio y a las enfermedades mentales (Fernández Rodríguez y Fernando Vázquez Calle; Hocquenghem; Granados-Cosme y Delgado-Sánchez; Mieli). ¿Por qué? En el pasado, la respuesta era que las personas que no somos heterosexuales ni cis, teníamos un desorden psíquico o espiritual1. La psiquiatría (Foucault, los anormales), la psicología, el psicoanálisis (Reitter) y la clínica en general (Foucault, el nacimiento de la clínica; Demián) se dedicaron a considerarnos personas enfermas y perversas, lo cual les permitió producir un saber-poder que nos patologizaba (Foucault, El poder psiquiátrico; la voluntad de saber). La religión, a su vez, se dedicó a tratarnos de endemoniadxs. Esto hacía que el lugar de la sexodisidencia fuese la patología, el desorden y el peligro. Se constituye así una subjetividad antisocial, como un otro negativo del cual se debe huir a toda costa: el monstruo sexual.

Tales discursos estigmatizaron a la diversidad sexual e hicieron que cada persona interiorizara el terror por ese otro. Esta estigmatización se traducía a una somatización o habitus. En tanto que nos sentíamos perseguidxs, atacadxs, repudiadxs y odiadxs, producíamos un habitus enfermizo, así como los supuestos normales, una especie de paranoia social anti-diversidad sexual. La sociedad “sufre de un delirio de interpretación que le lleva a captar en todas partes indicios de una conspiración homosexual [sexodisidente] contra su buen funcionamiento” (Hocquenghem 27). Esto producía, y aún produce, una persecución interna tanto como externa de tal conspiración. Y la obsesión persecutoria daña psíquicamente a la sexodisidencia como a los supuestos normales. Bajo el estigma de malignidad se legitima la violencia social.

Cada persona, a su vez, se vuelve la policía de sus propios deseos al interiorizar los discursos de exclusión: cada persona debía acusarse a sí misma en caso de descubrirse como el Otro y producir la exposición pública del yo (salida del closet) que no es más que declararse culpable públicamente (“¡heme aquí, yo soy al que se busca!”). Se refina con ello el dispositivo de la confesión y se obliga a cada sujeto a dar cuenta de sí mismo. A esto Nietzsche consideraba mala consciencia donde “el ‘yo’ se vuelve contra sí mismo, desata en su propia contra una agresión moralmente condenatoria” (Butler 20); esta moral se traduce en la punición y en la persecución del diferente.

En este sentido, también podemos considerar al heterocispatriarcado como una política psíquica de corte expansionista territorialmente. Al volverse una estructura impuesta por la violencia y el colonialismo, se persigue a todos los pueblos con lógicas-otras del deseo y se permite con ello los genocidios y las exclusiones (por ejemplo, hoy lo vemos con el ocultamiento de las lógicas-otras del deseo de muchos pueblos indígenas no-heterosexistas); se constituye, también, orígenes perversos (Sodoma y Gomorra; el imperio otomano; la Grecia antigua, la Roma precristianismo; la América precolombina), así como una exotización de la negritud, los indígenas, y de oriente, haciéndolos aparecer como sexualmente indeseables o en una disposición “natural” e incontrolable hacia la sexualidad (Reich; Davis). El heterocispatriarcado estructuralmente legitima la muerte de sociedades enteras que son forzadas a negar sus cosmovisiones en favor de la sobrevivencia2, así como de perseguir individualmente a los sujetos “anormales” y eliminar de la memoria colectiva sus defensas y epistemes.

El problema es que ese otro al que se perseguía no estaba únicamente afuera, sino que podía ser cualquiera espontáneamente. Cualquiera podía volverse el otro y se incentivaba no acercarse a esos otros ya detectados, por temor al contagio. Pero si se podía ser el otro por contagio o espontaneidad, se volvió necesario producir una política de inmunidad capaz de calmar la histeria colectiva que se había producido al ver por todos lados a ese enemigo, interna y externamente con su cuerpo hermoso y deseable, que nos harían caer, ¡ay que terrible goce!, en la otredad.

Pero hoy es otro el mundo

Se nos dirá que hoy la cuestión ha cambiado. Las instituciones han sido reformadas, los gobiernos intentan mostrar una cara más abierta hacia las sexodisidencias. En algunos países del mundo, la mayoría de las personas puede casarse con quien quiera, adoptar y cambiar la identidad; las personas trans pueden obtener hormonas legalmente y las personas no binarias pueden denunciar la discriminación y solicitar el uso del lenguaje no binarie en su documentación. La sociedad es obligada a una tolerancia cada día más asfixiante para ella que les recuerda que vivimos en el espacio común. El progresismo ha advenido en un homonacionalismo que invita a la sexodisidencia a vivirse como los demás y con los demás… porque ya no resultan contagiosa. 

Pero esta tolerancia impuesta revela que, en el fondo, la sociedad ahora se considera en una inmunidad que permite que la heterosexualidad normativa no se sienta contaminable y tocable por el otro. ¿Qué permite esta paz donde el Uno puede continuar siendo lo que siempre ha sido, dejando que el Otro viva en su hogar sin miedo a ser transformado? Ha sucedido un proceso de neutralización del contagio, pero la inmunidad de la cual se sostiene tal tolerancia parte de lo siguiente: las sexualidades no-heterosexuales se han naturalizado esencialmente y con ello, neutralizado su contagio social. El heterocissexual puede dormir tranquilo, nunca sentirá que es marica o trans. La sexualidad se ha vuelto inmutable, algo que no puede modificarse con la vida y obtenido presocialmente. La sexualidad es algo, se dice, esencial y que no varía nunca.

Pero si pensamos que el deseo es plástico, es decir, puede transformarse a lo largo de la vida (Nebot-García et al.) (aunque no necesariamente lo haga), esto significa que nadie puede afirmar su sexualidad de una vez y para siempre. El accidente del deseo nos acecha sobre nuestro género y nuestra sexualidad. Ya no es necesario la marica, la trans, la lencha o el/la bisexual con sus insinuaciones y perversidades para que el mal acontezca. En el Uno habita el Otro con su capacidad de desviar la identidad.

Pero el terror por la capacidad plástica del deseo ha dado como resultado una nueva política anti-LGBTQIA+ que invita a alejar, por un lado, a las infancias de los temas sobre sexodisidencia (“¡con los niños no!”, grita el lema), pues se sospecha que si las infancias escuchan estos temas se volverían sexodisidentes, lo cual significaría que son “naturalmente” heterosexuales (ninguna niñez se hace hetero, sino que se presupone que se es heterosexual y se hace sexodisidente); por otro lado, con el acontecer de relatos y experiencias que dan cuenta de que la sexualidad y el género es un espectro en el cual podemos fluir de manera espontánea, se ha producido una neonaturalización de la sexodisidencia que implica que cada persona LGBTQIA+ lo es naturalmente y puede dar cuenta de esa realidad desde una reelaboración de su historia encontrando un continuum de su deseo desde la infancia hasta su presente3, negando cualquier cambio espontáneo.

Estas dos posturas se problematizan con las políticas trans en tanto que cierto feminismo y neoconservadurismo piensa que una ideología está haciendo trans a las personas. Esta perspectiva postula que las teorías queer son capaces de hacer que una persona deje de ser cis a través del discurso, lo cual recupera el mito del contagio (¡no lea usted a Paul Preciado o terminará siendo Paul Preciado!). Las posturas neoconservadoras, en cambio, creen que no se puede dejar de ser lo que se es (el uno siempre será uno) y por tanto, cualquier postura que atente contra el ser, es irracional y peligrosa. El neoconservadurismo vulgar y/o feminista se niega a aceptar la capacidad plástica de todo ser humano de darse a sí mismo otra forma a través de la autoconsciencia. Apelar a los datos “naturales” niega que “un cuerpo es siempre un dispositivo de transferencia, de circulación, de telepatía entre una realidad anatómica y una proyección simbólica”, como dice Catherine Malabou en El placer borrado (115). Para Malabou, el dato anatómico no es solamente lo que importa, sino lo que podemos hacer con él y que hacemos constantemente. Nuestro cuerpo se modifica por nuestra capacidad de simbolizar, es decir, de somatizar más allá de la reducción esencialista y anatómica. Nuestro cuerpo es la historia de la plasticidad consciente e inconsciente desde la simbolización y la tecnificación de nuestra materialidad. 

Ahora bien, las teorías queer son saberes que se relacionan con las nuevas posturas neurocientíficas (Ciccia) y biológicas (Haraway; Fausto-Sterling) que no reducen al ser humano a un ente totalizado por un sexo y una sexualidad inmutables que impediría la capacidad plástica del psiquismo así como del deseo agenciado con la técnica. Nuestro cuerpo es plástico biológica y técnicamente. Asimismo, los análisis sobre la plasticidad acaban de una vez por todas con el intento de binarizar al psiquismo desde la biología, demostrando que la subjetividad se sexualiza social e intersubjetivamente. No hay cerebros sexuados. Cualquier metafísica de lo inmutable y lo permanente del neoconservadurismo atenta contra un materialismo constructivista asentado en una filosofía y una ciencia que toma a la biología más allá de cualquier esencialismo y que muestra como la plasticidad es nuestro nuevo paradigma aún por explorar.

De tal manera, el supuesto avance que se tenía en materia social se ve cada día peligrado por la resistencia a la plasticidad y la vuelta a una metafísica esencialista. Nada de lo dicho anteriormente, por otro lado, significa que podamos cambiar nuestra sexualidad libremente, en una especie de conversión consciente, sino que la sexualidad tiene sus quiebres y flujos espontáneos que exceden al sujeto como soberano de sí mismo. Somos esclavxs de nuestra propia plasticidad subterránea. A esto llamamos plasticidad psíquica del deseo. Es justamente la consciencia de esta posibilidad espontánea lo que ha puesto en duda la inmunidad heterosexual proclamada en el siglo XX y ha producido un nuevo brote de violencia reaccionaria.

La paz mental duró poco para la sexodisidencia y, de nuevo, volvemos a sentirnos heridxs psíquicamente. Pero si nuestra psique ya había sido dañada y había encontrado un tiempo de resiliencia, ¿qué sucederá con esta nueva herida sobre la cicatriz pasada? Los fantasmas vuelven a brotar en nuestro imaginario y descubrimos que nunca fuimos del todo bienvenidxs, sino simplemente toleradxs. Como antaño, nos hayamos sitiadxs y vigiladxs, paranoicxs y depresivxs. Debemos pensar qué hacer desde y con nuestra herida psíquica por el heterocispatriarcal que nos impide otras formas de afectividad. Adquirir una consciencia de la historia de esta herida nos hace preguntarnos por modos de sanación y de dislocación de nuestros cuerpos.

Hacían una política queer/crip del psiquismo

La nueva perspectiva plástica implicaría no solo perder la inmunidad de la identidad sexual esencializada, sino hundir todo un mundo cimentado en la heterosexualidad normativa y esencialista. La hetero-cis-norma nos vuelve a declarar la guerra desde múltiples frentes, pero quizás esté sea el kayros donde le sea imposible una nueva inmunidad. La plasticidad, apoyada ahora por la ciencia y la filosofía, adviene como la fractura definitiva a todo intento de restructuración. No hay vuelta atrás y esto implica un brote psicótico de políticas reaccionarias.

Si como dice Malabou “se llama plástico, en mecánica, a un material que no puede recuperar su forma inicial una vez que ha sufrido una deformación” (¿Qué hacer…? 21), entonces podemos pensar que el acontecer de un pensamiento y política plástica es en sí mismo la imposibilidad de regresar a una forma de pensar anterior. Pero esto traerá consigo una lucha intensa para impedir a toda costa que la población crea en este cambio. El heteropatriarcado vuelve a hacernos pasar como locxs, enfermxs, criminales y antisociales que buscan confundir al mundo con esa terrible ideología de género. Debemos no bajar la guardia y utilizar a la filosofía, la ciencia y la literatura como medios para mostrar que la realidad no es como nos la contaron y que nuestra diferencia está justificada epistémicamente.

No, no estamos desvariadas; son ellxs quienes nos han hecho creer que nuestros saberes no tenían sentido. Hoy las cosas giran a nuestro favor y los datos e interpretaciones son demoledoras para este mundo. Podemos proclamar el atardecer del heterocispatriarcado, y la posibilidad de una nueva alba por venir. Pero esto implicará una nueva política del psiquismo y nuevos postulados sobre la constitución de un yo plástico. Asimismo, debemos atender a las mutilaciones y debilitamientos psíquicos y al problema del trauma como perdida de la plasticidad: imposibilidad de transformar la herida psíquica en un nuevo horizonte más allá de la depresión y la despotencialización de las singularidades.

Si el hetero-cis-patriarcado se fundamenta en un naturalismo de corte esencialista y no en un naturalismo de corte plástico, que a su vez rechaza la diversidad sexual, entonces todas las personas (heterosexuales o no) se subjetivan en el temor de convertirse en el Otro o de ser el Otro. La agresividad machista y fóbica, la anulación de las voces feministas y sexodisidentes críticas, la patologización y criminalización de nuestras vidas, el bullying que vivimos desde nuestras infancias diferentes, el borramiento y negación de nuestros saberes científicos y luchas sociales, la no inclusión en los planes de estudios ni en las clases sobre sexualidad; el aislamiento e individualización de nuestras experiencias; el silenciamiento de los problemas psíquicos que trae el heterocispatriarcado, no son simplemente “cuestiones aisladas”, sino el intento permanente de acabar con el virus que representamos. El heterocispatriarcado tiene miedo a que la gente se vuelva como nosotrxs. Y una forma de impedirlo es haciendo que nos vivíamos psíquicamente devilitadxs y mutiladxs

¿Qué nos ha hecho pensar que nuestros problemas psíquicos son individuales y personales y no más bien potencializados por el sistema actual? ¿Qué nos hace creer que nuestra psique no ha sido enfermada sistemáticamente? Es posible, sí, que no tengamos cada quien el mismo daño psíquico, pero debemos ser capaces de observar como la mayoría de las personas sexodisidente vivimos siempre psíquicamente mutiladas y que esta mutilación no es resultado de nuestra biología, sino de un traumatismo social.

El heterocispatriarcado enferma sistemáticamente a la sexodisidencia física y mentalmente a través de los discursos y las praxis cotidianas haciendo saber que la vida no-heterocissexual es en cuanto tal insostenible. Y a muchos nos han herido tanto que nos han mutilado la capacidad psíquica de tener un estado mental sostenible: nos han trastornado de por vida. A esto llamo, siguiendo los análisis de Jasbir Puar sobre mutilación y teoría crip/queer en El derecho a mutilar, así como los trabajos sobre el cerebro de Catherine Malabouen Los nuevos heridos, mutilación psíquica traumática. Por tanto, una política radicalmente queer/crip debe ser capaz de mostrar como el heterocispatriarcado produce heridxs psíquicos con mutilaciones y debilitamientos, produciendo traumas irreparables en muchxs de nosotrxs. Comenzar a pensar una política contra el “traumatismo sociopolítico” que son “todos aquellos daños causados por la extrema violencia relacional” (Malabou, Los nuevos 37) que producen un psiquismo mutilado y debilitado que “opera una metamorfosis absoluta del sujeto causada por el accidente en bruto” (Malabou, los nuevos 119) que no puede retornar a un estadio anterior, debe incentivar crear nuevos sentidos desde la herida psíquica al comprenderla como la inscripción sobre el psiquismo que posibilita hacer una política que impida la destrucción radical de nuestra subjetividad singular y colectiva y la apertura a otras formas de habitar el mundo.

Contra el orgullo homonacionalista racista, la resistencia disca

Pero el mundo, de nuevo, es otro. Ya tenemos tantos derechos… heteronormados. ¿Con eso basta? La sociedad ha producido sexualidades no-heterosexuales heteronormadas excepcionalmente tolerables. Como piensa Peter Drucker en Desviades y Jasbir Puaren Ensamblajes terroristas, la heteronorma ha sido capaz de construir una homonorma que replique la estructura y que vuelva a producir subjetividades basuras y territorialidades perseguibles por no encajar en las nuevas naturalizaciones de la sexualidad normal como excepcional. La racialización y la exclusión van muy de la mano con la constitución de psiquismos mutilados y debilitados y la producción de subjetividades discapacitadas desde lo físico y psíquico, hasta lo político. Una forma de dañar la capacidad plástica de la subjetividad es impedirle imaginar y pensar creativamente. El heterocispatriarcado es una mutilación masiva de las imaginaciones que nacen en lógicas-otras del deseo y la constitución de políticas anti-utópicas que son, a su vez, la anulación de futurabilidades dislocadas del sistema actual, como las que pueden presentar comunidades indígenas no-heterosexistas, así como sexodisidencia orientales, sureñas y no-eurocéntricas. Vivimos una especie de Alzheimer social que nos impide ver estas otras formas de proyectar futuros posibles desde lo concreto.

Una política sexodisidente del psiquismo plástico debe partir de una memoria colectiva de la historia de esta herida psíquica mundializada y de la historia de la destrucción de lógicas-otras donde era posible vivirnos más allá del sufrimiento psíquico. Oponerse a todo intento de asimilacionismo y de blanqueamiento de nuestras historias y denunciar la mutilación de nuestras memorias, se vuelve urgente. Al mostrarnos abiertamente como heridxs psíquicamente por un sistema estructural impuesto mundialmente en todos nuestros espacios, arrancando y ocultando de nuestra existencia esas otras lógicas del deseo, nos negamos a normalizarnos denunciando lo que han hecho con cada unx de nosotrxs y reafirmamos la necesidad de construir otras sociedades que partan de la plasticidad como realidad experimentable.

La política sexodisidente debe visualizar una nueva política del psiquismo que parta de una ontología plástica contra una metafísica esencialista. Si una de las preguntas de Malabou es ¿qué hacer con nuestro cerebro? las personas sexodisidentes debemos ser capaces de responder a esta pregunta no desde una patologización de nuestro psiquismo, sino desde el reconocimiento histórico de que el heterocispatriarcado es una tanatopolítica psíquica que se justifica en una metafísica esencialista. Pensar nuestras heridas psíquicas ya no como naturales —lo cual no niega los traumatismos cerebrales biológicos, como el Alzheimer—, sino como la consecuencia estructurar del heterocispatriarcado, permitirá constituir otras futurabilidades desde nuestra herida.

En medio del orgullo homonormado, declararnos heridxs psíquicxsy exigir posturas más allá del asimilacionismo y la normalización de nuestras vidas, invita a renovar la lucha. ¿De qué sirve casarnos, adoptar y o cambiar de género si seguimos siendo heridxs estructuralmente? Al mismo tiempo que exigimos los derechos comunes, debemos producir otras políticas no-normativas que acaben con la normalidad psíquica y que se concentren en un orgulloco disca. No hay cura para nosotrxs, pero la vida, como piensa Leonor Silvestri, empieza con la enfermedad. Contra toda normalización, el orgulloco disca es resistencia y devenir.

Anexo. Bibliografía

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Demián, León A. Tecnologías del género. Contribuciones para una teoría micropolítica del placer. Barcelona. Egales. 2023.

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Malabou, Catherine. Los nuevos heridos. De Freud a la neurología —pensar los traumatismos contemporáneos México. Paradiso Editores. 2018.

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Puar, Jasbir K. El derecho a mutilar. Debilidad, capacidad y discapacidad, trad. Javier Sáez del Álamo. Manresa. Bellaterra Edicions. 2022.

Puar, Jasbir K. Ensamblajes terroristas. El homonacionalismo en tiempos queer, trad. María Euguix. Barcelona. Bellaterra edicions. 2017.

Reitter, Jorge N. Edipo gay. Heteronormatividad y psicoanálisis. Santiago de Chile: Pólvora Editorial, 2023.

Rich, Adrienne. Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, trad. Silvia Steinmann. Buenos Aires. Libros de la mala semilla. 2013.

  1. Para una breve historia sobre la relación entre sexualidades no heterosexuales y la religión, véase Mieli, “De cómo los homosexuales, de hoguera en hoguera, se volvieron gay” en Elementos de crítica homosexual, 83-148. Cabe señalar que en la actualidad, quizás por el debilitamiento de la religión y la necesidad de reforma de sus bases, así como la necesidad espiritual de las poblaciones, hay intentos de “desatanizar” a las sexodisidencias desde la teología.
  2. Hoy lo podemos observar con palestina: anteriormente, al ser parte del imperio otomano, la relaciones entre dos personas del mismo sexo tenían una lógica del deseo distinta al de Europa; con el colonialismo inglés, en cambio, se imponen las normas anti-sexodisidencia y se va produciendo la mala consciencia contra sí mismos. En la actualidad es este cambio de perspectiva producido por el colonialismo, lo que ha justificado, desde un homonacionalismo progresista, uno de los argumentos para atacar a tal pueblo. Pero históricamente, esa posición anti-sexodisidencia la adquirieron por la conquista inglesa y es esto lo que se omite cuando se acusa a los palestinos de anti-derechos, como a los árabes que antes pertenecían al imperio otomano, lo cual permite parcialmente el exterminio y la exclusión. Agradezco a Tzitzi Rojas por el esclarecimiento de este análisis que puede ser aplicado, a su vez, con el colonialismo impuesto a otros pueblos a lo largo del mundo.
  3. Esto no quiere decir que no existan personas de la sexodisidencia que siempre se han percibido así, sino que no podemos presuponer esto como norma. Esto aplica también con el relato esencialista de las vidas trans; claramente, muchas personas trans pueden dar cuenta de su necesidad de transicionar desde la infancia, otras, en cambio, hablarán desde cierto momento y reconocerán que anteriormente no sentían esta necesidad.