Zig-Zag: zacatito pa’l conejo
Titulo: Zig zag, lecturas para fumar
Autor: Rogelio Garza
Editorial: Rueda Libre
Lugar y Año: México, 2014
Era todavía un adolescente (algo que hasta hoy intento superar día con día) cuando la portada de una revista llamó poderosamente mi atención en un expendio de Texcoco. Se trataba de una chica montada en los hombros de un bato. Ambos estaban entre una muchedumbre reunida, supuse, en un concierto. La chava por cierto, no llevaba antifaz.
Bukowski siempre aseguró que era un hombre de piernas, pero yo soy un hombre de tetas (no lo sabía en ese entonces, pero ahora ya), no importa que sean como magnolias, o como pasas de higo. Compré la publicación por ese detalle y hasta que llegué a mi casa reparé en el nombre de la revista: La Mosca en la pared y en su insólita periodicidad: menstrual.
Encontrar una revista con un nombre tan sigular me agradó. Desmadrosamente hablaban de todo un poco, pero sobre todo de rock, lo cual me atrajo. Tenía unos 15 años y decidí no dejar de comprarla pese a sus tropiezos.
Con el tiempo, uno de mis autores favoritos fue Rogelio Garza, porque siempre, invariablemente, hablaba de temas sugerentes: grupos extraños, crónicas psicotrópicas o libros incendiarios. Su palabra era como la de un gurú y sus lectores las seguíamos como si fueran mandamientos.
Garza y La Mosca, lo confieso, fueron los culpables de mis textos en publicaciones impresas. Empecé, hay que aclarar, en un periodiquito chilpancingueño que me dio la oportunidad de reseñar libros y discos. No había pago, pero yo me sentía motivadísimo sólo por el espacio. Aunque nomás me leyeran mi chava y dos amigos.
Buscaba y rebuscaba los grupos que recomendaba Garza. Intentaba copiar –sin éxito– su estilo medio beat, medio gonzo, medio gandalla. También comencé a darle una perspectiva distinta a la mariguana: la de un divertimento responsable, tal y como Garza siempre ha pugnado. Porque hay que decirlo, el Roger es de los pocos en México que aborda el tema de la mariguana desde una postura abierta, honesta y conciente.
Con el tiempo, además de las publicaciones, abrí un blog. Inspirado, claro, en el de Garza, que en esa época había dejado las páginas de La Mosca. Desde el ciberespacio, Rogelio continuó tirando netas y ganando más lectores, quienes por cierto, comenzaban a separarse del papel.
Fue en esta parte cuando entré en contacto con Rogelio. Lejos de venderse como un rock star mamerto, Garza era sencillo. Respondía comentarios que dejaba en su blog. Contestaba mails. Esto con el tiempo, reafirmó un vínculo que yo sentía hacia él desde que lo leí por primera vez en mi adolescencia.
En 2009, cuando presenté mi primera novela, Dos Caminos, en la ciudad de México, me dio un enorme gusto encontrar entre los asistentes a Rogelio Garza. Al verlo ahí, tuve ganas de decirle, “mira, mano, todo lo que provocaste”. El Roger iba acompañado del buen Juan Alberto Vázquez. Lo saludé como quien saluda a un ídolo. Esta alegría se la hice saber en ese momento y también en un correo electrónico. Fiel a su estilo, respondió: “No mamar, me sonrojas”.
Bicifan de 30 velocidades, Rogelio debutó en la escena editorial con el libro Las bicicletas y sus dueños en 2008. Un publicación que mezcla diseño, literatura y por supuesto, biclas.
Ahora que rastrear sus textos se ha vuelto complicado, más que un libro, Rogelio nos ofrece un regalo: la reunión de 42 artículos escritos a lo largo de 20 años. Se dice sencillo, pero dos décadas de textos es mucha tinta. Hacer una selección debió ser uno de los gallos más complejos que ha forjado el Roger. El resultado: Zig-Zag: Lecturas para fumar.
Con un intro de Carlos Velázquez, el libro nos lleva por un recorrido variopinto: debrayes, crónicas, viajes y artículos, todos, trabajados con un rigor literario, cada vez más escaso en el periodismo.
Acorde con su ideología, Rogelio apuesta por la independencia: sus dos libros han aparecido bajo el sello Rueda Libre, que en realidad es un mero formalismo para estos tiempos en que todo debe tener una marca. Pero el Roger ha sido más cabrón: creó su editorial para publicar sus libros y ganarle campo a los grandes consorcios. Tiene otros libros en puerta y en un futuro planea publicar a otros autores. Por lo que estaríamos ante el génesis de una editorial promisoria.
Zig-Zag: Lecturas para fumar es un testimonio del rock, del periodismo viajero, de la crónica horneada, de la crítica sensata y del uso de sustancias. Rogelio vive, antes de escribir, algo que le otorga alma a sus escritos. Pero además, lee, escucha, reflexiona y opina, no como sensei –aunque para nosotros lo es– sino como habitante del tercer planeta.
Lo único que yo recriminaría es haber dejado fuera muchos textos. Pero entiendo que de publicarlos todos el libro fácil habría llegado a las mil páginas, y desde la autogestión, eso habría sido un grillete.
Rogelio Garza ha puesto el ejemplo que no pocos autores deben tener en mente: autopublicarse. No desde una postura egocentrista, sino como una decisión justa, donde las ganancias (pocas o nulas) queden mayoritariamente en el autor y no en una caja registradora. La sábana está puesta, aventémonos a forjar nuestro propio churro.