Voy a ser tu mayordomo y vos harás el rol…
Una evocación personal sobre Gustavo Cerati
Desolación total entre los amantes de la música hispanoparlante. La partida de Gustavo Cerati (1959) rebasa a una generación, su huella permeó entre seguidores de distintas edades a las que une uno de los más grandes referentes del rock cantado en español. Es tiempo de las redes sociales… las malas noticias corren casi en tiempo real. No recuerdo una sensación similar excepto por los días en que se asesinaron a John Lennon (1980) y cuando encontraron el cadáver de Kurt Cobain tras su suicidio (1994).
Exactamente el mismo día de su fallecimiento me toca publicar una columna en la que doy cuenta de que apenas se acaban de cumplir 30 años de la edición de su primer disco epónimo. Apenas regreso de Buenos Aires —esa ciudad tan susceptible— y a la que “Viajé con la consigna personal de rastrear la presencia de Soda Estéreo en el ambiente en general y que al principio parecía que se trataba de un silueta tan difuminada que apenas era perceptible”. La primera pista fue verlos en la portada de la edición argentina de la revista Billboard, pero no mucho más. La música del azar suele realizar maniobras extrañas. No hay impostura, sabíamos que debía de irse y aun así nos pegó fuerte.
Soda fue el primer grupo que despertó y permitió la feligresía de mi generación; eran los mejores días de Rock 101 y Espacio 59. Cuando Nada personal —su segundo disco— se convirtió en todo un suceso comenzaron a venir al país con frecuencia. De un hotel en Reforma a la Universidad del Valle de México, del Hotel de México a presentaciones en ciudades de provincia y la Alberca Olímpica, entre muchas más. Y nosotros —todavía adolescentes— encontrábamos formas improvisadas de emprender la peregrinación para seguirlos. Era una ruta emocionante y entregada.
Gustavo, Charly y Zeta nos enseñaron que había otra manera de entender al rock en español; una en la que hubiera letras sofisticadas, un sentido de la contemporaneidad y una elegancia y glamour que se deslindaba del gueto barrial. Me tocó verlo en la discoteca Magic Circus aparecer por sorpresa para tocar la guitarra en “La bestia humana” de Caifanes. En la Pub Magazine de Los Ángeles, Benjamín Acosta —con quien colaboraba yo estrechamente— lo trató muy de cerca para dedicarle la portada. Y la española Aixa de la Cruz nombró a su novela De música ligera.
Soda provocó una coyuntura, un cambio radical de estética y posicionamiento. No me canso de reiterar que el trío se pronunció de entrada harto del derrotismo, la tristeza social y la represión, y desde su primer disco pugnaron por un cambio radical de actitud. A través de ellos pudimos entrever que existían grupos como Fricción, Sentimiento Muerto, Los encargados y Virus (cuyo cantante produjo su debut), entre otros tantos. Pusieron en marcha una teoría de los vasos comunicantes musicales.
Llevo alrededor de 30 años obsesionado con el rock en español —hurgando, impulsando, analizando— y siempre consideré al grupo bonaerense como una de las cumbres del rock con letras en el idioma de Cervantes. Tan es así que al momento de diseñar el rumbo de la colección Rock para leer, en la que la revista Marvin hace eclosionar música y literatura, el primer libro dedicado a un grupo hispanoamericano que se prepara será dedicado a Gustavo Cerati –tanto en grupo como en su trayectoria solista—. El volumen, que consta de 19 cuentos, se publicará muy pronto.
Crecí escuchando a Cerati, lo vi crecer como músico, enfrentar sus tormentos existenciales, reinventarse mil veces. Siempre se mantuvo impredecible y sabía deslizarse entre el rock y la electrónica con total suavidad. Disco a disco conseguía poner una gran sobredosis de riesgo e inventiva. No le gustaba repetirse.
Decidí que tenía que recrearlo desde la literatura, imaginar desde mi perspectiva una dimensión ficcional en la que Gustavo se moviera y logré escribir dos cuentos todavía inéditos: Mezcal con Soda y otros tóxicos, además de Tu presencia es mi pesadilla, con el tema “No existes” como un leit motiv.
Fue entonces cuando tuve que clavarme más en su entorno. Imaginarlo escribiendo los temas de lo que sería su tercer Lp, Signos, que aparecería en 1986 y al que considero una de sus más grandes obras. Así descubrí que desde pequeño tenía una gran fascinación por Nueva York —su papá le regaló una vieja postal—; seguí sus pasos por Buenos Aires— averigüe sus direcciones y hasta el acomodo de alguno de sus timbres caseros. Recabé información que luego transformé en literatura y que lo ubicaba caminando por el Bajo Belgrano, supe que se llevó bien con Spinetta —fueron vecinos— y que hasta llegó a ir a algunos partidos del River.
Viajé hasta su ciudad para tener un vistazo fugaz de sus espacios, de sus recovecos… disfrazado de Vila Matas quise entrever una urbe en la que el Gustavo real se fundiera con el personaje –la literatura como el mundo real y viceversa—; el hombre convertido en referente simbólico.
Regresé a México y no tardé en recibir el texto de Paul Medrano que habrá de servir como prólogo de tan ansiado libro y al que en este instante el escritor da una obligada vuelta de tuerca. El texto final no será el que era, pero allí podía leerse:
Para un hombre, lo más temido es la muerte. Para un artista hay algo peor y Alan Moore lo definió muy bien: enfrentarse a la oscuridad simple de la existencia.
La madera artística no se apolilla con facilidad: soporta amputaciones; pérdida de alguno de los cinco sentidos; esquizofrenia; adicciones; guerras; pobreza y hambre. La fuerza creativa no le teme a las dictaduras, a la enfermedad o al escarnio. Sigue adelante. Así ha sido y así será.
El caudal de reacciones no se detiene. El jueves 4 de septiembre Cerati dio sus gracias totales definitivas, pero su legado se esparce entre miles de escuchas de ayer y de hoy. Nunca como ahora encuentro testimonios de verdadera conmoción; quiero creer en la sinceridad de tales expresiones. El paso de Gustavo hacia otra dimensión nos golpeó de veras —más allá de los exabruptos de los infaltables políticamente incorrectos—. La talla del músico no está a discusión; la calidad musical alcanzada fue y sigue siendo muy alta. De los pasajes de su vida privada no requerimos sino meras anécdotas nostálgicas.
Cito una reciente entrevista de Radar (Página 12) con el baterista Charly Alberti para insistir acerca de sus pretensiones: “Lo que hicimos fue decirle basta a ese llanto. Teníamos ganas de experimentar otras emociones y de demostrar que había un mañana. Así que nos aferramos a las canciones para tratar de ir hacia adelante, no para recordar el pasado”.
Gustavo Cerati fue un fantacista que nos hizo imaginar parajes eléctricos llenos de rock and roll y poesía espontánea. Supo imprimirle al rock latinoamericano un halo insólito de épica y magia. La capacidad de soñar e imaginar a través de la música no se debe perder nunca. ¡Larga vida, Gustavo! Debemos convertir a la pesadumbre de hoy en una reverberación de tu guitarra que se escuche por siempre. Nos esperaras en tu ciudad de la furia y allá nos verás volver a verte.
A minutos del anuncio de su partida, su estela es tal que incluso provoca homenajes instantáneos. Cierro está evocación con un pequeño poema del periodista Luis Fernando Alcantar Romero, que con emoción nos pone a volar entreverando canciones:
Gracias totales
desde la ciudad de la furia
yo con mi sobredosis de tv
todavía no pasa el temblor allá afuera
ahí sigue el misil en mi placard
sólo queda poner un disco eterno de música ligera