Visitar catástrofes: viaje a la ciudad que entuba sus ríos
Así como Praga, Alemania y Bosnia tienen tours a los sitios de masacres de la II Guerra Mundial, nosotros podríamos ya sacar algún dinerillo de la visita a lugares siniestros en la Ciudad de México. Por ejemplo, los tubos por donde pasan las aguas negras que algún día fueron ríos vivos. No sé cuánto me tardé en entender que Mixcoac, Churubusco, Magdalena, La Piedad, no eran sólo los nombres de avenidas, sino el triste recuerdo de la peor decisión urbanística/política que ha tenido esta ciudad. Allí está París con su Sena, Budapest con el Danubio y si me apuran Buenos Aires con su Río de la Plata. De todas las grandes metrópolis, ésta debe ser una de las pocas por las que no cruza un río. Pero la decisión tiene nombre: el genio gestor del movimiento “Entubemos, total yo ni hijos tengo” se llamaba Carlos Contreras y vivió en los años 30. Pero fue Miguel Alemán en los 50, −que pertenecía a su propio club de “véndelo todo a ver si hacemos que cierre el changarro” que para estas fechas ya debe estar rebasando su cupo−, quien lo implementó. El gallardo presidente mexicano llegó más lejos y bautizó con su nombre a su obra: el Viaducto Miguel Alemán, quizás ignorando que algunos mexicanos encontraríamos una graciosa metáfora en el hecho de que su intento de urbanización llevara un gran tubo lleno de mierda al centro.
Según el recientemente fallecido arquitecto Jorge Legorreta, −gran defensor de los ríos de la ciudad, por cierto− se trataba de resolver, de la manera más fácil e infantil, el problema de los deshechos[1]. No sólo se les escondieron los potenciales como vialidad que podían tener los ríos y el aspecto comercial que representa un río: a nadie se le ocurrió que el agua potable podía hacer falta. Por amor de dios ¿Les cae? Fueron los cretinos obtusos los que poco a poco lograron que todas las demás arterias acuíferas importantes se entubaran también en el paso de dos décadas.
Un buen guía de turista de lo perverso podría ir señalando cosas así, como “aquíenestelugarseñorasyseñores, aquí mismo, sobre el suelo que pisan, pasa un río lleno de caca. ¿Que por qué no lo desviamos antes de que se llene de tal elemento orgánico? No se nos da la gana, señorasyseñores, a nosotros los chilangos nos gusta sabotear otros mantos acuíferos y que nuestra agua viaje muchos kilómetros. Tiene más caché.”
Si lo piensan, una ciudad que entuba los ríos tiene un poco de Kamikaze. Es una ciudad que camina un paso y luego se enreda el otro pie para tropezar; un sitio que espera lívido su propia muerte. No sé si somos tan atractivos como un campo de concentración pero apuesto a que varios europeos pagarían por visitar algunas catástrofes urbanas en México similares a la del agua. El guía podría pararse justo en donde cobran el 2o. piso para reír un poco: “vea, observe señorseñora, aquí es donde los mexicanos pagan por el derecho a cruzar una vía que…¡ya pagaron con sus impuestos! ¿Que si preguntan a dónde va todo ese dinero? ¡No, hombre, cómo cree! Está usted en México.”
El mismo tipo podría llevarlos a ver esos dos caballitos del Centro Histórico, como prueba de que en esta ciudad todo se hace al revés: harían una parada para verificar los daños a la estatua de Manuel Tolsá que representa a Carlos IV (conocida por todos como El Caballito) mientras que se deja intacto el adefesio amarillo (también llamado Caballito) del escultor mexicano más sobrevalorado del que se tenga memoria, Sebastián. Luego podrían ir al Bosque de Chapultepec y verificar por sí mismos la existencia de “La Suavicrema”. Allí mismo el guía les contaría cuánto costó este monumento a la sinrazón (también llamado La Estela de Luz): 1,305 millones de pesos contantes y sonantes, sí señorseñora, además de los 178 mil pesos que consume cada vez que la prenden. Fuu. Qué de ejemplos.
Si en Praga los ciudadanos hacen dinero de las malas decisiones políticas de sus gobernantes (¿o no es eso una guerra?) no veo por qué nosotros debamos guardar el pudor.
[1] Entrevista a Legorreta en el periódico El Universal, 27 de septiembre de 2006. http://www.eluniversal.com.mx/notas/377721.html