Tierra Adentro

Últimamente he tomado mucho café. En distintos establecimientos he tenido el gusto de sentarme a platicar con amigos mientras veo la mesa servida, pero no me apetece tomar una foto de los alimentos que hay en ella. Lo lamento terriblemente: no encontrar el arte en fotografiar la comida y la bebida tal vez demuestre mi poca vena de esteta. Alguna sensibilidad especial deben tener aquellos que lo hacen y quienes gustan de ver tales imágenes.

Sin embargo, no son los primeros en exponer imágenes de alimentos. En la pintura del siglo XVII se hizo popular el bodegón, una forma de naturaleza muerta que daba mucha más libertad de composición en los elementos representados —generalmente extraídos de la vida cotidiana— que cuando se hacían paisajes o retratos. Dichas obras daban la oportunidad de explorar juegos de sombras, matices y texturas, toda una gama de posibilidades que hacían de la recreación de los objetos un objeto de arte. Ahora, todo eso se reduce a los filtros de Instagram .

No soy gran fanático de los bodegones, pero me gustan más que las imágenes generadas con smartphones o cámaras digitales. Aunque incluso tener una cámara profesional ha llegado a poner en duda su resultado final.

Aun así, no deja de intrigarme lo que significa, por ejemplo, hacer diversas tomas de un vaso de Starbucks. Hay algo en ello que no me deja en paz. Algo que no entiendo. Me he llegado a preguntar si hay un tipo de comunicación secreta entre quienes tienen esta manía, y me cuestiono las palabras que uso para ellos, como, precisamente, «manía». Es muy probable que sea una sobreinterpretación mía, pero quizá esas fotografías comuniquen más de lo que personas como yo, que usan el mismo modelo de teléfono celular desde hace años, puedan descifrar.

Por ahora, prefiero hacerme a la idea de que esos vasos de café son comunicantes, al menos para otros, y evito pensar que la tecnología está logrando una reducción de las formas artísticas; porque, si bien todos podemos hacer arte, éste no debería ser un producto ready-made en su entereza, careciendo de la intervención directa o tangencial de la sensibilidad humana. Y no hay ninguna de las dos en seleccionar un tono predeterminado y apretar un botón para sacar una imagen llana de algo que nos parece agradable.

Los nuevos bodegones que circulan en las redes sociales tal vez sean el presente de un cambio lento en la concepción de lo que el arte visual es, pero habrá que encargarse de que no sean el futuro.