Variaciones del viaje en el tiempo
Hace un rato que quería escribir sobre el viaje en el tiempo, una de las fantasías de la edad moderna, que, con la tecnología y con la ciencia, se apropian poco a poco del espacio cotidiano.
Pero la conquista del tiempo (moverse hacia el pasado sobre todo) no funciona más que en el recuerdo —como bien había dicho Agustín—, una herramienta antiquísima, mucho más vieja que la escritura y que el hombre mismo (algunos animales tienen memoria; incluso el mundo inerte la tiene: las curvas de las piedras de río son su “recuerdo”). Esa es la premisa de La Jetté, de Chris Marker: un niño queda traumatizado al ver un asesinato en un aeropuerto; años después, cuando la humanidad tuvo que refugiarse en las entrañas de la tierra a causa de una guerra, ese niño —ahora adulto— se somete a un experimento de viaje en el tiempo que consiste en usar sus memoria para regresar al pasado; en su último viaje, le disparan en un aeropuerto. Un niño (que es él mismo) ve esa muerte y queda traumatizado.
Este ouroboros es una de las variaciones de la ficción cinematográfica sobre el viaje en el tiempo: todo el presente del viajero temporal implica que es él mismo quien se ha condicionado y quien puso en marcha su destino, el cual constriñe, incluso, cómo ha de ser el dictado.
Algo similar sucede en Terminator: un hombre le dice a una mujer que está ahí para protegerla de un robot asesino, pues será la madre del liberador de la humanidad cuando, en el futuro, las máquinas dominen el mundo; el hombre es amigo y pupilo de ese liberador, que fue enviado al pasado para «defenderlo»; al final de la película, el hombre y la mujer conciben al liberador del futuro; el hombre, entonces, es el padre de quien será su mentor. Y estaba escrito que fuera así.
Tanto La Jetté como Terminator son dramas (la segunda con mucha más acción) casi por necesidad: su premisa base «el tiempo ya ha sido y nada puede cambiarlo» se parece a la de tragedia griega en la cual lo verdaderamente terrible no es lo que sucede (que Edipo mate a su padre y fornique con su madre) sino que se cumpla lo que el oráculo había predicho, es decir, demuestran que el tiempo es circular.
Como, en una versión más extrema, Futurama, en «The late Philipp J. Fry» (sexta temporada, sexto episodio): el profesor inventa una máquina del tiempo que sólo puede viajar hacia el futuro; después de un accidente, él y Fry (quien tenía una cita con Leela) viajan miles de años en el futuro; a sabiendas de que no pueden hacer nada dejan la máquina correr y, con unas cervezas, observan el fin del universo; cuando se acaba, el universo vuelve a iniciar; pueden volver al pasado, sólo que tienen que atravesar todo el tiempo futuro que existe.
En Futurama, el tiempo es circular en todas sus letras: lo que sucedió, como alguna vez propuso Nietzsche con el eterno retorno (aunque esto era una tesis ética más que metafísica), sucederá mil veces, porque cuando se acabe el ciclo, volverá a empezar idéntico.
Homero J. Simpson, en «Time and Punishment» (temporada seis, episodio seis) inventa una máquina del tiempo y se da cuenta que cualquier cambio —por mínimo que sea— en el pasado afecta radicalmente su presente (la muerte de un insecto, por ejemplo, convierte a Flanders «en el amo indiscutible del universo»). La desesperación de Homero se traduce en la neurótica obsesión de no tocar nada (según el consejo que el Abuelo le dio el día de su boda) para poder regresar a su línea temporal original. Al ser imposible, se conforma con el escenario más parecido: la humanidad tiene lenguas de camaleón.
The Butterfly Effect combina este postulado con el de La Jetté: su protagonista sólo puede viajar a eventos que tiene consignados en su diario (una subespecie de la memoria) y, cualquier modificación tiene un efecto (negativo) en su presente. Al final del día, el protagonista se da cuenta del chiquero que crea al buscar el mejor futuro para sí y decide regresar hasta el útero de su madre y ahorcarse con el cordón umbilical (esta película podría ser homónimo a la obra de Ciorán Del inconveniente de haber nacido).
Un par de películas comparten otro postulado: es posible viajar al pasado pero sólo hasta el instante en que la máquina del tiempo es encendida. Esto responde a una visión más “cientificista”. Es como si la máquina abriera una pequeña ventana en el tiempo, una especie de subeternidad.
Primer, rarísima y complicada, narra la historia de dos físicos que inventan una máquina que les permite viajar al momento en que la echaron a andar. Entonces, planean encenderla a medio día, ir a ver el flujo del mercado accionista por la tarde y en la noche encerrarse en la máquina para salir de nuevo a medio día y tendrán el conocimiento para hacer las ventas ideales. El problema surge cuando se descubre que uno ya de ellos ya ha vivido toda esa historia.
Los cronocrímenes inicia con un hombre que a través de sus binoculares, descubre a una chica desnuda y perdida en el bosque; mientras la busca, descubre una máquina, la activa y lo transporta una hora al pasado; un tipo, con vendas rosas en la cara, lo apuñala y lo persigue. Al final, se descubre que ese tipo es el mismo protagonista, pero que se ha multiplicado por el sólo hecho de haber encendido la máquina: el protagonista se convierte en un loops temporales.
Estos filmes son herederos de la concepción del tiempo como destino: lo que ha pasado ha pasado siempre, e incluso el viaje en el tiempo es parte de ese destino; el viajero del pasado ya forma parte de él y, por lo tanto, de las condiciones que habrán de sujetar el futuro.
De las pocas películas que proponen una verdadera libertad humana en cuanto al viaje en el tiempo (y que, por lo mismo, conlleva un montón de paradojas) es Back to the Future: un científico inventa una máquina del tiempo y un chico de preparatoria, amigo suyo, le ayuda a probarla. Después del primer viaje, unos terroristas, ansiosos de cobrarle una deuda al científico, los atacan y matan al Doc. El chico de preparatoria usa la máquina, viaja 1950 y evita que sus padres se conozcan, por lo que tendrá que luchar para hacer que se enamoren de nuevo y que él no desaparezca. Durante su aventura, inventa el rock and roll y la marca Calvin Klein, usa a Van Halen como música extraterreste y derriba un pino.
Marty Mcfly, al final del día, puede (y lo hace) actuar como se le antoje. Hay, como en todo movimiento de libertad, consecuencias, pero ninguna posibilidad le es clausurada: no hay un esquema último que lo condicione, como en otras versiones, a viajar en el tiempo.
Con Newton, se abrió la libertad del movimiento en el espacio; habrá que ver si la física contemporánea también nos libera del tiempo. El cine, hasta el momento, no se ha decidido.