Vanitas
Titulo: Vanitas
Autor: Amaranta Caballero
Editorial: Ediciones La Rana
Lugar y Año: México, 2013
Serie: Formato Portátil
Ayer tuve el gusto de presentar Vanitas, el libro que escribí durante los meses entre agosto de 2007 y agosto de 2008. Recibí la beca del FONCA para concretar este libro y puedo asegurar que fue un privilegio que sigue rindiendo frutos. Sin embargo, he de decir que ese proyecto fue la continuación de algo que había comenzado a armar durante el año 2006 cuando tuve la valiosa oportunidad de participar en el Laboratorio Fronterizo de Escritores/ Writing Lab on the Border organizado y dirigido por Cristina Rivera Garza.
En ese laboratorio, realizado en la frontera norte, lado izquierdo, con talleres, lecturas y actividades entre la ciudad de Tijuana y la ciudad de San Diego, CA, pude aprender minuciosamente los vericuetos de la palabra, la sonoridad de las sílabas y la cadencia de la música, el sí y no de las poéticas con Reynaldo Jiménez, poeta (Argentina), María Negroni, poeta (Argentina), Jen Hofer, traductora y poeta (Los Ángeles), Ruth Behar, antropóloga (Cuba-EU), y la misma Cristina Rivera Garza (México), durante el verano del 19 de junio al 28 de julio. Sin duda fue una experiencia inigualable en muchos sentidos. Para decir lo menos: parteaguas.
Es en ese tipo de experiencias cuando pienso en la literatura como eje transformador clave. La literatura como proceso creativo y como parte del asombro del cual nunca quiero alejarme. La literatura que al mismo tiempo exige tiempo, dedicación, respeto y disciplina. El trabajo que implica autonomía, libertad y precisión desde lo más íntimo del hacer y del decir.
Luego, una vez comenzado el proyecto, tuve también el privilegio enorme de trabajar textos, lecturas, comentarios, con los poetas Jorge Esquinca y Josu Landa Goyogana. Ambos, tutores de la generación en la cual trabajé y compartí con otros poetas de quienes admiro su trabajo.
Escribo este post para esta columna porque este libro, me significa una serie de experiencias y periplos de vida. Cúmulo de situaciones y circunstancias. ¿Por qué se piensa en una palabra y no en otra? ¿Por qué se quita o se pone un punto o una coma? Sé que se escribe en la mente, a veces arbitrariamente con la memoria, pero el registro es paradójicamente una maldita máquina de hacer pájaros.
No entraré en diatribas, sé bien que quien busca algo trabaja para ello, con becas o sin. Pero si he tenido la experiencia de participar de esta manera, entonces, de entrada quiero agradecer en primer lugar a las personas con quienes pude aprender y crecer, eso, en definitiva, me parece lo inmediato.
Comentaré brevemente sobre el proyecto: escribir a partir de los objetos que suelo recoger en las calles. A la manera de las “vanitas” en la pintura flamenca del s. XVII. Lo breve, lo vacuo, lo efímero. Lo que no le dice mucho a nadie. Pero que a pesar de todo, bien se sabe que todo lo es.
Comparto algunos de los textos del libro, y pido consideración a la audiencia, a los lectores por, en esta ocasión, comentar aquí sobre algo que particularmente implica mi trabajo.
“Vanitas #7
pájaro muerto”
De él me quedo con el canto (amarillo dijo María Negroni que dijo Borges) y con la pequeña ala. Vengo caminando de un atropellamiento. Miento. Vengo desde el centro mismo del hambre. Dejar de regodearme para no engordarme tanto. Estoy a dieta de palabras. Vuelo.
A este pájaro lo atropellaron y lo dejaron sin pico. El hombre sentado en la esquina, el mismo que a diario pasa por aquí, vio el momento cuando el auto pasó sobre el pájaro pero ya no lo recuerda. Sólo el ruido: un leve crujir. Ese hombre cada día baja la persiana de su tienda a las ocho y media de la noche.
Puedes ver la palpitación acelerada y violenta del último rumor del pájaro. Puedes ver el aleteo. Las minúsculas garras. La perfección diseccionada de las plumas. La ligereza del cadáver que apesta. nunca la gusanera como ahora. Festín.
Este pájaro me gusta para muestra de cerámica. Este pájaro me gusta para cueva. Este pájaro me gusta para una colección de objetos donde la premisa en materiales
abarque desde los periodos Preclásico Tardío hasta el Clásico Terminal. Este pájaro quiso llamarse Fénix pero solo fue ave. Un gorrión sin pena ni gloria.
Taxonomía y nomenclatura: Capodacus mexicanus. House Finch, english. Pinzón mexicano, spanish. Roselin familier, french. Este pájaro muerto que ahora tengo
en mis manos era descendiente directo de los gorriones salvados por el profesor Hermon Bumpus en la tormenta del 1o. de febrero de 1898 en Providence, Rhode Island. “selección natural” decía la regla; por aquí pasó una sombra alada.
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“Vanitas #23
superhéroe sin cara”
Calles secas cubiertas de sol. Asfáltico el día que clama una gota, dos. Los carros y neumáticos, sordos de humo, ciegos. Veloces los tráileres. Aceite. Junto al camión y la calafia un cojo pide pan. Junto al inválido con sarna una bolsa con periódicos. La silla de ruedas entre los autos. El perro muerto, inflado de días. Mosqueado. Días secos.
Las artesanías a todo color. El dorado de un león sobre algún techo. Los búhos, tiesos vigías sobre los balcones –siniestros balcones– invadidos de fierros. Telas de alambre donde los bull terrier de barro cocido nunca dejan de mirar. Canicos ojos. Por ahí la yerba, el travesti, el pollero. Por ahí jeringas y anuncios clandestinos: viagra soup.
El miedo a no mirar. El miedo a no saber. El miedo cuando una parvada de niños viejos y un bat. Caminar aprisa. No trastabillar. Pensar en la palabra frontera. Límite. sobre todo: eso: un súper héroe sin cara de bruces contra el asfalto.
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“Vanitas #32
trozo de periódico”
También pienso las historias. Las que sí y las que no. Las que no son y las que han sido. Pienso en muchas clases y estilos de historias. Pienso en la bendición y en una guerra. Pienso en dos locos insoportables y pienso en cantidades inauditas de amor como cuerpo dentro del ominoso ataúd de costumbres.
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“Vanitas #39_a
restos de comida orgánica”
Había pan negro con manteca de búfala. Un platito azul donde la taza del té reposaba conversaciones. Repentina, entre todo ello, la cocina de mi abuela: mostaza y tentempiés. Los pliegues de la falda ya nunca se arrugaron. La espalda de una mujer frente a la estufa era el frente, el pilar de las tardes. Y también el constante abrir y cerrar de las maletas. Ese nunca acabar de irse. O de llegar. Luego ella vino. Ella, después de todo, ya había cruzado los mares. Supervivencia y utopías. La noche más larga es la forma orgánica de las cosas. Sus residuos.