El encanto siniestro y luminoso de Anna Calvi
Al director británico Terry Gilliam siempre le han gustado los ambientes alucinantes, los parajes siniestros y el humor negro. Bien como parte del colectivo Monty python o ya en solitario. Precisamente en 2005 da a conocer una de sus películas más enloquecidas: Tideland. En aquella historia la pequeña Jeliza-Rose huye de su cruel infancia, dejándose arrastrar por su viva imaginación, para configurar así un mundo ficticio en el que las luciérnagas tienen nombre, los hombres de barro despiertan al atardecer, tiburones monstruosos nadan por las vías del tren y cabezas seccionadas de Barbies comparten sus aventuras.
Hubiera sido el marco ideal para que Anna Calvi compusiera la banda sonora, pero esta inglesa de padre italiano todavía no publicaba su primer disco epónimo; lo haría hasta 2011, pero allí estaban esas canciones de enormes claroscuros, un estilo de cantar un tanto gótico y una desbordante energía rock. No en vano su debut la llevó a ser nominada a los Mercury Prize y los Britt Awards. En poco tiempo la BBC la incluyó en la lista de los 15 artistas más prometedores.
Para ese entonces, nada menos que Brian Eno ya había soltado un elogio de esos desmedidos. Se refirió a la Calvi como: “la cosa más grande desde Patti Smith” y eso que apenas tenía un sencillo, “Jezebel”, versión de una canción interpretada por Édith Piaf en la década de los cincuenta. Luego fu invitada para abrir los conciertos de una de las bandas de Nick Cave: Grinderman.
Tales logros vertiginosos le abrieron las puertas de uno de los sellos más influyentes de la actualidad: Domino Records. Se trata de un arranque espectacular en el que conviven estallidos casi histéricos con momentos de sosiego provenientes de una sección de cuerdas. No puede soslayarse que su estilo encuentra cercanía sobre todo con Siouxie Sioux y otro poco con P. J. Harvey. Dos mujeres que han desarrollado brillantes carreras y dejado su impronta en las nuevas generaciones.
Después de un trabajo exhaustivo con el primer disco se alejó un tanto de la vida pública para preparar su siguiente entrega, que a la postre fue grabada en los Black box estudios londinenses para posteriormente ser detallada en Texas. Como se sabe de sobra que los segundos álbumes arrastran una terrible maldición sobre muchos de ellos y terminan lastrando a muchos artistas, Ana decidió trabajar con John Congleton, productor de gente tan respetada como Bill Callahan, The Polyphonic Spree y St. Vincent, precisamente con esta última es por quien pasan las comparaciones más recientes de la prensa especializada (sobre todo por los cambios de ritmo e intensidad en los temas).
A la Calvi le gustan esos quiebres súbitos y la irrupción inesperada de cuerdas y percusiones, como ocurre en el sencillo “Suddenly”. Busca ser sorpresiva en cada uno de los temas –en su estructura- pero también en el acomodo de las piezas. Abre el disco de una manera y a la siguiente canción opta por una de muy distinta naturaleza. “Eliza” busca desatar la épica casi a cañonazos.
En los primeros contactos con la prensa a propósito de One breath ha precisado que: “Se trata de una obra reflexiva y vulnerable, a medio camino entre el optimismo y la desesperación, la belleza y su ausencia. Suena como ese momento justo antes de abrirte al exterior y sincerarte con los demás, y a lo muy aterrorizante que eso es. Da miedo, pero está lleno de esperanza, porque lo que vaya a pasarte es algo que aún no te ha pasado”.
Probablemente entre los 11 temas el que representa fielmente la intención del álbum sea el que le da título, ya que en él destaca la manera de cantar de esta mujer y el modo en que va acumulando la tensión. El escucha siente que en algún momento el estallido guitarrero llegara –como indicaría la lógica- pero en su lugar acomete primero una ruidosa maraña y enseguida la elegancia de violines y otros instrumentos de cuerda. “One breath” es espléndida e inusual, tanto como la mujer que la interpreta.
En otros momentos se torna tan misteriosa y fantasmagórica como las Cocorosie (“Sing to me”) para luego rockear a pleno en “Love of my life” y hacia el final bajar la velocidad y hacer una maravilla de bolsillo como “Bleed in to me”. Ana ha explicado que en el origen del disco se encuentra el fallecimiento de uno de sus seres queridos y por tanto refleja los contrastantes estados de ánimo por los que atraviesa. Rock multi-polar donde lo haya. Nos viene bien un poco de esquizofrenia musical.