Tierra Adentro

Titulo: Vampiros Aztecas.

Autor: Pablo Soler Frost

Editorial: Taller Ditoria

Lugar y Año: México. 2015

Siempre habrá vampiros. Algunos son vampiros aztecas, otros de línea clásica como Nosferatu o Drácula. Vampiros hematófagos o energéticos de tipo político —que más bien pertenecen al mismo orden de los zancudos o de las chinches antes que al vampírico—; vampiros cinematográficos adolescentes, degradados y degradantes, así como los famosísimos, infames vampiros de la colonia Roma, imbuidos de dignidad erótica. En fin, vampiros de toda índole geográfica, étnica o profesional, pero de los que hablamos aquí son de un tipo en particular.

En contra de toda advertencia, o incluso de sentido común, los que acostumbramos caminar en la calle durante las madrugadas los conocemos bien. Pasamos atentos frente a los lotes baldíos y sus bardas rayadas, a las entradas de los tugurios o de esas casonas señoriales que ahora son ocupadas por el cascajo y la sombra. Vemos las evidencias del paso del tiempo y sentimos lo que se encuentra detrás. La ensoñación nos deja la puerta abierta para creer en la existencia de los habitantes de la noche y su residencia atemporal. Romanticismos aparte, siempre habrá vampiros habitando nuestra literatura.

La noche de la ciudad, ésa en que la región más transparente se diluye aún más para cobijar la experiencia onírica, está repleta de revelaciones decadentes que nos encaminan de lo pre-hispánico a lo post-segundo piso del periférico, hasta un underground tan telúrico que sólo los ídolos enterrados son testigos de esas noches psicotropicales con bailongo y sacrificios rituales y sangre: «Aquí, entre el musgo acuático, era capital de sangre. De los templos redondos y cuadrados que copiaban los sagrados cerros, sangre; sus canales regaban sus huertos de sangre. Sangre preciosa para alimentar la voracidad de los que aquí eran dioses».

Decía Ulises Lima en aquella novela salvaje, casi como una leyenda urbana, que Carlos Monsiváis tenía la certeza de que durante ciertas noches se utilizan los tinacos en las azoteas como pináculos para realizar sacrificios humanos. Que los dioses de Tenochtitlan permanecen sedientos debajo de la capa delgada de pavimento y concreto en que vivimos. A estos dioses adormilados no les faltarán los hierofantes dispuestos a ejecutar los ritos: «siempre hubo algunos que no dejaron a sus dioses sedientos, que no los hambrearon, no los desampararon: hubo unos que siguieron cumpliendo con su deber a pesar del día 1-SERPIENTE de ese año fatal, 1521. Éstos eran los tlacatecólotl. Los hombres-búho».

Vampiros Aztecas de Pablo Soler Frost (Ciudad de México, 1965) narra la experiencia de entrar en contacto con los tlacatecólotl en una de estas noches locas que nos guarda la capital mexicana. La «escritura lisérgica» del autor hace que el relato fluya en dirección al pasado y al presente, pero que también dé cabida a una multitud de planos que se sobreponen como en un sueño: Janis Joplin, una chinampa perdida en la colonia Guerrero, Tezcatlipoca dando clases en la UNAM, los hongos de San José del Pacífico o un puñado de drogas y mitos que hacen viajar al lector al interior en la cabeza del narrador y su caos sintáctico.

Con este libro, Soler Frost entrega un relato que podríamos incluir en la tradición fantástica de la literatura nacional, como las Leyendas de las calles de la ciudad de México de Sánchez Obregón, La Cena o Tlalocatzine en el jardín de Flandes, por citar algunos ejemplos. Pero también una reescritura de la historia, o una «visión de los vencidos» alucinada por los güeros descendientes de los españoles (que son tan apetecibles para los tlacatecólotl).

Cabe mencionar el cuidado de la edición tipográfica por parte del Taller Ditoria, cuya precisión artesanal hace del libro un códice que podría estar «entre mantas de algodón, banderas de papel, filigranas de oro, y piedras y plumas preciosas».

Siempre habrá vampiros, y para nuestra suerte, escritores que sirvan de intermediarios entre su sed y nuestro ensueño.