DE GRAVEDADES, COLISIONES Y METEORITOS
I. GRAVEDAD
Mi padre tiene en casa un meteorito. Siempre que lo veo me siento atraído a su materia, a su erosionada redondez, a su arrogante gravedad. Me da la impresión de que no tolera estar lejos del suelo, que extraña el calor infernal del impacto, el descalabro, la fractura, la hendida cicatriz que se forma tras el revés suicida.
¿Qué es un meteorito sino un cerbatanazo insolente en la nuca del cosmos?
Lo sostengo en la palma de mi mano como el corazón de un sacrificado. Lo acaricio. Su oscura densidad me llama a depositarlo sobre el piso. Mi resistencia a hacerlo parece duplicar su peso. «Esto viene del universo», pienso, mientras dibujo con el dedo la posible trayectoria que lo trajo del fondo del espacio al cuenco tibio de mi mano. Concluyo que ésta debe ser la forma del destino, si acaso hay uno. Siento mi pulso yugular latir acompasado y suave, como el mecanismo de un reloj, como el oleaje matutino, como los primeros borbotones de un manantial al romper la fuente de una piedra. Me estremezco. Lo coloco de nuevo sobre la pequeña base en que mi padre lo tiene. Se enfría de nuevo la roca celestial; impacta ahora con suavidad en el suelo del sueño, atenta a la sístole vital del próximo contacto.
II. COLISIÓN
Un meteorito es un trozo de materia estelar que impacta la superficie de la Tierra.
Estas rocas rebeldes se incluyen en una definición laxa que casi llamaría existencial y la cual comprende toda materia extraterrestre de tamaño menor a un asteroide pero mayor que polvo cósmico. En ocasiones, estos fragmentos celestiales son capaces de cambiar el destino de un planeta. Muy probablemente estoy hablando aquí sobre un meteorito gracias a otro, el que provocó el cráter de Chicxulub en Yucatán, ese que extinguió a los dinosaurios y que a la postre favoreció el imperio mamífero al que pertenecemos y que nos ha permitido reinar siniestramente sobre este planeta.
Las ideas también son meteoritos o por lo menos, son susceptibles de serlo. Toda idea es un impacto y todo conocimiento genera una marca, con suerte indeleble, en la memoria. Del mismo modo, todo lo que nace colisiona y toda muerte deja un vacío, una oquedad. Luego entonces, toda vida es meteoro.
Vivimos en un país donde la Decena Trágica ha dejado de ser un hecho histórico para volverse un término genérico, un ejercicio aritmético. Todos los días sumamos decenas, veintenas, treintenas trágicas a este país de gravedades que andamos como se anda con suelas de plomo sobre un piso de lodo. Cada escena criminal también genera un cráter. Nuestro país está lleno de ellos.
Si hablamos de sistemas solares podemos hablar también de micro-sistemas, micro-sociedades (públicas o secretas, como la que nos ocupa en esta ocasión), órbitas, sobre cómo romperlas intencionalmente y colisionar a propósito. Sobre cambiar, si no el destino del planeta, sí el propio. Un meteorito es consecuencia de una órbita que se desvía y deriva en impacto. En este momento, al leer esto, se está generando uno. En tanto que somos más que polvo cósmico y menos que asteroides, somos meteoritos.
III. METEORITO
Por todo lo antes dicho, una publicación como Meteorito, cuya «principal y última misión», en palabras de sus secretos editores, es «cosechar temblores», resulta sustancial como documento de las colisiones y cráteres que se pueden producir a partir del arte. Apropiándose del antiguo método de predicción del ciclo agrícola, las cabañuelas, que sugiere que de acuerdo al clima de los primeros doce días del año será el de los meses subsecuentes, esta publicación convoca en cada número (actualmente se encuentra en circulación el número 3, correspondiente al Verano de 2015) a un grupo de personalidades para que colaboren con «presagios» escritos o visuales, sobre el tiempo venidero. Aunque podemos inferir a quién pertenecen las colaboraciones, su autoría permanece anónima.
Así pues, Meteorito pretende ser «adherente a la sexta y tener filiación comprobada con la ciencia patafísica». Tan inclasificable e incierta como esta declaración —y las mismas cabañuelas— es el resultado impreso, en tanto que en él participan y se sobreponen poemas, imágenes y sentencias aparentemente inconexas, tanto como puede resultar al ojo inexperto el vínculo estelar de las constelaciones. La publicación de Meteorito es estacional y es quizá en el retruécano imposible de su periodicidad donde radica su gracia. Y es que los meteoritos nunca son estacionales, impactan cuando les da la gana, como todo encuentro que deriva en conocimiento, en amor, en feliz destino.
Balam Bartolomé (Ocosingo, 1975) es artista visual. Ha realizado residencias artísticas y su obra se ha expuesto en ciudades de Norteamérica, Asia y Europa. Su primer libro es Batalla de ciervos.