Tierra Adentro

Páginas calladas es el nombre del libro de poemas que Emmanuel publicó en Editorial Planeta en 1994 con un prólogo de Jaime Sabines. Fue el propio Sabines quien lo convenció de publicar ese volumen, conmovido por un texto que el cantante escribió para su hija.

Mucho más cerca de la popularidad, a diferencia de Octavio Paz, la otra figura poética ampliamente encumbrada en el siglo XX mexicano, el Recuento de poemas de Jaime Sabines sí se consigue en los tianguis, junto con los discos de Emmanuel y los libros de Mario Benedetti y la colección de El declamador sin maestro. Quizá por esa misma facilidad de acceso a su obra Sabines ha sido considerado un poeta para jóvenes de quien, sin embargo, se suele decir que posee ese «gran lenguaje», casi sagrado, mítico, que le vendría de sus lecturas bíblicas: es curioso que, mientras por un lado rechaza la imagen del creador sacralizado, por el otro recurre a los documentos sacros para obtener mucha de su materia prima. Ese discurso que brinda legitimación al momento de ser proferido.

Tal vez sea la voz cascada y cierta actitud de poeta que tiene en varias grabaciones —la del homenaje nacional en Bellas Artes, entre ellas— lo que hace que generalmente se recuerde a Jaime Sabines como un hombre bonachón, sensible, el Sabines de «Los amorosos», el que le escribe a la tía Chofi, el que dice que le encanta Dios. Es fácil pensar en Sabines como un hombre de su tiempo, de origen provinciano y, con ello, olvidar en el camino ciertas cosas que también conforman la imagen del poeta, constantemente pensado a partir de su cercanía a cierta sentimentalidad intimista, cercana como la de un padre que les habla a los hijos. Como la de un patriarca.

Las mujeres estamos acostumbradas a escuchar que la «buena poesía» no tiene género. Así se justifican muchas exclusiones, lecturas parciales o desdenes de figuras femeninas en el campo literario.
 Si «Uno es el hombre» se hubiera concebido con una voz lírica que enunciara «Una es la mujer» y desde ahí empezara el poema, ¿cuál sería el resultado? El discurso de Sabines tiene género, uno muy masculino y, si seguimos ese argumento, pensaríamos entonces que la suya no es buena poesía. Sucede, sin embargo, que su lectura se hace a partir de ciertos valores que ya no necesitan ser legitimados, puesto que son los hegemónicos y durante muchos años fueron el discurso autorizado. No obstante, lo que no deja de ser sorprendente es que sobre ellos no se hayan hecho demasiados cuestionamientos y sus poemas sean incluidos en, por ejemplo, las selecciones de lecturas de bachillerato o aún se enseñen como modelos poéticos en algunas escuelas de escritura creativa y universidades, pese a que en su trabajo no hay demasiadas innovaciones formales, excepto cierto coloquialismo que por lo demás estaba ya en la poesía mexicana con un autor de la talla de Efraín Huerta. Lo coloquial en el caso de Huerta venía acompañado, además, de un posicionamiento político claro del lado de las mayorías, mientras que en Sabines funciona apenas para disfrazar su discurso de algo novedoso que, empero, lo que hace es reforzar concepciones tradicionales del amor, el Estado y las relaciones entre personas.

Así, en Sabines las resoluciones a temas políticos son violentas. Cuando en una entrevista le preguntan por el subcomandante Marcos, responde: «Pensaba yo, este pobre tipo en qué va a terminar, cuál va a ser su fin. Ojalá que le peguen un balazo y que lo maten. Sería mejor para su leyenda, porque verlo de diputado ¡qué horror!», dijo el poeta dos veces diputado; el mismo que dice sentirse utilizado cuando se mete una vez más en política.

Cuando escribe sobre su desencanto con el régimen cubano luego de un viaje que realiza a la isla, afirma:

Porque es necesario decir esto:
para acabar con la Cuba socialista
hay que acabar con seis millones de cubanos,
hay que arrasar a Cuba con una guataca inmensa
o echarle encima todas las bombas atómicas y los diablos.
(Señor Presidente Johnson:
hundamos a Cuba
porque la isla de Cuba navega peligrosamente
alrededor de América).

 

De la misma forma resuelve la solidaridad cuando escribe sobre Tlatelolco 68:

Tlaltelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y Justicia Social.

 

De donde deduciríamos entonces que los obreros no son pueblo, que la distancia se marca a partir de la juventud, de la educación, o de alguna idea de inocencia vulnerable. Además:

Habría que lavar no sólo el piso; la memoria.
Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.

 

Igual que en el caso de los cubanos, aparece esta resolución de exterminio: matarlos para que no lloren, callar voces en lugar de buscar justicia. No me sorprende ni me interesa la posición a favor o en contra del socialismo cubano, ni la cercanía posterior con el mismo partido político que reprimió a los estudiantes en 1968 — que incluso podría, pero no, quedar matizada cuando se recuerda el escándalo ante la miseria presente en algunos otros poemas—.

Lo que llama la atención aquí es la forma de saldar el conflicto: a partir de la anulación y no de la conciliación.

No encuentro alguna pista para leer en clave irónica estos versos, tampoco sé si eso alcance para matizarlos, sobre todo si se atiende a que esa misma violencia es poéticamente ejercida contra las mujeres a las que se refiere «amorosamente». El erotismo de Sabines parece siempre joven, juguetón, inquieto; sin embargo es estable y tradicional. Un erotismo cómodo para su época, que tendría que parecernos cuando menos problemático ahora.

Yo nací para entrarte.
Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.
Por conocerte estoy,
grano de angustia en corazón de ave.
Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres
tendrán un hombre encima en todas partes.

Es casi un lugar común en la crítica que sobre él se hace apuntar a un sentimiento originario, «adánico», que se conecta con lo primordial y pone al hombre en contacto con su experiencia más íntima. Para Xirau, «Sabines sabe reconocerse en el “otro”, sabe hacerlo porque, con una visualidad táctil, se reconoce a sí mismo». Cabría preguntarse, entonces, quién es ese otro con el que se encuentra el reconocimiento, quiénes pueden sentirse próximos en sentimiento a él y, sobre todo, si en la «condición universal» que Sabines expresa, cabemos todas y todos.


Autores
(Querétaro, 1989) estudió la maestría
en Letras Latinoamericanas en la UNAM y actualmente es profesora en la Universidad Autónoma de Querétaro. Poemas y artículos suyos han aparecido en diversos medios, entre ellos Periódico de Poesía y Bazar Americano. Publicó O reguero de hormigas en el FETA.