Las formas de la utopía. O de una doble hazaña editorial
Al cierre de la edición impresa, Agustín del Moral fungía como director editorial de la Universidad Veracruzana, cargo que ahora ocupa Édgar García Valencia. Sirva esta breve nota aclaratoria como agradecimiento de los lectores a la labor de Agustín del Moral.
Tras la llegada de Manuel Quirasco a la gubernatura de Veracruz en la década de los cincuenta, y con él, la de Gonzalo Aguirre Beltrán, tomó forma un proyecto prefigurado desde la administración anterior, en la rectoría de la Universidad Veracruzana, con Aureliano Hernández Palacios: la creación de un órgano editorial que concentrara todas las publicaciones que hacía la universidad (hasta entonces diseminadas en pequeños proyectos independientes) y las coordinara bajo una sola visión a largo plazo. Así, el 20 de febrero de 1957, se creó la Dirección del Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana, que más tarde se conocería como Editorial de la Universidad Veracruzana, dirigida por Sergio Galindo, quien trabajaba como profesor de Estética en la Facultad de Teatro de la misma institución.
Un año después de creada la revista, el proyecto de la Editorial daba muestras de haber logrado una consolidación rápida y efectiva, por ello, al año siguiente, en 1958, se decidió lanzar la primera colección de libros de la editorial, la colección Ficción. La apuesta, pese al éxito de La Palabra y el Hombre, no fue menor. En aquellos años, los procesos de transformación del país, con miras a volverlo esencialmente industrial, habían provocado verdaderos conflictos entre las grandes comunidades obreras y campesinas, como ocurrió con el Sindicato de Ferrocarrileros. Por ello, los esfuerzos políticos y culturales del gobierno mexicano se empeñaban exaltar una nación unificada y homogénea. De ahí que en las producciones editoriales apoyadas por el estado, la visión nacionalista posrevolucionaria haya acaparado la vida del país. En ese panorama, la diversidad y la duda eran dos rasgos que, incómodos, quedaban proscritos de todo programa cultural. En consecuencia, La Palabra y el Hombre y Ficción realizaban una doble hazaña: por un lado, descubrir y difundir a los nuevos autores que prometían algún aporte sustancial para la cultura latinoamericana, y por otro lado, desafiar, desde lo institucional, lo que las propias instituciones pretendían promover como dogma y garantía a lo largo y ancho de México: lo unívoco, lo incuestionable y lo homogéneo. Una declaración de Héctor Salmerón Roiz ilustra mejor esta hazaña de partida doble:
En México, en 1958, solamente dos editoriales publicaban la obra creativa de los jóvenes: la colección Los presentes, fundada y dirigida por Juan José Arreola, en la que el propio autor debía pagar su edición, y la serie Letras Mexicanas, del Fondo de Cultura Económica, en donde sólo después del éxito de venta que alcanzó Luis Spota con Casi el paraíso, y el únanime clamor admirativo que por El llano en llamas y Pedro Páramo de Rulfo, así como Confabulario de Arreola, tan sólo después de esto, repetimos, se abrieron las puertas de dicha institución para empezar a publicar a autores jóvenes como López Páez, Galindo, Carballido, Hernández y otros.
A la distancia, poco más de medio siglo después, el éxito inmediato de Ficción, en aquellos años, resulta comprensible dada la talla de los que ahí firmaban: José Revueltas, Rosario Castellanos, Eraclio Zepeda, Jaime Sabines, Sergio Pitol, Onetti, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, entre otros.
Tras la sucesión y el crecimiento
Agustín me recibe a las puertas de la editorial que él mismo abre. Es el último sucesor de la dirección de aquel proyecto iniciado por Galindo. Entre el primero y el último, los nombres de directores generales se aglomeran: César Rodríguez Chicharro, Juan Vicente Melo, Luis Arturo Ramos, Joaquín Diez-Canedo, Guillermo Villar, José Luis Rivas. Mientras la historia iba engarzando aquellos nombres, ocurría lo mismo con las colecciones. Así, después de Ficción, se fueron creando proyectos como Biblioteca, Cuadernos del Caballo Verde, Cuartel de invierno, Tramoya, Luna Hiena, Tesitura, Clásicos Mexicanos, Manantial en la Arena, Sergio Galindo y, por último, uno de los proyectos más ambiciosos: la colección Sergio Pitol Traductor. Este corpus es prueba de la amplitud temática y voluntad editorial de difundir una gran diversidad de temas, desde estudios de poesía y teatro, hasta partituras originales. Ahora, Agustín es el responsable de mantener vigente la visión editorial de un proyecto que se ha mantenido firme, a pesar de vivir en un mundo empeñado en modificarlo todo en los últimos cincuenta y seis años.
Para él, la relación con la editorial ocurrió casi por casualidad. Por ejemplo, escuchó de la revista por primera vez a causa de la convocatoria de un concurso de cuentos. Luego, comenzó a frecuentar la librería de la universidad, porque le quedaba de paso entre su escuela y su casa. Veinticuatro años después, ya con una formación previa de editor independiente, Guillermo Villar lo invitó a trabajar con la editorial, debido a la urgencia de mano de obra extra: tenían un año de atraso en sus números. Fue así como terminó incorporándose al proyecto que ahora él dirige.
En paralelo a su labor de editor, Agustín debió enfrentar los nuevos retos que la vida de este siglo impone sin remedio. Tal como él lo confiesa, “el libro electrónico es un tema que está sobre la mesa. Hemos hecho contacto con Porrúa. Nos hicieron llegar una propuesta para ir digitalizando el archivo histórico de la editorial. Así como eso, también está el tema de las redes sociales y la página web. El otro tema es el de la distribución. Hoy, nuestros libros están distribuyéndose en las filiales del Fondo de Cultura Económica, en España, Colombia, Perú, Chile, y próximamente, en Argentina y algunas ciudades de Estados Unidos.”
Asimismo Agustín se ha preocupado por fomentar una relación estrecha con sus autores. De tal manera que en algunas colecciones, desde la cuarta de forros, hasta la imagen de la portada, resultan ámbitos donde el escritor tiene injerencia directa, convirtiendo la producción editorial en una labor de confección de libros-objeto, pero masificados. Resta señalar que la editorial cuenta con tres premios dirigidos a autores jóvenes: José Emilio Pacheco (poesía), Sergio Pitol (relato) y Carlos Fuentes (ensayo).
Sergio Pitol Traductor
Junto a la emblemática colección Ficción, la de Sergio Pitol Traductor, que dirige Rodolfo Mendoza, ha sido una de las que mayor impacto han tenido a nivel nacional e internacional. Inaugurada en 2007, esta nueva colección incorpora un importante catálogo de autores europeos y asiáticos casi desconocidos, o bien, con obras poco difundidas en el mundo hispanohablante.
“Sergio comenzó a traducir desde los años sesenta. Por eso, para 1967, tenía ya preparada la Antología del cuento polaco contemporáneo. Había alrededor de veinte autores, muchos de ellos, con su primera traducción al español; pero también estaba haciendo muchas traducciones del inglés y del italiano, que estaban diseminadas en varios países”, me cuenta Rodolfo tras un sorbo de café. “Es que, el Sergio viajero que conocemos, lugar al que llegaba, lugar donde devoraba la literatura, y al devorarla, descubría que había autores que no se conocían en nuestro idioma. Así traduce a Pliniak, desde el ruso, a Luigi Malerba, a Elio Vittorini del Italiano. Muchas de esas traducciones habían quedado en ediciones difíciles de encontrar. Y cuando me di cuenta tenía entre treinta y cuarenta títulos traducidos por Sergio que no estaban en ningún lado, y que no circulaban, salvo Cosmos, El corazón de las tinieblas y algunas cosas de Henry James. Así que, previo consentimiento de Sergio, le propuse hacer la colección a la editorial de la Universidad Veracruzana. Y se hizo”, concluye Rodolfo Mendoza.
La colección, que cuenta con diecinueve títulos, enfrenta un doble reto similar al que enfrentó Ficción: difundir a los autores europeos y orientales en el contexto mexicano, principalmente, y de paso posicionar el trabajo editorial de la Universidad Veracruzana como un referente de la literatura universal en el ámbito latinoamericano. Para lograrlo, la colección la dirige Rodolfo y la diseña un equipo especial de colaboradores que él mismo eligió. El resultado: una edición de alta calidad en contenido e imagen, cuyos rasgos exteriores (portada, formato, papel, etcétera) la hacen claramente identificable en cualquier “mesa de novedades” del mundo, y por lo tanto, capaz de competir junto a los títulos de las grandes editoriales, incluidas las comerciales, del mercado internacional.
“Creo que la misión de cualquier proyecto editorial es rebasar sus propias fronteras, y en ese sentido, el carácter y el perfil de la edición ayuda mucho. Además, es un mito absurdo eso de que las editoriales universitarias reduzcan su producción a libros ‘caseros’. No está divorciada la idea de hacer buenos libros, como objetos, libros visualmente comerciales, de editar contenidos de calidad. De tal suerte que, cuando pensé en esta colección, pensé en lo que, no es ninguna novedad, piensa cualquier editor: que fuera una tipografía bonita, una caja grata, que el papel te permitiera leer con mucha o poca luz, con portadas mate, que si lo traías en tu coche, el sol no lo doblara ni lo hiciera “taquito”, en fin, en algo pensado para el lector”, dice Rodolfo.
Pero la particularidad de esta colección no radica sólo en su aspecto físico ni en el catálogo de autores seleccionados; también se encuentra en la naturaleza misma de las traducciones. Como lo sostiene Rodolfo Mendoza, “las traducciones de Pitol no van ni siquiera en paralelo, son parte de su obra”. Por ejemplo, para la elaboración de Cuerpo presente, la traducción de El buen soldado le hizo ver una estructura de novela con la que, a su vez, pudo resolver la suya.
La colección Sergio Pitol Traductor, aún tiene proyectados seis títulos más; sin embargo, la labor de la dupla no se limita a esto. Otra colección está en espera: una dedicada a la literatura latinoamericana, que aunque no pretende ser un “canon latinoamericano”, sí intentará establecer vasos comunicantes entre los lectores de Sudamérica, a cerca de las cosas que vale la pena leer de cada país, desde el criterio de Sergio Pitol y Rodolfo Mendoza.