Una singularidad desnuda
Titulo: Una singularidad desnuda
Autor: Sergio de la Pava
Editorial: Pálido Fuego
Lugar y Año: España, 2014
Uno de mis libros de ciencia ficción favoritos de los últimos años es Wool, de Hugh Howey, que en español Minotauro (sello de Planeta) publicó bajo el nombre de Espejismo. La portada lleva la leyenda “más de 800.000 ejemplares vendidos en todo el mundo”. Lo que no dice la portada es que la mayoría de esos ejemplares los vendió directamente el autor a través del programa Kindle Direct Publishing de Amazon, donde se autopublicó Wool en cinco partes entre 2011 y 2012. El dinero que hizo con las regalías de este libro serial fue suficiente como para que dejara su trabajo de librero para dedicarse a sus dos pasiones: la escritura y la navegación.
El caso de Howey es representativo como uno de los casos de éxito más potentes de un autor que se autopublica. A la fecha, si bien firmó tratos con Random House y Simon & Shuster para la distribución de sus libros impresos, continúa con la totalidad de los derechos para sus libros electrónicos. Tampoco le hace daño el haber firmado los derechos cinematográficos de Wool con Ridley Scott. Pero cuando se habla del fenómeno de la autopublicación, Howey suele escogerse como ejemplo porque a diferencia de muchos otros autores autopublicados, sus libros de hecho son bastante buenos. (Aparte de Wool recomendaría Sand, que va sobre buzos que se sumergen en la arena que ha sepultado por completo la ciudad de Denver.)
No se habla demasiado de la autopublicación en español porque los elementos que permiten su auge en Estados Unidos —el porcentaje de lectores de libros electrónicos, la popularidad de los subgéneros literarios y, por supuesto, el poder adquisitivo y los medios de pago— no existen en los países de habla hispana. Sin embargo, incluso en Estados Unidos el tema continúa siendo un fenómeno editorial, pero no literario: en un subgénero que depende ante todo del prestigio, la autopublicación parece cuando menos un suicidio profesional.
Por supuesto, existen las excepciones. Una de las más sonadas es Evan Dara, autor de tres novelas, The Lost Scrapbook, The Easy Chain y Flee. La primera de las tres, El cuaderno perdido, fue traducida al español por Pálido Fuego, la misma editorial que ha traducido la obra autopublicada que es motivo de esta columna: Una singularidad desnuda, de Sergio de la Pava.
La historia de este libro es bastante peculiar y comienza en 2010 con un evento que se convocó en internet llamado Infinite Summer, una lectura comunal de La broma infinita de David Foster Wallace en varios blogs literarios en inglés. Al concluir el evento, algunos de los participantes más destacados recibieron un misterioso correo electrónico con la invitación para recibir una copia de Una singularidad desnuda para su lectura.
Los valientes que aceptaron —recibir libros autopublicados de internet califica como deporte extremo— se encontraron con 600 páginas de una prosa poderosísima, que recordaba a Pynchon, a DeLillo, a Wallace y sobre todo a William Gaddis, pero que imprimía su propio estilo en la historia de Casi, un defensor público neoyorkino que nunca ha perdido un juicio y qué, a lo largo de la novela, ve resquebrajarse su fe en el sistema de justicia y su sentido de realidad. Hay también mucho box, una crítica terrible a los medios masivos, recetas de empanadas colombianas (tanto el autor como el personaje son de ascendencia colombiana) y una historia alucinante de un atraco perfecto.
Cuatro años después de su publicación automedicada, Una singularidad desnuda se reeditó en la University of Chicago Press, que hizo una excepción en su política de no publicar novelas, ganó un premio literario y (por fin) la atención de la prensa tradicional. Personae, su segundo libro, mucho más breve y críptico, también apareció autopublicado originalmente, si bien ahora mismo está editado por la misma editorial en inglés y por Random House en español.
Se me ocurre destacar el caso de Una singularidad desnuda ahora por dos razones. La primera, para resaltar su curiosa historia editorial, que en español culmina en la estupenda aventura que es en sí misma Pálido Fuego de José Luis Amores, pero que tiene como fondo la idea de que en cualquier otra época, sin las posibilidades técnicas de la impresión bajo demanda y de una muy astuta campaña de marketing digital, el éxito de esa primera autoedición (que es, por cierto, la que conservo) no habría sido posible.
La segunda es la idea, esta nada subterránea, que recorre Una singularidad desnuda. Que el sistema de justicia penal de Estados Unidos, y por extensión todos los sistemas de justicia contemporáneos, están en realidad diseñados para ser herramientas de opresión racial, económica y social. Casi, el protagonista de la novela, se ve obligado a enfrentar esta realidad y lo percibe como un desgarro en su realidad que De la Pava plasma con un gran nivel de virtuosismo, una carga emocional demoledora y también una gran dosis de humor.
Me parece importante recuperar estas dos ideas ahora no como un llamado a la autoedición, sino porque tanto la trama de Una singularidad desnuda como su historia editorial me refieren a la idea de que más allá de los actores individuales de una época, son los sistemas —políticos, económicos, editoriales, sociales— los que en su propio diseño acarrean sus propias tragedias y que la creencia de que funcionan, o peor aún, de que son buenos, es un grillete autoimpuesto.