Una simulación capitalista llamada COVID-19
Día mil de la cuarentena. Esta mañana nos despertamos con un calor como en mucho tiempo no se sentía en el oriente extremo del área metropolitana de Monterrey: Apodaca, el municipio industrializado por excelencia de Nuevo León. Entre sus calles, pasean, guardan cuarentena, o trabajan las supuestas centenas de contagiados de COVID-19 que reporta el gobierno del estado.
Como siempre pasa en un día tan caluroso, acabará nublándose por la tarde, y el cielo negro dejará caer una tormenta por algunos minutos —si se sale de control será de apenas una hora— que causará inundaciones, vientos y granizadas; aunque recientemente, un diluvio de esa magnitud podría anteceder la posibilidad de un tornado. Así es Monterrey, bipolar, tripolar, multipolar, polipolar por definición, en la que el COVID-19 es un elemento del sostenido contraste que viven los inquilinos de esta ciudad.
En mi barrio pobre nadie cree en el coronavirus, o prestan menos atención al problema. Cada que salgo a las tiendas de abarrotes de la esquina, me siento más incómodo por usar cubrebobocas, lentes y playeras de manga larga (apropósito, con frecuencia percibo que ya no hay una persona debajo de esa indumentaria). Ningún vecino sigue esos protocolos aquí en mi calle, y cuando algunos traen tapabocas, lo sostienen en la barbilla; jamás los he visto colocárselo de forma adecuada. Me pregunto entonces ¿por qué lo compran?, ¿por qué nunca soy testigo de los momentos en que lo utilizan bien?, ¿existirán esas ocasiones realmente?
Primer indicio de que el COVID-19 es ficción
No se me mal entienda, no estoy poniendo en duda la existencia del virus, ni siquiera me refiero a la enfermedad. Una persona tan ignorante como yo sería incapaz, por ética, de hablar sobre virología. Pero sospecho que en el tema del COVID-19 hasta los expertos salen cuestionados. Mis pruebas para enunciar que la crisis sanitaria posee elementos ficcionales son cosas como estas:
La semana pasada abordé un taxi para ir por comida y resolver papeleos. Decir que el conductor tenía un cubrebocas es mucho, apenas era un pedazo de tela atravesado sobre su cuello. La eficiencia de los tapabocas es discutida constantemente; pero han sido aceptados por los gobiernos, y se intuye que deberían llevarse cuando sean óptimos para su uso.
En realidad, las personas se ponen cualquier cosa en el rostro con tal de que los dejen trabajar, subir a los transportes públicos y entrar a las tiendas para comprar cosas esenciales o no (un vicio es esencial). La gente no es tonta, aquí, pienso, se desenmascara a la Matrix. El punto es aparentar lo correcto. Jugar un papel. No hay que negarse a las indicaciones, deben respetarse y ya, sin importar que se use un cubrebocas improvisado. Aunque sea en forma ficticia, pero hay que seguir las reglas.
Apodaca-Linares
A 131 kilómetros de Monterrey, en la ciudad de Linares, municipio de la región citrícola del estado, las cosas son parecidas. Mi amiga Mónica ha vivido la mayor parte de su vida ahí y conoce a la perfección el Zeitgeist linarense: nadie cree tampoco en la pandemia, evitan preocuparse por eso. De hecho, se han reportado pequeñas escaramuzas por las medidas de precaución en los establecimientos.
Los días que he llegado a pasar por Linares durante el verano, constato que el calor es mucho peor que en el área metropolitana de Monterrey, cosa que ya es un decir, y que convierte a las calles de ese lugar en un verdadero infierno de paso. Al ser una ciudad pequeña, decenas de personas se desplazan en moto o bicicleta, y ante las medidas de sana distancia del alcalde y su equipo de gobierno, el caos no se hizo esperar.
El municipio quitó las bancas de los parques, entonces la gente se sentó en las jardineras y donde pudo. Las personas acostumbradas a descansar bajo los árboles, los encontraban acordonados con cintas preventivas; ante su decepción, las arrancaban. Las autoridades colocaron guardias en los bancos para hacer cumplir las reglas, pero los ciudadanos se enfrentaron contra ellos —con gritos y reclamos— por obedecer las indicaciones.
Breve intermedio para hablar del calor
El calor es un elemento importante en esto. Los característicos 40 grados nuevoleoneses de la canícula siempre han estado ahí, pero esta vez un agente extraño se introduce y complejiza la ecuación. Al inicio de la contingencia, circulaban las noticias de que el verano podría incidir en el nivel de contagios de la enfermedad. Al ser un virus respiratorio, se esperaba que siguiera los patrones de sus versiones análogas; al poco tiempo venían los desmentidos y de nuevo los énfasis en la posibilidad de que las altas temperaturas mermaran un poco al COVID-19.
En el desierto norestense, miro al coranavirus y al verano rabioso como en un thriller despiadado. Una persecución entre asesinos que se buscan para matarse y que de vez en cuando se alcanzan para asestarse una herida grave.
No peco de ingenuo —pero en el coronavirus todos lo somos, incluidos los expertos, insisto— y se sabe que el calor no desterrará al virus de aquí. Como testigo de primera mano de un bochorno bestial, no concibo que la canícula del desierto no deje medio zombie cualquier cosa que intente existir sobre la faz de la tierra o en la naturaleza.
Apodaca-Monclova
A 194 kilómetros de Monterrey, las circunstancias se replican apenas con matices, salvo que para mi amigo Marco, quien como Mónica, también ha pasado la mayor parte de su vida en un municipio alejado de las áreas metropolitanas, no deja de asombrarse con la imaginación de la gente para enarbolar teorías conspirativas; las encuentra muy graciosas mientras me las cuenta, entre risas, por medio de mensajes de audio en WhatsApp. La más curiosa es una en la que los pobladores culpan al alcalde de la ciudad por el COVID-19. En redes sociales, la gente asegura que Alfredo Paredes instauró el régimen del coronavirus en Monclova, porque construye una quinta enorme y tiene que agenciarse los recursos para terminarla; por lo que va a los negocios a cerrarlos y a cobrar impuestos para su personal Xanadú, estilo ciudadano Kane.
Segundo indicio de que el COVID-19 es ficción
Al principio de la cuarentena, los citadinos creían que las autoridades escondían la verdadera y avasallante cifra de muertos, pero pensaban (aún es así) que no existe la enfermedad y que es un invento de los gobiernos del mundo para… en fin, yo que sé. De alguna manera este hecho tenía un correlato cuando muchas personas le reclamaban al presidente que pusiera el ejemplo y detuviera sus giras y saliera a cada conferencia de prensa con cubrebocas. Pero ¿ponerle el ejemplo a miles de compatriotas que ni siquiera creen en la existencia del virus?
Apodaca–São Paulo
A 7 mil 954 kilómetros de Monterrey, en el sur del continente, para ser precisos en São Paulo, Brasil, las cosas son peores. Con miles de víctimas en la capital del estado, São Paulo es el epicentro de la pandemia a nivel latinoamericano. En Jardim Jandaia, barrio de Ribeirão Preto, municipio del interior de São Paulo, vive Davi (con quien estudié en la Universidad de São Paulo en 2016). En su localidad, los contagios van a la alza; aunque el número de fallecidos es bajo (225 muertes registradas hasta julio), para una población de casi 600 mil habitantes y en relación con el número de pacientes en la capital. En Ribeirão, los hospitales todavía no se desbordan, pero de la zona metropolitana de São Paulo, no se puede decir lo mismo, con tasas de ocupación de casi el 70%.
En Ribeirão Preto las personas continúan expectantes, aunque no sin contratiempos. Davi va a trabajar algunas horas al laboratorio, en el área administrativa. Se encarga de recibir a los pacientes y autorizar los exámenes médicos para la gente que tiene algún tipo de seguro médico privado en Brasil. Dice que no paran de hacer exámenes por COVID-19, aunque hasta hoy, la mayoría sale negativa.
Las tiendas y comercios solo abren 4 horas diarias, el transporte público también está restringido, lo que desde luego ocasiona aglomeraciones y embotellamientos. En las universidades, las clases continúan por medio de internet, y muchos de los estudiantes que habían ido a Ribeirão a estudiar en el campus de la Universidad de São Paulo, una de las más importantes de Brasil, regresaron a sus estados para tomar los cursos online.
Las “republicas” (espacios comunitarios para alumnos que pululan en los barrios aledaños) permanecen cerradas y vacías, pues no pueden ofrecerse por razones de hacinamiento. La gente sigue confinada, pero debe ir a trabajar y regresar antes de que termine el horario restringido del transporte público. Davi me cuenta un incidente ocurrido hace poco más de un mes. Fue una manifestación organizada por los dueños de los comercios y establecimientos en las avenidas de la ciudad, pidiendo que dejaran laborar a sus empleados en las tiendas. La caravana detuvo el tráfico y ocasionó mucho ruido, pues lanzaban sus consignas con el claxon. Esto también se podría calificar como un indicio de que el COVID-19 es irreal. Empresarios que no creen en el libre mercado y quieren que los ayude el estado.
Tercer indicio de que el COVID-19 es ficción
Los datos siempre confusos que apenas llega para ser refutados al día siguiente, incluso por la misma fuente que los emitió. Las notas en la web que anuncian una serie de peligrosos nuevos síntomas —derrames cerebrales, erupciones en la piel— contra la información que asegura la existencia de miles de personas asintomáticas y qué podrían estar propagando el virus, pero ¿cómo, si no tienen un solo síntoma?, ¿una sola tos o un estornudo ya serían un síntoma?, y si lo fuera, ¿qué no en ese momento dejarían de ser asintomáticos? De alguna forma el COVID-19 es la enfermedad de Schrödinger, Godot, y es Bansky, Elena Ferrante y es los papás, y todos los heterónimos de Fernando Pessoa.
Apodaca-Birmania
A 14 mil 430 kilómetros de Monterrey, Cesar, a quien también conocí en Brasil en 2016, se encuentra varado en Birmania hace 70 días. Llevaba meses viajando por Asia hasta que llegó a Malasia, y en el traslado hacia aquel país, quedó atrapado en uno de los lugares que cuenta con menos casos en el continente.
Debido a una buena contención y a medidas que no distan a las de otras naciones, el gobierno y sociedad de Birmania han brindado resultados positivos. Hay toque de queda hasta la media noche, y no se recomienda salir sin cubrebocas. Cesar tiene comida y techo, pero no puede trabajar aún. Ha llegado a contactar con las autoridades mexicanas, aunque no recibió ningún tipo de ayuda para abandonar el país. Sintió una verdadera tristeza cuando vio partir a sus amigos argentinos, que a duras penas abordaron un vuelo de repatriación.
Las ciudades en Myanmar están resguardadas. Hay guardias en las carreteras, pues solo con un permiso especial se puede circular hacia otros estados. “La gente estaba muy asustada, se ha ido relajando”, me cuenta Cesar por Facebook, “pero sigue cuidadosa”. “Aquí no da para hacer la cuarentena en casa y los trabajadores tienen que salir para ganar dinero. Van al día, como en México”. En Birmania, a pesar de lo que se piense por ser Asia, dice Cesar, no estaban acostumbrados a esto. “Casi todo el mundo está aprendiendo. Está bien cabrón. No se le ve fin.”
Cuarto indicio de que el COVID-19 es ficción
La batalla por encontrar la vacuna es larguísima y difícil. El mundo clama por ella ahora, pero es increíble constatar que ¡ni siquiera con la vacuna en la mano estamos salvados! Miles de personas la esperan; sin embargo, otros miles también la rechazarán debido al gran auge de grupos aintivacunas y teorías conspiratorias de todo tipo. Recientemente el cantante Miguel Bose dijo que Bill Gates busca implantar microchips en el cerebro de las personas para controlarlas con la vacuna contra COVID-19. No cabe duda que lo que dice el filósofo esloveno, Slavoj Žižek, es verdad: “no queremos realmente lo que deseamos”.
Es increíble percatarse de que hay enfermedades para las que tenemos cura al día de hoy, pero de las cuales tenemos epidemias y brotes endémicos, como la polio en algunos países de África,y sin ir más lejos, el sarampión en el valle de México.
Apodaca-Dublin
En Irlanda las cosas pintan mucho mejor, al menos eso es lo que me cuenta Daniela, con quien trabajé de 2008 a 2012 vendiendo libros en la librería Gandhi de Monterrey. Hoy, casada con un ingeniero civil irlandés, vive en el centro de Dublín. Se dice que en Irlanda el contagio comenzó con un viajero que iba de Italia al norte de Irlanda y luego de Belfast hasta Dublín, él ya presentaba síntomas de COVID-19, pero esto es solo un rumor, jamás ha sido documentado.
En la segunda semana de marzo, el gobierno irlandés cerró escuelas y universidades. Durante la fase dos algunos lugares del sector esencial comienzan a laborar de manera paulatina. Restaurantes y cafés abrieron, aunque son menos de la mitad del total de los comercios de Dublín y solo funcionan entregando comida a domicilio.
En las calles el único tránsito observable es el de los repartidores. El gobierno implementó un plan por fases para regresar a la nueva normalidad. La fase 3 comienzó el 29 de junio, ese día se levantaron las restricciones para viajes nacionales. Desde hace 3 semanas se puede salir de las casas, caminar solo 5 kilómetros y de ser necesario, hacer un viaje de hasta 20 kilómetros.
El gobierno ha puesto mucho apoyo económico a disposición de la comunidad. Existe un programa para ayudar a las personas que se quedaron sin empleo debido a la pandemia. Lleva el nombre de covid-19 unemployment payment y es de 350 euros semanales por medio de una transferencia a las cuentas bancarias, o recolección en la oficina de correos. Empezó el 26 de marzo y acaba de extenderse hasta agosto.
Hay otro incentivo que Irlanda aplicó contra la crisis, me cuenta Daniela. Se trata de uno en que el gobierno completa el salario del trabajador si su empresa lo reduce. Algunas compañías anunciaron que solo pagarán el 70% y es ahí cuando el empleado podría solicitar que el 30% restante se lo pague el estado. Esto aplica si el asalariado gana más de cierta cantidad al año, unos 30 mil euros.
En la calle las medidas no son tan diferentes a muchas partes del orbe. Con horarios graduales para padres de familia, ancianos, y discapacitados, limitando la cantidad de personas que acceden a los comercios con actividades continuas. En algunos medios de transporte como el Tram (un tren al ras del piso) se bloquearon algunos asientos para evitar aglomeraciones y solo puede ir sentada una persona por fila.
Igual que en Birmania, hay retenes en las vías de circulación de la metrópolis. La garda (policía irlandesa) cuestiona a los viajantes sobre la esencialidad de su salida y dirección de su destino. Hasta ahora no se han reportado incidentes policiales debido a la vigilancia. Cabe mencionar que los oficiales no están armados, y solo las protestas antirracismo a partir de la muerte de George Floyd en E.U., convocaron una cantidad de personas sin provocar algún altercado.
No hay puestos ambulantes, pero lo más parecido a eso son los pescadores, o los granjeros que salen a colocar sus productos. Ellos también tuvieron que parar, pero fueron adscritos a los programas del gobierno y obtuvieron un subsidio. Algunas personas no pudieron ser beneficiarias debido a los bajos salarios que perciben; sin embargo, estos casos se refieren principalmente a estudiantes (la legislación irlandesa les impide trabajar en turnos normales de empleo), y solo los registrados en hacienda se consideran trabajadores ordinarios. En cuanto a las escuelas, las clases continúan en línea y algunas universidades terminaron ya su ciclo escolar.
Apodaca
La verdad, yo ya estoy con los infortunados e ingenuos de mi colonia, no sabemos nada del virus y creemos que es mentira. Repito, no es que dudemos de su existencia, sino que nos queda actuar como si no existiera. Confirmo que es la mejor actitud. No sé si es mezcla de nihilismo mexicano o resignación (siempre hay lazos extendidos entre esto), pero tal vez nos ayude a surfear las olas de la pandemia de forma mucho más amable.
Esta mañana la pasé en el centro de Apodaca, ahora confirmo la gran farsa. Cualquier comercio abierto (esencial o no) y gente cruzando avenidas. Veo que nada ha cambiado salvo que las personas traen cubrebocas. Es el capitalismo con tapabocas. Fuera de eso, el panorama sigue igual.
Quizá uno de los indicios más contundentes para mí de que el COVID-19 es ficción, fue lo ocurrido el 27 de abril, cuando el gobierno estatal de Nuevo León restringió la circulación del transporte público. El primer día de la medida circularon las imágenes en internet de vagones del metro atestados de personas sentadas en el piso, unas junto a otras, solo que esta vez con cubrebocas. Es decir, todo igual para empeorar.
En este sentido, la batalla por la conducta ante la pandemia la ganaron los pobres. Cuando escuchaba a mis tíos y vecinos casi analfabetas decir que el COVID-19 no existe, pensaba que una comunidad como la nuestra no tendría oportunidad ante una crisis de este nivel. Pero al final, cosa increíble, los pobres tenían y tienen razón. Son el escudo en la inmunidad de rebaño. Están salvando a los ricos y al capitalismo, al final muchos de ellos y sus familias morirán, es claro; pero la mayoría joven perdurará y al poco rato habrán solucionado el problema.
No deja de ser paradójico como los millonarios permanecen resguardados en sus casas debido a sus fortunas. Es como si el sistema les echara en cara que no los necesita, que lo único que desea de ellos es su dinero. El trabajo siempre lo han hecho otros; por eso el mundo no debería parar. Las empresas no deberían hacerlo, y aquellas que no puedan cumplir en la nueva normalidad deberían ser borradas del mapa por no saber en qué consiste el capitalismo. Y este modelo quiere que sigamos, así que lo soportamos.
Las transformaciones del mundo, las protestas por injusticias raciales y por la igualdad no deberían parar. Tampoco las marchas del feminismo tendrían que detenerse. El mundo y su sistema económico quieren que continuemos. Así que sigamos como mis vecinos esta noche, con rancheras y cerveza hasta la madrugada, con reguetón al poco rato, perreando hasta verle las costuras a la simulación, perreando hasta ver la ficción del COVID-19.