Una muy buena pregunta
La chica de rulos y lentes de pasta negra levantó la mano. En el escenario, listos para responder preguntas, estaban los representantes de bibliotecas, editoriales y organismos culturales del Estado. Palabras más, palabras menos, la pregunta fue así: «Tengo un año viviendo en Monterrey y nada más no veo apoyo concreto para los universitarios que nos queremos dedicar a la escritura. ¿Qué puedo hacer?». El evento se realizó a fines del 2014 y hacía un frío terrible. El aire olía a ponche y tamalitos regiomontanos.
Quizá en otro foro, quizá en otra época del año, la pregunta no hubiera trascendido. Pero ese día la pregunta de la chica de rulos y lentes de pasta negra provocó una alineamiento de estrellas que sólo sucede cada ciertos millones de años. Exagero, pero lo que ocurrió fue muy significativo. El nombre de la chica es Lorena Valdivieso y estudia Letras en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Lorena es de Oaxaca y dice que allá el sol pica más que en Monterrey. Ese día, hace cinco meses, su voz se convirtió en la de todos los jóvenes que buscan ser escuchados con sus textos.
Le llovieron ofertas. Influyó la manera en que formuló la pregunta: «¿Qué puedo hacer?». Hay un «yo» implícito que implica compromiso. Al terminar la sesión nos acercamos algunos a conversar con ella: Reyna Ramírez, representante de la Casa Universitaria del Libro; Armando Ruiz, organizador de la Feria Internacional del Libro de Monterrey; Antonio Ramos Revillas, director de 27 Editores; y yo, representando al Colectivo Resortera. En cinco meses Lorena ya publicó un cuento en resortera.mx e impulsó la organización del Laboratorio-Convocatoria de Novela Breve 2015, en conjunto con 27 Editores.
El esfuerzo de Lorena se consolidó este sábado con la primera sesión del taller de novela breve, resultado de la convocatoria ya mencionada. Asistió como oyente; decidió no participar este año para tener más tiempo de planear un proyecto. Eso me gusta: no creó una oportunidad para ella destacar, la creó para que otros se beneficien. El taller será el último sábado de cada mes, con duración de ocho horas por sesión. Cada día de trabajo contará con un escritor diferente como tutor. Tuve el honor de ser invitado para dirigir la primera sesión. Los próximos meses los jóvenes tendrán como guía a Hugo Valdés, Patricia Laurent Kullick, Luis Jorge Boone, Orfa Alarcón y el mismo Antonio Ramos Revillas. Además, la mejor novela producida en el taller será publicada por 27 Editores.
Quizá lo único decepcionante de todo esto es que se esperaban al menos diez participantes y sólo cinco respondieron a la oportunidad. El sábado conversamos sobre esto y llegamos a la conclusión de que muchos jóvenes no se toman la escritura en serio. «Yo dizque escribo», es el lema de algunos. Lo dicen medio en broma y medio en serio. También afectó que el taller tiene un costo, sin embargo, lo vale por el premio y los talleristas. Otros son muy inseguros de su obra y no creen que sea suficientemente buena; quizá se les olvida que el taller es un espacio de aprendizaje. Hay también los que, de plano, no tienen la disciplina que se requiere para terminarla.
Cualquiera puede empezar una novela, pero pocos pueden mantener el ritmo de trabajo requerido para llevarla hasta las últimas consecuencias. Y son todavía menos los que verán publicado su esfuerzo.
Al taller asisten Fernanda Reinert, Priscila Palomares, Isaac López Reyna, Aracely Estrada Dávila y Brenda Belinda Trejo Perales.
Fernanda Reinert presentó las primeras seis cuartillas de su novela breve. En ellas alterna dos puntos de vista: un narrador en segunda persona presenta a dos mujeres que se conocen en el metro de la Ciudad de México. Se sugiere que más adelante surgirá una relación entre ellas, una relación problemática por los contextos individuales de cada una. La narración es fluida, limpia y rítmica.
Priscila Palomares leyó cuatro cuartillas y se llevó buenas recomendaciones sobre cómo cambiar al narrador. El texto estaba narrado en primera persona, el personaje es un hombre joven de unos treinta años. Sin embargo, la mirada del narrador se fijaba en detalles que un hombre no les prestaría atención. El texto promete por la caracterización del personaje femenino: Regina, una chica rara al borde de ser una Manic Pixie Dream Girl, pero que mantiene su fortaleza como personaje femenino sin depender de un hombre.
El tercer proyecto presentado fue el de Isaac López Reyna. Su texto parte de la oposición de principios que realiza el filósofo presocrático Parménides. En particular, Isaac rescata la oposición peso/levedad y admite que ha leído el libro de Milan Kundera más veces que ningún otro. Isaac también admite su obsesión por la estructura, por planear la novela con precisión y después ejecutar. Hasta ahora, confiesa el autor de 25 años, todavía no ve cuál será el final de la novela y, de momento, ese es su mayor obstáculo.
Aracely Estrada Dávila trajo al taller el primer capítulo de su novela con título tentativo «2069». El texto tiene un corte más juvenil que los otros, pero es difícil apreciarlo con tan sólo cinco o seis cuartillas. En el México de 2069, la sobrepoblación es el principal problema, por lo que el gobierno (no se dice de qué partido político) crea una institución llamada Maternal con el fin de regular los nacimientos. El experimento es exitoso en un inicio, sin embargo, pronto se corrompe por el poder y la importancia central que cobra en el desarrollo social. Suena interesante. El reto inicial de Aracely es eliminar la «contextitis» que padece, es decir, quitar del primer capítulo la sobre explicación del contexto; por ahora dice mucho, muestra poco y la narración se vuelve lenta.
El trabajo de Brenda Belinda Trejo Perales está inspirado en la novela Camanchaca, del chileno Diego Zúñiga. Belinda es poeta y este taller marca su incursión en la narrativa. Está utilizando la novela de Zúñiga como base para construir a partir de ella su historia y encontrar una voz propia. El experimento está dando frutos, pues el diálogo que crea con Camanchaca es bueno y ya se comienza a dilucidar el potencial de la poeta regia como narradora.
En Monterrey hay talleres de cierta fama que son coordinados por personas sin obra publicada. Me pregunto si los discípulos dan el salto y superan a los maestros consolidando el trabajo con algún tipo de publicación. O quizá estos esfuerzos no pasan de cultivar la escritura como hobby y su intención no es llegar a la profesionalización. No lo sé. Lo impresionante es que Lorena Valdivieso y 27 Editores han creado una iniciativa integral que ya inició con el pie derecho. Integral porque con la rotación de tutores se asegura la variedad en las maneras de abordar el texto y el acto de escribir. También porque el seguimiento es continuo a través de la duración del curso y la exigencia es clara: en octubre el taller debe de producir cinco primeros borradores de novelas. No hay medias tintas: aquí se verá quién se toma la escritura en serio y quién la enfrenta como un pasatiempo adolescente. Se acabaron las excusas. Y todo porque una chica de Oaxaca se atrevió a levantar la mano y hacer una muy buena pregunta.