Una luz maravillosa
La tradición de lo que ahora conocemos como diseño editorial tiene un camino que se remonta a la llegada de la imprenta a México, a la entonces adolorida y dolorosa Nueva España. La llegada del oficio con hálitos de tinta y metal sería una de las pocas marcas donde la luz se deja ver entre los irreparables daños de la colonia española.
Entre 1532 y 1535 Fray Juan de Zumárraga y el Virrey Antonio de Mendoza harían las gestiones para traer a la Ciudad de los Palacios la primera imprenta, concediéndole a Juan Cromberger, uno de los más importantes impresores de España, radicado en Sevilla, la exclusividad de tener una imprenta en la Nueva España. Cromberger encomendaría a Juan Pablos, impresor de origen italiano y oficial de su taller de impresión, crear la imprenta en la “Casa de Cromberger” que hoy conoceremos como la Casa de la Primera Imprenta.
El 17 de marzo de 2021 murió quien sería el primer diseñador gráfico en un país ya de por sí rico en color, en letras, en historias que, sin embargo, todavía no sabía sostener la luminosidad que se presenta cuando dos amigos se encuentran y en medio de sus percepciones, de la generosidad necesaria para compartir recuerdos, impresiones y anécdotas, componen una serie de sueños que se vuelven compartidos, un libro donde ni siquiera los medios limitan la imaginación.
Cuando aquel muchacho de 17 años, sobrino del general Vicente Rojo —último Jefe del Estado Mayor del Ejército Republicano— llega a estas tierras en 1949, la primera impresión ante tal encuentro fue el acontecer de una imagen que por más de seis décadas daría cientos de ramificaciones en la tradición de hacer libros, así como otra forma de comprender el arte en México y el nacimiento del diseño y el diseño editorial que para el artista Vicente Rojo significaban libertad.
En 1950 comienza la larga charla de décadas de exploración, de jugar en serie con toda clase de elementos que se transformaron en la ideas que hoy dan cobijo al noble oficio de hacer libros, pero también a otra forma de comprender las artes. Al trabajar con Miguel Prieto en las oficinas del INBA, Rojo pudo experimentar algo que posiblemente creamos que solo pertenece a nuestra época: encontrarse con una serie de limitaciones materiales, sin embargo, fueron esas limitaciones las que lo llevaron a encontrar resoluciones tipográficas en el taller de impresión del INBA, como lo comentó Rojo en una entrevista hecha por Luz del Carmen Vilchis para la Revista Digital Universitaria:
Él tenía un sistema propio… No sé cómo era en España, no tengo idea, yo no tuve referencias, pero veía unas publicaciones francesas en las que él había trabajado, Prieto las tenía, yo las miraba y me decía: “en México, nosotros no podemos hacer eso” A pesar de esto, no sé decirte sus referencias. […] Cuando Miguel Prieto dejó la oficina en el cambio sexenal del 52, tuve la indicación del nuevo director del INBA de quedarme en su lugar. Yo tenía 22 años y mi única referencia era Miguel Prieto. También entonces empecé a trabajar en la incipiente Imprenta Madero, que no tenía tipógrafo; ahí inicié con la tipografía Bodoni, la Garamond, los clásicos, yo escogía los tipos, como trabajé un corto lapso en una imprenta que no sé cómo se llamaba, pero tenía unos tipos muy bonitos, como el Corvinus o el Empire, que utilizaba Miguel Prieto, pero yo lo hacía por que observaba en las revistas.
Esa forma de comprender el texto y encontrarle la familia tipográfica adecuada para cada uno, incluso para cada autor, se convirtió en el pase de salida para olvidar lo aprendido y arriesgarse en la serie de juegos que, siguiendo de cerca a Gaos y a Gadamer, no son sino una serie de prácticas lúdicas que contienen toda la seriedad que la experimentación requiere para llegar a una verdad.
Retrospectivamente, Vicente Rojo pertenece a una generación que compartía las mismas inquietudes, no sólo la idea de romper de manera absoluta con las pautas de la Escuela Mexicana de Pintura, sino reconocer dentro del oficio de crear la cultura en México una tarea política, una praxis capaz de desmarcarse de los restos de la Revolución mexicana y del tufo patriotero del priísmo, así como de los fatuos alientos de la familia revolucionaria; todavía en estos instantes se piensa que el arte, y ahora el diseño, poco o nada tienen que ver con la idea de generar un país, pero si lo pensamos detenidamente, aquello que nos rodea, nuestros gustos, —sin duda, el ejercicio de la lectura es un gusto, como lo dice Fran Lebowitz en la miniserie de Netflix Supongamos que es una ciudad— sostienen las bases de la estética así como de lo político. Fuera de las instituciones políticas, quienes creen ser los administradores del ejercicio público y del discurso político, la polis estará fuerte influenciada por los textos e imágenes que emergen de ella, una calle de doble sentido, un eterno retorno que su papel no es el ser el reflejo, sino el contrapunto
Es esa aventura, Vicente Rojo encontró a los camaradas o compañeros de viaje que sentaron las bases de lo que hoy reconocemos como arte contemporáneo y diseño editorial: José Luis Cuevas y Alberto Gironella, desde luego, pero también Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, así como Kazuya Sakai, compañeros con los que formó lo que de la mirada de Jorge Alberto Manrique reconocemos como el Geometrismo mexicano.
El trabajo de Rojo no es posible etiquetarlo o fijarlo en una generación o una corriente, lo mismo fue parte de este movimiento, como de alguna forma sobre todo por edad, ha sido denominado como representante de la Generación de la ruptura. No obstante, su relación con la literatura fue orgánica; para él, su trabajo como diseñador lo llevó a sostener una estrecha relación con la literatura que igualmente estaba en plena efervescencia. Fue cofundador de la revista Artes de México (1953-1963), del suplemento “México en la Cultura” (1956-1961), director artístico y editor del periódico Novedades, colaboró con la Revista de la Universidad y desde luego, del suplemento “La cultura en México” (1962-1974) de la revista Siempre!
Tales experiencias dentro del trabajo editorial no solo lo llevaron a entablar relaciones de amistad y trabajo, que en el campo artístico mexicano son casi indisolubles, sino también a fundar en 1960 la Editorial ERA, junto con José Azorín y los hermanos Jordi y Quico Espresate. De esta forma colaboró con Fernando Benítez, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, entre otros. No podría decirse que fue ilustrador o diseñador de sus libros, como un elemento accesorio, sino que consistía en un binomio donde el texto se leía desde la imagen y viceversa. Puede que el proyecto más ambicioso y que sostiene determinantemente esta idea sea el libro-maleta Marcel Duchamp o el Castillo de la Pureza y desde luego los Discos visuales, ambos publicados por Era en 1968. Sin duda, la historia sobre cómo se llego al diseño de ambos experimentos editoriales, es fascinante, pues se crearon mientras Paz era embajador de India y residía en Nueva Delhi, por lo que el diálogo fue epistolar, pero el resultado se transformó en el siguiente paso y en concreción de lo que también había conocido gracias a su relación con Max Aub, es decir, el libro de artista y desde luego, otras formas de comprender no sólo el diseño y la poesía, sino de crear una obra a dos voces.
Con el paso del tiempo, el trabajo lo llevó a profundizar en su propia obra, en la escultura, pero también en la tarea que había iniciado en la Imprenta Madero, crear una nueva forma de comprender el arte y la cultura en nuestro país, como lo admitió José Emilio Pacheco en el catálogo 80 Vicente Rojo, publicado para acompañar la exposición itinerante y conmemorativa por sus ochenta años:
Ha sido el gran diseñador de los libros, las revistas, los diarios, los cárteles. Sus imágenes han cambiado el modo en que miramos el mundo. Están ya dentro de nosotros, forman parte de nuestro paisaje interior. Al mismo tiempo ha hecho una pintura que nunca se detiene, se renueva siempre, el resultado jamás es el mismo.
El trabajo logra ser más fuerte que la genialidad y su legado fue incansable. Con él vinieron exposiciones, premios y distinciones, Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1991, miembro del Colegio Nacional en 1994 —su discurso de ingreso fue “Los sueños compartidos”—Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de México en 1998, Medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes en Madrid, entre otros.
En más de sesenta años, muchas generaciones de artistas se nutrieron de sus propuestas, entre los jóvenes podemos mirar hacia el trabajo de Alejandro Magallanes, Marina Garone, Emmanuel Gacía, Vanessa López y centenas de artistas y escritores quienes descubrimos en su oficio una luz que pocas veces se posa de manera tan lograda y continua. Dos días antes de su muerte, Rojo admitía que asta lo rondaba, que estaba tranquilo. En una noche de lluvia, como preludio a la primavera, sostuvo su último aliento, y luego, la luz y la libertad se quedaron instaladas para siempre en su legado.