Un Tarkovsky nuclear o sobre las ciudades fantasma
Si los edificios abandonados producen fascinación, qué nos espera en las ciudades fantasma. La urgencia con que se abandonan los televisores y espejos transmiten la angustia del abandono, pero también conducen a un paraíso extraño: sólo lo habitan plantas y animales, los humanos viven espectralmente en las ruinas.
Hay muchas ciudades fantasma: Kolmanskop, Zhan Shi, Gunkanjima, Kowloon… Todas comparten esa vida media. Ni la naturaleza ni la civilización, sino la línea entre ambas. Un intermedio que, en sentido estricto, no existe. Todas despiertan esa nostalgia que sentiría un romántico en un cementerio, la aparente calma de la muerte pero una sobresale: Prypiat.
Prypiat albergó en su momento a 50 mil personas que trabajaban y vivían de la planta nuclear de Chernóbil. El 26 de abril de 1986, el núcleo explotó en unas pruebas de seguridad. El accidente —la catástrofe nuclear más grande de la historia (unas 500 Hiroshimas, decían)— obligó a la gente a evacuar sus casas en menos de 72 horas. La magnitud de la explosión en Chernóbil y su contaminación radioactiva llegaron hasta Francia.
En las fotografías actuales de Prypiat se asiste a un mundo post apocalíptico: árboles que crecen en azoteas, agua estancada en salas de estar, silencio. Escenario perfecto para una película.
Un letrero, tan sombrío como el Arbeit macht Frei del Lager, advierte que la zona es mortalmente nuclear. Sin embargo, los visitantes no paran; el miedo es superado por la suma de la fascinación con la curiosidad.
¿Por qué entrar a un lugar tan peligroso como Prypiat? En 1979, siete años antes, Andrei Tarkovsky filmó Stalker. En este mundo futurista surge la Zona, cercada y vigilada por fuerza militar. Corre el rumor que en el centro de la Zona (¿impacto de meteorito?, ¿aterrizaje alienígena?) existe un cuarto que concede los deseos de aquel que logra llegar. Pero la Zona es mortal.
Muchos entran y nunca regresan. Algunos, desesperados por dinero, llamados stalkers, guían a otros en los laberintos de árboles y maleza para llegar al cuarto. La película comienza con un profesor, un escritor y el Stalker que los llevará al cuarto. Es una película de 163 minutos, música incidental, diálogos escasos y largas tomas. Y, a pesar de ser una película tremendamente cansada, da ciertas claves sobre Prypiat. Los tres personajes principales se avientan de cara al núcleo (buen juego de palabras) de la vida, que no es otra cosa que la posible muerte. La radiación producida por Chernóbil y el amenazante letrero no hacen otra cosa sino invitar, exigir su exploración. En Stalker el motivo es explícito: el deseo último; en Prypiat nada se dice pero se intuye. En ese holocausto nuclear está la respuesta. ¿A qué pregunta? Para saberlo, habría que internarse en la Zona.