Tierra Adentro
Ilustraciones de Dr. Alderete

¿Existe mercado para el rock mexicano en la era del streaming? Alejandro González Castillo visita a Rafael González, Sal Toache y Hugo Coyote Millanes, los tres músicos y productores, para responder a la interrogante en un recorrido por los sellos discográficos, los visionarios y las bandas que han moldeado la escena musical independiente de los últimos años.

 

Grabar un disco, colocarlo en los estantes de las tiendas especializadas y conseguir promoción en estaciones de radio, revistas y televisión lucía como una hazaña sobrenatural digna de ser contada en un libro de aventuras cósmicas. Así de árido fue el rock mexicano durante décadas. Mucho tuvo que ver la crimina­lización del rock que hizo el gobierno a lo largo de los años seten­ta y al hecho de vivir en un país tropical, salsero y amante de la cumbia que, para infortunio de los fundamentalistas del rock, se encuentra alejado de la niebla londinense y del olor a gasolina de las carreteras de Estados Unidos. Sin embargo, la democrati­zación tecnológica que arrancó con el internet permitió que mu­chos músicos evadieran a los grandes medios de comunicación, los altos costos de los estudios de grabación y los tratos mañosos que ofrecían los sellos discográficos para que la escenografía cambiara de facha.

Actualmente, hay artistas que graban sus discos encerrados en sus habitaciones, suben su obra a la red —con frecuencia para ser descargada gratuitamente— y en poco tiempo ésta puede escu­charse en cualquier parte del mundo para ser reseñada y reco­mendada por expertos en el tema. Esta es una de las múltiples formas de trabajo que conoce la escena independiente (indie, di­rían los avezados), donde los creadores, argumentan ellos mismos, llevan la batuta de todos los movimientos que generan alrede­dor de su música, desde la edición de playeras alusivas y la elaboración de contratos para presentarse en directo, hasta la produc­ción de discos, esos platos que los aferrados siguen haciendo gi­rar porque todavía existen sujetos que prefieren hacer las cosas a la antigua, recurrir a los viejos modelos, visitar un estudio de grabación para editar discos físicamente que los escuchas pue­dan presumir en las repisas de su hogar.

Varias preguntas saltan a la vista: ¿es complicado que un músi­co de rock independiente consiga la firma de un sello disquero?, ¿cuánto cuesta grabar un disco?, ¿qué lugar ocupan los sellos discográficos en la era del streaming?

Discos Intolerancia tiene más de veinte años de historia y su catálogo rebasa los trescientos títulos. La disquera ha proyecta­do a grupos como La Gusana Ciega, Yokozuna, San Pascualito Rey, Los Esquizitos, Carla Morrison y Lost Acapulco, entre otros. Sal Toache, uno de los artífices del sello, considera que el rock mexicano está relacionado con géneros musicales distantes del que popularizó Elvis, de modo que prefiere definir dicho género independiente «como una actitud ante la industria y los medios de comunicación; una alternativa». Con eso como fundamento, explica que la disquera busca firmar «proyectos que más allá de la clase de música que hagan, ofrezcan muestras claras de que creen en su arte para así comprometerse con el desarrollo de su música. Porque no nos interesa sólo poner discos a la venta, sino crecer con las bandas. Si estos objetivos se cumplen, nosotros felices».

Pero, ¿con talento y honestidad se está del otro lado, se puede hablar de que se pisa el primer peldaño hacia el éxito, tanto para el artista como para el empresario? Porque es común que los se­llos firmen a creadores que prometen y que, al final, sólo traen pérdidas económicas. Rafael González Villegas, además de ser miembro de la HH Botellita de Jerez y contar con un proyecto so­lista bajo el apelativo de Sr. González, fue fundador de AntíDOTO, un sello discográfico que editó álbumes de Monocordio, Fratta y Dildo (hoy DLD), aunque también trabajó con otros grupos que, según el propio Rafael, «fueron un fracaso total». Y es que suce­de que no basta con el talento y la honestidad. Para aclarar el punto, González desenmaraña los movimientos de billetes que tienen lugar en una operación disquera: «Tú produces un disco que te sale en X cantidad de dinero, luego lo mandas maquilar para dirigirte con un distribuidor que te compra el producto, por ejemplo, a treinta y cinco pesos; este distribuidor, a su vez, vende el disco a las tiendas al doble del precio, es decir, como a seten­ta pesos; finalmente, la tienda termina ofreciéndolo al público a ciento cuarenta pesos. Así que el precio se va duplicando confor­me avanza la cadena».

Ilustraciones de Dr. Alderete

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Con datos así de contundentes queda claro que vender dis­cos de rock está lejos de ser un negocio redondo, sino un asunto riesgoso, un acto de fe. Rafael apunta que el caso de Ensamble Galileo (un proyecto alterno de Rita Guerrero que ejecutaba mú­sica medieval) fue «curioso, porque se trató de uno de los discos que más vendieron y mejores ganancias generaron en AntíDOTO debido a sus características, ya que dicho grupo hizo álbumes de música antigua que no pagan regalías autorales y, por otro lado, se asoman como productos alejados de cualquier moda, discos que con el paso del tiempo pueden seguir vendiéndose». El ejem­plo es medular si se apunta lo que ocurre con Intolerancia y Juan Cirerol y Carla Morrison, quienes, pese a no tocar rock, cuentan con seguidores que simpatizan con dicho género. Ambos son exponentes que venden, aunque su excepcional ejemplo no ha significado que disqueras trasnacionales como Universal o Sony Music hayan bajado los brazos para cambiar de estrategia. «Los sellos grandes siguen firmando a grupos de rock en el sentido clásico del término (guitarras y bajo eléctricos, batería y distor­sión), tantos como antes. Recientemente los hemos visto jalando a bandas que vienen de la independencia», advierte Sal. Ahí están Los Daniels y Comisario Pantera para certificarlo.

Para Toache, el tema de la venta de discos tiene pros y contras. Se trata de «un formato que, pese a los problemas de la piratería, está vigente y sigue siendo un modelo de negocio que eventual­mente ofrece utilidades». Para ciertas empresas, vender discos es redituable gracias a la relación que los artistas sostienen con sus seguidores. Intolerancia lo pone así: «Hay artistas que tienen una relación muy fuerte con sus fans y esto permite que los for­matos físicos sigan siendo importantes. Quienes no alcanzan tal grado de conexión con sus seguidores, no retribuyen la misma cantidad de utilidades en cuanto a venta de discos». González, por otro lado, advierte que las circunstancias están cambiando, pues «los músicos que acuden a las grandes trasnacionales a la caza de una firma buscan esquemas de trabajo que van más allá de sólo editar un disco, sino trabajar con la disquera a nivel de agencia de booking o como oficina de prensa. Actualmente, la mú­sica grabada forma parte de una gran campaña de promoción, ya es como un videoclip, un elemento más de venta entre muchos otros. Estamos viviendo una transición: aunque la industria desee a como dé lugar seguir ganando dinero con mecánicas de venta en la red, ese mundo, el del internet, está fuera de control y el futuro es muy claro: la música circulará de manera libre».

Entre la serie de dificultades que editar rock en México trae consigo, la piratería no se advierte amenazante, al menos en la escena independiente. Comenta Sal: «Hay pocos discos piratas del sello Intolerancia; de hecho, cuando vimos un disco de San Pascualito Rey pirata nos sorprendimos mucho, pensamos “wow, tenemos un grupo que sí le importa a la gente”. Porque la piratería va a la segura, jamás fabrica discos que no resulten lucrativos».

La realidad es que, con o sin piratería, los discos cada vez se ven­den menos, aunque «en México esa parte del mercado se resista a desaparecer, cada vez funciona menos como negocio. Lo que viene es la venta digital. Cada vez recibo más dinero de parte del mercado virtual, de ventas en sitios como Spotify», explica Gon­zález. Desafortunadamente, el mundo virtual ofrece ganancias apenas perceptibles, pero, dice Rafael, «no es nuevo, no es algo que ocurra últimamente en internet, desde siempre las grandes empresas se han agandallado bastante. El artista ha ganado po­quito en este mercado toda la vida, no importa si hablamos de discos o descargas digitales».

¿Cómo se puede sobrevivir en un campo de trabajo tan hostil? Hugo Coyote Millanes suele presentarse en diversos foros bajo el seudónimo de Postwar Reich; tiene un disco editado en vinil (Postwar 1919), álbum autofinanciado que le permitió reciente­mente viajar a París para presentarse en directo. Hugo invirtió alrededor de sesenta mil pesos en producir su obra, recurrió a un estudio de grabación profesional y decidió editar sus copias con un cuidado trabajo gráfico. Dice que hizo «trescientos viniles que están cerca de acabarse, pues se han vendido bien. Yo mismo en­trego los discos que vendo, hago el contacto vía Facebook y me quedo de ver con el comprador en alguna estación del metro o éste viene a mi casa». Paralelamente, el disco de Postwar Reich puede encontrarse en diversas tiendas de discos de la capital del país, en pequeños locales que son visitados por sujetos que, como dice Hugo, «se atreven a comprar un formato como el del vinil porque están comprometidos con el hecho de escuchar música». En sitios como estos, Hugo se queda con 60% del costo de cada disco mientras la tienda gana el resto, de modo que las posibilidades de recuperar la inversión monetaria se encuentran muy lejos de ser palpables. «Sé que hacer un vinil es un capricho, afortunadamente tengo un trabajo que no tiene que ver con la música y gracias a esto pude darme mi lujo. Suena pretencioso, pero me gusta el concepto del amor al arte, así que jamás pensé en la posibilidad de recuperar el dinero que invertí en la graba­ción; para mí siempre se trató de dinero perdido».

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Caifanes, Maná y Café Tacvba pertenecen al mainstream y han conseguido vivir dignamente de hacer su música, pero en la escena independiente funciona distinto. Sal explica que «quienes esta­mos dentro de la industria debemos apostar más por el desarro­llo de los artistas. Creo que a los grupos importantes de la escena ya todos los conocemos, son los que tienen presencia en todo el país, e incluso fuera de éste, y van a seguir ahí; pero a nosotros nos toca generar mecanismos que ayuden a la proliferación de artistas nuevos independientes». González, desde su perspecti­va como creador y empresario, acepta que desde que empezó a hacer su música a nivel independiente notó que «obtenía más dinero del que había cuando estaba con Botellita de Jerez en un sello trasnacional. Ahora descubro que quizá mi música no lle­ga a tanta gente, pero sí gano más dinero, y esto ha ocurrido en buena medida gracias al patrocinio de diversos negocios que, sin ser las grandes empresas trasnacionales, obtienen algún benefi­cio al aparecer como mecenas en el arte de mis discos». Hugo remata: «Nunca he andado detrás de las disqueras porque luego te ponen cláusulas extrañas o te meten a la congeladora. Alguna vez hablé con el guitarrista de Zoé y me contó que eso le pasó a su grupo con una disquera trasnacional. Pero seré sincero: si al­guien llegara a ofrecerme un buen contrato no le haría el fuchi».

Toache considera que lo que hace falta para fortalecer el mercado discográfico independiente es alcanzar «un consenso general de la industria que no sólo involucre a sellos disqueros, sino a medios de comunicación, promotores y empresarios». Desde su perspectiva, el público es quien tiene la palabra final, pues éste decide «si abarrota o no los lugares donde se presentan los grupos. Yo pienso que siempre habrá gente que estará ahí, pendiente de nuevos sonidos, sólo se requiere un consenso bien planteado de hacia dónde queremos mover esta industria para así fortalecernos todos». Para González, lo importante es que los músicos afiancen sus raíces para desenvolverse eficientemente en el medio independiente, «porque uno le apuesta a la permanencia como artista, hacerse de una base de seguidores fiel, lejos de las campañas de promoción que antes existían, las cuales generaban una moda que provocaba que muchos escuchas, a la larga, no fueran fieles a sus artistas».

Es un trabajo duro el de los sellos disqueros; una tarea ardua la de lo escuchas; un oficio incierto a nivel monetario el de los músicos. Una carrera de largo aliento que no garantiza medallas a nadie, como bien sentencia González: «En realidad, apostarle a un futuro en la independencia, al menos grabando discos, signifi­ca llevar a cabo un trabajo diario cuyos dividendos se notan poco a poco, con el paso del tiempo y tras mucho esfuerzo. Es éste un trabajo de hormiguita. Y aunque es cierto que el disco dejó de ser un negocio, la música grabada no va a desaparecer porque opera como una fotografía, como un documento cuya forma, bien o mal, vive un proceso de cambio».