Un mito estupendo. Una conversación con Luis Antonio de Villena
Se abren las compuertas del elevador. Luis Antonio de Villena sale hecho un dandy −ya desde temprano−; lleva un sombrero panamá blanco a juego con el blazer con que viste.
Con un fular rojo se cubre el cuello; su camiseta a rayas va bien fajada dentro de un pantalón negro y holgado, que sostiene con dos tirantes. Sus zapatos de suela lisa son de tela; el calzado combina con el fular.
Una vez que nos encontramos y nos saludamos, vamos a la pequeña terraza del Hotel Stanza que en esquina se abre, brevemente, hacia la avenida Álvaro Obregón, paseo que Villena califica como el más “joto” de la Ciudad de México: dice que esconde una lectura secreta, y que el número de estatuas desnudas masculinas en sus camellones dan cuenta de ello. Nos sentamos, uno frente al otro, en una pequeña mesa blanca. Su bastón descansa pegado al cristal que nos separa del comedor del hotel. Sus ojos, resguardados por gafas de sol, apenas y se ven a través de los cristales ahumados de sus lentes. Los dedos de sus manos, que tiemblan un poco, llevan varias sortijas; en la derecha un anillo hecho con un denario, y otro de cristal de murano color aguamarina. En la izquierda lleva uno muy gordo con lapislázuli incrustado y también otro de murano italiano, éste rojo.
Le pregunto por su anterior visita a Xalapa, donde presentó la antología editada por la Universidad Veracruzana. También le pregunto por un amigo en común, el poeta y editor Jorge Lobillo. Empezamos hablando de su particular amistad con el poeta xalapeño:
Luis Antonio de Villena: Jorge dijo en la presentación de la antología “nosotros somos amigos hace diez años”, y yo estuve por decirle: “Bueno, somos amigos desde hace diez años, es verdad,. Ahora bien, en esos diez años no nos habíamos visto, es hoy la primera vez que nos vemos, y nos hemos visto, menos los tres cuartos de hora de la lectura, seis minutos”. La amistad que tengo con él es mandarnos correítos cada cinco o seis meses. A Édgar Valencia[1] le conté que yo le escribí un prólogo a Jorge Lobillo para una antología o para un libro, no me acuerdo ya muy bien, suyo, que amablemente me mandó. Lo leí, me pareció bien y le escribí el prólogo. Luego el libro no salió nunca.
Jorge, ahora que lo conocí, me pareció raro, de una extrema timidez. Sin embargo, en efecto somos amigos de hace años, y él ha hecho –toma el ejemplar que he traído de Afán desmedido − esta nueva antología de mi poesía, cosa que le agradezco muchísimo.
Lino Monanegi: Para dejarlo bien claro, la génesis de la antología es iniciativa de Jorge. Su manufactura toda −me refiero a la selección y organización del libro− es enteramente de él. Según lo veo es el amoroso homenaje de un admirador de tu poesía.
LAdeV: Sí, el origen es Jorge Lobillo. Él me dijo si podía hacer una antología de mi poesía porque le gustaba mucho, y yo le dije que sí.
Entonces, él hizo el libro, y mientras lo fue haciendo me preguntó: “¿quieres que te diga los poemas que voy a poner?”, yo le respondí: “No hace falta, los poemas pones los que tú quieras, eso es una elección tuya como antólogo. Lo único que te voy a pedir es que al título sí me gusta darle el visto bueno, si lo pones tú, lo pones tú, pero si por un casual, a mí el título no me gustase, entonces sí te lo diría para poner otro”. Sacó éste: Afán desmedido, que es una parte de un verso mío. Eso lo suelen hacer muchos antólogos.
LM: Me parece una grata coincidencia que justo en 2017, cuando se conmemoraron los sesenta años de la Editorial de la Universidad Veracruzana, la edición de tu libro haya refrendado, simbólicamente, el compromiso de la UV por editar en nuestro país a autores españoles. No hay que olvidar que la editorial de la Veracruzana recibió entre sus libros a varios autores españoles republicanos en el exilio. ¿Qué opinión te merece esta suerte de coincidencia?
LAdeV: yo conocí la editorial de la Universidad Veracruzana porque he sido y soy un devoto de uno de los grandes escritores en España, bueno no sólo de España, sino en español, que es Luis Cernuda.
Luis Cernuda tiene un libro de prosas poéticas admirable que empezó a hacer en Londres, cuando estaba ya exiliado, que se llama Ocnos; ese libro tiene la primera edición en una editorial de Londres que se llamaba The Dolphin Press, que salió en 1942. Entonces era un libro pequeñito. Hay una segunda edición aumentada que se editó en España, a pesar de que él estaba exiliado aquí en México. Esta edición apareció en 1949, con el sello de Ínsula, que era una editorial pequeña, vinculada a una revista homónima. La tercera edición, la definitiva, que en realidad era la suma de las dos primeras, porque todas habían ido aumentando, aunque esta tercera edición, más que las anteriores, se editó en la Universidad Veracruzana en 1963, el mismo año de la muerte de Cernuda. El de la Universidad Veracruzana me lo encontré en España todavía como un libro nuevo, aunque entonces, cuando lo compré, hacía cinco o seis años que había salido. A partir de ese momento siempre me acordé de ese sello editorial porque era el que había editado la tercera versión de Ocnos, la definitiva, la que ya tiene el libro completo. Cernuda no editaba si no tenía muchas garantías de que iba a salir bien, él era un señor muy refinado con todas estas cosas, exigía mucha calidad, y si él dijo que sí a la Universidad Veracruzana es porque le debió parecer un sello muy respetable y muy bien hecho, si no, hubiera dicho que no.
LM: En Lenguaje y silencio, George Steiner dice “Cuando en la polis las palabras están llenas de salvajismo y de mentira, nada más resonante que el poema no escrito”. Modifico las palabras de Steiner para preguntarte, ¿cuando en la polis las palabras están llenas de salvajismo y de mentira, nada más resonante que la voz del poeta? Agrego un poco más: ¿Crees que el poeta, el poeta intelectual, tenga el deber de levantar su voz en un escenario como éste? Pienso por ejemplo en Octavio Paz al preguntarte esto.
LAdeV: Eso ocurría en otro tiempo, hoy día no. Paz fue criticado y tenía enemigos por esto, tenía polémicas enormes aquí en México. En España Octavio iba a descansar. En España sí tenía críticos, pero no armaban gran escándalo. En España él era recibido con los brazos abiertos, allí era un dios, y los que estaban en su contra más bien se callaban, no iban a nada de él, no compraban sus libros, no tenían una actitud beligerante en su contra. En cambio, en México sí me tocó ver una actitud beligerante en contra suya. De hecho, él tenía una polémica con Carlos Monsiváis, a quien Paz detestaba; Paz tendía, cosa que es elegante, a no hablar de sus enemigos, a no ponerles nombre. Corrijo: hablar de sus enemigos hablaba mucho, pero no les ponía nombre, decía “yo aquí tengo muchos enemigos, la mayoría de la sociedad mexicana no me entiende, no entienden lo que yo quiero decir”. A mí me llegó a decir de Monsiváis al que descalificó diciendo que era una persona de ínfima categoría, de ahí la molestia por una broma que yo le hice un día a Octavio al decirle que él pertenecía a los mexicanos que iban en carro y Monsiváis de los que iban a pie, entonces él lo entendió como una cuestión de identidad, y me dijo: “¡Me estás diciendo que yo no soy mexicano, yo tengo dieciséis generaciones mexicanas más que Monsiváis!”. Yo no me iba a poner a contar en ese momento.
LM: Este año, el 19 de abril, se cumplen veinte años de la muerte de Octavio Paz. Tú lo conociste en 1974, Cuéntame qué significó para ti el premio Nobel mexicano.
LAdeV: Sí. El último año de su vida no lo vi porque ya estaba muy mal, físicamente muy deteriorado. La última vez que lo vi fue en el noventa y siete y él murió en el noventa y ocho. Tuve muy buena amistad con él. Octavio y yo éramos jurados del Premio Loewe, él era presidente del jurado. Él empezó siendo parte del jurado antes de recibir el Premio Nobel, en el año ochenta y nueve, y pensamos que cuando le dieron el Nobel, igual y ya no iba ser jurado, pero lo siguió siendo, y marcó mucho el premio, pues instituyó una cosa que me parecía muy buena: que los jurados discutieran el libro que preferían, defenderlo sostenidamente, al menos un cuarto de hora.
Aunque hay poemas maravillosos, los de Piedra de Sol me parecen de lo mejor de Octavio. Siendo un gran poeta, −y esto lo digo sabiendo que a él no le gustaría oírlo− a mí me parece un mejor crítico, mejor intelectual. Sus libros de ensayo son libros muy bien escritos, le parigualan a Ortega y Gasset, que fue un pensador que escribía muy bien, no fue un pensador “profesor de instituto”, un pensador “profesor de una universidad” que escribiera regular. Entonces uno puede leer El laberinto de la soledad no sólo para enterarse qué es México, sino porque está muy bien escrito, para mí ese es el Paz que me ha influido más, más que el poeta me ha influido el crítico y me ha influido esa idea de que la crítica cuando se hace bien es también literatura; la crítica buena ha de ser también literatura.
LM: Para vislumbrar la poética de tu vida, tomaré prestada la conocidísima línea de Octavio Paz que dice: “la biografía del poeta está en sus poemas”, y me gustaría agregarle lo que en una anterior ocasión te escuché confesar, citando a Jaime Gil de Biedma: “Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema”. Luis Antonio de Villena está en sus poemas, no porque en ellos habite su autor, sino porque él es el poema.
LAdeV: Lo que tú has dicho son cosas que van uniéndose la una a la otra. Es decir: “la biografía del poeta está en sus poemas”, sí, pero sólo de fondo, porque hay poemas que no son muy biográficos. Yo parto de la base de que todos los que escribimos, lo hacemos desde un fondo personal, tanto que en el fondo de los poemas de Octavio Paz está Octavio Paz, está su vida, está su circunstancia. Él no hubiera escrito Ladera Este si no hubiera vivido en la India. Entonces en la poesía puede haber un fondo personalísimo, pero puede haber más, un fondo, directamente, autobiográfico con un tanto por ciento de ficción. Y luego, finalmente, uno sabe que –aunque eso ya se escapa al poema mismo− la pervivencia de un poeta, a nivel académico, está en sus libros pero a nivel popular está en su figura. Esto puede ser bueno o malo, quizá es malo en la medida que te está diciendo que la gente no lee, se deja guiar más por el personaje, pero si el personaje logra además de ser buen escritor, fíjate que estoy poniendo primero ser buen escritor, además de eso logra tener un aura mítica −vamos a llamarlo así− tiene todo hecho. De ahí que, efectivamente, yo quiero ser poema, o sea que los poemas de los otros hablen de mí, y si los poetas hablan de mí, es porque no sólo me he convertido en poesía, sino que me he convertido en un mito; en un mito estupendo.
Notas
[1] Se refiere a Édgar Valencia, Director de la Editorial de la Universidad Veracruzana, desde 2013 a la fecha.