Un derecho universal: a 20 años del matrimonio gay en Holanda
1 de abril del 2021
Mi C.,
Yo soy una mujer de palabras, pero sé que tú sólo me vas a entender con imágenes. Hace poco me compartiste que te da miedo la oscuridad porque no ver ninguna imagen te aterroriza. Permíteme entonces pintarte imágenes con el pincel de mis palabras, poco a poco. Ten un poco de paciencia (que te falta a veces) y llega hasta el final de esta colección de imágenes. Quizás así puedas ver con mis ojos lo que mis palabras no alcanzan a capturar sino a medias. Quizás así puedas aprender a crear imágenes para no tener miedo en la oscuridad.
Quiero compartirte una fotografía de mi opa y mi oma. Se casaron en el año 1952, dos años después de conocerse y algunos años después del final de la Segunda Guerra Mundial que ambos vivieron siendo muy jóvenes, ella en Indonesia, él en Holanda. En la foto en blanco y negro aparecen ambos frente al ayuntamiento de Haarlem. Están saliendo de una puerta enmarcada con arcos de piedra, datada en el año 1630, y que en la parte superior promete en latín que “Ningún ciudadano habrá de profanar este sagrado asiento del hogar de Themis”. Se adivina al fondo, en el hueco que deja la puerta abierta, un vitral con el escudo de la ciudad, pero ellos dos son el centro de la fotografía, el día de su boda. Están en el centro de la imagen, él vestido con frac negro, pantalones de rayas gris y negro, chaleco, corbata y sombrero de copa en su mano; ella de blanco, con delicados guantes blancos, zapatos de tacón, medias, un velo discreto que recoge su cabello y un ramo de flores blancas en las manos. Ella tiene esa sonrisa que tú dirías es como la mía, con labios delgados, algo tímida. Quien tomó la fotografía estaba al nivel de la calle y los intentó enmarcar, pero se alcanzan a apreciar las pequeñas escaleras que desde los dos lados funcionan como entrada al ayuntamiento, incluyendo los barandales de metal. Ellos aparecen justo detrás de los barandales, a punto de bajar los dos escalones que los separan de la escalera exterior.
Otra fotografía. Estamos en medio de la pandemia, pero lo decidimos, el único día disponible. Una extraña se ofrece a tomarnos la fotografía porque según ella, “nos veíamos muy lindas”. La foto es a color y al fondo aparece el ayuntamiento del condado de Santa Cruz, California, un edificio de cinco pisos de estilo brutalista: se repiten las mismas formas geométricas, por cada siete ventanas pequeñas hay tres ventanas grandes y un pilar. El edificio parece ser de puro concreto y según mi investigación lo construyeron en 1968. El complejo está rodeado de árboles y por eso detrás de nosotras hay dos árboles colocados simétricamente que ocultan lo tosco del edificio cuyos cristales reflejan el verdor de los árboles y el cielo californiano de la costa central, casi siempre azul. Estamos frente al edificio en lo que claramente es el estacionamiento, porque hay líneas blancas que señalan los espacios y estamos paradas sobre el pavimento resquebrajado, agrietado. Hacía calor. Estamos juntas, tú con un vestido negro sin mangas, con tres líneas de colores que dividen el diseño. Usas tacones beige brillantes, lentes negros, y tu cabello negro y largo está peinado de lado. Nos tomamos de la cintura y yo aparezco con un traje negro, zapatos oxford negros y mi camisa blanca con flores azules, a medio desabotonar de la parte de arriba, con mi cabello de lado, también. Las dos, nerviosas, entrecerramos los ojos y sonreímos, entre protegiéndonos del sol y de la vergüenza de que nos tomaran una foto antes de la ceremonia. Nuestras sombras se abrazan, detrás de nosotras, sobre el pavimento quebrado.
Entre ambas fotografías pasaron sesenta y ocho años y la segunda fotografía jamás hubiera sido posible sin un gran movimiento social que nos precedió y nos dio la oportunidad de estar juntas, de reclamar para nosotros el mismo derecho que tuvieron mis abuelos en Holanda, hace tantos años. Ya sabes que no me gusta mucho ni hacer mi vida pública ni abogar por las causas que a mi parecer atomizan más lo que antes era una causa con una visión más contestataria. Pero en este caso no tengo sino agradecimiento y admiración por todos los que lucharon, protestaron, y sufrieron en voz alta o en silencio.
Por eso hay que recordar hoy que los primeros matrimonios legales entre personas del mismo sexo son un hecho muy reciente y están lejos de ser una realidad en la mayoría del mundo. Apenas hace veintiún años, en el año 2000, se aprobó en Holanda la “ley de apertura del matrimonio” (Wet openstelling huwelijk) que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y entró en vigor el día primero de abril del 2001. Holanda fue el primer país del mundo en legalizar un código civil que incluye todo tipo de uniones: “Pueden contraer matrimonio dos personas del mismo sexo o de diferente sexo” (Een huwelijk kan worden aangegaan door twee personen van verschillend of van gelijk geslacht). A pesar de que algunos países escandinavos como Dinamarca, Noruega o Suecia ya habían aprobado en la década de los años noventa leyes que reconocían cierto tipo de uniones entre personas del mismo sexo, Holanda se convirtió en un referente internacional por ser el primer país en llamarla “matrimonio”. Por primera vez en la historia Holanda ofreció la posibilidad de que todos tuvieran el mismo derecho al matrimonio civil, con todas las implicaciones legales y sociales. No ya un estatus diferente, sino plena igualdad.
Te pinto una imagen, porque ya me fui a la abstracción otra vez, me disculparás. La escena fue la siguiente, en el ayuntamiento de Ámsterdam, frente a la estatua de Spinoza que clama, al lado de un icosaedro, “El propósito del Estado es la libertad”:
Cuatro parejas, tres de hombres y una de mujeres se bajaron de Volkswagen Beetles de diferentes colores, frente a la estatua de Spinoza y caminaron hacia el interior del moderno ayuntamiento, rodeados de periodistas y una cantidad enorme de personas. En el salón principal, llegaron entre aplausos, ellas de la mano y de blanco, ellos de negro, con y sin saco. El alcalde de Ámsterdam, Job Cohen, tomó el micrófono y casó en una breve ceremonia a las cuatro parejas del mismo sexo justo después de la media noche, el primero de abril del 2001. Las cuatro parejas se dieron el “sí” y a eso le siguió una ovación de pie que duró varios minutos. Luego vinieron las fotografías, las firmas de documentos y una recepción con pasteles rosas con el logo de la ciudad de Ámsterdam, acompañado de champagne rosa para celebrar la ocasión.
Quizás me preguntes por qué sucedió esto en Holanda, el país de mis abuelos maternos, antes que, en cualquier otro lugar, como en tu querido Estados Unidos.1Y te puedo enumerar una serie de razones sociopolíticas, pero en realidad tiene que ver con la lucha persistente de una comunidad en busca de reconocimiento y de plena igualdad, no de medidas “a medias”. Pero me queda claro que la frase que está encima del ayuntamiento de Haarlem, donde mi opa y oma se casaron, de alguna manera presagia la mentalidad del país que años después legalizó por primera vez en el mundo el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Como te he descrito, en Holanda no hay montañas en la gran mayoría del país porque le robaron la tierra al mar a fuerza de construir diques: por eso se llaman los Países Bajos. Cees Nooteboom escribió un libro de fantasía, En las montañas de Holanda y ha dicho en otras partes que la geografía es la que define el espíritu liberal holandés y su tradición de tolerancia: “como Holanda no tiene montañas, todo está al descubierto. No hay montañas, no hay cuevas. No hay nada que esconder. No hay lugares oscuros en el alma”. Lo mismo vale para lo que te conté, que la mayoría de las estrechas casas holandesas tienen las cortinas abiertas y puedes asomarte a la cotidianeidad de las casas, siempre adornadas con flores. También hay un dicho local que me recordó un libro de Ben Coates y me hace pensar justamente en la forma de ser de mi familia materna, la manera en que los holandeses toman las cosas: rechtdoorzee o, “recto a través del mar”, directa y honestamente, sin tiempo para dorar la píldora o decir las cosas a medias para protegerse. Que es lo opuesto, diría yo, a lo que sucede en la cultura en la que crecí, en México, donde nada es directo y tienes que adivinar el sentido oculto de las cosas detrás del barroquismo y los vericuetos de la cortesía.
Una nota más sobre los Países Bajos. Podemos también aventurar que la tradición de tolerancia históricamente viene de que los holandeses desarrollaron una tendencia a revelarse en contra de la autoridad excesiva luego de que fueron gobernados por España, Francia y Alemania, y por eso también aprecian la resistencia y sus ideas de libertad por sobre todas las cosas. Pero, sobre todo, quizás, la razón es, como todo en Holanda, el mar. La necesidad constante que tuvieron los holandeses de protegerse ante las inundaciones reforzó la tradición de la tolerancia: si una sola persona no mantenía bien su dique para detener el agua, entonces todas las tierras o pólders se podían inundar y por lo tanto era esencial que las decisiones se tomaran en conjunto. Así nació el modelo de gobierno holandés, el poldermodel, el “modelo de pólder”, que es la toma de decisiones por consenso y que se ha descrito como un “reconocimiento pragmático del pluralismo” y de “cooperación a pesar de las diferencias”. Hace tiempo que es incluso un verbo, polderen, que describe un proceso de toma de decisiones que requiere que se escuchen a todas las partes en un conflicto, antes de decidir cualquier cosa. Aunque hoy el uso del modelo es no es lo mejor visto, dadas las circunstancias políticas de Holanda, me parece que hay mucho que se puede aprender de esa manera de tomar decisiones, considerando todos los ángulos, antes de claudicar. Y quizás sea un modelo mucho más rico para la diversidad, basado en la contradicción, el diálogo, la cooperación y no en la inclusión posmoderna y democrática de la diferencia que, al final, nos homogeniza.
Entonces ya sabes que fue gracias a que en mi tierra materna legalizaron el matrimonio para parejas del mismo sexo el 1 de abril de 2001, hace veinte años, que nosotros pudimos también celebrar nuestro amor. Aún así, me pregunto qué hubieran dicho mi opa y mi oma si hubieran vivido para ser testigos de este momento y no puedo sino tener un poco de temor de su reacción y reconocer que falta mucho más, en todo el mundo, para que celebremos más momentos así, en donde triunfa el amor y no el odio o la falta de entendimiento.
Te todo,
Christina
P.D: Prometo escribirte cartas más seguido de nuevo.
P.D.2: No, en Curaçao todavía no es legal que una pareja del mismo sexo contraiga matrimonio, pese a que forma parte del Reino de los Países Bajos.