Los cadáveres nunca son arrojados a los mares: La ruta del hielo y la sal de José Luis Zárate
Que una novela vuelva a reeditarse casi siempre es una gran noticia para todos los involucrados en el mundo literario, local o no, que a veces parece extenderse tanto como acortarse. En el caso de la literatura “fantástica”, del “terror” y otros géneros que no apelan a la realidad, el que vuelva a circular una novela sobre vampiros, una distopía, una construcción narrativa a partir del cyberpunk, es todavía más significativo. El estigma, manifestado tanto por escritores como investigadores, parece señalar a estas obras como menores, obras destinadas al gusto popular. Esta aparente aseveración nos hace creer que este público masivo existe y que, además, su apreciación es imperfecta, minúscula.
Sin embargo, lo que ocurre con lo “popular” en la literatura pocas veces se relaciona con la calidad ínfima de sus propuestas. Es más, y con esto me remitiré a Lovecraft, el lector de géneros que no apelan al realismo no solo busca la maquinación de la historia, las particularidades supuestamente enmarcadas en un género, ni siquiera el desarrollo de historias similares a las de otras ya clásicas que, se sabe, funcionan. Lo que mencionaba Lovecraft en su El horror sobrenatural en la literatura es la búsqueda de la obra de arte, de la ejecución literaria, de parte de los verdaderos lectores de horror sobrenatural (y aquí incluiremos a quienes disfrutan o buscan las obras que no se enmarcan necesariamente en el realismo). No basta con una historia, un artefacto, una maquinación ingeniosa. Lovecraft habla de arte, de prosa, de ambientación y literatura sin adjetivos.
Estos ejemplos sobre lo popular tienden a desarrollarse a través del cine. Pero una novela de Gerardo Horacio Porcayo no se compara con una película de Transformers, ni un libro de cuentos de Alberto Chimal tiene relación con la saga de Rápidos y furiosos. El cine comercial está diseñado para obtener ganancias, y en muchos de estos filmes sí puede sostenerse la opinión sobre esta necesidad de evasión de la realidad, que se mantiene durante todo el visionado de este determinado tipo de obras, sencillamente porque ese es su objetivo, y la espectacularidad visual funciona no como focalización de la historia ni de los personajes, ni tampoco para estructurar una manifestación de determinada estética. El negocio del cine es multimillonario. El de la literatura, con excepción de los grandes vendedores de libros, raramente lo es.
Además, entre los primeros ejemplos “comerciales” que se vienen a la mente, como las obras de Stephen King o J.K. Rowling, existe una formación verdaderamente artística, diseñada no para evadir, sino para establecer una comunicación con elementos que parten o giran o se desarrollan con la imaginación. Basta, además, echarle una mirada a la prosa de una novela de King (elíjase It, o Cementerio de animales, por ejemplo) para entender que lo suyo no es una hamburguesa con queso en el buffet que es la oferta literaria, sino un plato mayor, compuesto con aparentes ingredientes básicos.
Si alguien tuviera duda sobre la importancia que estos autores le dan a sus ejercicios literarios, no solo bastaría con tomar un libro de George R. R. Martin o de Andrzej Sapkowski; lo mismo puede hacerse con un escritor como José Luis Zárate (1966, Puebla), quien ha sido uno de los grandes fomentadores de la literatura de ciencia ficción, no solo en el estado de Puebla, o en la región, sino en el país, junto con autores como Bernardo Fernández, Alberto Chimal, Raquel Castro o Francisco Haghenbeck. Y, aunque son el rostro visible de los géneros no miméticos, también han promocionado la obras de autoras menos conocidas como Manú Dornbierer, María Elvira Bermúdez, Gabriela Rábago Palafox o Adela Fernández, entre muchas otras.
La prosa de José Luis Zárate puede variar en determinados libros, especialmente en aquellos dedicados a un público infantil, y no porque su visión del lector infantil sea condescendiente, sino debido a su intencionalidad, pues ésta se acerca de una manera más luminosa a los tópicos que interesan a Zárate desde que comenzó a escribir. El camino de su novela recientemente editada está marcado por sombras mucho más densas.
La ruta del hielo y la sal se publicó originalmente en la ya extinta editorial Vid, en 1998. La edición, por cierto, era inencontrable, convirtiendo esta obra en uno de los santos griales de aquellos interesados en la literatura de terror/vampírica/de aventuras/especulativa hecha en México, y es que el argumento, conocido a pesar de no haberse leído la novela (como ocurre con las grandes obras de la literatura mundial), se trenza en un viaje en apariencia corto que realiza el Deméter desde Varna hasta Londres. El barco es célebre porque en él habitó durante esa estancia acuática, casi imposible, el vampiro más célebre de la literatura y el cine, el Drácula concebido por Bram Stoker.
La novela de Stoker, por cierto, está construida de manera epistolar, con reflexiones sesudas en diarios, en escritos en apariencia secreta o privada, que ayudan a manifestar el mundo interno y la perspectiva de los personajes que se convirtieron en íconos, no solo para la literatura vampírica o de terror, sino en general, desde el doctor Van Helsing hasta Lucy Westenra. Siguiendo la novela, el viaje que lleva a cabo el Deméter, organizado por el mismo Jonathan Harker que es secuestrado en el castillo de Drácula, no lleva a ningún personaje además del “monstruo” y los marinos. La presencia de Drácula, aunque es absoluta durante la totalidad de la novela, no llega a manifestarse físicamente en muchas páginas. Esto se debe a que Drácula, y esto es bastante obvio, es el monstruo. La perspectiva desde el otro lado se llevará a cabo en ejercicios más o menos afortunados a partir del siglo XX. Durante el momento en que se construye y narra la novela de Drácula, impera la Ciencia y la Razón, lo que triunfa ante cualquier tipo de barbarie o creencia popular; y es que estas supercherías están representadas por el vampiro: el epítome de la superstición. El monstruo se oculta, incluso durante el viaje que lo lleva por el Mar Negro, cruzando los Dardanelos, hacia el Mediterráneo y más allá, a Londres, al corazón mismo de la civilización occidental de finales del siglo XIX.
En la novela de Zárate, el viaje no se centra en el vampiro, quien ni siquiera es mencionado como tal. Esto es afortunado debido a lo conocido de la trama. Es el capitán, quien desde una voz que todo lo ve y todo lo olvida, como en la función “mievelliana del desveimiento” (léase La ciudad y la ciudad), percibe la amenaza que se gesta en el fondo de su barco. Como un marinero, como el guía de aquel ataúd flotante, se sabe Dios y Señor del destino de sus hombres, y como tal, vampiriza de cierta manera a su propia tripulación, y a su naturaleza misma. El destino del barco es solo uno, y lo que se avecina, la enorme tragedia, no es desconocida para el lector.
Así, la gran labor de Zárate es la de un contador de historias que utiliza la lengua para hacer retruécanos y malabares con las vicisitudes y delicadezas de un idioma que, en sí, es el de una traducción: Drácula fue escrita en inglés. Pero, a pesar de ello, convierte a través de párrafos cortos lo proyectado en mera tensión narrativa, hasta provocar una pesadez tan lúgubre que acerca la novela a uno de esos monumentos góticos del XVIII y el XIX. La brevedad de la novela no es impedimento para que esta prosa monolítica, pesada, vaya construyendo en el castillo de la historia una trama que se enreda con la sexualidad latente del capitán, con el deseo y los secretos de una vida oscura.
Si bien La ruta del hielo y la sal no es per se una novela de terror sí es un experimento de lo gótico contemporáneo, aludiendo a una historia que sucede en el pasado, y utilizando una estructura similar a la de otras novelas de la época, pero con la modernización de un lenguaje abundante y certero. Más que sangre, es el sabor del deseo, y más que la sal del mar es la de los cuerpos desnudos que se contonean y arrastran en medio de un maremágnum de sensaciones prohibidas en ocasiones, y esperadas en otras tantas.
Celebro la reedición de esta novela, ya mítica para la historia de la literatura mexicana que explora el horror sobrenatural, lo gótico, la aventura y todos los géneros que van más allá del mimetismo, como un gran acontecimiento editorial, no solo para especialistas, sino para los buceadores de aguas ocultas, de abismos que se hallan incluso en el marasmo del paisaje cotidiano.