Tierra Adentro
Orquesta Sinfónica de Londres. Fotografía: Frantisek Fuka

El presente texto es apenas la introducción a una serie en torno a la música sinfónica. Con dicha serie me propongo hacer una invitación a lectores poco o nada familiarizados con la música sinfónica a que reflexionen sobre el carácter estético e histórico de esta música.

A diferencia de otros géneros musicales que quizás vienen a la mente del lector al escuchar la palabra popular, la sinfonía es el género popular por excelencia. Su historia rebasa ya los doscientos años y desde sus primeras manifestaciones ha contribuido no sólo a múltiples expresiones musicales sino a la manera en que entendemos nuestro carácter de sociedad. Aunque hoy en día no solemos reparar en ello, la historia de la música es probablemente el mejor registro de nuestros vínculos sociales y estéticos; su tradición, sus revoluciones y su constante ausencia de texto forman un reto único para poner a prueba nuestra capacidad de atención, imaginación y riesgo como creadores, intérpretes y escuchas.

Desde las primeras sinfonías en los albores del siglo XVIII hasta las más complejas creaciones en esta segunda década del siglo XXI, la música sinfónica ha sido mucho más que una serie de invenciones melódicas. La historia de la sinfonía es la historia del continuum de ciertas convenciones estéticas y diversas maneras de transgredirlas. Si bien el término sinfonía se empleaba para obras de carácter introductorio a otras obras como las oberturas de las óperas o las suites barrocas, la sinfonía como una serie de varios movimientos (generalmente cuatro) nació en Europa central en el siglo XVIII. Durante los siglos XIX y XX se desarrolló exponencialmente; se convirtió en la mayor expresión artística y la mayor aspiración de la mayoría de los músicos.

La historia de la novela es semejante a la de la sinfonía porque ambas se convirtieron en géneros dirigidos al gran público y ambas expresaban un sentir comunitario. A diferencia de géneros de mayor intimidad como la poesía o la música de cámara, la sinfonía y la novela se convirtieron en géneros artísticos para las masas.

Y al igual que para muchos autores la novela es un vehículo de expresión de ciertas ideas de carácter social, una sinfonía es también un manifiesto de lo que significa la música para ciertos compositores, músicos, directores de orquesta y el público. Ningún otro género musical expresa de manera más directa el conjunto de ideas de aquéllos a quienes convoca (los arriba mencionados) porque no hay un género más democrático ni, paradójicamente, más frágil. En una sinfonía caben todos los registros y texturas musicales; todos los tipos de instrumentación se ven ahí representados.

Sin embargo, a veces perdemos de vista qué tipo de ideas son las expresadas en una sinfonía y, por ende, a qué podemos poner mayor atención al escuchar una sinfonía en aras de hacer más completa nuestra experiencia como escuchas. A fines del siglo XVIII, por ejemplo, sólo la nobleza escuchaba sinfonías debido a lo increíblemente caro que era contratar a una orquesta para tocar. Más tarde, en el siglo XIX, la sinfonía sirvió de entretenimiento para la burguesía, ya que resultó un género más fácil para acercarse a la música en general. Para el siglo XX las sinfonías ya formaron parte de todo un acontecimiento mundial gracias a la tecnología que permitió su reproducción ilimitada. (Y aun entonces Theodor Adorno advertía que escuchar una sinfonía en la radio en lugar de escucharla en vivo implicaba destruir su carácter de comunión.)

Desde las sinfonías señeras de Haydn hasta obras recientes de Luciano Berio o Per Nørgård, pasando por Beethoven, Mahler, Bruckner et al, la sinfonía ha concentrado tensiones que dan cuenta de nuestras estructuras y relaciones sociales. Al presentarse una sinfonía han surgido cuestiones que resultan en la historia de la expresión estética e ideológica de occidente. ¿Quién le pagó al compositor y a los músicos?, ¿qué debía representar tal sinfonía?, ¿cuál fue la recepción del público y de la crítica especializada?, ¿en qué lugar se interpretó una obra? (Pensemos por ejemplo en la Orquesta de la paz creada por Daniel Barenboim y Edward Said, integrada por músicos palestinos e israelíes.)

Debido a que estas páginas son una invitación y un diálogo abierto, le pido al lector que tome en cuenta las siguientes consideraciones: no se trata de una Historia de la Sinfonía ni un canon de la misma; tampoco es mi interés ahondar en cuestiones técnicas de las obras reseñadas (salvo cuando ello resulte esencial en la elaboración de un argumento); y finalmente, como toda invitación, esta serie de textos tiene un carácter arbitrario y subjetivo. Hablaré de aquellas sinfonías que a mi juicio registran mejor el carácter de este género musical. Mi interés es que al finalizar la serie de reseñas sobre diversas sinfonías, el resultado sea una guía para una apreciación musical del género sinfónico.

En las próximas páginas hablaré de sinfonías específicas (un breve capítulo para cada sinfonía) atendiendo no sólo a datos relevantes como fechas de composición y algún otro apunte historiográfico sino también ofreceré comentarios sobre distintas interpretaciones. Es sorprendente lo distinto que puede sonar una misma obra sinfónica en manos de distintos directores, orquestas y contextos.

Sé bienvenido, querido lector, a este diálogo abierto en torno a la música sinfónica y, por lo tanto, a estas reflexiones en torno a los tiempos que vivimos. Escuchar, al igual que leer, es también una forma de modificar el mundo.


Aquí les dejo el siguiente video de La guía de orquesta para jóvenes de Benjamin Britten: