Tierra Adentro

Titulo: Todos los perros son azules

Autor: Rodrigo de Souza Leão

Traductor: Juan Pablo Villalobos

Editorial: Sexto Piso

Lugar y Año: México, 2013

La locura, contrario a lo que se cree comúnmente, en realidad es un exceso de lucidez. Casos como el de Rodrigo de Souza Leão (Río de Janeiro, Brasil, 1965-2008) hay varios en la historia de la literatura universal: el conde Lautremont fue considerado un loco y sin ir tan lejos -a otras literaturas- en México tenemos el caso moderno de Jorge Cuesta, quien también pasó temporadas en clínicas psiquiátricas y fue acusado de loco no obstante haber sido el más intelectual y cerebral de su grupo, los Contemporáneos. (Por último, me viene a la mente la genial novela de Cristina Rivera Garza, Nadie me verá llorar.)

Además, la locura ha seducido a todas las artes, no sólo la literatura, y en todos los tiempos: Van Gogh, a quien se hace referencia en el primer capítulo de Todos los perros son azules, plasmó su propia demencia en sus pinturas más conocidas, incluso en su autorretrato que a pesar de lo colorido, se retrata de forma por de más lúgubre (para no hablar de Francis Bacon, una de cuyas obras ilustra la portada del libro).

El protagonista de Todos los perros son azules, una especie de alter ego o de heterónimo de De Souza Leão, recuerda que primero a los 5 años se tragó un chip (y es cuando tiene un perro azul de peluche), y a los 15 años se tragó un “grillo” que, según una nota del traductor, en el argot brasileño un “grillo” es “una preocupación, algo que incomoda o fastidia”. Algo, pues, en la mente le habla. Es internado en una clínica psiquiátrica -que imagino como la de la película La princesa y el guerrero, de Tom Tykwer- después de haber intentado incendiar la casa de su familia y allí se desarrolla toda la historia.

De manera que en Todos los perros son azules, el discurso aparece inconexo, dislocado, muchas veces reiterativo, pero siempre con lucidez, con la coherencia que a veces no tenemos los cuerdos. Las conversaciones que sostiene con Rimbaud primero y luego con Baudelaire son, sobre todo, evidencias de una imaginación desbordaba, de una mente que no está apresada por el raciocinio. Las limitaciones no tienen cabida en esta novela desbordada de lenguaje, discurso y creatividad.