Todos somos bárbaros
A partir de la crisis económica griega y sus deudas con las grandes potencias del norte de Europa, el poeta William Wall escribe sobre la independencia, la confusión entre el racismo e identidad nacional y la unión europea, a partir de viñetas que muestran espacios públicos, protestas y momentos de la historia reciente del de Reino Unido.
En julio de 2015, en medio de la crisis económica de Grecia, el filósofo alemán del capitalismo liberal y teórico de la unidad europea, Jürgen Habermas, concedió una entrevista a The Guardian. Era, en efecto, una elegía a la idea de Europa, un lamento por lo que su nativa Alemania había hecho o deshecho. Habermas identificaba a las instituciones no electas —el Consejo Europeo, la Comisión y el Banco Central Europeo— como el núcleo deshonesto del nuevo poder antidemocrático en el área. Pero debió haber dicho más. Europa es más una desunión que una unidad y los políticos que predican unidad y «mayor integración» en las altas cumbres europeas están abiertamente proclamando racismo y nacionalismo en sus valles nativos.
UN PUB EN LA CALLE LAMB’S CONDUIT, LONDRES, 2008
Naturalmente, se llama The Lamb. Mi esposa y yo entramos ahí en un día soleado. Acordamos reunirnos con nuestro hijo y su pareja. The Lamb es un pub tradicional inglés, oscuro, bañado en una luz tenue, con una gran barra de caoba con forma de herradura. Presuntamente Dickens era un cliente habitual de este lugar, y Ted Hughes y Sylvia Plath ciertamente lo eran. En la barra ordenamos una y media pintas de London Pride. Súbita, misteriosamente, estamos rodeados de hombres trajeados. Algunos tienen la cabeza afeitada. Se quedan mirándonos mientras pagamos y llevamos nuestra cerveza a nuestros asientos. Nos sentimos algo irritados.¿Hay algún tipo de atmósfera anti-irlandesa en The Lamb? Sabemos que éste es un lugar que frecuentan los estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos y de Birkbeck, los trabajadores del Hospital Nacional en Queen’s Square, así como los locales. Deberíamos sentirnos en casa, pero no es así. No es el servicio, son estos tipos trajeados. Entonces se desvanecen. Mi esposa nota que un hombre mayor, como salido de un episodio de Fawlty Towers, delgado, marchito, vestido elegantemente con un saco azul y corbatón, leyendo el Telegraph, está escuchando atentamente nuestra conversación. Después de cinco minutos se va. Hay mucho movimiento en un cuarto en la planta alta. La gente compra bebidas en la barra y desaparece. Gente feliz y sonriente, saludos a través de la barra, palmadas en la espalda y apretones de manos. Una reunión, suponemos, o un club. Entonces baja un grupo de hombres jóvenes vestidos con uniformes militares. Mi primera impresión es que éste es un pub del ejército, a pesar de que no hay ningún cuartel en varias millas a la redonda. Pero entonces me doy cuenta de que uno de los hombres uniformados, de pie junto a la barra, hablando alegremente a sus amigos, incluso un poco emocionado, tiene una swastika tatuada en el cuello. En ese punto llegan mi hijo y su pareja. Están algo sorprendidos. Nos dicen que la calle está llena de policías y que hay cámaras apuntando al pub. Mi esposa dice que hace poco escuchó a alguien hablar sobre un sitio web llamado Redwatch, y me cae el veinte. Sé que Redwatch es un sitio web de extrema derecha que publica fotos de personas en manifestaciones anti-guerra o de izquierda, y le pide a la gente que los identifique y averigüe susnombres y direcciones.
Comprendemos que estamos bebiendo con el Partido Nacional Británico (BNP) —un hecho confirmado por un vistazo a un folleto que pasa por las manos de las dos personas en la mesa de al lado—. El BNP es fascista en serio, no hay nada de neo en ellos. Nos vamos inmediatamente. Silbo «La bandera roja» mientras paso junto a la seguridad en la puerta, confiado en que los fascistas no tienen verdadero sentido de la historia y mucho menos de la cultura. Nadie se da cuenta. La policía nos filma, aun cuando su cazador encorbatado debe haberles dicho que éramos sólo unos irlandeses visitando a su hijo en Londres para ir por un trago tranquilamente. Hacen ese tipo de cosas, los policías. Esto fue hace siete años. Desde entonces el BNP ha desparecido casi por completo de la escena política, reemplazado por un partido llamado Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP). El viejo BNP traza su linaje a Oswald Mosley y los simpatizantes nazis de los treinta. Como los neo-nazis en todas partes, se ven a sí mismos como representantes de algún tipo de cualidad racial superior. Son bajos en teoría y altos en odio racial. La generación mayor, que sí había luchado contra el fascismo, los veía con suspicacia, aunque muchas de estas personas mayores dirían en privado que Hitler tenía razón acerca de los judíos, o que logró levantar Alemania, o que controló a los sindicatos. El BNP apelaba a la gente que tenía un aprecio secreto por las dictaduras pero les molestaba ensuciarse las manos. El UKIP, en cambio, se dedica a la democracia. Frecuentemente niegan ser racistas: no tienen nada contra los africanos o los árabes o los paquistaníes —en sus propios países—. Quieren que la gente vote por limitar la inmigración, «ciudades inglesas para los ingleses» y otros sinónimos del racismo, la superioridad racial y la xenofobia, y al mismo tiempo mostrarse entusiastas en cuanto al libre mercado, algo que el BNP nunca aceptó. El hecho de que muchos de los miembros del UKIP tengan una historia con el BNP se aborda de manera similar a como la Iglesia católica trata a los conversos —el pecador se ha arrepentido, ha vuelto al redil y ahora es 100% católico—. Así que todo bien. Antecedentes de violencia en las calles contra asiáticos o musulmanes se expían con una tarjeta de membresía del UKIP. Lo principal es ser y creer que lo británico es mejor.
PENÍNSULA DE GOWER, GALES DEL SUR, 2015
Páramos, perfectas capillitas de piedra y casas de lámina, granjas prolijas, playas de arena blanca. Éste es el único distrito en Gales del Sur que votó por los Tories en las elecciones de 2015. Todos los demás votaron por los Laboristas. Aun así, el resultado fue Tory 37.1%, Laborista 37%, bastante cerrado. Por donde vayas, los señalamientos están en galés y en inglés. Las tiendas dan sus nombres en galés, los anuncios están en galés, los costados de camiones y camionetas —la lengua galesa es muy visible, pero raramente hablada—. Mi casera me dice (en inglés, con acento inglés) que todo está cambiando. Incluso cambiaron la ortografía del nombre de su pueblo, de Rhossily a Rhossili. Le agradan los irlandeses y las familias, pero no las mascotas. Una vez hospedó a cuatro arqueólogos que destrozaron el departamento. Deben de haber dormido con sus botas puestas. Los arqueólogos eran ingleses. Le sugiero que cuelgue un letrero que diga «No arqueólogos, no mascotas». Dice que podría ser una buena idea, pero por la forma en que me mira sé que está pensando que ésta es alguna especie de extraña tradición irlandesa. Ella vende huevo fresco frente a su puerta. Lechuga también, a veces. Dejas tu dinero en una caja. Los galeses nunca tendrán un referéndum independentista. En general, Plaid Cymru, el partido nacional galés, gana tres de los cuatro asientos parlamentarios para Gales. Sin embargo, la gente aquí tiene un fuerte sentido de identidad dentro de la unión, algo así como la forma en que un londinense se identifica como londinense pero también como británico. Pero nada que ver con la forma en que un escocés se identifica como escocés.
ISLA DE WIGHT, JUNTO A LA COSTA SUR DE INGLATERRA, 2015
Lennon y McCartney pensaban que tal vez rentarían una casita aquí cuando tuvieran sesenta y cuatro años. Parece poco probable. Éste es uno de los distritos Tory más conservadores en Inglaterra. Todo es británico-esto y británico-lo-otro. Las banderas del Reino Unido ondean en muchos hogares. Les desagradan particularmente los franceses —el vecino más cercano siempre es el que nos irrita—. Los franceses, aparentemente, están arruinando a la industria de ajo de la isla al venderlo barato. El vino de la isla no es muy bueno, pero al menos no es francés. De hecho, los supermercados manejan vino de cualquier parte del mundo que no sea Europa, especialmente de las colonias, Nueva Zelanda y Australia, o de excolonias como Sudáfrica. La mayoría de la gente que vive aquí son adultos mayores o jubilados (siguiendo el ejemplo de los Beatles), o cuidan de ellos. La edad promedio en la isla debe ser pensionable. La diminuta minoría de verdaderos nativos de la isla llama a estos migrantes de los asilos overners[1]. El peor tipo de overners son los turistas de verano, especialmente los londinenses que bajan en Range Rovers (conocidos como Chelsea Tractors) y bloquean los caminos de la isla. Nada se mueve en agosto a menos que sea un bote. Una de las estaciones de radar que ayudó a ganar la Batalla de Inglaterra estaba aquí, en Ventnor. En julio y agosto de 1939, los repetidos ataques de la Luftwaffe la destruyeron. El daño aún es visible en el suelo. Es un lugar interesante para contemplar el canal, porque cruzando este mar estrecho, visible en los días claros, yace «el Continente». Los británicos, que han marchado hacia adelante para conquistar y colonizar durante más o menos trescientos años, ahora están ligeramente paranoicos de que sus días de conquistadores se hayan terminado. El principal objeto de su paranoia es «el continente», en particular los franceses y los alemanes, pero más allá hay otras amenazas de los lugares vengativos que alguna vez pertenecieron al imperio. Detrás de mucha de la retórica sobre la inmigración está la siempre reprimida culpa de la masacre, el hambre y la explotación, y el sentimiento de que tal vez ahora es justamente el momento de la revancha.
La culpa, por supuesto, está sublimada en todo tipo de construcciones políticas y evasiones. Por ejemplo, un taxista me dice que no es racista pero que ellos «vienen aquí y no quieren ser británicos». Visten sus propias ropas, pero nunca aprenden inglés. No quieren pelear por Inglaterra. Señalo que toda la familia de mi madre emigró aquí en los años treinta y peleó en la guerra de Hitler.
—Pero no tenemos nada en contra de los irlandeses —dice—. Ustedes cuentan como uno de nosotros.
—Pero —replico— peleamos una guerra para probar que no lo éramos.
No le hace caso a este detalle. Nosotros los irlandeses, al parecer, nos vestimos igual que los ingleses, hablamos inglés, y nos gusta el British Way of Life.
—Tu problema es el color de piel, ¿no es así? —le digo.
Él niega ser racista. Otra vez. El taxi me deja en la terminal de aerodeslizadores. Voy de regreso a tierra firme. El viento del mar es fresco. Sopla por el canal desde el Atlántico distante. Me recuerda a casa.
DALSTON, LONDRES, 2013
Los turistas que llegan a Londres no tienen un concepto de Inglaterra como una tierra nacionalista. Como toda gran metrópolis, Londres es en sí una nación. De todas las capitales que he visitado, es la más diversa racialmente. He vagado mucho tiempo por sus calles. Nuestros hijos han vivido por largos periodos en Dalston, al noreste de Londres, un área habitada desde hace mucho por turcos, caribeños, asiáticos, italianos y judíos. Hoy la gentrificación la está alcanzando y los precios de las propiedades se han alzado; muchas de las tiendas viejas se convirtieron en gastropubs, o en tiendas de moda para hipsters, sin embargo la vieja atmósfera ecléctica sigue ahí. Pueden escucharse todas las lenguas de Oriente Próximo y muchas de Europa. Esta es la Gran Bretaña multicultural, amada por Tony Blair y el New Labour —una de las zonas más pobres de Londres, pero también una de las de mayor diversidad racial.
Caminamos hacia el restaurante turco Mangal Ockbasi en la calle de Arcola. La pareja de artistas conocidos como Gilbert y George comen seguido aquí. Ellos son partidarios de la monarquía, admiradores de Margaret Thatcher y votan por los Tories; sin embargo, Gilbert nació en Lazio, Italia, y George es hijo de una madre soltera y pobre. ¿Qué piensan acerca de la postura anti-inmigración de los Tories? Quién sabe, no hablan con los clientes. Mientras andamos, escuchamos los pasos de alguien que corre, acercándose desde atrás. La banqueta se hace más angosta por una parada de autobús, así que nos hacemos a un lado. El corredor nos rebasa; vestido de traje, su sobria corbata volaba en el viento.
—Está bien —grita—, podré ser negro, pero soy un contador colegiado.
—¡Me cagan los pinches contadores colegiados! —grito yo. Pero se fue. No sé si me escuchó.
EL REINO DESUNIDO
El llamado Reino «Unido» se encuentra, en realidad, escindido por nacionalismos en competencia, y ha sido así durante doscientos años. Los irlandeses fueron, quizá, los primeros en dejar su marca, podría decirse que desde fechas tan lejanas como 1798. Siguieron cinco importantes rebeliones nacionalistas hasta 1916, la Guerra de Independencia Irlandesa de 1919 a 1961 y lo que se convertiría en la República de Irlanda. Por supuesto, parte de Irlanda aún es británica —los seis condados apenas han establecido una especie de paz incómoda. Pero en 2015, enfrentados a la posibilidad de estar eternamente dominados por tipos ricos de derecha con acentos graciosos, los escoceses votaron poderosamente por ellos mismos. En la elección de ese año, cada uno de los mayores partidos británicos —los Tories (conservadores), los Liberales y el Laborista— fueron barridos en Escocia por el Partido Nacional Escocés (SNP).
El SNP es socialdemócrata en cuanto a sus políticas. Es difícil evadir la impresión de que su éxito se debe, al menos en parte, al aumento del nacionalismo inglés y al brutal programa de recortes al sistema de prestaciones sociales llevado a cabo por el partido más nacionalista de todos, los Tories. Con David Cameron los Tories han implementado una cadena de recortes frecuentemente maliciosos. Están en proceso de preparar al Sistema Nacional de Salud (NHS) para su privatización (de hecho, algunas partes del NHS ya fueron privatizadas) y están impulsando una política antiinmigración, de la que el UKIP se sentiría orgulloso, que incluye la introducción de leyes que obliguen a los arrendadores a desalojar a los migrantes indocumentados o a los refugiados cuya petición de asilo haya sido negada. Los Tories, también con Cameron, verán realizado su sueño húmedo de un referéndum Dentro/Fuera de la UE, y a los escoceses, quienes se declaran fuertemente pro UE, no les hace gracia la posibilidad de que el UKIP y los Tories los saquen de Europa.
¿Qué piensan los escoceses de un gobierno que abolió un fondo para ayudar a las personas con discapacidad a integrarse a la vida en comunidad, que recortó seriamente los servicios de salud mental para niños, que restó 8% de los recursos al nhs, que redujo 40% al cuidado de los adultos mayores, que eliminó la asistencia legal en los casos de cuidado infantil y en varios procesos más, que bajó el financiamiento para los servicios de apoyo a las víctimas de violencia doméstica, que creó un impuesto especial sobre la vivienda social para obligar a la gente que tiene más recámaras de las que necesitan a mudarse (afectando desproporcionadamente a las personas mayores cuyos hijos ya no están casa), que mutiló las prestaciones sociales para más de cincuenta mil familias, que mermó los empleos en la administración pública, entre ellos mil bomberos; que dirigió un programa anti-sindicatos? En un país como Escocia, que vota casi unánimemente por un partido socialdemócrata, no se puede esperar que estos recortes sean bien recibidos.
Paradójicamente, los Tories son, quizá, el partido más interesado en la Unión entre Inglaterra y Escocia. Se les conoce oficialmente como el Partido Conservador y Unionista. Están asociados con el Partido Unionista de Irlanda del Norte, el partido de los protestantes poderosos y, por lo tanto, tienen ahí una historia de represión. Fue un gobierno Tory el que introdujo el encarcelamiento sin juicio y una variedad de creativas formas de tortura que copió la CIA de Bush. El internado y el régimen de tortura asociado a él fue probablemente la política individual que ayudó a hacer de la IRA Provisional la fuerza formidable que fue. Todo en nombre de conservar la Unión.
«VERGONZOSA Y EXTREMADAMENTE INADECUADA»
Aquí, en la República de Irlanda, nuestra rebelión nacionalista (1919-1921) que nos separó del Reino (des)Unido trajo un cambio de amo pero no una revolución. A partir de 1921 la burguesía cambió sus colores de rojo a verde y aprendió un poco de irlandés. La clase dominante se deslizó fácil en el poder como si se tratara de ponerse unos guantes para conducir.
La pobreza en la era posrevolucionaria era, en todo caso, peor que antes de la revolución. Los barrios pobres de Dublín, Cork y Limerick eran famosos; la emigración, constante y devastadora. En esa época nuestro sistema de educación estaba dominado por varias órdenes católicas y era ferozmente antibritánico. El nacionalismo, el catolicismo y el sentimiento antibritánico sustituyeron al pensamiento crítico sobre el estado en el que nos encontrábamos. Recuerdo que me enseñaron la famosa máxima de Swift, «quemar todo lo que sea inglés, excepto su carbón», a la vez que toda la familia de mi madre estaba en Inglaterra porque no había forma de encontrar trabajo en casa.
La campaña de bombardeos de la IRA Provisional a Gran Bretaña nos obligó a repensar ese viejo rencor. Pero el nacionalismo aún yace bajo la superficie. Hoy se ha hecho presente un nuevo partido político, Identity Ireland. Parece la típica mezcla de xenofobia e incompetencia y es poco probable que funcione bien, pero aquí hay muchas formas de racismo institucionalizado, particularmente el sistema de «Provisión directa» —un sistema barbárico de internado para refugiados y migrantes— y es posible que este nuevo partido devele una corriente apenas sumergida de xenofobia o, como sucede en todas partes, orille a los partidos principales a expresar sus propias formas de racismo. De acuerdo con el sitio web de Identity Ireland, el grupo se declara «en contra de las políticas que fomentan el multiculturalismo y la ghettoización».[2] Quieren, de acuerdo con una conferencia de prensa que llevaron a cabo hace poco, vivir en un país donde la mayoría de la población sea «de origen étnico irlandés». No es claro cómo definen esa particular construcción. Yo, por ejemplo, nací en Irlanda, como mis padres. Pero mi bisabuelo era escocés y la parte Wall de mi familia es de origen normando y galés. No estoy seguro de ser étnicamente irlandés. Si tengo que ser repatriado, preferiría que fuera a Normandía, donde los veranos son más agradables y el vino más barato. Pero bueno, los mismos normandos eran de origen vikingo…
Supongo que si me deportaran de la Isla Esmeralda, no me transportarían en una nave del Servicio Naval Irlandés. Con menos de mil empleados y sólo ocho naves, debe ser una de las marinas más pequeñas en el mundo y, ciertamente, una de las menos beligerantes. Se pasa la mayor parte del tiempo en el hostil Atlántico Norte, vigilando a los botes pesqueros. Las adiciones más recientes a la flota fueron, de manera disparatada, bautizadas como los escritores Samuel Beckett y James Joyce (imagínense la conversación por radio: «Beckett llamando a Joyce, falla de nuevo, falla mejor, cambio»), y aún falta un W. B. Yeats («Navegando a Bizancio», tal vez).
En el 2015 la Marina envió una de sus ocho naves al Mediterráneo, en donde participa en una misión para rescatar a la gente que naufraga en su intento de huir de la guerra en África y llegar a Europa. Es un trabajo frecuentemente desalentador. En julio de 2015, por ejemplo, descubrieron catorce cuerpos humanos debajo de las cubiertas de una barcaza. En ese incidente rescataron a doscientas diez personas, entre ellas treinta y cinco niños. En otra ocasión rescataron a trescientas sesenta y siete personas de una embarcación que se hundió en treinta segundos. Ya que la búsqueda y el rescate son parte importante de sus tareas lejos de las costas de Irlanda, imagino que llevaron a cabo su labor con cortesía y eficiencia, pero la operación es parte del intento poco sincero de Europa por rescatar a los refugiados de la intromisión postimperial de los poderes occidentales. A fin de cuentas, los orígenes de esta llamada «crisis de migrantes» (que en realidad es una guerra civil en el Norte de África y en Oriente Próximo, patrocinada por Europa y Estados Unidos) pueden encontrarse en el ataque ilegal que Bush y Blair ordenaron sobre Irak, así como en la confianza estratégica en Arabia Saudita. Pero Europa quiere lavarse las manos. Una especie de cordón sanitario se erigió para prevenir la conexión causal entre las políticas de la Unión Europea en Oriente Medio y la destrucción de comunidades que ha ocasionado millones de desplazamientos internos y cientos de miles de refugiados. Esa conexión sencillamente no está permitida.
Los políticos y los medios en Gran Bretaña e Irlanda tienen el cuidado de generar miedo a las hordas bárbaras concentrándose junto a nuestras puertas. Un «enjambre» de refugiados es el término usado por David Cameron. El secretario de relaciones exteriores, David Hammond, describió a los africanos como «saqueadores » alrededor de Calais. Esta retórica no sólo es peligrosa, sino totalmente falsa. El 86% de los refugiados se encuentran en países en vías de desarrollo.[3] 1.6 millones de sirios están en Turquía, por ejemplo. El último año, Gran Bretaña (población: sesenta y cuatro millones) aceptó diez mil solicitudes de asilo; Suecia (población: nueve millones) aceptó treinta mil seiscientas cincuenta; Irlanda (población: 4.6 millones) aceptó ciento treinta. No conozco las cifras del último año para Líbano (población: 4.5 millones), pero allá hay 1.6 millones de refugiados.
Hay una sensación de esquizofrenia, particularmente en los medios irlandeses, con comentarios que van de «nuestros valientes/ compasivos/eficientes chicos y chicas rescatando a las desafortunadas víctimas del tráfico de personas» hasta «están llegando por millones y todos seremos negros dentro de veinte años». Los programas donde la gente habla por teléfono al aire son los peores. Conductores de camiones que pasan a través de Calais, donde Gran Bretaña lucha resueltamente para mantener a los refugiados de sus excolonias en donde pertenecen (o sea, en suelo francés y no británico), cuentan historias atroces sobre cómo los intentaron asfixiar con los gases del escape de su camión mientras dormían, o cómo fueron perseguidos por gente de color armada con cinceles, o tuvieron que esperar por horas a que la carretera llena de basura quedara despejada para poder pasar. El consenso es que hay que hacer algo. Lo que haya que hacer depende del momento. Por un lado, los programas de debate están de acuerdo en que los conductores de camiones son víctimas inocentes en medio de todo esto. Ellos sólo hacen su trabajo de acelerar el movimiento de mercancías en nuestro mundo globalizado y capitalista. Por otro lado, no se puede simplemente abrir las puertas y dejar que «todos» entren. Nadie se pregunta si es posible que el capitalismo global haya creado esta situación en primer lugar, o si, en realidad, no hay razón para no abrir las puertas. Entre un millón de personas que llaman a los programas, tal vez una sugiere que la razón por la que esta gente está huyendo de sus hogares es porque nosotros la cagamos. Este es el discurso aquí y en el Reino Unido también. Son ellos o nosotros —«nosotros» somos principalmente europeos blancos del norte, y «ellos» son, bueno, casi todos los demás—. Recientemente, Michel D. Higgins, el presidente de Irlanda, describió la respuesta de la Unión Europea a la situación de los migrantes en el Mediterráneo como «vergonzosa» y «extremadamente inadecuada ». Pudo haberlo dicho sobre la misma Irlanda y habría sido una atenuación.
LA COLONIZACIÓN DE EUROPA
La respuesta general de la Unión Europea a la crisis económica de Grecia es reveladora. El escritor y académico Oscar Guardiola Rivera la describe como Europa colonizándose a sí misma, y en efecto, la idea de Grecia, y en menor medida Irlanda, España, Portugal e Italia como colonias endeudadas con los poderes del norte de Europa, Alemania en particular, se ha arraigado en la conciencia pública. En siglos pasados, entidades comerciales como la Compañía Británica de las Indias Orientales o la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales funcionaban de esta manera, apoyadas por el poder militar y naval europeo. Hoy, la deuda es el arma preferida y Grecia ha sufrido un castigo colectivo a manos de sus estados hermanos. La amenaza contra el empleo de esta arma es el surgimiento de nuevos tipos de socialismo. Syriza en Grecia y Podemos en España son pioneros de un tipo de movimientos políticos que han evolucionado a partir de las protestas de Occupy, pero a diferencia de ésta, sí intentan hacerse con el poder. En otros países europeos, los candidatos de izquierda están progresando, como el caso reciente de Jeremy Corbyn en el Reino Unido, cuya apuesta para el liderazgo del Partido Laborista ha sacudido a la izquierda y ha impulsado a otros partidos de ideología afín en Irlanda y en otras partes. Los partidos atrofiados de centro-izquierda como el Partido Democrático en Italia están siendo empujados a la izquierda otra vez. Este «retorno de los oprimidos» ha alarmado a derechistas como Wolfang Schäuble, y los partidos de derecha que actualmente dominan en la Unión Europea están decididos a ponerlo de vuelta en su lugar, en las profundidades del subconsciente político europeo. Esta es la historia contada varias veces por el exministro griego de finanzas, Yanis Varoufakis. En este momento el fin de la Unión Europea parece bastante posible. Soy un eurófilo de muchos años. Apoyé la entrada de Irlanda a lo que entonces era la Comunidad Económica Europea, creyendo que la democracia social de países como Alemania, Francia e incluso Italia podría tener un efecto positivo en nuestra semi-república cargada de sacerdotes. Y tuve razón —al principio—. Pero en los últimos veinte años he presenciado la marcha hacia la derecha de nuestra política. La crisis griega fue su culminación. Lo que Varoufakis y Syriza hicieron fue exponer la naturaleza brutal e irredimible de las instituciones y políticas de la UE. Ahora, si tuviera la oportunidad de votar, votaría para que Irlanda deje Europa, para que Europa se desintegre, para regresar, al menos, a donde estábamos, un nivel local donde la lucha se puede dirigir a personas cuyos nombres conocemos. Y así, yo también ocupo mi lugar en la comedia casual de los nacionalistas, no porque sea un nacionalista sino precisamente porque soy un internacionalista. Europa no es una unión sino una fortaleza bajo un sitio autoimpuesto. Nuestros comandantes levantaron muros de leyes y deudas, no sólo para mantener fuera a los bárbaros, sino para controlar a los bárbaros de adentro, de los cuales Syriza es la forma más peligrosa hasta ahora. Así que, como dijo Ovidio en su exilio en Tomis, barbarus hic ego sum (aquí yo soy el bárbaro). Excepto que en la Europa de hoy, todos, de una y otra forma, somos bárbaros.
[Fotografías por Sven Loach].
[1] Nota de la traductora: viene de «over there» (por allá).
[2] Nota del editor. Se puede consultar en el siguiente enlace: http://identityireland.org/about/
[3]http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/aug/07/britain-refugee-magnet-sudanese-channel-tunnel