Todo esto es mío
Titulo: Todo esto es mío
Autor: Lucia Berlín
Editorial: Alfaguara
Lugar y Año: 2019
Me molesta que comparen y señalen a Lucia Berlin como la Raymond Carver del cuento. Son de la misma generación. Carver (Oregon, 1938): publicado, premiado, traducido, reeditado, analizado y leído a más no poder; Berlin (Alaska, 1936): poco premiada, escasamente publicada y traducida y leída solo hasta el 2015, es decir, después de 24 años de silencio. A ambos los arropan con el mito del escritor maldito y alcohólico. Él duró diez años abstemio, ella veinte. Pero no haré aquí una comparación más porque de Raymond Carver se ha escrito suficiente, basta ahora con decir que leí toda su obra —traducida— en la universidad y me gustó bastante. Hablaré de lo que recién hizo que me estallara la cabeza: los cuentos-historias-personajes-atmósferas de Lucia Berlin en Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara, 2016) y Una noche en el paraíso (Alfaguara, 2019).
En Manual para mujeres de la limpieza la escritora relata a personajes femeninos que viven una serie de experiencias dolorosas, entre ellas: una mujer que rememora los viajes de su infancia junto a su padre —ahora senil— (“Dolor fantasma”), una mujer que acompaña a su hermana enferma en la fase terminal del cáncer (“Triste idiota”), una maestra enseñando a escribir literatura a presos en la cárcel (“Y llegó el sábado”), un grupo de internos en un centro de desintoxicación (“Perdidos”), una mujer que traza la figura de su madre depresiva y alcohólica (Mamá), una niña abusada por su abuelo, relatando su primera y única amistad con una niña siria (“Silencio”), y una madre alcohólica intentando sostener sola a sus hijos (“Inmanejable”). Son 43 cuentos que golpean a la lectora y la dejan en la banca: lúcida, deprimida, ávida.
Una noche en el paraíso reúne 22 cuentos más que extienden, en algunos de ellos, las historias anteriores desde un personaje y punto de vista distinto, por ejemplo, en “Navidad. Texas. 1956”, la voz narrativa es la tía Tiny que se rehúsa a bajar del tejado y celebrar con la familia, a su vez en “Dentelladas de tigre”, cuento incluido en Manual para mujeres de la limpieza, vimos de paso a la tía amargada en el tejado, sin embargo, en él la que contaba la historia era Lou, quien venía a la fiesta de navidad, a pesar de que su madre se acababa de cortar las venas por su culpa.
Hay otros personajes recurrentes en Una noche en el paraíso que ya estaban dibujados en el libro anterior: en “Joyeros musicales” —cuento que abre el libro— y “A veces en verano” la voz narrativa es Lucha, la misma de “Silencio”, quien habla sobre cómo Hope y ella fueron estafadas por el hermano de esta última para vender los joyeros. Además acá volvemos a ver a la amiga Conchi (“Querida Conchi y Andado”) y a Jesse (“A ver esa sonrisa” y “Navidad. 1974”) y las mismas referencias familiares continúan: los Moynahan, el tío John, Mamie, Rex, Maya, Ben y otros más. Lucia Berlin construye lo que parece ser un mismo personaje que en ocasiones se llama Lucha, Lou, Carlotta, Maggie, Maria, Lisa o Laura: niñas, adolescentes y adultas que son maestras, alcohólicas, madres al borde de un colapso, amantes de artistas, esposas de drogadictos, recepcionistas y mujeres de la limpieza.
Sin embargo, en otros de sus relatos los personajes no tienen nada que ver con esta historia familiar y recrean esa atmósfera tan propia y personal que solo Lucia Berlin logra mostrar. Por ejemplo, en “Una noche en el paraíso”, cuento que da título al libro: Hernán, un bartender del hotel Océano en Puerto Vallarta, presencia la grabación de la película La noche de la iguana y observa el ajetreo, las estafas de los golfos del puerto y las relaciones cómicas entre ellos y las actrices y mujeres burguesas que llegan a hospedarse. Me gusta imaginar a la escritora Lucia Berlin viviendo no muy lejos de México, en El Paso, del otro lado de la frontera. Sus personajes constantemente se ven impactados por el choque de culturas, a veces repeliéndolo: el culto a la muerte, el afecto natural, la confianza desmedida en los otros, el apego, la inseguridad. Y en otras dejándose seducir por todo esto.
En Una noche en el paraíso resalta de nuevo la capacidad de la autora para mostrar el brillo entre historias miserables: alcanzaba a ver cómo una fábrica que contaminaba a toda una ciudad, podía ser un espectáculo hermoso y colorido para un par de niñas. Sus descripciones de la naturaleza entretejen los acontecimientos que va narrando, sabía ver cómo poeta: en “Andado. Un romance gótico”, los aromos amarillos de Chile acompañan el descubrimiento del primer amor de Laura, una niña de 14 años que debe viajar con don Andrés, quien trabaja con su padre para la CIA. La Sierra de Sandía de fondo, las enredaderas de flores, el bosque, el silencio del campo, los caballos; y en otras la falta de agua, las deudas, la pobreza, el alcohol, la ausencia de los padres —casi siempre artistas, escultores, músicos o escritores— son los elementos que tensan y liberan los conflictos interiores de sus personajes: ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué más quiero? Dios, déjame ver las cosas buenas… Se obligó a mirar alrededor, a salir de sí misma, y de pronto vio que los cerezos estaban en flor.
En “Mi vida es un libro abierto”, la escritora maneja magistralmente el punto de vista: por un lado, una vecina relata todo lo que ve través de unos binoculares al espiar a la protagonista, por el otro, la protagonista cuenta su propia versión de los hechos. El peso del melodrama en las historias logra aligerarse y volverse cómico porque Lucia Berlin no olvida que la vida es absurda incluso en los momentos más fatales. La intimidad que dos mujeres compartieron con el mismo hombre llega a límites teatrales cuando se sientan a emborracharse juntas y llorar por el ex marido que se va a casar una tercera mujer (“Las (ex) mujeres”). Si la obra de Lucia Berlin tiene o no elementos autobiográficos, eso resulta secundario, porque las historias son verdaderas y demoledoras.
Su narrativa es ágil, ya desde la primera línea te gancha y continúas con rapidez, la escritora sabe dónde terminar una oración y avanzar con velocidad hacia lo importante, no hay ningún desperdicio en descripciones: profundiza, como dije anteriormente, en el paisaje, en la plasticidad de algunas imágenes, alerta a los cinco sentidos de la lectora. Flannery O’Connor dijo que la ficción es un arte que demanda la más estricta atención a lo real, incluso para quienes escriben cuento fantástico. El hábito de Lucia Berlin es evidente en sus cuentos: pulir la realidad de tal manera que logre ser insoportable para sus personajes, pero no por ello menos hermosa. Hizo, digámoslo así, una curaduría de la intimidad de las personas: contar lo que se tiene que contar y llevarlo hasta otro punto. La escritora muestra a personajes auténticos, honestos, sórdidos y memorables.
Se mencionan mucho las experiencias personales de Lucia Berlin, no sé si en parte para comprender de dónde sacaba el material para escribir sus relatos. Sin embargo, es cierto, fue madre de 4 hijos y esposa de drogadictos, fue alcohólica y trabajó en diferentes oficios. Además de todo el trabajo doméstico que hizo, fue profesora e hija de una madre depresiva. Entendió de primera mano todo lo que muy pocos escritores hombres pueden llegar a entender: no tuvo una Tabitha o una Mercedes a su lado, resolviéndole todos los problemas para que ella pudiera escribir. A sus 30 años de edad se abrió paso entre sus propias experiencias e hijos para ofrecernos transformaciones de la realidad. Son tan íntimas las historias que relata Lucia Berlin que cuando empiezas a leer la primera página de alguno de sus cuentos parece que te está diciendo: Todo esto es mío.