Tinta azul: primeros apuntes
1.
Hasta hace poco, lo que definía al tatuaje (occidental, contemporáneo) era el estigma. Sólo personas de dudosa reputación y procedencia modificaban, decoraban o reclamaban el control sobre su propio cuerpo. Hasta hace poco, sólo se tatuaban ex convictos y criminales, chicanos, cholos, latinos resentidos, negros inadaptados, migrantes pobres, bandidos asiáticos, traficantes rusos, personas sin oficio ni beneficio, vagos y desempleados y, por supuesto, indios de costumbres misteriosas.
Pero, sin duda alguna, los tiempos han cambiado.
2.
El 11 de agosto de 2013, Lonnie Lancto, oficial del Departamento de Policía de Pinellas Park, en el estado norteamericano de Florida, aseguró que: “El estigma del motociclista” se había ido. Cuando Lancto ingresó al departamento, es decir, doce años antes de la entrevista con Stephen Thompson, sólo tenía dos tatuajes. Ninguno visible. Pero, para el 2013, ya tenía siete; dos de ellos, “visibles o parcialmente visibles” a pesar del uniforme azul oscuro que aún lleva puesto.
En la fotografía que acompaña al artículo, Lacto extiende y flexiona el brazo derecho, para mostrar y presumir un tatuaje que no sólo es decoración sino testigo de un accidente y de las consecuentes intervenciones quirúrgicas: la palabra Bionic inscrita en color negro, rodeada o envuelta por coloridas flores. “Actualmente —dijo la oficial que sonríe en la imagen—, [el tatuaje] es más una expresión artística” que una marca de maldad o de desvío.
Para entonces, era innegable que el tatuaje gozaba de amplia popularidad entre los sectores encargados de la “administración de justicia” y de la “seguridad pública”; entre ellos se encontraban bomberos y paramédicos, pero también oficiales de migración, militares y policías. Algunas revistas, al tema, le dedicaron varias páginas.
En noviembre de 2012, Police publicó una galería con tatuajes hechos sobre “agentes de seguridad pública” por un “hábil artista establecido en Illinois”. Después de ello, la revista lanzó otra convocatoria, pidiendo nuevas fotografías de “tinta azul” para ser publicadas. De acuerdo a los editores, llegaron “casi 30 imágenes”, y estaban sorprendidos.
Tus tatuajes representan algo que tiene un gran significado para ti, como un compañero caído en el cumplimiento de su deber, una referencia bíblica, o logros profesionales. Los símbolos de valentía, fuerza y honor nos recuerdan que los agentes de seguridad pública norteamericanos son uno de los activos de mayor orgullo para el país.
Una línea abajo, la nota concluye contundente, restituyendo cualquier indicio del estigma de antaño:
Anda, echa un vistazo a algunos de los tatuajes que recibimos, y continúa con tu buen trabajo protegiendo a nuestros barrios de criminales violentos.
3.
Su aceptación inició en la década de los setenta. No fueron pocas, ni insignificantes, las exposiciones y conferencias organizadas en esos años. De acuerdo a la historiadora Sandra Martínez Rossi, Tattoo, realizada entre dos otoños, entre el otoño de 1971 y el de 1972, fue una de las exposiciones más significativas. Organizada por el American Art Folk Museum, la exposición tuvo, por lo menos, dos objetivos. Los funcionarios del lugar intentaban utilizar el tatuaje como una estrategia para atraer a más y a más variados públicos; y los tatuadores, dignificar el oficio y difundir la inscripción corporal sin el tufo hipócrita y moralista que históricamente la confinó a los márgenes.
Exposiciones como ésas iniciaron un proceso de aceptación social del tatuaje, pero también otro de despolitización y mercantilización del mismo. Tattoo fue un evento histórico: un museo o, mejor dicho, un espacio digno era habitado por sujetos indignos, exóticos y misteriosos que, con la sobreexposición de sus cuerpos, recordando a Martínez Rossi, arrastraron el tatuaje de la marginalidad al “centro”; lo llevaron del cuerpo del ex convicto y criminal al del paramédico y policía, del cuerpo de vagos y vagabundos al de jóvenes y adolescentes de clase media; del cuerpo del migrante inadaptado al del futbolista y cantante exitoso, de hombres vulgares a mujeres distinguidas, de la privacidad conferida por la ropa y el vestido a lo público de las salas de exposiciones, los shorts y pantallas.
Entonces, preferiría no hablar de “aceptación social”, sino de gentrificación de la tinta que se hace carne y del desplazamiento de los otros; es decir; de una reconfiguración radical de los usos y los usuarios del tatuaje. Pensando un poco más en términos de urbanismo, “porque el cuerpo es un territorio”, podría aventurarme con una línea de Lucía Durán en mente: “El proceso de recuperación” del tatuaje “se inscribe en un proyecto civilizatorio y espectacular, en el que las intervenciones adquieren la apariencia de la restitución de un derecho”. Derecho a reclamar la propiedad y la libertad de elegir sobre por el propio cuerpo. La libertad, claro está, definida en términos de libre mercado.
Lo que ha sucedido desde la década de los setentas con el tatuaje ha sido el abandono paulatino pero eficiente de lo criminal, desconocido, rebelde y salvaje a lo apegado a la norma y a lo bien portado; en suma, parafraseando a Virgine Despentes, el tatuaje se ha mudado, en los últimos 40 años, de lo King Kong a lo Kate Moss.
4.
En la misma nota, publicada el 11 de agosto de 2013, Stephen Thompson advirtió que algunos departamentos de policía prohibían tatuajes visibles o parcialmente visibles con el uniforme puesto. Así, mientras el Departamento de Policía de Tampa tiene “una política de cero tolerancia” para tatuajes y otro tipo de modificaciones corporales; otros, como el departamento de Tarpon Springs, han decidido ser un poco más flexibles al respecto; Robert Kochen, jefe del lugar, dijo que su “agencia intenta mantener un equilibrio entre una imagen profesional y cierta iluminación para sus agentes”. Los oficiales con tatuajes visibles —entonces escribió Thompson— “deberán vestir mangas largas [o playeras con cuello de tortuga] para cumplir con las políticas” de profesionalismo, objetividad y buen juicio. Florida como la costa de California son lugares calurosos. En este último, la ciudad de Los Ángeles modificó sus políticas sobre tatuajes en el año de 2003, y San Diego, en el 2005.
“Quizá hay más oficiales que tienen tatuajes [en el Departamento de Policía de Pinellas Park y en otras partes de Estados Unidos] que los que no lo tienen”, dijo Lonnie Lancto, para finalizar la entrevista con S. Thompson.
5.
Lo que antes era (y sigue siendo en ciertos sectores) una alternativa rebelde, en los últimos años se convirtió en un imperativo: tatúate, es cool, está de moda. Pero las modas son pasajeras, el tatuaje no.
Como dice Abilio Vergara, abría que “mirar al hombre y a la mujer tatuados, imaginando sus múltiples motivaciones y situaciones, pues no es lo mismo pensar, al tatuarse, que el cuerpo es lienzo, que es territorio, que es una metáfora de la ciudad o un esquema de valores”. Todo esto, asegura el antropólogo, confiere otra significación y densidad al cuerpo. En el tatuaje, no hay significados monolíticos; pero en este caso, en el caso de policías, oficiales de migración y militares, me gustaría generalizar un poco. Si bien es cierto que entender el cuerpo como territorio, como esquema de valores o lienzo confiere densidad, también es cierto que la distinción y el prestigio del uniforme se sobreponen o confirman el significado de las imágenes. Anteriormente, antes de que el tatuaje neoliberal adquiriera peso y forma, “sólo se era policía con el uniforme y la placa puesta”. Ahora, con el proyecto corporal promovido por los medios de comunicación, la tinta, la placa, el uniforme, y el mercado mismo, se hacen costra, cicatriz y luego carne.
“Tu cuerpo es un campo de batalla”, decía la artista Barbara Kruger, y es cierto. Es y seguirá siendo uno intenso y violento, en el que no habrá espacio o rincón alguno no controlado por las Leyes de la Oferta y la Demanda. Si anteriormente el cuerpo era lienzo y territorio, actualmente también es la lista de la compra y el carrito de supermercado.