Tierra de ensayistas
El ensayo literario goza de una libertad refrescante: admite de todo: poesía, narrativa, crítica, fusiones de estilos, elementos retóricos, intertextualidad, y la lista es tan amplia como uno pueda extenderla. En mi experiencia, las virtudes más grandes del género son la forma en que lo mundano adquiere las cualidades de lo espiritual y cómo es que lo complejo se exhibe con la nitidez de lo simple.
¿Por qué suele pasarse por alto al ensayo cuando se habla de literatura? Tal vez la percepción del ensayo como género queda manchada desde la secundaria, por la tendencia de los maestros a llamar «ensayo» a cualquier texto con formato de introducción, desarrollo y conclusión; el infame texto IDC. Después, en la preparatoria, los alumnos escriben «ensayos literarios», llamados así no por su naturaleza literaria sino por el tema literario que abordan en ellos. Como sea, es común que los chicos construyan un mal concepto de lo que ellos conocen como ensayo.
Definirlo es problemático —como saben los que lo han estudiado— pero la conclusión es que su definición es más bien irrelevante, pues la esencia del género está en la experimentación, en ensayar una idea y los recursos para hacerlo son los que estén a disposición del escritor. De ahí la riqueza del género y la dificultad de establecer los requerimientos mínimos. En el año 2012 conversé con el novelista chileno Diego Zúñiga y señalaba que México es una tierra de ensayistas de manera simétrica a como Chile es tierra de poetas. Se me quedó la opinión muy grabada, aunque claro que no sé si sea cierto. Lo que sí me queda claro es que, hoy por hoy, la escena ensayística en Monterrey tiene dignos representantes del género.
Eloy Caloca Lafont nació en Querétaro en 1987, creció en la Ciudad de México, pero vive en Monterrey. Es autor del libro Ocio y Civilización: Apuntes para una Filosofía, Crítica, Historia minúscula, Defensa y Actualidad del ocio (ICQA/Par Tres 2013). Nos conocimos hace dos años y sin saberlo, teníamos amigos de la adolescencia en común. También conocíamos a algunos escritores queretanos que para mí eran eminencias y él calificó de conservadores. Ese primer día que conversamos no supe a qué se refería con eso, pero ahora lo entiendo mejor: como ensayista, ningún tema o punto de vista está fuera del alcance de Eloy.
En los ensayos de Ocio y Civilización, Eloy reflexiona en torno a la pérdida de tiempo como función vital del humano contemporáneo. Aborda el ocio desde el punto de vista económico, científico, político, artístico, entre otros, y logra llevarlo hasta las últimas consecuencias, provocando la conclusión de que Occidente es consecuencia de una suerte de glorificación al ocio.
Sólo hay algo más fascinante que perder el tiempo: perder el tiempo analizando cómo el tiempo se pierde. El ocio da una sensación de poder y de brío; es la posibilidad de afectar el mundo sin siquiera moverse, de cambiarlo todo por el hecho de permanecer estático. No hay mayor atentado contra la modernidad que interrumpir el trabajo. En la pasividad queda la afrenta contra lo productivo, lo positivo y lo progresivo. Se cuestiona, por el simple “dejar de hacer”, la idea del hombre como controlador del universo; se detienen por unos instantes, la ciencia y la técnica, el poder y la política, los grandes valores, las figuras inmortales y las instituciones.
Más adelante recupera la definición griega del ocioso, el artista y el estudioso, y la contrasta con la posmoderna: «el ocio como un no pensar». Entonces el artista pasa a ser un espejismo, una pieza de la maquinaria capitalista, pues los límites del ocio y la productividad se rompen dando como resultado la industria del entretenimiento. El libro avanza en orden cronológico por la Edad Media y el Renacimiento hasta el siglo XX, pero siempre con saltos pertinentes a la sociedad de hoy. Los ensayos incluyen un sinfín de referencias que conectan el tema eje a otros textos: yo percibo este juego intertextual como latigazos que sacuden, despiertan y mantienen vivo el conocimiento y el arte antes creado por otros. Y hasta ahí sobre Ocio y Civilización, pues resumir en unos párrafos el alcance de los textos compilados sería una simplificación injusta para el autor. El libro es una joya que vale la pena rastrear y ojalá pronto se reedite y tenga una distribución de mayor alcance.
Eloy Caloca Lafont se mantiene vigente con participaciones habituales en publicaciones impresas y en línea. Combina la escritura con la docencia y a partir de agosto de este año, con el primer semestre del Doctorado en Estudios Humanísticos en el Tec de Monterrey. Tanta actividad y trabajo a veces lo aleja de la escritura, aunque no de la lectura: «Sonará increíble: me falta tiempo para escribir», pero aclara que no es por bloqueo o esterilidad creativa: «De hecho, en mi cabeza existen cientos de ensayos no escritos: sobre Robert Louis Stevenson, sobre los supermercados, sobre los instantes, sobre las mascotas… si ninguno se vuelve realidad es por el cansancio», escribe Eloy en un ensayo titulado «Staying Alive: Crónica de una desaparición, y un manifiesto» (http://resortera.mx/index.php/blog/210-staying-alive-cronica-de-una-desaparicion-y-un-manifiesto). Esta forma de abordar la escritura de ensayos es congruente con la concepción que Eloy Caloca tiene del género (http://www.anagnorisis.com.mx/anagnorisis022.html): «El ensayo es una antropología. Sin importar sobre lo que trate, y no obstante qué ejemplos o recovecos elija, es una seña de identidad de lo humano y un medio que vincula a la humanidad con su naturaleza. El ser humano es, por definición, un ensayista».
Tal vez mi ensayo favorito de Eloy es «A (Bath)Room of One’s Own: un baño propio» (http://resortera.mx/index.php/blog/182-a-bath-room-of-one-s-own-un-bano-propio), en el que reflexiona en torno a la importancia del baño como el espacio privado por antonomasia:
Es curioso lo mucho que las cosas cambian con un baño propio. Limpiarlo o mantenerlo limpio llenan de alegría y no hay más artículos que los de uno, por lo que el baño se vuelve, tanto una extensión del yo como un viaje al inconsciente; un área tan individual que fomenta la exploración del ser. En el baño se expone la desnudez, se hacen gestos, se canta, y a ratos se llora, cubriéndose el rostro con frustración. Cuando el baño es plenamente de uno, está habitado por la voz cavernosa, los humores, los residuos, la basura, los planes, los enojos y los deseos, de uno. Es la libertad en sí, el único aislamiento posible.
Si el baño es la libertad en sí, según el fragmento anterior, entonces el ensayo, como género, es el baño de la literatura. Más que en la novela, la poesía o el teatro, el autor expone su voz desnuda ante el lector. A veces se dice de forma despectiva que cierta literatura es «literatura de baño», habrá que reevaluar la frase, dimensionar las implicaciones y explorar lo que nuestras lecturas en el baño dicen de nosotros.
En Monterrey hay casta de ensayistas: enlistar la estirpe significaría dejar fuera a muchos, pero que baste con mencionar al clásico moderno Alfonso Reyes, al reconocido y multigalardonado Gabriel Zaid, al imprescindible crítico Víctor Barrera Enderle, y, de los más nuevos, a Erick Vázquez. Eloy Caloca Lafont estará produciendo desde Monterrey por unos años más y es momento de incluirlo en nuestra lista de lecturas pendientes.