Teoría del color, Museo Universitario de Arte Contemporáneo
El cuerpo es un espacio de transformación constante. Fragilidad, vacío donde giramos. Lo cierto es que algunos discursos se ponen en juego con cada cuerpo: palabras y textos ajenos, tratados políticos y dolores propios que si no entendemos nos consumen. En el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), en la ciudad de México, se exhiben algunas dinámicas de expropiación corpórea. Si ponemos atención podremos ver que las injusticias no conciernen solamente a una época. La herida siempre ha estado ahí, aunque intentemos ocultarla nos persigue. Lugar de reflexión y asombro, el museo es un cuerpo que visibiliza la medida de nuestros actos. Los museos son recordatorios, epístolas que enviamos hacia nuestro otro yo para entendernos. Como parte de este diálogo, el MUAC exhibió Teoría del color, un ejercicio curatorial que indaga en las repercusiones sociales y económicas que el racismo tiene para el individuo. Se trata de una investigación sobre el racismo en Latinoamérica desde distintas perspectivas.
Nadie nos dijo que compartimos nuestro cuerpo con un huésped, voz subyugada a la materia que en ocasiones nos quita el sueño. Nacemos con la capacidad de aniquilarnos pero también de dialogar con ese otro que se nos presenta como un misterio. Las visiones holísticas del cuerpo, la mente y las emociones hablan de este tratado. Nuestros abuelos conocían algunos remedios para combatir la extrema soledad, la tiricia, como todavía le llaman. Sobre este mismo huésped escribió Guadalupe Nettel en su novela homónima, ceguera que convierte a su protagonista en el otro tan temido: un marginado, habitante periférico de esta metrópoli, mendigo que recorre los intestinos de la ciudad de México. Es precisamente en el Metro donde la protagonista encuentra, ya sin ver, su verdadero reflejo. El otro cuerpo es uno mismo, su deterioro y placer.
De ese otro trata igualmente Teoría del color, de esa voz construida como categoría desde la Conquista y su dominación, y que mina ahora las visiones que tenemos en torno a nuestro propio cuerpo. El otro sigue siendo todo aquel que no es blanco. La supremacía blanca es motor y leña de desigualdades sociales, laborales y económicas hasta nuestros días. Negros y morenos compartimos el mismo sendero marginal aunque no lo veamos, parecido a los mendigos de Nettel, habitamos un submundo bajo la ciudad mientras buscamos alcanzar ese imaginario. Pero sin importar el dinero que ganemos o lo inteligentes que seamos, sin importar las cirugías estéticas que paguemos o la ropa que usemos, la teoría del color, el tratado sobre los niveles de melanina y su significado jerárquico, sigue operando en nuestra mente y definiendo la forma en que vemos al otro.
Suite de ornamentación facial, de Zach Blas desarrolla una pregunta que explora esa desigualdad: ¿qué pasaría si no tuviéramos rostro?, ¿si ante las estrategias de control estatales fuéramos irreconocibles? A partir de datos biométricos, Blas construyó máscaras multiformes para usar diariamente y cuestionar así el aparato de control y vigilancia que surge junto a la fabricación de identidades. Ironiza también el supuesto estudio de una universidad norteamericana donde los encuestados afirmaron haber discernido entre homosexuales y heterosexuales al observar partes de su rostro. El rostro es aquí un territorio político, espacio para decir cuando se oculta.
Espectro Indígena, de Pedro Lasch, muestra piezas precolombinas de frente al rostro de algún ícono popular mexicano grabado sobre vidrio. El espectador se observa en tres niveles o capas que conforman a su vez un estereotipo del mestizo construido paulatinamente desde la Conquista: rostro de indio superpuesto al de una celebridad mexicana y sobre el suyo. El espectro que vemos en el espejo es el nuestro, identidad atravesada por discursos oficiales y prejuicios, esperpento quizás entre imaginación y deseo que mucho dice de las prácticas de poder hegemónicas. En todo caso, esas imágenes vienen de afuera, la valoración del indígena como categoría es una construcción que poco o nada tiene que ver con una forma de aprender a dialogar con quien vive diferente.
En 97 empleadas domésticas, Daniela Ortíz reúne fotografías de Facebook pertenecientes a la clase alta peruana donde accidentalmente aparecen empleadas domésticas, cuya tez morena contrasta con la piel aterciopelada de los niños que cuidan o los jóvenes que atienden durante sus fiestas. Las empleadas domésticas, usando en su mayoría uniforme (como si tuvieran que distinguirse aún más de sus empleadores) sólo surgen de manera accidental u oblicua. A pesar de que viven en sus casas, hacen su comida y atienden a sus hijos, a pesar de que reciben míseros salarios y no tienen los mismos beneficios que trabajadores institucionales, son invisibles, desaparecer en la cocina o entre los muebles de la casa es parte de ese contrato casi novohispano.
Las fotografías del venezolano Alexander Apóstol juegan con el imaginario oficial del indio y mulato en ese país. El indio venerable y aceptado es el que se encuentra en libros, el indio muerto que ostenta su grandeza entre las fichas técnicas de una biblioteca y no tiene otra voz más que la de un pasado traducido desde el aniquilamiento y la diferencia; mientras que la mulata luce su desnudez acompañada de frutos tropicales, rastros de aquellas imágenes prototípicas asociadas con fertilidad, sexualidad exuberante y barbarie, visiones que siguen definiendo la medida de nuestro ojo sobre el color.
Si algo he encontrado en visitas a museos, talleres y galerías, es arte que intenta hacerse presente, tener una voz propia, aunque pasajera, en torno a lo que sucede en este tiempo y que sabemos la historia oficial no cuenta. Esa es quizás su utilidad actual, hacer visibles las contradicciones donde nos sumergimos y de las cuales brotan violencias solitarias o masivas. Tiricias u horrores kilométricos. Lo político no es sino lo social, aquella labor hacia la tierra que compartimos y cuya fuerza aprendimos a olvidar. La mayor afrenta es hacia ella, una deuda que atraviesa el tejido social y destruye cualquier forma de solidaridad, de empatía o de simple aceptación del otro que es uno mismo.
Aquí la liga donde pueden descargar Teoría del color en su formato libro y que el MUAC amablemente libera al público: http://www.muac.unam.mx/