Susurros
Es imposible escribir sobre la fotografía. Los textos sobre ella me han impresionado vivamente, coinciden con mis ideas, las expresan mejor. Apenas hace unos días leí la novela, volví a contemplarla, me detuve a meditar en la fascinación erótica de la mirada del supliciado (¿una mujer?). La fotografía no es inmóvil, es una puesta en escena: los espectadores también torturamos, así quien contempla la tortura ajena. Lo que nos horroriza nos define, por eso soy esas miradas, el andrógino sin pecho contemplando a dios, la frase de Farabeuf: «el supliciado eres tú».
Aquella noche, estancado en la fotografía, permití que volviera a hablarme su animalidad, su descaro e impudicia; corrí al lecho, ella dormía, imaginé la atrocidad de arrancarle los pechos, estaban frondosos sobre las sábanas, exhalaban tranquilos, me tuve repulsión. Llamé a Elizondo, le expliqué mi tortura, él rió. «Pasas demasiado tiempo en la clínica», dijo tranquilo.
En el estudio, las sombras prolongan su letanía cada noche, la fotografía del supliciado reposa ante mí. En mis notas escribo palabras desmembradas, es lo más cerca que estaré de ella, sucumbiendo a la fascinación rotunda de mi oscuro deseo. El espejo, frente al escritorio, tiembla silencioso cada vez que cierro los ojos e imagino la excitación del instante ante mi muerte y la suya: el ojo humano es una máquina perversa, se estanca sin tiempo en lo prohibido, goza con el sufrimiento. Nada en la mirada es inocente, me repito hasta que clarea afuera y los pájaros revierten la sensación sucia entre mis dedos. Clara irrumpe en el estudio; dice contenta: «apúrese, doctor, que se hace tarde».
*Este texto fue encontrado en 1966 entre los papeles de Salvador Elizondo. Pertenece a los diarios del doctor Rubén Olivares, íntimo amigo del escritor, quien, al parecer, inspiró el personaje de Farabeuf. El texto original no posee un título; escogimos el de «Susurros» para ilustrar el hecho de que, sobre la fotografía del supliciado, existen diversas voces.
Nota: el título corresponde al primer escrito en México sobre la fotografía del supliciado. A diferencia de otros críticos que consideran que Elizondo retomó la fotografía de Les Larmes d’Eros, de Bataille, fue el doctor Olivares quien dio a conocer la fotografía al escritor. En su diario, además, encontramos interesantes aportaciones sobre los vínculos entre el erotismo y la muerte, notas fragmentadas y previas a 1928, año de la aparición de Histoire de l’oeil, texto que inaugura las aportaciones sobre el problema en Bataille. Olivares es un precursor desconocido; Elizondo se nutre de ambas influencias, quedando oscurecida la de Olivares. La crítica sólo considera como hipotexto las aportaciones de Bataille. En esta edición crítica esperamos abatir el equívoco.