Tierra Adentro

Era ya casi de noche cuando Eduardo ingresó al CERESE (Centro de Readaptación Sentimental) No. 82, mejor conocido entre sus internos como “El Frensón”, a donde lo enviaron luego de ser declarado culpable de “confesión amorosa no correspondida” y del “cortejo doloso en tercer grado” de Adriana Bermúdez, su compañera de trabajo y amor platónico durante los últimos dos años.

El joven Eduardo, despechado y cabizbajo, aún con los recuerdos de su desastrosa declaración de amor punzándole la cabeza, descendió del camión de prisioneros y atravesó el alambrado de púas escoltado por dos corpulentos guardias, que de tanto en tanto, lo miraban burlones y lo golpeaban con sus toletes mientras le susurraban cosas como “es que para ella es más importante tu amistad, puto”.

El encargado de nuevos ingresos, luego de pedirle sus datos y de recordarle que en “El Frensón” todos los internos eran iguales y a todos se les veía como hermanos, le entregó el uniforme gris reglamentario y procedió a explicarle la rutina que a partir de ese día tendría que seguir.

—El desayuno se sirve a las 7 —dijo—. El menú incluye un plato de avena y un vaso de ese asqueroso jugo de nopal que odias pero que empezaste a tomar para tener algo en común con ella. Durante las comidas tenemos también la costumbre de poner canciones que te la recuerden. Está terminantemente prohibido llorar, y aquel sea sorprendido haciéndolo será enviado una semana a confinamiento solitario.

Eduardo, con un nudo en la garganta, escuchó en silencio el resto de la explicación limitándose a asentir con la cabeza. Después de leer y firmar el reglamento interno, con el que se comprometía a cumplir su condena con dignidad, a aceptar la amistad de Adriana y a no ponerse raro cada vez que la viera, fue asignado y escoltado a la celda 14 que compartiría con un prisionero encerrado ahí desde hacía más de quince años.

—Yo era vecino de Adriana cuando éramos niños —le explicó Francisco, su nuevo compañero de celda, avejentado y portando una larga y desaliñada barba—. Aunque en el fondo sabía que si lo hacía iba a terminar aquí, llegó un punto en el que no me pude aguantar más y una noche en la que estaba muy borracho cometí el crimen de escribirle una carta explicándole lo mucho que la amaba.

—¿Y cómo reaccionó?

—Pues al día siguiente se presentaron en mi casa varios policías con una orden de arresto y me subieron a empujones a una patrulla diciendo que yo era demasiado lindo y que lo mejor era no complicar las cosas. Desde entonces estoy aquí.

Los primeros días fueron los más difíciles y Eduardo tuvo que hacer un enorme esfuerzo por reprimir su llanto y lucir indiferente ante el rechazo. Aconsejado por Francisco, hizo lo posible por sonreír y mostrarse entusiasmado cuando a la mañana siguiente el funesto director del CERESE, reunió a los internos en el patio central para dirigir los ejercicios matutinos, pasar revista y pedirles consejos amorosos.

—¡A ver, señoritas! —vociferó el alcaide, mirando con seriedad a los prisioneros una vez que todos estuvieron formados en el patio y mostrándoles la fotografía de un sujeto posando con un celular frente al espejo de su baño—. Ustedes son hombres y nos interesa su opinión. Este tipo le gusta mucho pero no le ha escrito a Adriana en más de tres días, ¿creen que deba ella escribirle para ver qué pasa?

—¡No! —respondió con timidez uno de los presos, que había sido compañero de Adriana en preparatoria y que había pasado tres años dándole clases privadas de matemáticas—. ¡Es obvio que este güey no quiere nada serio y sólo la va a lastimar!

—Puede ser —dijo el alcaide meditando por unos momentos—. ¿Por qué carajos no pueden ser todos los hombres tan lindos y bien intencionados como usted?

—¡Yo creo que es bastante obvio que este tipejo solo quiere aprovecharse de ella! —gritó otro de los presentes—. ¡Si a mí Adriana me aceptara una salida a cenar vería que no todos los hombres somos iguales!

Súbitamente se activaron las estruendosas alarmas del CERESE, y a una seña del director cinco guardias apostados en las torres de control se aprestaron a abrir fuego sobre los internos, apuntando con sus rifles de asalto hacia el patio y gritando para mantener el orden.

—¡Habíamos quedado que sólo éramos amigos! —exclamó el director señalando al prisionero que había provocado el alboroto—. ¡En esta cárcel cualquier insinuación romántica está penada con confinamiento solitario!, ¿que ya no se acuerda del reglamento?

Antes de que el aludido pudiera responder, cuatro guardias anti-motines se abalanzaron sobre él y lo sacaron del patio a rastras.

Aquello era demasiado para Eduardo. Además de la tediosa y agotadora rutina diaria que incluía trabajos forzados como cargar bolsas, sostener puertas abiertas y encender calentadores de gas, debía también asistir una vez por semana a una terapia de grupo llamada: “¿Qué tiene ese pendejo que no tenga yo?”, impartida por el doctor José Pringado, y de la que invariablemente salía aún más deprimido.

Constantemente fantaseaba con la idea de fugarse, y en su cabeza elucubraba sofisticados y elaborados planes de escape como los que había visto en las películas, y con los que estaba seguro que impresionaría a Adriana y finalmente se ganaría su amor. Ninguno de esos proyectos se concretó, en parte por la estricta vigilancia a la que estaba sometido, pero también por su extrema timidez y miedo al ridículo.

Sus escasas oportunidades de escapar o de algún día llegar a ser exonerado se evaporaron por completo un par de meses después, cuando por órdenes del director del CERESE,  Eduardo fue asignado a labores en el área de las cocinas, donde se convirtió en el encargado de comprar, pagar y administrar los enormes cargamentos de refresco Fanta que llegaban a diario a prisión, pero que por alguna misteriosa razón ninguno de los internos jamás probaba.


Autores
(Ciudad de México, 1985) es autor de Y, sin embargo, es un pañuelo (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2014). Estudió la Licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde no ha regresado y quedó a deber varias cuotas de estacionamiento. Es apasionado del cine, de Monty Python y de escribir semblanzas biográficas en terecera persona. Tuitea como @emedebaena