Solombría Fascismos viejos, masculinidades frágiles y melancolía
La palabra solombría refiere a un lugar o región que, por su orientación, casi siempre está en la sombra. Sinónimo de la palabra de raíces latinas umbría, que define la región de las montañas de Italia que por estar orientadas al norte no reciben luz del sol, solombría es una versión castellanizada del término que añade una connotación de frescor, humedad y vegetación exuberante, características propias de las umbrías salmantinas. Implica una sensación de cobijo, de refugio natural, incluso de misterio y cierta magia asociada a la frondosidad que sólo puede darse en la penumbra. Para mí es también un juego de palabras, hombres solos: sólo hombría.
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La primera vez que cobré consciencia de que existía un holocausto marica fue de la mano de Eugenio Echeverría, fundador del Centro Cultural Border, activo en la Ciudad de México de 2006 a 2021, y compañero del colectivo Circo Crico, junto a Pablo Caisero. Ésa era la premisa de la que partía su pieza Antimonumento Crico, 2022, una obra de realidad virtual interactiva en la que el usuario/espectador va atravesando niveles en los que se enfrenta a diferentes momentos históricos en los que las poblaciones de hombres que tienen sexo con otros hombres han sido perseguidos y asesinados sistemáticamente: la inquisición y su cacería de brujxs, los campos de concentración nazis, la crisis del sida en las décadas de 1980 y 1990 y, finalmente, la crisis presente de uso sexualizado de metanfetaminas que permanece desatendida por las instituciones y que genera cada vez más bajas en nuestra comunidad. A decir de Eugenio, las maricas tenemos una comunidad, eso nadie puede negarlo, y tenemos derecho también a contar nuestra historia, una historia que, sí, tiene momentos triunfalistas y reivindacativos, pero que sobre todo está llena de persecuciones, asesinatos, negligencias, discriminación y mucho dolor. El problema de nuestra comunidad es que existe como tal sobre todo en momentos celebratorios o placenteros, o de intensa lucha política, y después se desarticula y se desvanece, porque se trata de una comunidad desterritorializada, errante, en muchos casos sexiliada,1 en la que sus miembros van buscando espacios de indeterminación en los que sus cuerpos puedan existir sin miedo, sin estigmas, ni condenas. ¿Y cómo pasa la historia de la tragedia marica de una generación a otra?, ¿en qué libro de texto o en qué museo se le da un espacio, o a qué memoriales vamos a llorar a nuestrxs muertxs? Existen incluso montones de ellxs que no tienen tumba, y que, luego de que desaparecieran, nadie se esforzó siquiera por comenzar su búsqueda. La nuestra es una historia escrita contra el desprecio que duele mucho. Y de eso precisamente iba el Antimonumento Crico. Una tarde en la que paseábamos la cruda de cristal por las calles de la Santa María, como dos babosas secas, pero felices, maquinando la aparición de nuestro siguiente oasis, Eugenio y yo discutíamos sobre el mejor nombre que el proyecto podría llevar en inglés. Eugenio me dijo: “Mira, guapo, yo a veces no entiendo de dónde me viene esta tristeza. ¡De verdad no lo entiendo! En ocasiones la tengo incluso sin siquiera estar en un periodo de consumo. Y luego pienso: ¿cómo no voy a estar triste?, si nos han matado a todas, una y otra vez, de muchas formas, que si con medicamentos, que si con drogas, que si con enfermedades, que si en la hoguera, que si de hambre, que si echándonos de casa, que si a golpes, que si a balazos, que si ahorcadas, que si de odio, que si de amor… y todo eso uno lo siente, cariño. A lo mejor no tenemos hijos y no vamos heredando información de un modo biologicista, genético, pero de que nos pasamos la información de unos a otros de muchas formas, de eso estoy seguro, y sí, está la fiesta, y la utopía marica, pero, sobre todo, está con nosotros la muerte. ¿Cuántas maricas fantasmas nos acompañan a cada una y qué nos quieren decir?”.
“¿Y entonces, qué nos toca hacer con esta tristeza, además de indignarnos y reivindicarla hasta que la celebración sea posible?”, le pregunté. “No lo sé, guapo, a lo mejor darle un lugar, ayudar a los tristes de antaño a estar en paz y, sobre todo, generar memorias más felices, muchas, para que nuestros fantasmas acompañen a los maricas del mañana de otra manera”.
Esto es justamente lo que intento aquí, ahora, en este momento. Utilizaré algunas piezas realizadas por algunos artistas como puntos de partida para una conversación sobre las formas en las que los cuerpos masculinizados reciben violencias y/o se relacionan en ciertos contextos en los que la diferencia no es bienvenida. Los hombres no somos sólo el origen de la violencia, sino también sus receptores, y aunque estoy consciente de que existen otros cuerpos que son sujetos de violencia de formas iguales o peores a las que aquí voy a narrar, con motivo de la conmemoración de nuestros espacios de libertad quise recordar también nuestro trabajo pendiente, pues vale la pena hacer memoria de que, a nuestro modo, algunos de nosotros somos también sobrevivientes.
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Mario Mucho, Muñecos, 2024-

Masc x masc es la forma en la que ciertos individuos a la caza de un ligue refieren que son y buscan hombres con apariencia masculina. ¿Qué significa esto? ¿En qué radica la hombría? En varias de sus series, Mario Mucho intenta dar respuesta a esta pregunta exacerbando los atributos físicos de los personajes que representa. Sus Muñecos, por ejemplo, encarnan el estereotipo del chacal, un hombre moreno cuya apariencia alude a una clase social no privilegiada y que por su rudeza inspira lo mismo protección que peligro. ¿Qué hace al chacal tan atractivo? Para intentar responder esta pregunta quisiera introducir aquí una anécdota:
Cuando aún creía en los roles de género te pensaba el hombre de nuestra relación. Eras tú el dominante y tenías una verga enorme que compensaba la torpeza y el descuido de tus embestidas. No es que haya estado contigo sólo por tus atributos, pero siendo franco, al final, adolorido por tu falla mecánica, terminamos siendo más amigos que amantes.
La historia que quiero contar sucedió un día que estuvimos sentados en una banca poco iluminada del Paseo Bravo. Nos tocábamos con fracasado disimulo. Yo estaba no sé si ansioso o aburrido. Ni en tu casa, ni en la mía podíamos ser cercanos. Después de que yo me vine, caminamos unas calles en busca de transporte y en la esquina de la 13 Poniente unos tipos nos rodearon. Tuve miedo. Volteé a verte. Tenías miedo. No nos defendiste. Tus gritos no pudieron evitar que uno de ellos te hundiera un puñal en la mano para quitarte el celular.
Se fueron, te diste cuenta del sangrado y entonces vino el llanto. Te consolé pero estaba decepcionado, creía que debías haber actuado de otra manera. Tu fragilidad me hizo tomar una decisión que el tiempo ha convertido en duda, porque aunque eran ellos los que te habían herido, iba a ser yo quien sería determinantemente cruel: dejé de quererte.
Antonio Barrientos
Pienso en esa mano que Antonio decidió soltar, y en cómo aquella puñalada terminó revelando una verdad que él no pudo soportar: que, en medio de toda aquella clandestinidad, a su deseo no lo guiaba el riesgo, sino la fantasía de hacerse acompañar por una efigie de protección. Quizá nuestro amor es una puesta en escena en la que el poder se juega en términos de regulación de la vulnerabilidad, tanto para que el deseo se despierte como para que no se vea frustrado, porque si el deseo se frustra, entonces no existe posibilidad de compasión. Y creo que aquí hay un problema, ¿quién desea nuestros cuerpos y por qué?, ¿quién está dispuesto a amarlos y por qué? Si la respuesta a estas preguntas sigue dándose en términos superficiales, de estereotipos o cuotas políticas y, sobre todo, si queda sólo en nuestras manos defender nuestras vidas, siempre seremos vistos más como un instrumento del deseo de otrxs que como seres con autonomía erótica. Y aquí me refiero a desear no sólo como un instinto de satisfacción inmediata mediante el placer, tampoco meramente a una cuestión de aspiración a nuestras formas de vida, sino a anhelar de manera vehemente el conocimiento o disfrute de algo o alguien. Creo, sólo creo, que hay aquí un camino para entender la fragilidad de nuestras masculinidades y hacer frente a los fascismos viejos del presente de otra manera, reafirmando que la vulnerabilidad es un derecho que se ejerce como un gesto de la propia identidad, y no un estado de desamparo que nos convierte en blancos fáciles de la violencia que lxs otrxs deciden ejercer en contra nuestra; eso, debe decirse, es más bien injusticia e impunidad.

Antonio Barrientos, La ciudad es otra, 2020
Ø
La Manuela es un dibujo con lápices de color que Zayd González presentó en su primer solo en La Chispita, 2024, Ciudad de México. La exposición llevaba el título Whole New World, una canción de la cantante trans originaria de Glasgow, Sophie Xeon. Para Zayd, la muestra intentaba plantear las posibilidades de un nuevo mundo surgido de las prácticas amatorias de las disidencias. La muestra estuvo acompañada de una serie de conversatorios intergeneracionales en los que se esbozaban ejercicios que permitieran deslizarse debajo de las barreras impuestas por este mundo y sus regímenes de control del deseo.
La Manuela es en realidad un retrato tomado de un still de El lugar sin límites de Arturo Ripstein, una de las primeras películas mexicanas que incluían representaciones de personajes de género diverso; para Zayd servía como una especie de ventana para mirar el mundo que había quedado atrás y como una especie de memorial para quienes nos habían permitido llegar hasta este punto. Se trata en realidad de un retrato post mortem; en la cinta, Manuela, interpretada por Roberto Cobo, es una vestida que baila en el único cabaret del pueblo, y vive enamorada de Pancho, Gonzalo Vega, quien se divierte jugando con ella. El problema radica en que Manuela es padre y madre de la Japonesita, Ana Martín, quien también está enamorada de Pancho, y, a su vez, es hija de la Japonesa, la difunta dueña del burdel, quien se acostó, podríamos decir violó, a la Manuela para demostrar su mujería irresistible. Una noche, Pancho cede a los encantos de Manuela y éste le da un beso; al ser descubierto por su compadre, el macho decide culpar a la Manuela de haberlo besado a la fuerza y junto a su compadre la persiguen por todo el pueblo para darle un escarmiento. La Manuela, desesperada, busca la ayuda de Don Alejo, el cacique del pueblo, pero éste llega a su auxilio demasiado tarde, sólo para encontrarla sobre un lodazal, ya muerta.

Zayd González, La Manuela, 2024
En el sentido estricto la Manuela no es un hombre, pero es leído como tal, y su cuerpo feminizado pasa a ser un cuerpo ridículo, o incluso algo menos que un cuerpo, pierde su derecho a reclamar sus placeres, está a disposición de lxs otros y, tras haber renunciado a su hombría, se vuelve blanco de ataques, burlas, injurias y violencia física, afectiva y verbal.
La Manuela de Cobo y Ripstein es el símbolo del cuerpo sexodisidente que no sólo es vejado sino instrumentalizado y degradado por los otros hasta que no puede resistirlo: es ridiculizada, es espectacularizada, es seducida, su paternidad/maternidad le es impuesta, y su amor es un sentimiento que no es digno de ser reconocido si no sirve a los chistes de lxs otrxs. Ser gay es ser divertido, de hecho, el término significa “alegre” en francés, pero ¿de verdad es la alegría el sentimiento que nos distingue? Desde mi propio punto de vista, se trata más bien de un mecanismo encubridor. El carnaval, el bufe, la risa son nuestro sello porque representan nuestro momento de catarsis luego de todo aquello que tenemos que enfrentar por la vida que “elegimos tener”. Ahí, donde se nos permite ser nosotrxs mismxs, hay que darlo todo, porque luego habrá que volver al anonimato, al engaño o a la discreción. La “alegría”, como la mayoría de los rasgos de personalidad que hoy se piensan una característica estereotípica de un hombre homosexual —la vanidad, los cuerpos hiperestetizados (en su físico o en su ajuar), la hipersensibilidad, incluso algunas de las profesiones que desempeñamos— no son precisamente sólo elecciones, caprichos y casualidades, son un montón de estrategias de supervivencia resultado de una larga y accidentada búsqueda de espacios en los que pudiéramos ser nosotrxs mismxs con libertad. Nosotros no elegimos esta vida, peleamos por ella, y esto no debería ser así, porque la vida debería ser una garantía; que algunxs tengamos que reafirmar su pertinencia es una difícil tarea para la que nadie está preparadx y que nadie tendría que tener. Ojalá que llegue pronto ese mundo nuevo. Promises / Promises might come true / Promises of a life uncontained / Seafoam blue / I looked into your eyes / I thought that I could see a whole new world
Whole New World, Sophie
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Como tema aparte está la violencia sexual que recibe el cuerpo masculino. Esto es algo que el joven artista, Aoki Quiroz, aborda en su trabajo. En sus dibujos en tonos rojos, en sus instalaciones, esculturas y performances, el artista revisita los sentimientos de rabia, duda, desamparo, desgarro, y la consecuente necesidad de protección, o a veces soledad y aislamiento, que un cuerpo vejado siente. Para escribir este texto me encontré con él, y me habló de la efigie del “problema” de San Sebastián. Debo decir que una de las primeras imágenes en las que sentí representada mi sensibilidad homosexual fue justamente Exvoto (San Sebastián), 1912, de Ángel Zárraga. Para Aoki, hay algo oscuro en el hecho de que como comunidad hayamos hecho de éste nuestro santo. Por un lado, su asociación como un santo de los enfermos de peste permitió hacer de él un símbolo en el que se pudo reconocer la comunidad de hombres gays durante la época más dura de la lucha contra el sida, por el otro, se trata del cuerpo de un hombre que ha sido violentado de una forma brutal, sodomizado contra su voluntad y penetrado por flechas, todo eso por defender su fe, es decir, la forma de vida que eligió. Y no sólo eso, además se nos ha enseñado a reconocer en él una imagen de sensualidad e incluso éxtasis, a pesar de todo lo que ha vivido. Cuando Aoki decidió hacer su propia representación de San Sebastián, optó por dar un poco de paz a los fantasmas del pasado y descentrar la atención del cuerpo del santo. Una flecha oxidada ocupó su lugar. Para el artista se trata de una representación del cuerpo del violentador, “quería representarlo degradado también, así que decidí oxidar la flecha con mi propia orina”.

Aoki Quiroz, La flecha que penetró a San Sebastián, 2024


Pocas veces se nos permite a nosotros hablar de estos temas. Casi nunca hablamos de la violencia que recibimos, incluso de mujeres y otros cuerpos en nuestra misma condición, mucho menos de las formas en las que nuestro sufrimiento se desacredita porque casi siempre es percibido como el producto de algo que “nos buscamos”. Digo esto no con un afán revictimizante; sino porque habiendo sido el nuestro un “amor que no se atrevía a decir su nombre”,2 vamos tarde en la tarea de nombrar también las violencias que hemos atravesado. No ya con la intención de señalar culpables, sino de espejear nuestras experiencias y encontrar alivio.
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Es un lugar de calma, un pastizal suave en el que uno puede dejar caer su cabeza sin miedo, es más, todo su cuerpo, para ahí reposar, y que te abrace esa naturaleza, y te acaricie el viento. Eso veo en los dibujos que forman parte de la serie Geografías capilares, 2023-24, de Manuel Parra, un artista de Tecámac, Estado de México. Algo similar sucede con otro de los trabajos de Antonio Barrientos, la serie de fotografías Estar en ti, 2021. En ambos casos se trata de estudios minuciosos de los paisajes que generan los cuerpos de los hombres. Al respecto pienso: ¿de qué otras tantas formas nuestros cuerpos pueden ser leídos?, ¿cómo pueden guiar esas otras lecturas nuevas posibilidades de interacción entre nosotrxs y con lxs otrxs? ¿Qué cuidados tendrían que tener estos paisajes para no convertirse en desiertos con días soleados llenos de soledad? ¿Qué territorios inexplorados nos quedan por visitar dentro de nuestros propios cuerpos? ¿Qué respuestas aguardan a la pregunta de qué es capaz un cuerpo, sobre todo si la interrogante se dirige no a la resiliencia y la resistencia, a la violencia y la precariedad, sino a la capacidad de amar e inventar mundos nuevos, tantos como sean posibles pero con la consciencia de la comunidad, en los que uno pueda ser, sin más?

Manuel Parra, Paisaje no. 7, 2023

Antonio Barrientos, Estar en ti, 2021
En efecto, nuestro orgullo se ha construido sobre montones de pérdidas sin duelo, y esto facilita que nos lastimemos unos a otros, sin tener consciencia de lo propios que son los miedos y dolores ajenos. Pero es momento de que nuestra narrativa comience a ser distinta. Ya existen por ahí amores que apuntan en otra dirección. Pero muchos de nosotros seguimos viviendo en una solombría, y creemos que el nuestro es un destino trágico y manifiesto: el de un amor insaciable que creció angustiado de ser incomprendido y que nunca podrá realizarse con plenitud. Por mucho tiempo nuestro amor ha sido la inquietud por un objeto inaccesible, y que esto sea así, hizo que nuestra tristeza abriera otro nivel de negociación del deseo, uno que tiene que ver con su frustración e imposibilidad, y por éste pasan lo mismo sentimientos como la rabia reivindicativa que el desasosiego y la melancolía, no ya como evidencias de un fracaso, sino como formas de crítica emotiva a los espacios hegemónicos de representación y de intercambio de placeres de nuestro mundo.
En este texto he utilizado la palabra fascismos en referencia a las formas en las que la hombría utiliza la violencia y la represión para retener el poder. También hemos visto cómo en algunos casos la figura del opresor puede ser venerada e incluso deseada por aquellos que siendo “menos hombres” se vuelven sujetos de sus agresiones o burlas. En todos esos ejercicios de violencia lo que está en juego es la voluntad de arrebatarle al otro el privilegio de la vulnerabilidad, a veces tomando incluso su vida, haciendo uso de un odio que se cocina de a poco con cada acto de auto-represión de la afectividad que se confunde con hombría. Es en ese sentido que la tristeza es una bandera de rebeldía.
Quisiera cerrar hablando de un dibujo que “el niño del río”, un artista de Durango, residente en Nezahualcóyotl, realizó para uno de sus seguidores que siempre le pide una obra en vísperas de Halloween: Monstruo de la laguna rescatando a Eduardo, 2024. En él dos personajes se encuentran flotando en un pantano, uno es un hombre que parece inconsciente, el otro es un monstruo que lo lleva en brazos. Pienso en el pantano como si fuera esta solombría en la que algunxs de nosotrxs nos movemos, compuesta por una nata espesa de melancolía, violencia y estigmas que nos asfixian. Es lindo pensar que en los monstruos habita también la ternura, que efectivamente pueden ellos ser también nuestros guardianes o salvavidas; pero estamos lejos de que esto sea sólo de esta manera. Mientras tanto a los fantasmas y a los vivos que lo provocaron, entrego hasta aquí este texto, con el cariño como punto final. Sadness is a blessing. May desire be with us.

el niño del río, Monstruo de la laguna rescatando a Eduardo, 2024