Estatalidad y memoria somática: una aproximación al Archivo de la Memoria Trans México
Hasta donde sé hace aproximadamente una década comenzó a hablarse de memoria trans en México. Tras una serie de episodios y acontecimientos relevantes para nuestra emergencia sexodisidente, que implicaron una politización que bulle todavía, se hizo evidente la necesidad por articular generacional y colectivamente un relato más organizado de nuestro pasado en el país. Sabemos, sin embargo, que este pasado minoritario no comenzó hace una década con los logros jurídicos, pero tampoco es del todo nítido lo que estaba pasando hace dos, tres, cuatro o cinco décadas. Se vislumbra hoy la necesidad de un relato que no sea extrínseco a las vivencias trans (como el que patologiza o el que estigmatiza) y que conecte lo que antes estaba demasiado desperdigado. Actualmente, podemos ir recogiendo hilos para crear una madeja de alteridad trans que diverja de los relatos ya elaborados desde la mirada cis, sin, tampoco, aspirar a homogeneizar las tesituras de la mirada trans. Hoy, una serie de iniciativas, obras y proyectos han venido (re)escribiendo la memoria trans en su heterogeneidad: libros autobiográficos, dispositivos y muestras (audio)visuales, estudios académicos y archivos.
Posiblemente el Archivo Memoria Trans México (AMTM) es uno de los proyectos que más hace evidente la convergencia entre la voluntad de memoria y la voluntad de archivo. Podría decirse que es un indicio o síntoma fundamental de producir esa memoria desde el plano cultural. No es que no existieran, como ya dijimos, iniciativas previas en proyectos artísticos sobre sexualidades disidentes o desde otras temáticas cuyas aristas enlazan con lo trans, pero es precisamente ese énfasis desde la minoría la forma en que se conformó y los efectos que ha tenido, los que convierten el AMTM en un proyecto pionero en este rubro. En 2019, las integrantes fueron movilizadas por la posible pérdida del archivo fotográfico personal de la fallecida actriz Coral Bonelli. Para evitar la destrucción de ese fondo y como forma de un rescate más significativo, surgió esta iniciativa. Acompañadas por el curador e investigador independiente César González-Aguirre, las socias fundadoras son Emma Yessica Duvali, Brandy Basurto y Terry Holiday, cuyos fondos acompañan al de Coral Bonelli. Un poco después Gabriela Elliot, Samantha Flores y Antonella Rubens sumaron sus fondos (los cuales siguen en expansión al sumarse otras integrantes).
Este archivo trans se compone, en su dimensión más inmediata y visual, de la digitalización de varios materiales para ser colgados en su página web. Sin embargo, en este breve texto quisiera detenerme en otro tipo de registro de esta memoria, dilatado desde que se dio a conocer: el discurso de viva voz de las integrantes. Quisiera seguir el hilo específico de sus historias a través de una variedad de instancias que no se limitan al sitio web, pero que, de alguna forma, hacen parte del AMTM. Esto tenemos que destacarlo, este es un archivo vivo y en plena construcción; parte de ese proceso es tener la oportunidad de leer, escuchar y visualizar el relato de los recuerdos individuales y colectivos que las integrantes comparten en una variedad de medios. En este sentido, voy a centrar la atención a una veta específica de lo narrado que nos permite también pensar en la especificidad del acto de memoria y en las figuraciones del pasado.
¿Cómo son las temporalidades específicas subjetivadas y archivadas que nos comparte este proyecto para su circulación colectiva? ¿Qué nos dicen de una vivencia y de una época? Desde mi punto de vista, uno de los mecanismos que desatan la memoria —en el caso del AMTM— es aquel que señala la ignominia por parte de la sociedad transfóbica en general, pero, destacadamente, las vejaciones de instituciones y autoridades policiacas. Es como si la memoria fuera inaugurada por esta violencia que se puede leer hoy como un momento de acumulación originaria en el relato del pasado trans. Como se verá más adelante, el cuerpo será el móvil, pero también el locus de esta temporalidad cáustica. Podemos, por esa vía, hablar de una memoria somática, donde lo que se somatiza es, precisamente, la represión desde la estatalidad. De hecho, esta es la razón por la que se lo concibe como un dispositivo de reparación: “Reconstruirnos es una urgencia vital, una manera de reencontrarnos y una vía para denunciar la violencia que vivimos por parte del Estado”. Lo que se reconstruye es, por un lado, una vivencia pretérita horadada por el olvido y la imposibilidad de denunciar; por el otro, una subjetivación desde los cuerpos, corporalidades entonces impensables, pero que hoy se incorporan a un cuerpo social y vital más amplio. Corporalidades que nunca han sido sólo una página en blanco para registrar un mensaje sobre el control social de la sexualidad, sino que son el anclaje de sí mismos, con sus propias formas de registrar, reescribir y contestar aquellos mensajes opresivos. Por ello, acompaña estas páginas la intención de leer el cuerpo como condición de posibilidad para la memoria, pero también comprender cómo esta memoria puede dar lugar al cuerpo, condicionarlo, materializarlo. Para ello, voy a hilvanar las historias de las integrantes del AMTM con algunas breves reflexiones.
En más de una oportunidad y en varios medios, las integrantes del archivo han contado que a finales de las décadas de 1970 y 1980 sufrieron una serie de vejaciones injustificadas por parte de la policía. Esta centralidad en las violencias estatales se condice con lo que sabemos en torno a cómo las disidencias sexuales en general, y la trans en particular, eran circunscritas y reprimidas en tiempos previos a las políticas contemporáneas de inclusión. Básicamente, un cerco policial y un contexto discriminatorio que las integrantes consideran una persecución sistemática, no de sus identidades trans —las cuales no estaban sedimentadas como tales—, pero sí de una forma de vestir, una gestualidad corporal y de formas de habitar el espacio público, como eran el trabajo sexual o la vida nocturna. Más estigmatizadas que ilegales, estas formas de ser y estar provocaban el despliegue de una persecución y un acoso en contra de una selección de cuerpos. Una violencia que iniciaba por la mirada vigilante y clasificadora de la policía en contra de una alteridad lo suficientemente visible para ser identificada, pero demasiado atomizada para oponer resistencia. Emma Yessica ha insistido en que “en la década de los 70 fue tachada como una criminal por el simple hecho de expresarse y vestirse como mujer”. Lo que estas detenciones tenían de arbitrarias e ilegítimas —hoy lo sabemos—, lo tenían también de estigmatizantes y encarnizadas. En 1976, Terry Holiday fue detenida en una fiesta por “faltas a la moral” y, ya en el separo, fue obligada a ser retratada: “Ahí, frente a las celdas, Terry posó, como la diva que es, para el fotógrafo de la revista Alerta. ‘Bacanal de homosexuales’, así lo tituló la prensa en su contraportada”. La experiencia de Terry Holiday como mujercito habla de la existencia de un registro concreto para construir una memoria visual, pero, en muchos casos, no quedó registros de estos abusos (a los que tengan acceso las víctimas). Muchas de las experiencias de quienes componen el archivo solo cuentan hoy con sus recuerdos y su testimonio para construir esa memoria originaria cuyo único asidero es el cuerpo.
Uno de los recuerdos más crudos para Antonella Rubens fue su experiencia en la plaza Tlaxcoaque. Antonella regresaba a su casa después de estar en Zona Rosa, entonces, “pasan unos agentes y me suben y me dicen que me estoy prostituyendo; yo no sabía lo que era eso, y me llevan a Tlaxcoaque (…) Me encierran, quince días desaparecida sin que mi familia supiera dónde estaba, te desaparecían totalmente”. En el caso de Antonella, su proceso de transición corporal es el detonante de otra detención policial por la extinta División de Investigación y Prevención del Delito (DIPD): “Me raparon. Me raparon y yo recuerdo que ese día me sentí la persona más fea, más humillada, más triste del mundo, fue un día muy, muy doloroso”. El despliegue del cuerpo lo condena a su constreñimiento, a formas de cercenar simbólica y físicamente el signo de la disidencia, el signo de la feminidad.
Esta saña contra los cuerpos trans queda grabada en la memoria, pero esa misma memoria también reformula el estatus de los cuerpos, ya que, al recordar, las integrantes del AMTM conciben ahora a ese cuerpo como uno que, exasperado por la violencia, fue una eficaz herramienta de supervivencia que hoy les permite una inscripción social diferente, más contundente, más vital, más digna. Un caso que merece ser destacado en este sentido se halla en la trayectoria de vida de Gabriela Elliot. Como en las otras historias, movilizarse en el espacio público implicaba la persecución: “La primera vez que salí vestida a la calle, la policía me llevó al tribunal siendo menor de edad, todo eso fue por los años setenta […]. Fueron tiempos difíciles porque también fueron los años de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia y sus detenciones ilegales”.
Unos años después, esta vorágine de violencia no solo institucional, sino también afectiva, la llevó a la cárcel. Fue este otro encuentro con la (in)justicia el que dejó una hendidura en la memoria de Gabriela; sin embargo, su cuerpo, sorprendentemente, también logró hender la institución carcelaria: “Yo caí al reclusorio femenil, yo pasé como una mujer, a mí no me descubrieron que yo era transexual; pero te imaginas cada vez que me llevaban a la dirección, ese temor, que decía ya valió madres, ya me descubrieron. Me daba pena y tristeza […] porque antes el sistema así era, te descubrían y te sacaban a punta de madrazos y te metían al reclusorio de los hombres. ¿Te imaginas? Pero no, gracias a Dios nunca hubo eso”.
Michel Foucault habló sobre la objetivación del sujeto mediante las prácticas divisorias: “El sujeto se encuentra dividido en su interior o dividido de los otros. Este proceso lo objetiva. Algunos ejemplos son el loco y el cuerdo, el enfermo y el sano, los criminales y los ‘buenos muchachos’”. Sin embargo, y paradójicamente, a partir de sus propias prácticas corporales, Gabriela pudo trastocar o fisurar las prácticas divisorias de la cárcel —punitivas y sexogenéricas— y así también objetivó o materializó las posibilidades de su cuerpo. En la cárcel, Gabriela se sentía constantemente dislocada, doblemente dividida por las prácticas del poder: separada del resto de la sociedad, pero, en especial, por ocupar un lugar que no “debía”, aunque prefería. Finalmente, a contrapelo del poder, fue ella quien dislocó la institución carcelaria. Si bien Gabriela “tocó fondo” cuando su cuerpo fue privado de la libertad, también se activó una forma de agencia estratégica que le permitió mantener cierta integridad corporal. Esas posibilidades del pasado hoy sedimentan una identidad que ya puede verbalizarse como trans.
Esta memoria es, pues, una que somatiza y verbaliza la violencia persecutoria del Estado de diversas maneras: como atropellos, fealdad, humillación, y como tocar fondo, desde una rapada de pelo hasta una violación sexual, pasando por el encierro. El Estado marcó los cuerpos y las memorias trans de este archivo como una especie de cicatriz. Sin embargo, ambivalentemente, esta es también una memoria de la reivindicación a través del cuerpo. La somatización identitaria, en forma de prácticas corporales hormonales, quirúrgicas y performáticas, permitieron a estas supervivientes traspasar las fronteras cisnormativas y, por ello mismo, conformar su archivo (corporal) de memoria. Aunque podría parecer innecesario, creo que es importante puntualizar que, en las décadas previas a las políticas de reconocimiento, era la búsqueda del passing o “pasismo” la estrategia más recurrente para subsistir en los espacios cisnormativos, que eran prácticamente todos. Pasar requería formas de agenciamiento específicas y, por lo tanto, ponía al cuerpo en tensión, pero, al mismo tiempo, tensionaba las relaciones de género hegemónicas. Estamos frente a una temporalidad trans situada, donde el cuerpo comprendido como transexual es la forma vigente en las décadas de 1970, 1980 y 1990. Empero, al ser reintegrado al presente a través de la memoria, este cuerpo transexual es hoy también revalorizado como un cuerpo trans en los términos en que lo entendemos ahora. Creo que este devenir nos ayuda a caracterizar una temporalidad del relato sobre el pasado trans y es una de las aportaciones genealógicas del AMTM. Como he dicho, gracias a la memoria, un cuerpo puede ser el mismo y al mismo tiempo otro: la violencia es somatizada, pero el recuerdo lo repara; la discriminación lo oculta, pero su relato lo visibiliza. Hasta aquí quise traer a colación una serie de historias, narraciones encarnadas que materializaron recuerdos, recuerdos que, a su vez fungen como reapropiación corporal. Son aún muchos los trazos, las narrativas y las aristas para esa madeja que es la historia trans, pero creo que estamos en el momento de hilvanarlas a modo de una red que resista y nos resguarde del creciente clima cisexista, transfóbico y antiderechos del presente. Buscar la reparación y la justicia, implica, en buena medida, restituir al cuerpo y la memoria su propia justicia afectiva y discursiva.
Bibliografía
Domínguez, Leonardo, “Memoria trans. Historias de denuncia”, suplemento “Confabulario”, El Universal, núm. 466, domingo 23 de junio de 2024, pp. 8-10, en: https://www.eluniversal.com.mx/cultura/confabulario/memoria-trans-ni-vestidas-ni-operadas-sobrevivientes/
Elliot, Gabriela, “Nuestros nombres tienen una historia”, Archivo de la Memoria Trans México, 21 de enero de 2023: https://www.memoriatrans.mx/editoriales/nuestros-nombres-tienen-una-historia
Foucault, Michel, “El sujeto y el poder”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 50, núm. 3, julio-septiembre de 1988.