Tierra Adentro
Ilustración de María Orozco
Ilustración de María Orozco

It’s Britney, bitch!

En una era donde el mundo le pertenece musical y económicamente a Barbie, Beyonce y Taylor Swift, existió hace unos años la era de Britney Spears, donde el internet naciente y las niñas y adolescentes could only dream of el impacto sociocultural de una “Britney rapada” o “camarada Britney”. Britney Spears fue, por así decirlo, la primer Barbie Estereotípica del mundo del pop, con todos los elementos y riesgos que esto conlleva: un salto a la fama a los sweet sixteen, maratónicos tours, premios y paparazis, un divorcio mediático y una familia abusiva de la que se independizó mediante una batalla legal.

Este 29 de septiembre se conmemorarán dos años desde que una jueza de California suspendió a su padre, Jaime Spears, como tutor legal y supervisor del patrimonio de la artista. Pero vayamos un poco más atrás, al 28 de septiembre de 1998, cuando la canción Baby One More Time fue lanzada como el sencillo principal de su primer disco homónimo. ¿Podrían imaginarse ese clásico himno interpretado por el grupo TLC? No estuvo lejos de ocurrir un universo paralelo donde uno de los episodios más memorables de la historia del pop fuera interpretado por alguien más.

En la sala de mi casa teníamos un estéreo con espacio para reproducir cinco discos. Los de Britney Spears y Christina Aguilera estaban siempre en rotación. La televisión era un imán cuando MTV reproducía por milésima vez Oops!… I Did It Again. De hacer coreografías en nuestro cuarto, a bailables para el día de las madres, a cantar a todo pulmón Toxic en cualquier bar gay del centro (you name it), hubo un largo recorrido. Y todo se remonta a 1998, cuando TLC decidió rechazar la canción para ahorrarse una polémica: cantar las palabras hit me, baby, one more time.

De acuerdo con el libro The Song Machine, de John Seabrook, Denniz PoP redefinió la industria del pop cuando creó Cheiron Studios en Estocolmo. Escribió múltiples éxitos para los Backstreet Boys y estableció una alianza poderosa con Max Martin, quien a la fecha ha catapultado a Rihanna y Taylor Swift hacia el éxito, con la escritura de sus canciones más memorables (tiene coautoría en cinco sencillos de uno de los discos más premiados de Swift, el tan aclamado y esperado 1989). Pero previo a los 2000, Denniz PoP, cuyo nombre real era Dag Krister Volle, se encargó de enlistar a los liricistas del momento y vio escalar a la fama a muchos icónicos intérpretes del pop. Fruto de la colaboración con Max Martin —quien tampoco era estadounidense—, nació la canción Baby One More Time; Martin propuso darle vuelta a la controversia causada por el famoso hit me, baby, afirmando que la expresión “hit me” sería una forma de slang con la que los adolescentes dirían “call me”. La solución de la disquera fue estrenar la canción removiendo esas tres palabras del título. Denniz PoP fallecería de cáncer un mes antes de estrenar el sencillo en cuestión, en agosto de 1998, pero el legado de Cheiron Studios continuaría por años venideros.

Oh baby, baby, how was I supposed to know

De esta manera, sin que Max Martin tuviera forma de saber que muchos intentarían darle vuelta a la canción desde un ángulo crítico de la violencia doméstica, la canción de Britney sonaba en la radio constantemente. Pero no fue hasta que apareció el video musical, dirigido por Nigel Dick, en noviembre de ese mismo año, que presenciamos el nacimiento de una estrella. Y aunque digo presenciamos, no me refiero a la vivencia, eso habría sido imposible, pues no llegué al mismo universo de Britney sino hasta los años noventa, pero cuando uno da clic, hoy en día, al video de YouTube, se siente en presencia de algo: el inicio de un fenómeno mundial. Parte de la estrategia de mercadotecnia para hacer del video algo tan atractivo y casi adictivo, fue la decisión ejecutiva de Britney de acercar la canción a sus fans. Esto lo lograría narrando la historia a partir de la perspectiva de una estudiante en una escuela católica que solo espera que el chico que le gusta la llame, o que suene la campana que anuncia el fin del horario escolar. Todo esto fue idea de Spears, como lo cuenta el director Nigel Dick en una entrevista. La idea de Dick era solo vestir a un conjunto de adolescentes con jeans y camiseta; fue Britney quien, llegando a las pruebas de vestuario, sugirió si no sería mejor usar uniforme escolar. Según Dick, todas las prendas del video fueron elegidas en K Mart y no costaban más de 17 dólares cada una. El personaje tenía que poder imitarse de forma accesible, asequible, tenía que parecerse a la chica de la escuela promedio que tiene el corazón en vela. Sin sorprender a nadie, la canción ya llevaba semanas en el Hot 100 cuando el disco se estrenó el 12 de enero de 1999.

My loneliness is killing me

Casi una década después, comenzaría el errático proceso de divorcio de Britney del padre de sus dos hijos, Kevin Federline. Cuando ella perdió la custodia en 2007, comenzó a comportarse de manera cada vez más “escandalosa”. Y utilizo esta palabra con el deseo, precisamente, de evitar que se crea que el recuento de los hechos y los escándalos retratados por su familia y los paparazi es la única forma de ayudar a alguien que atraviesa un quiebre emocional y mental. La vida privada de Britney era inexistente. Y como fue evidente en años recientes, no podía contar con nadie de su familia. No tenía amigos. La Britney rapada en una gasolinera fue solo el fantasma de la luz que irradiaba en nuestros televisores cuando cantaba “don´t you know I still believe.

Considero que hacer un recuento de esos hechos resultaría contraproducente y hasta revictimizante, como ocurre con la iniciativa del documental de Netflix, Britney vs. Spears, donde si bien Jenny Eliscu y Erin Lee Carr hacen una investigación profunda de la situación económica y legal de Britney y su padre, muchos testimonios de la película resultan erráticos por lo mucho que invisibilizan, one more time, las emociones de la artista, convirtiéndola así, de nuevo, en un mero objeto de consumo u objeto de deseo.

Give me a sign

Las entrevistas de Britney, así como ciertas declaraciones públicas, debieron habernos dado una señal de que algo no estaba bien en su vida:

It’s weird like, you can see the cruelest part of the world. The cruelest part. But then on the other side you see the most beautiful part, do you know? And it’s like you go from one extreme to the next and they’re both worth it, because you wouldn’t see one without the other. But that cruel part, is damn cruel and you’ll never forget it.1

Si desde canciones como Lucky podía entreverse la batalla interna de la artista por llevar una vida normal entretejida con la de estrella pop, fueron muchos los momentos en los que Britney, a lo largo de la década del 2000, pedía ayuda a gritos. Trece años de control económico, social y emocional por parte de su padre dejaron una marca. Tanto así que los fans comenzaron a preocuparse por el contenido que Britney subía a sus redes sociales, en las que muchas veces se grababa bailando con la mirada perdida, mostrando una noción desapegada de la realidad. ¿Quién no querría desapegarse de una realidad en la que ni siquiera podía decidir si tenía o no hijos, si podía o no tomar vacaciones, si podía o no comprar una casa o firmar un cheque? No pierdo de vista que muchas veces es casi ridículo empatizar con figuras multimillonarias como si realmente les debiéramos algo —o existiera una relación—, sin embargo, Britney fue y será siempre un spokesperson de la soledad, la injusticia legal y el abuso familiar. Independientemente de si allá afuera existen batallas mucho más precarizadas e injustas, su historia es válida y real. Apenas a sus cuarenta años ha recobrado el poder sobre su propia vida y decisiones.

I must confess I still believe

Supongo que al final del día escribo también este texto como una disculpa pública (oh baby, baby, how was I supposed to know that something wasn’t right here?) no para una figura mediática que no tiene ni la menor idea de mi existencia, sino para todas las mujeres a las que les hemos dado la espalda en un sistema patriarcal y capitalista. Recuerdo que, en medio de la batalla legal de Britney vs. Spears, circulaban muchísimas infografías feministas que hablaban de la importancia de la independencia económica de las mujeres. Y entre los planteamientos aparecía la pregunta: si así es como vive una estrella multimillonaria de la industria musical, ¿Cuál es la esperanza para mujeres asalariadas, amas de casa y madres solteras de la clase media? Ni pensar en las personas vulnerables. Ni hablar de las mujeres negras o indígenas. Supongo que al final del día lo que quiero decir es que la historia de Britney es un ejemplo del largo camino que falta por recorrer cuando el mundo se enfrenta con una mujer que sin explicaciones hace lo que quiere, sin pedir perdón ni permiso. Una mujer que se sabe responsable de su éxito. Nada más riesgoso e intimidante que eso.

  1. Spears, Britney y Lynne Spears, A Mother’s Gift, Delacorte Press, [s. l.], 2001.

Autores
(Tijuana, 1995). Egresada de la licenciatura en Escritura Creativa y Literatura. Ganadora de la Beca Kyoto (2013) en el área de Arte y Filosofía. Fue becada desde el 2009 hasta el 2015 por el programa “Talentos Artísticos: Valores de Baja California”. Participó en el Festival Cultural Interfaz ISSSTE-Cultura "Los Signos en Rotación" en poesía (Culiacán 2018) y en ensayo (Real del Monte 2018). Ha sido seleccionada para formar parte de la XVIII promoción de la Fundación Antonio Gala (curso 2019-2020).