El mundo acuario
Las profundidades oceánicas son menos conocidas que la superficie lunar. La magnitud de las aguas marinas abruma cualquier intento de comprensión. Sin afán de explicar procesos como el conocimiento de los océanos a genios individuales o voluntades puntuales, sino tomando en cuenta que cada expedición implica un equipo y que éstos son muestras de colaboración, es importante sentenciar que sin la obra de Jacques Yves-Cousteau el estudio de los océanos no se podría explicar.
El concepto de “arché” fue fundamental en el pensamiento de los llamados filósofos presocráticos, quienes durante la antigua Grecia -específicamente durante la época arcaica- emprendieron una búsqueda reflexiva que pudiera ofrecer explicaciones racionales para entendimiento del mundo, más allá de interpretaciones de corte mitológico. Más allá de que el hecho de llamarle a estos pensadores “filósofos” ha desatado robustos debates en la historiografía de la filosofía, su influencia en el desarrollo de la filosofía clásica es indeleble en diversos sentidos, como la búsqueda del “arché”.
Éste término (ἀρχή en griego) se traduce comúnmente como “el principio de todas las cosas” o “sustancia fundamental”. Para los presocráticos, el “arché” representaba la sustancia primordial o el elemento fundamental que subyacía a todas las cosas y daba origen a la realidad. Los filósofos presocráticos tuvieron interpretaciones muy distintas sobre cuál debía ser este “arché”. Cada uno de ellos propuso su propia teoría sobre la naturaleza de este principio.
Para Tales de Mileto, un filósofo y matemático griego que vivió en el siglo VI a.C., el “arché” de todas las cosas era el agua. Es común que en la historiografía de la filosofía se determine que esta idea se basaba en su observación de la naturaleza y en su intento de encontrar una explicación racional y unificada para el mundo que lo rodeaba. Tales vivía en Mileto, una antigua ciudad griega situada en la costa del mar Egeo. La proximidad al agua y su importancia en la vida cotidiana de la región pudo haber influido en su elección del agua como principio fundamental, además de reconocer la vital importancia del agua para la vida y la agricultura. Tales pudo haber notado cómo el agua podía existir en tres estados físicos diferentes: sólido (hielo), líquido (agua) y gaseoso (vapor de agua). Esta versatilidad del agua podría haberlo llevado a considerarla como una sustancia fundamental capaz de transformarse en diferentes formas. En ese sentido, Tales argumentó que el agua era el “arché” debido a su capacidad para explicar una variedad de fenómenos naturales. Creía que el agua podía transformarse en otras sustancias, como la tierra o el aire, y que las propiedades del agua podían dar cuenta de los cambios en la materia y el clima.
No sobrará resaltar que, en distintos contextos culturales, el agua también ha tenido una significación cosmogónica, por ejemplo, en el inicio de los viejos relatos quichés del Popol Vuh que narran que “no había nada que estuviese en pie; solo el agua, el mar apacible, solo y tranquilo”.
Las teorías científicas contemporáneas sobre el origen de la vida también nos remiten irremediablemente a los océanos. Una de las teorías más ampliamente aceptadas es la de “sopa primordial” o “caldo primigenio”, formulada por Aleksandr Oparin en 1924 y que sugiere que la vida se originó en las aguas oceánicas primitivas de la Tierra.
De esa forma, la inmensidad oceánica no sólo es una imagen que se sostiene en la magnitud física de estos espacios (cubren alrededor del 71% de la superficie de la Tierra. Esto equivale a aproximadamente 361.9 millones de kilómetros cuadrados), si no por la infinidad de fenómenos humanos y no-humanos asociados a él. El océano es inabarcable y a su vez lo abarca todo; el enigma que alguna vez se materializó en monstruos marinos que eran en realidad cetáceos; el medio por el que se circunnavegó por primera vez este planeta hace siglos y la diversidad de seres que lo habitan a pesar de todo.
Fue ante esa inmensidad que el francés Jacques Yves-Cousteau entregó su vida.
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Jacques-Yves Cousteau, nacido el 11 de junio de 1910, en Saint-André-de-Cubzac, Francia, y fallecido el 25 de junio de 1997, en París, fue un pionero en la exploración submarina, divulgador del conocimiento de los océanos e importante documentalista. Su vida en los océanos se podría definir como una dedicación incansable a su estudio y una férrea determinación para concienciar al mundo sobre la importancia de conservar estos vastos ecosistemas marinos. Cousteau es un ícono inseparable de la aproximación humana a los océanos.
Cousteau nació en una familia acomodada en el suroeste de Francia. Desde temprana edad, mostró interés por el mar y la vida marina. En 1930, se unió a la Academia Naval Francesa y se graduó como oficial de la marina en 1933. Su experiencia en la marina fue fundamental para su futura carrera como explorador submarino.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Cousteau sirvió en la Marina francesa y trabajó en el desarrollo de equipos de buceo. Junto con el ingeniero Émile Gagnan, desarrolló el regulador Aqua-Lung en 1943, que permitía a los buzos explorar las profundidades marinas de manera autónoma y segura. Esta invención fue revolucionaria y abrió las puertas a la exploración submarina moderna.
En 1950, Cousteau adquirió un barco de investigación, el legendario Calypso, bautizado en honor a la ninfa que vivía en la isla de Ogigia, donde, según la Odisea de Homero, detuvo a Odiseo durante siete años prometiéndole la inmortalidad si se quedaba con ella, aunque Odiseo prefirió volver a su hogar. Con la adquisición de este icónico vehículo, formó la “Campaña Oceanográfica” que estudió a fondo, la diversidad de los ecosistemas marinos en el Mar Rojo, el Caribe, el Mediterráneo, el Pacífico y el Atlántico. A lo largo de las décadas siguientes, la nave Calypso se convirtió en una plataforma emblemática para la exploración de los océanos.
Tal vez uno de los momentos más entrañables en la carrera de Cousteau fue su alianza con el cineasta francés Louis Malle durante la producción del documental “El mundo silencioso” en 1956 cuya secuencia inicial en el que antorchas de fuego se prenden en el fondo del mar, como presagio de la exploración de otras cuevas oscuras y espacios incógnitos, inauguró nuevos caminos en la cinematografía acuática. Jacques Cousteau, junto con su equipo de exploradores, utiliza tecnología pionera de buceo y cámaras submarinas para revelar un mundo que hasta entonces era desconocido para el público. El filme se compone de una variedad impresionante de vida marina, desde coloridos peces tropicales y arrecifes de coral hasta retratos de criaturas como tiburones y tortugas marinas. Cousteau y su equipo también exploran naufragios antiguos en el fondo del océano, proporcionando una visión inédita de la historia marítima. Además de mostrar la belleza del océano, “El Mundo Silencioso” también destaca la importancia de conservar este entorno frágil y la necesidad de proteger los océanos de las amenazas humanas, como la contaminación y la sobreexplotación. Este documental recibió un premio Oscar al Mejor Documental en 1957 y contribuyó significativamente a aumentar la conciencia pública sobre la importancia de los océanos y la necesidad de conservarlos.
Jacques Cousteau escribió un libro con el mismo título que complementa la película. Aunque el libro y el documental están estrechamente relacionados, el libro amplía los temas discutidos en la película y proporciona una perspectiva más detallada sobre las experiencias y reflexiones de Cousteau en sus expediciones submarinas. Esto incluye temas tan diversos como los mares mismos como su primera experiencia con el buceo submarino y su fascinación por el mundo submarino; la relación entre los seres humanos y los peces, y cómo los humanos han dependido históricamente de los océanos para su sustento; las presiones extremas que enfrentan los buceadores de aguas profundas y la tecnología utilizada en estas expediciones y un vasto etcétera.
Su importancia en la conservación de los ecosistemas marinos es una de las causas más relevantes de la popularidad de la figura de Cousteau. El legado de Cousteau incluso se vio reflejado en la larga historia del conservacionismo ambiental en México, uno de los países de mayor tradición en ese rubro.
Jacques Cousteau visitó México en la década de 1960 y quedó profundamente impresionado por las aguas del Mar de Cortés, ubicado en la costa noroeste de México. Fue en este viaje que acuñó la famosa frase “el acuario del mundo” para describir la riqueza y la biodiversidad de este ecosistema marino. En esa serie de expediciones, el francés visitó Cabo Pulmo y contribuyó al interés por la conservación de esta área. En 1995, el gobierno de México declaró Cabo Pulmo como Parque Nacional Marino, lo que proporcionó protección legal a la zona y limitó ciertas actividades humanas que podrían dañar el ecosistema.
En 1970, Cousteau propuso la idea de una “ley de los 200 mares” en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano en Estocolmo. Esta propuesta buscaba establecer un régimen internacional para proteger los recursos marinos y prevenir la contaminación de los océanos. Cousteau recibió numerosos premios y reconocimientos por su labor en la conservación marina y la concienciación ambiental. En 1985, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Durante esa época, a pesar de su edad avanzada, Cousteau siguió liderando expediciones y produciendo documentales, incluyendo la serie “El Mundo de Cousteau” para la televisión francesa. Jacques Cousteau falleció el 25 de junio de 1997, en París, a la edad de 87 años. Su muerte marcó el fin de una era en la exploración submarina y la conservación marina. Su gorro rojo, ya automático referente de la aventura y la expedición ante el llamado “mundo natural” es ahora una especie de gorro frigio, estandarte de otras causas.