Soledad Vélez y el camino oscuro y denso del blues
Existen diferentes motivos para atreverse a un exilio voluntario, la mayoría de los casos tienen a la política de fondo, seguida por motivos existenciales y de búsqueda de identidad. No falta quien en la lejanía busca afirmar su personalidad y creencias. Luego vendrían las causas amorosas, pues también hay quien deja su tierra para separarse de una pasión malograda. Tal es el contexto general, por ello resulta muy peculiar el caso de esta artista chilena de la que hoy les hablaré, la cual dejó su país con la idea de ejercer a plenitud su profesión y realizarse.
Dicha historia cobra fuerza al tener en cuenta que esta mujer procede de una familia en la que el padre era compositor, y quien a pesar de estar relacionado con el oficio ―o quizá por ello mismo― se opuso radicalmente a que su hija incursionara en el ramo. Al interior de su núcleo íntimo se gestó un ambiente de desaprobación con cada una de las acciones emprendidas por la joven, nacida en Concepción en 1988 y crecida en distintos poblados de la provincia.
Ella cuenta que no le quedó más remedio que cambiar de aires, quemar las naves y marcharse a Europa, donde terminó asentándose en Valencia, España. Un acto valiente que contrasta con la timidez que suele mostrar antes los medios y que también era evidente en su primer disco muy afortunado. En Wild fishing (2012) dejó en claro que lo suyo es la tradición del blues, a veces más distorsionado, a veces apegado a las raíces, pero en el que destaca un registro grave de voz que le aporta gran profundidad y fuerza.
Las apreciaciones más inmediatas la vinculan con la P. J. Harvey más aferrada a lo medular, como en Let England Shake, pero escuchando con atención apreciaremos que esta joven va levantando polvo por una senda por la que ya transitaron mujeres huidizas como Marianne Faithfull, Stevie Nicks y Lucinda Williams. También, por aquellos lares había otras chicas con intenciones similares, como Maika Makovski y Ainara LeGardon.
El halo que Soledad se ha construido es oscuro y denso; en el escenario encontramos a una fémina atribulada que se pertrecha detrás de un vozarrón y que no evita dejar ir historias confesionales maquilladas con letras abstractas. Lo mismo hace cuando atiende a los medios. Aunque no tiene reparos al momento de hablar de su familia ―con la que actualmente se reconcilió, después de 5 años―. A ella le aplica aquello de: se perdona pero no se olvida. “Me dieron la espalda. Me dijeron que si iba a dedicarme a la música no me apoyarían de ninguna forma. Intentaron convencerme de que no me fuera, de que era una locura”.
Y al parecer tiene ganas de ganarlo todo en un breve tiempo. Apenas se tardó unos cuantos meses en presentar un segundo disco. Run With Wolves (Absolute Beginners, 2013). La fuerza obtenida de la perseverancia profesional y la vivencia de las mieles del amor de pareja (con el contrabajista Juan Iscla) nos han traído la confirmación de sus virtudes y buenas decisiones.
Admiradora de Billie Holliday y los compositores clásicos rusos, para su segunda incursión superó un problema con el sistema nervioso que la tuvo al borde del colapso y se dedicó a componer: “sobre cosas que me han hecho sufrir muchísimo y necesitaba hacerlas: es como un exorcismo”. Lo que queda expuesto desde la inicial “On fire”, de la que cuenta que escribió pensando en el estilo de Tom Waits, con quien se siente muy identificada.
Tanto su personalidad como su talento le han ganado a Vélez un lugar en la escena valenciana; tan es así que en la producción repite con Jesús de Santos, miembro de Polar, y en los controles del estudio Río Bravo a Xema Fuertes y Cayo Bellveser (que se reparten entre varios proyectos: Josh Rouse, Ciudadano, Refree, Maderita).
Juntos han dado con piezas estremecedoras como “Keep Walking” ―joya del álbum― en donde el blues-rock aflora con toda potencia y que luego contrasta con “How to Disappear”, en la que incorpora un ukelele ―va de los chispazos de electricidad al remanso más acústico.
Run With Wolves es un trabajo atractivo porque no carece de misterio y una belleza enigmática; su autora exhibe su capacidad como instrumentista ―toca guitarras, teclados y otros instrumentos― y entrega momentos notables como “I’ve Been Gone So Long” y “Milky Way”. Tenemos delante una obra hecha al alto contraste, ya que por un lado tenemos el físico de la cantante ―hermoso y aparentemente frágil―, y por el otro, su registro vocal cavernoso y la tensión entre oscuridad y luz de sus composiciones.
Son 12 canciones que no todas saben a ciudad; hay algunas para recorrer carreteras y otras que parecen propias para una pesadilla entre tupidas arboledas, ya que Soledad ha comentado: “He vivido la mayor parte de mi vida en la naturaleza plena, en pueblos perdidos del bosque, ya sea en los Andes, en la playa o en la falda del volcán Antuco, y me siento más segura en sitios así que en la ciudad, donde vivo con un miedo constante”. Soledad Vélez es una cantante que no arredra para combatir sus temores y obstáculos; he aquí la oportunidad de acompañarla a lo largo de un periplo inquietante e intenso.