Tierra Adentro
Portada de "Un lugar llamado Notting Hill", 1999. Director: Roger Michell.
Portada de “Un lugar llamado Notting Hill”, 1999. Director: Roger Michel

¿Les gusta el romance? A mí me gusta mucho. Puedo decir ahora, sin problemas y sin vergüenza, que es uno de mis géneros favoritos de lo que sea. ¿Películas románticas? Aquí me tienen. ¿Libros? Con gusto. ¿Obras de teatro? Por favor. ¿Teatro musical? Sí, sí, sí. ¿Exposiciones de arte? Será un placer asistir. ¿Canciones? Dame la playlist. ¿Cómics? Con gusto leeré hasta el último capítulo. ¿Cosas experimentales? Haré todo lo posible por estar ahí. Cuando se trata de romance puedo leer el best-seller más chatarra y la obra más aclamada del mundo. Me río con lo malo y disfruto lo excelente. Me sé todos los tropes y, claro, tengo mis favoritos. Pero entre todo eso, lo que más disfruto es una buena comedia romántica. Aun si durante los últimos años he sentido que ya no vivimos en la era dorada que nos trajo Notting Hill.

Las comedias románticas, o romcoms, inundaron los cines a finales de los años 90 e inicios de los 2000. Sencillas, sin mayor ciencia que la química de sus protagonistas, un humor simple y romances formulados para ser perfectamente irreales y aun así parecer alcanzables, moldearon el ideal del amor romántico de generaciones completas. Desde luego, a todos nos llegó el momento en el que nos dimos cuenta de que la vida no era tan sencilla como el meet cute, los malentendidos que se resuelven con facilidad y la perspectiva de un felices para siempre al final del camino, acompañado, de preferencia, por un gran acto romántico, pero ¿Era en serio tan irreal pensar en que algún día nos encontraríamos en el lugar de Julia Roberts (solo una chica parada frente a un chico, pidiéndole que la ame), o incluso en el de Bridget Jones, corriendo bajo la nieve en calzones hacia el hombre que la ama tal y como es? Las romcoms nos llenaron de esa esperanza con sus protagonistas carismáticos, sus tramas sencillas, ideales y cómicas, una mirada siempre optimista del amor.

Podemos rastrear el origen del género al Old Hollywood de 1920 con Girl Shy (1924), y Sherlock Jr. (1924), llenas de carisma, ternura y giros inteligentes de la trama. A partir de ese momento, las comedias románticas seguirían transformándose al infinito. 

En las décadas de 1930 y 1940, con la llegada de las películas con sonido o talkies, vimos la llegada de una comedia más física con diálogos rápidos y protagonistas ingeniosas; esta fue la era de Barbara Stanwyck, Katharine Hepburn y Cary Grant, de películas que servían de escape para durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Posteriormente, entre las décadas 1950 y 1970, el género progresó añadiendo a protagonistas más femeninas y nos vimos en riesgo de perder el aspecto cómico de las romcoms para quedarnos solo con el romántico. Fue la era de la revolución sexual, de Marilyn Monroe, Rock Hudson, Doris Day, James Garner, Audrey Hepburn, Jane Fonda y Diane Keaton. Fue aquí cuando empezamos a tener películas de culto: Gentlemen Prefer Blondes (1953) o Breakfast at Tiffany’s (1961). Cuando el género estuvo a punto de agotarse, lleno de las mismas tramas cliché, llegó Woody Allen con Annie Hall (1977) y Manhattan (1979) a cambiarlo todo. 

Guiado por Annie Hall, el género se volvió más experimental y llegó el inicio de la época dorada de las romcoms, aquí aparecen algunos de los clásicos que amamos: When Harry Met Sally (1989), Pretty Woman (1990), Sleepless in Seattle (1993), Four Weddings and a Funeral (1994), Clueless (1995), My Best Friend’s Wedding (1997), You’ve Got Mail (1998), Notting Hill (1999), 10 Things I Hate About You (1999). Fue la época de Hugh Grant, rey indiscutible de las comedias románticas, de Julia Roberts, Tom Hanks, Meg Ryan y Sandra Bullock. Fue Heath Ledger bailando y cantando “I love you baby” a todo pulmón. Fue un asunto histórico porque a partir de 1999 y su inolvidable Notting Hill, cada fin de semana había una nueva comedia romántica haciendo su debut en los cines del mundo entero.

El nuevo milenio llegó con películas como How to Lose a Guy in 10 Days (2003),Love Actually (2003), 13 Going on 30 (2004), la serie de Bridget Jones (2001 y 2004), The Holiday (2006), Music and Lyrics (2007), 27 Dresses (2008) y muchas otras más. Las romcoms empezaban carreras, Julia Roberts, Reese Witherspoon y Sandra Bullock tuvieron sus inicios gracias a ellas y nadie estaba a salvo de protagonizar en una; recordemos a Erica Barry (Diane Keaton) enamorándose perdidamente en sus vejez del antipático Harry Sanborn (Jack Nicholson) mientras el joven doctor Julian Mercer (Keanu Reeves) se enamora a su vez de ella en Something’s Gotta Give (2003); o a Meryl Streep, Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgard en Mamma Mia! (2008). Pero, tristemente, este fue el momento en el que el género llegó a su límite. 

Agotadas por la sobreexplotación, las comedias románticas fueron reduciendo su calidad hasta casi volverse un género extinto. ¿Cuál fue el problema? ¿Nos cansamos de los triángulos amorosos? ¿De los clichés y las tramas repetitivas? ¿Nos cansamos de los meet cute (ese momento en el que los protagonistas se conocen) poco imaginativos? ¿Nos hartamos de otra reescritura más de Orgullo y Prejuicio, y otro giro más a alguna comedia romántica del padre de ellas, William Shakespeare? ¿Fue nuestro hartazgo el que hizo que los escritores, directores y productores dejaran de creer en las romcoms? Sí, pero también hubo otro culpable: Iron Man(2008).

Sería más acertado decir que el culpable fue Marvel, pero, después de todo, el éxito de Marvel inició de verdad en 2008 con el estreno de Iron Man que le mostró al mundo no solo que las películas de superhéroes podían ser rentables (eso ya lo sabíamos un poco), sino que era posible soñar con universos multiconectados, con franquicias interminables, con grandes presupuestos para contar grandes historias y las pequeñas historias como la de un librero que se enamora de una estrella de cine, la de una pareja de jubilados que encuentran el amor o la de dos adolescentes que descubren que se odian tanto como se aman, dejaron de tener tanta importancia. En su libro From Hollywood with Love: The Rise and Fall (and Rise Again) of the Romantic Comedy, Scott Meslow detalla que cuando Marvel vio funcionar la franquicia de los Vengadores, Hollywood se olvidó de las películas de presupuesto medio (donde podemos incluir a las romcoms) y apostó por las franquicias y los remakes con presupuestos grandes. Así fue que dijimos adiós, Bridget Jones; hola, Thor. Y eso estuvo bien, por un tiempo. Después de todo, ya habíamos tenido suficiente.

Las pocas romcoms (las pocas buenas porque Hallmark siguió haciendo las suyas) que llegaron después, fueron (necesariamente) distintas. Tras agotar el género de lo irreal, empezamos a sumergirnos un poco en el de lo real. Ya habíamos explorado lo suficiente con tramas donde el chico se queda con la chica (con alguna excepción por ahí), donde todo sale bien, donde las dificultades se resuelven siempre, así que irremediablemente tuvo que llegar alguna donde esto no se cumpliera (500 Days of Summer [2009]), o alguna donde no solo fuera comedia y romance, sino también un poco más de drama (Silver Linings Playbook [2012]) o, incluso, una que nos destrozara por completo el corazón después de pasar 90 de sus 110 minutos llenándonos de esperanza (Me Before You [2016]). Pero estas comedias románticas eran distintas, a su manera, un poco más reales. No había duda, hacía mucho que habíamos dejado atrás a Notting Hill.

En los últimos años, las comedias románticas han ido regresando poco a poco gracias a las plataformas de streaming y a las casas productoras apostando nuevamente por el género. Así, una nueva ola de romcoms llenó lentamente nuestras pantallas. Distintas, pero lo suficientemente similares a sus predecesoras, esta nueva era cuenta con mayor representación que las comedias románticas clásicas. Así, llegaron historias como Crazy Rich Asians (2018), To All the Boys I’ve Loved Before (2018), Love, Simon (2018) o The Half of It (2020). Estas nuevas romcoms cuentan historias de la comunidad LGBT+, de comunidades étnicas pasadas por alto en el género, de parejas interraciales, de parejas que no siempre terminan juntas, e intentan regresar a esa sensación romántica, entre irreal y realista que nos trajeron las romcoms en la década de 1990 y, aunque es muy pronto para saberlo, parecen augurar el regreso total del género.

En el corazón de las comedias románticas está el deseo, que tenemos todos, de encontrar a alguien que nos ame como Mark Darcy ama a Bridget: tal y como somos. Alguien que nos vea de verdad, que nos ame como queremos ser amados. Es un asunto universal y qué mejor si ese alguien es guapo como Jude Law, carismático como Hugh Grant y gracioso como Jack Black. 

Las comedias románticas funcionaban porque proyectaban ese deseo, lo hacían parecer posible. Desde luego, muchas de ellas lo hacían manteniendo una visión del amor romántico insostenible (como la idea de que aunque alguien diga que no, si se insiste lo suficiente eventualmente cederá ante el poder de nuestro amor) o idealizando estándares imposibles (¿Cómo que no abandonarás tu vida de estrellato por estar a mi lado? ¿Cómo que el amor de mi vida no me va a encontrar de pronto un día en la calle y será exactamente como lo he soñado?) o estándares de belleza ridículos (como Bridget Jones asumiéndose gorda pesando 61kg y midiendo 1,63m) o que todos los protagonistas de las romcoms más famosas sean blancos.

Y, sin embargo, con todo lo que las hace ser irreales, sigue sin haber nada mejor que Hugh Grant paseándose por el mercado de Notting Hill con el corazón roto mientras cambian las estaciones; o esa escena donde en la boda del personaje de Katherine Heigl están las 27 personas para quien fue dama de honor, todas usando el vestido de dama que ella usó en sus bodas; o cuando el personaje de Julia Roberts deja ir por fin a su mejor amigo, renunciando a seguir obsesionada con que él vuelva a amarla. 
Quizá su encanto esté, aún con lo problemático que pueda ser a veces, en la esperanza que nos dan no solo en que el amor es posible, un amor de esos que nos hacen hacer cosas estúpidas, sino en que ese amor también puede ser posible para nosotros; solo hace falta encontrarlo y quizá, sólo quizá, ese amor nos hará bailar bajo la lluvia, correr semidesnudos en la nieve, hacernos pasar por periodistas, componer una canción, cantar a todo pulmón y ser felices para siempre. Mientras tanto, mantendré mi ojo puesto en la nueva generación de comedias románticas esperando el renacimiento del género.

Portada de "Un lugar llamado Notting Hill", 1999. Director: Roger Michel
Portada de “Un lugar llamado Notting Hill”, 1999. Director: Roger Michel