Sinfonía No. 38, Praga de W.A. Mozart
Mozart condujo esta sinfonía por primera vez el 19 de enero de 1787 en la ciudad de Praga ante una orquesta conformada por dos flautas, dos oboes, dos contrabajos, dos cornos, dos trompetas, una percusión, tres violines y dos violas.
Para la década de 1780, Mozart ya no tenía trabajo en Viena. Sin embargo, en diciembre de 1786 fue invitado a la ciudad de Praga a dirigir algunas de sus obras y ofrecer conciertos. Para entonces su ópera Las bodas de Fígaro estaba, literalmente, en boca de todos en Praga. Esa obra había tenido una recepción increíble. (Aún hoy en día puede apreciarse el cariño y respeto que se tiene en Praga por la música de Mozart.) Fue en esa misma ciudad en la que Mozart tocó su concierto para piano más reciente (el K. 503, en Do mayor). Un año antes, Mozart había publicado sus seis cuartetos para cuerdas dedicados a Haydn. (Estos cuartetos son admirables entre otras cosas por sus disonancias, lo que les daría un carácter más sombrío.)
La noche del estreno de su sinfonía 38, Mozart ofreció un encore de media hora improvisando en el piano y después una serie —también de improvisaciones— de doce variaciones del Non più andrai de Las bodas de Fígaro por media hora más. “Mi orquesta está en Praga y la gente de Praga me entiende” escribió Mozart en una carta a los músicos que lo habían invitado. Y dicha afirmación no es poca cosa porque esta sinfonía fue la primera de Mozart en transformar las convenciones sociales o la función de la sinfonía (entretener momentáneamente al público antes de escuchar una ópera o servir de música de fondo) para generar un discurso distinto y, por ende, para forzar al público a escuchar de manera distinta. Al igual que con sus cuartetos Haydn, la sinfonía Praga exigía una mayor atención del público para ser apreciada.
La introducción de la sinfonía 38 es lenta, con un carácter formal que muy pronto se torna en un complejo juego de variaciones. La música avanza de manera continua buscando una cadencia, un momento de descanso en su tonalidad base, como era costumbre, pero esto no ocurre. Durante un largo rato la melodía sigue transformándose y sólo se detiene en un inesperado cambio a una tonalidad de re menor. Se trata de un movimiento cuya estructura, complejidad y extensión son difíciles de igualar (no sigue los esquemas convencionales de un tema A más un puente, un tema B y sus repeticiones sino ofrece una multiplicidad de varios temas). El primero de la sinfonía 38 es el movimiento sinfónico más largo de las obras compuestas en el siglo XVIII. No sólo su extensión sino la ausencia de las formas convencionales de desarrollo hicieron que el público tuviera que escuchar con una atención también inusual.
Una vez presentada esta armonía en re menor, la música continúa con una poderosa secuencia in crescendo a la que sigue su correspondiente descenso como una manera de ponernos en alerta. Nos prepara para un allegro que inicia con suavidad y que se abre paso con un acompañamiento de síncopas. Es ahí que escuchamos la música festiva a cargo de las trompetas y tambores. La música de este movimiento tiene una textura cromática y polifónica como nunca se había compuesto hasta entonces en una obra sinfónica. Es decir, varios instrumentos proponen líneas melódicas independientes que se entretejen con sutileza a la vez que hacen eco entre ellas por las distintas sonoridades de los instrumentos. Cuando se habla de color en la música, normalmente hablamos de la sonoridad particular de un instrumento o de la voz de un cantante. Por ejemplo, una melodía interpretada por el piano puede ser inmediatamente repetida por los violines y luego por los alientos. Dado que es la misma melodía, lo que cambia es sobre todo el color, la manera en que suena en cada caso.
En el Andante apreciamos el contrapunto de las frases repetidas entre las cuerdas y los alientos, lo que provoca una tensión impropia de un movimiento que suele ser más un área para la distención. Normalmente los segundos movimientos de una sinfonía (sobre todo en los siglos XVIII y XIX) son lentos y suaves; no sorprenden mucho en su carácter. Sin embargo, este Andante es tal vez el más celebrado en la obra de Mozart por la multiplicidad de recursos hilvanados con gran delicadeza. Las armonías tienen un ligero carácter sombrío (también inusual en esa época). Es el movimiento lento sinfónico con mayor variedad de emociones compuesto hasta entonces por Mozart en una sinfonía.
La 38 es una sinfonía de tres movimientos (otra convención rota, pues lo común sería que tuviera cuatro) y por ello carece de un Minueto. El Andante nos lleva directamente al último movimiento, un final cuya fuerza es menos grandilocuente que el de sinfonías posteriores (40 o 41) y por ello también resulta peculiar. La frase con la que inicia el último movimiento es una cita de Las bodas de Fígaro (tomada del dueto entre Susana y Cherubino del Acto II) cuya fuerza y disonancia nos recuerda que si Mozart ya buscaba esa sensación de disonancia era porque tanto su expresión artística iba en pos de ese camino como porque el público mismo requería de algo más para ser atraído. Hay una manera enérgica y contundente de redondear la sinfonía a fuerza de cambios breves y continuos en la intensidad (las dinámicas) y la determinación sostenida con que debe tocarse para lograr el efecto buscado. Recordemos que ante una mayor repetición de frases, como era la costumbre en esta época, esta determinación es fundamental para que cada nota suene con una intensión propia y no como una mera repetición de lo que ya se ha expresado. De hecho, el que la introducción del primer movimiento fuera extraordinariamente lenta es un elemento más que apunta hacia una llamada de atención del público. Desde ese instante el escucha acostumbrado a obras de la época sabe que está frente a una sinfonía absolutamente distinta.
Si bien las sinfonías más celebradas de Mozart son las últimas tres (39, 40 y 41), la 38 contiene ya todos los elementos que harían de este compositor austriaco uno de los mayores exponentes de la música sinfónica. Escucharla nos permite apreciar el verdadero momento de transición del lenguaje sinfónico de Mozart y, por ende, de la música en general dada la importancia e influencia que tuvo la música de este compositor. La sinfonía Praga constituye una oportunidad para asomarse al tipo de ejercicio que tenía que realizar el público de finales del siglo XVIII al intentar reconocer una serie de elementos musicales a los que estaba habituado, al mismo tiempo que tenían frente a sí una de las mayores innovaciones de la música sinfónica.
Versiones recomendadas:
- La de Karl Böhm a cargo de la Filarmónica de Berlín (1959) es una de las más equilibradas por conservar los matices cromáticos en todo momento sin caer en toques románticos y ritmos apresurados como suele ocurrir al tratarse de obras de la época tantas veces interpretadas (e.g. la de Von Karajan de 1977 también con la Filarmónica de Berlín).
- Una versión magistral es la que ofrece Frans Brüggen dirigiendo la Orquesta del Siglo XVIII (Philips: 1988). Cada uno de los tres movimientos está reflejado desde una visión más íntima, arriesgada por la variación inesperada de los tempi y enfatizando las tonalidades oscuras de la obra (tan difíciles de subrayar sin aspavientos). Una joya.
- Cuando Neville Marriner dirige la Orquesta de St. Martin in the Fields e interpreta alguna obra de Mozart siempre hay garantía de una ejecución impecable, de una claridad en la interpretación, mesurada y respetuosa de las dinámicas. Sin embargo, en ocasiones (como en la grabación que hizo de la Sinfonía 38 para el sello Philips en 1980) carece de una apuesta un poco más personal.
- Una de las versiones más recientes y expresivas es la que interpreta la Orquesta Filarmónica de la República Checa dirigida por Manfred Honeck, discípulo de Claudio Abbado y quien aprendió de él el arte de la precisión. A la pulcritud de la ejecución de los músicos de una de las orquestas más constantes de Europa se añade un cuidado en las dinámicas (cambios de volumen, intensidad, velocidad, etcétera) que, como hemos mencionado, son todo un reto en esta sinfonía.