Tierra Adentro
“Paloma”, de Acapulco, por Patrick López Jaimes, 2010.

Para continuar la conversación que iniciamos en el número de mayo de 2014 (32 futuras geografías), decidimos abordar el tema del desplazamiento y la migración: jóvenes artistas que, por diversos motivos, se mueven hacia otros lugares. Del controversial centralismo del Distrito Federal como estancia obligada para los artistas del país, al impacto de la violencia en la vida cultural y el rico intercambio cultural de la frontera norte, transitamos junto con los creadores para conocer sus bifurcaciones, obstáculos y conquistas. Las fotografías de Patrick López Jaimes dialogan con las piezas que componen este dossier para presentar un contrapunto visual.

 

¡Viajar! ¡Perder países!
¡Ser otro constantemente,
por el alma no tener raíces
de vivir viendo solamente!
Fernando Pessoa

 

De los estudios y censos sobre migración interna en México podemos hacer una interpretación general, pero para abordar el contexto artístico proponemos ir al núcleo: las historias. Con ellas podemos darnos cuenta, desde la experiencia íntima, de la convergencia de dos posturas que estudian al nomadismo joven: las condicionantes socioeconómicas propias de México —las cuales intervienen en el consumo cultural— y el espíritu inquieto de nuestra cultura, que ha colocado a la trashumancia como una condición casi inherente de las prácticas artísticas actuales, de la que se desprenden estéticas y corrientes teóricas. Estos nómadas son desplazados, y son también artistas en plena búsqueda.

Definitivamente, en el contexto de las actividades creativas, la migración interna se expresa en pequeños detalles, pero no escapa de los motivos generalizados que detonan este fenómeno: la búsqueda de crecimiento personal, la falta de oportunidades, el desplazamiento forzado por violencia o catástrofes naturales y escasez de plataformas de desarrollo. Tampoco es ajena a las estadísticas predominantes: quince de cada cien personas entre quince y veintinueve años de edad residen en una entidad federativa diferente a donde nacieron y, entre 2005 y 2010, cuatro de cada cien cambiaron su residencia a otro estado. En ese mismo periodo, Nuevo León, Estado de México, Jalisco y D.F., las entidades donde se ubican las tres zonas metropolitanas con mayor relevancia económica y demográfica, tuvieron la mayor movilidad interestatal de población joven. Además, veintiún por ciento de los jóvenes que migran a otro estado cuentan con estudios universitarios. Estos números representan, también, un cambio de paradigma: se confirma que ahora predomina el trayecto urbe-urbe sobre el de campo-ciudad.

Los caminos que se bifurcan

¿Cómo impacta el nomadismo artístico la vida cultural de las ciudades que abandonan los creadores? ¿Es posible cuantificar en saldo positivo o negativo? La noción de pérdida es lo primero que viene a la mente: el artista se lleva consigo su producción y conocimientos, junto con los beneficios, tangibles o no, económicos y culturales, que podrían atraer a los  contextos en los que se desarrollan. Pero las estadísticas no indican una desbandada: los artistas activos son mayoría en su ciudad de origen, por lógica de la proporción de migrantes. De acuerdo a lo expresado en el número de mayo de 2014 de esta revista (32 futuras geografías), lo que sucede en la ciudad de origen depende de los que deciden quedarse, ya sea desde el trabajo independiente y colaborativo, o bien en la relación que establezcan con las instituciones culturales, privadas o públicas, de su comunidad.

“Ave”, de Espacios suspendidos, 2011.

“Ave”, de Espacios suspendidos, por Patrick López Jaimes, 2011.

Además, dejar el terruño no implica —aunque hay excepciones— desconectarse de él; al contrario, multiplica posibilidades. La camaradería y conexiones de trabajo que los artistas nómadas hilan entre ciudades, colectivos, plataformas y espacios, son las que pueden sumar a la labor en su ciudad de origen; transformarlas en redes de cooperación organizadas favorece la circulación de las ideas y de la producción artística, lo que a su vez deriva en ampliación de públicos, generación de recursos y sostenibilidad de proyectos. Esta conexión vital entre ciudades mexicanas ya es visible a través de los artistas que experimentan el nomadismo: espacios y colectivos de Tijuana, Distrito Federal, Guadalajara y Oaxaca cuentan con una sutil red de intercambio a la que dan vida artistas nómadas. Un ejemplo es Leslie García, artista multimedia, quien ha movilizado proyectos como Pulsu(m) Plantae y City Listeners a través del circuito independiente y la colaboración institucional; en cada ciudad que visita, además de mostrar su trabajo, imparte talleres y, así, el conocimiento —que deriva en producción artística— germina más allá de su ciudad de origen.

En otros países, pero en el mismo ámbito, estas conexiones se dan de manera orgánica aunque sistematizada, como se observa en On the Move, una red internacional de movilidad cultural. Un ejemplo paralelo en México es el sector académico, donde explícitamente se buscan mecanismos para transformar la “fuga de cerebros” en “intercambio de cerebros” mediante asociaciones, redes y foros de iniciativa institucional o de autonomía estudiantil.

Resulta alentador encontrar algunas corrientes de pensamiento que examinan el nomadismo contemporáneo y mantienen una tónica apologista. Esto no sólo reafirma aquella necesidad primigenia del nómada y los beneficios que trae a la creatividad el refrescar los contextos, sino que anima a concebir esta circunstancia desde una visión crítica a nivel social, como explica Martín Perán, historiador de arte: “la cultura contemporánea ha tenido que salir de su casa, porque lo que le ofrecía la casa, la estabilidad, etcétera, no ha sido suficientemente satisfactorio, y por lo tanto hay que volver a empezar: volver a empezar es salir de casa, es decir, convertirse en nómada”; a niveles que rozan lo hedonista, como apuesta el sociólogo Michel Maffesoli:

La vida errante es la expresión de una relación diferente con los otros y con el mundo, menos ofensiva, más suave, algo lúdica y, claro, trágica, pues se apoya en la intuición de lo efímero de las cosas, de los seres y de sus relaciones. Sentimiento trágico de la vida que, a partir de entonces, se consagrará a gozar, en el presente, de lo que se deja ver, de lo que se puede vivir día tras día, y que obtendrá su sentido en una sucesión de  instantes que serán preciosos gracias a su misma fugacidad.

El arte y las ideas necesitan contrastarse, refrescarse, circular y enfrentarse y, sobre todo, difundirse en tantos lugares como se pueda. Al indagar los motivos de la trashumancia artística, se aprecia que el motor principal es esta búsqueda y no, como sucede en otro tipo de éxodos, una cuestión de supervivencia frente a problemas sociales generalizados como la violencia. En este caso el límite se encuentra, principalmente, en las fronteras. Lejos quedaron las épocas en las que escritores, músicos o pintores podían viajar a otros países con pocos recursos o a través de trabajos comunes; la geopolítica actual y las cada vez más complejas restricciones para traslados internacionales han vuelto  el nomadismo internacional un fenómeno casi exclusivo de las clases sociales altas. Así, esa necesidad se resuelve viajando dentro del país.

Sin domicilio conocido

Mediante puntos de reflexión acerca de los motivos de la partida, los procesos para adaptarse a sus lugares de destino y su mirada particular sobre este fenómeno, los siguientes relatos nos muestran las distintas texturas de la migración. No quedan fuera los fenómenos sociales que los rodean ni su peculiar vínculo con el centralismo y el paradigma del D.F. como la ciudad para  las artes. Estos cuatro testimonios recuperan el trayecto de un puñado de artistas mexicanos: dos escritores y tres músicos menores de treinta y cinco años:

Ibán de León

Vanessa Téllez

Lorena Quintanilla y Alberto Gonález

Aimée Theriot

 

“Conjunto residencial”, de Espacios suspendidos. Cholula, Puebla. Inicio ca. 2001, conclusión desconocida.

“Conjunto residencial”, de Espacios suspendidos, por Patrick López Jaimes. Cholula, Puebla. Inicio ca. 2001, conclusión desconocida.