Encontradas correspondencias
Muchas cosas se dijeron sobre el susodicho “puto” que la afición mexicana gritaba en Brasil en el partido contra la selección anfitriona en el estadio de Fortaleza el pasado 17 de junio. No me meteré en ese asunto ya tan llevado y traído en los últimos días en prácticamente todos los medios en los que escribieron muchos editorialistas convertidos en opinólogos de circunstancia. Lo que llamó mi atención fue que a razón del hecho y para curarse en salud, varios usuarios citaron en sus redes sociales un soneto satírico de Francisco de Quevedo:
Desengaño de las mujeres
Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.
Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rato putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía.
Mas llámenme a mí puto enamorado,
si al cabo para puta no os dejare;
y como puto muera yo quemado,
si de otras tales putas me pagare;
porque las putas graves son costosas,
y las putillas viles, afrentosas.
Aunque Quevedo usa mucho la palabra en distintas acepciones a lo largo del poema, sólo en un verso lo hace con referencia a la homosexualidad, cuando dice: “y como puto muera yo quemado”, pues eran los tiempos en que la Inquisición quemaba a los sodomitas en leña verde (en otro soneto más escatológico dice que el pedo es el ruiseñor de los putos). Por lo demás, como puede verse claramente desde el título, lo que hace Quevedo en ese soneto es continuar con una idea que aparece mucho en sus sonetos satíricos: que las mujeres son unas interesadas, que sólo les importa el dinero, es decir, son unas putas en el sentido de “prostitutas”, que no sirven para nada, que quien se meta con ellas es un puto que de ellas se fía. ¿Se puede decir, entonces, que Quevedo era un misógino? Desde luego que no.
Así como arremetía contra las mujeres, Quevedo ponía todo su ingenio en esos gozosos sonetos satíricos para ridiculizar a los italianos a quienes, allí sí, no bajaba de “putos”, en el sentido de “afeminados” o “maricones”, por sus refinadas maneras de vestir pero sobre todo por sus delicados rasgos físicos. (Todavía hasta hace unos años, Guillermo Fernández, nuestro gran traductor del italiano, repetía socarronamente que “el italiano es una lengua muy maricona”.) Y ya encarrerado, Quevedo también se burló de nuestro célebre dramaturgo, Juan Ruiz de Alarcón, ese “intruso” americano en el teatro español, por ser de este lado del Atlántico pero sobre todo por jorobado. ¿También era Quevedo xenófobo? No, tampoco lo era.
A quien sí calificaba Quevedo de “puto”, en el sentido de “maricón”, “sodomita” o nuestro actual “homosexual” y “gay”, para insultarlo, claro está, era a su gran rival Luis de Góngora, de quien se rumoraba en la Corte del rey de España (donde Góngora servía) sobre sus nada ortodoxas tendencias sexuales. De hecho, en esos divertidos cruces de poemas satíricos, uno y otro, y luego hasta le entró también Lope de Vega, se tildaban de maricones. Y era lo usual de la época.
Lo que hizo Quevedo en el soneto “Desengaño de las mujeres” es seguir con un tópico de la poesía satírica: sacar provecho económico de un favor sexual. Así aparece en un jocoso epigrama del poeta latino Marcial (“A Hilo, marica pobre”, Epigramas, II, 51), en El ánima de Sayula, un poema popular en el que un hombre muy pobre está dispuesto a tener un encuentro para tener algo de comer con una ánima que siempre busca de un “puto pasivo”, es decir, que recibe la embestida; este poema fue muy conocido durante un tiempo y hoy está bastante olvidado. En cambio, nuestros poetas Renato Leduc, Octavio Paz, Efraín Huerta y hasta, faltaba más, Novo tienen versos en los que sí se acusaban a los homosexuales de lo que eran. Novo, por ejemplo, le escribió a su amigo Xavier Villaurrutia:
A una pequeña actriz tan diminuta
que es de los liliputos favorita,
y que a todos el culo facilita:
¿es exageración llamarle puta?
Por cierto que a mediados de los años treinta del siglo pasado, cuando llegaron todos los españoles exiliados a México, Novo, Villaurrutia y Rodolfo Usigli, escribieron unos epigramas en contra del poeta y editor José Bergamín, quien había escrito que Ruiz de Alarcón fue un intruso en el teatro de los Siglos de Oro. Retomando esa polémica, Novo, Villaurrutia y Usigli se desquitaron arremetiendo ahora contra esos nuevos intrusos que llegaban a hacer la América, los epigramas los publicó José Emilio Pacheco en su “Inventario” de Proceso (núm., 363, 17 de octubre de 1983, pp. 52-53) y luego Sheridan sin saberlo los ofreció como inéditos en Letras Libres (núm., 56, agosto de 2003, pp. 18-27). Bergamín, desde luego, no se quedó callado y escribió sus propios sonetos satíricos en los que aprovechó las homosexualidades de Novo y Villaurrutia para burlarse de ellos: “A jorobarse tocan ¡mariquillas!”. Es muy lamentable que se haya perdido esa corriente satírica de la poesía, engolosinados de lirismo como estamos los poetas actuales hemos olvidado esas otras vetas poéticas.
Como se ve, ese soneto no tiene nada que ver con el contexto futbolista en el que se usó para defender el uso de “puto” por parte de los mexicanos en las tribunas de los estadios brasileños. Quevedo no sólo no era misógino, ni xenófobo, ni homofóbico porque simplemente esos conceptos no existían en su época (como no existían “lesbofobia”, “transfobia” y todos esos neologismos que ahora se han inventado al por mayor), sino porque cuando todos lo eran lo verdaderamente raro e inimaginable era que alguien convocara a una marcha multitudinaria para defender los derechos de las minorías. Quevedo es misógino, xenófobo y homofóbico porque así leemos nosotros, ciudadanos del siglo XXI, a un poeta del siglo XVI, con toda nuestra corrección política encima, espantados de que en aquellas épocas incivilizadas se pudieran decir tantas barbaridades.