La escritura en el vacío. Aproximaciones a Verónica Gerber Bicecci
Me persigue una idea, la escucho zumbar como un mosquito sobre mi cama antes de dormir. Un mosquito a altas horas de la noche puede despertar al depredador que somos, hacer de nosotros seres que con nula destreza intentan alcanzar un espejismo. Suelo tener pensamientos obsesivos que no dan tregua hasta que logro transcribirlos, deshacerme de ellos como quien en el fondo sabe que irremediablemente esa misma idea regresará en un tiempo. Después de todo, no podemos frenar la vorágine de ideas que en ocasiones nos ahogan entre ruidos, arrastrándonos hacia páramos helados. Volver a digerir lo ya pensado, caer de nuevo en las trampas que impone la memoria, como un orfebre, sobre las horas.
Cuando leí a Roland Barthes y su muerte del autor empecé a creer cada vez menos en la figura del escritor: lo que quiso decir, lo que no dijo, lo que digo yo a partir de él. He pensado que la escritura cae intermitentemente en un vacío donde no obstante insistimos rescatar pedazos de memoria, huellas que nos ayuden a entender una realidad ambigua. Verónica Gerber Bicecci (ciudad de México, 1981) es una artista visual que además escribe. En Mudanza (2010), libro de ensayos sobre artistas visuales que comenzaron a escribir, indaga en las periferias del lenguaje, ese territorio obtuso donde la escritura funciona como imagen y la imagen como escritura, creando aleaciones a veces alucinantes.
Habla en Mudanza de un posible campo extendido, de una literatura sin palabras, letras que pueden transformarse en acciones y evidencien así la inestabilidad de todas las obras, el juego donde caemos. Solemos ver el arte como un objeto autónomo, parásito quizás de un autor cuyo carácter suele oscilar entre una decadencia romántica que enaltece su pesimismo ante la vida, y una figura de autoridad incipiente a partir de la cual se asegura que quien escribe entiende mejor la realidad. ¿Hasta dónde podemos extender esas palabras no dichas sobre los límites que impone el texto?, ¿existen en verdad esos límites o se trata más bien de acuerdos fácilmente removibles, montables como escenografías?
Uno de los ensayos que compone Mudanza está dedicado a Ulises Carrión (1941-1989), quien en 1972 decidió dejar de escribir y de leer para mudarse al territorio agreste de lo periférico, lo múltiple. Sus amigos pensaron que estaba loco e intentaron disuadirlo de sus búsquedas casi metafísicas. Creaba otras rutas debajo de cada palabra, resaltaba esa estructura visual que subyace a las grafías, y con ello destruía el sentido unívoco del lenguaje, se sumaba al espacio metafórico pero desde otro ángulo, deconstruía lo escrito. Dice Verónica sobre Ulises: “Iba al fondo de los textos porque quería volver de ellos para inventar nuevos mecanismos. Mostrar la urdimbre que conecta al mundo en una sola composición, trasformar el asilamiento literario, criticar el oficio que impera y limita el mensaje. Convertir la literatura en un proceso plural desde el principio, desde la creación.”
Siguiendo ejercicios como este, Gerber expuso en 2004 Prosa del observatorio, un mural donde transcribe todas las puntuaciones del texto homónimo de Julio Cortázar. Con cada puntuación, trazó una circunferencia hasta crear un mapa alucinante de frases, oraciones y cláusulas. Una forma muy interesante de hacer lingüística: cada círculo, un pensamiento, una idea que surgió años atrás de la mente de un hombre que se sentó un buen día a hablar sobre lo que no podía entender, a deshacerse de esa carga exuberante que a veces nos mantiene flotando en estados de ensoñación o éxtasis: la imaginación. Algo similar hizo después con poemas de Xavier Villaurrutia, Rosario Castellanos, Cesare Pavese, Li Bo, entre otros: círculos y líneas unen los signos de puntuación de cada poema creando dibujos que son a su vez rutas mentales para acceder al color de cada verso. Las palabras pueden así visualizarse, convertirse incluso en autorretratos.
En su proyecto Trail (2012), Gerber encuentra sus propias palabras en Retrato de un hombre invisible, de Paul Auster: 67 pequeñas historias surgen así de las 67 páginas de este libro, historias ocultas que descifran una realidad dentro de otra, o para decirlo mejor, otra realidad. Trail es un ejercicio inteligente para hablar de esa huella del otro que se esconde en el sí mismo, una forma de habitar la periferia del texto y construir con ello una trayectoria propia. ¿Cómo hacemos para que el arte sea un espacio habitable por todos? Hemos matado al autor y la obra con continuas deconstrucciones, espacios elásticos y vacíos. ¿Será entonces momento de hacer que el espectador se convierta en creador? ¿Qué es crear sino tener una idea simple, un punto de partida para jugar con el mundo?
Contraensayo (2012) es una antología de ensayo mexicano actual de la escritora Vivian Abenshushan, quien junto a Gerber y otros artistas y escritores fundó en 2005 la editorial independiente Tumbona Ediciones. A ambas les interesa la movilidad de los soportes donde se inscriben las obras, buscan precisamente avivar la llama libertaria del ensayo, ese no-género donde el lenguaje es un poco más libre, donde divagar en las propias ideas no se convierte en una ofensa editorial, y las experiencias diarias, a veces nimias, se ponen a la misma altura que las citas de autoridad. Ese espacio, donde a diferencia del texto académico, la reseña monocromática o la nota diminuta, se perfila ya el carácter colectivo de todo discurso, la heterogeneidad, y en ocasiones el caos, al fondo del cual nos aventamos cuando una obra de arte nos cambia la vida, dejándonos con las manos vacías de ideas torpes. Campos de acción para acceder a otro mundo más humano, acaso.
¿Qué es lo colectivo sino lo político? Vuelvo una y otra vez a este supuesto, una de mis ideas obsesivas, porque creo que ahí radica la base misma de la experiencia estética. Lo político como una postura para hablar del mundo, para decir sí o no ante los asuntos más elementales, y tener, para empezar, una opinión. Ejercer el derecho a pensar y repensar nuestra realidad, la vida misma, la condición del otro, los caminos que nos llevan de ida y vuelta hacia los sueños más tergiversados y posibles. Dice Vivian al final del prólogo a Contraensayo: “Ensayos escritos a varias manos, en colaboración, tumultuosamente o en parejas. Derivas que propicien las colisiones del yo (todo lo sabemos entre todos). También: ensayos escritos en los márgenes o a pie de página, con diagramas de flujo o en flash; ensayos que se contaminen de la ductilidad del texto digital, el hipertexto, la proliferación de links y las intermitencias contemporáneas.”
Sueño con una escritura que pueda comunicar lo que siento, establecer un puente que no se extienda hacia la nada, que llegue tal vez a la otra orilla y se instale ahí para hacerme entrar al espejismo de un túnel, como diría Sábato, sólo que en esta ocasión de un túnel compartido, definido por esa experiencia colectiva que solemos llamar ser, estar, existir. Al final, creo que las obras de Verónica Gerber aluden precisamente al vacío donde nos avienta la mirada del otro. Sin embargo, se trata de un vacío lleno de formas, colores y sensaciones, de significados que se desdoblan en estructuras que paradójicamente albergan la potencia de reformular el entorno y hacerlo más habitable.
Libros surcados por las ideas de todos. El orden del caos. Las palabras no dichas, los objetos que se nos escapan porque pertenecen a lo volátil, al pensamiento que va y viene envolviéndonos con una ligereza intraducible. Ensayar la misma historia hasta que nos explote el mundo, como sucede en los cuentos de Etgar Keret, y seamos entonces dos seres al mismo tiempo, cuerpos que se desdoblan según la ruta del sol sobre la tierra. Bicéfalos. Monstruosidades desde dónde decir que no hemos sido nunca sujetos ni hemos estado nunca aislados. La escritura en el vacío significa voltear y ver siempre la violencia que se extiende como una mancha sobre ciudades y rostros. Decidir no olvidar, ni siquiera un instante, las atrocidades cometidas en nombre de estabilidades económicas y supremacías justificadas. El objetivo es simplemente que no nos lleve el viento como hojas sueltas, o que nos lleve de otra forma menos fugaz y definitiva.